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La señora Eva
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Tiempo de lectura: 5 minutos

La señora Eva es una mujer que roza los 68 años, es morena clara y alta, de pelo blanco con rastros de tinte. Tiene unas cejas delgadas pero marcadas y unos labios gruesos. Sus arrugas y kilos de más, los lleva con dignidad, sus lentes siempre le acompañan. Siempre que la veo me saluda con una emoción atípica, lo puedo intuir. A pesar de no conocernos, ni entablar diálogo alguno, la veo seguido por las tiendas de la colonia donde vivo, es muy común que me regale su sonrisa y nerviosismo, pero también me regala los buenos días o las buenas tardes.

En cierta ocasión me la encontré en la fila de las tortillas, me tocó formarme detrás de ella. En aquella ocasión la señora Eva llevaba una bata, un atuendo clásico de señora de su edad en un lunes por la mañana, sin embargo, su cuerpo llamaba poderosamente mi atención, de pronto, mi mente reconocia en ella cierto atractivo a pesar de sus años, a pesar de sus arrugas y kilos de más. Me quedé admirado por un momento mientras la barrīa con la mirada, en eso, me percaté de que la Señora Eva contemplaba con disimulo mi acto, y con una sonrisa pícara, se despedia de mi vista, y le decia gracias a la encargada de las tortillas.

La señora Eva es casada, tiene hijos grandes, casados todos, y los dos más chicos son casi de mi edad: 35 años. Su esposo es siete años mayor que ella, es un señor pensionado del gobierno, físicamente es calvo y con una enorme barriga, y en su mirada se retrata el correr de los años.

Es altamente probable que yo me encuentre a la Señora Eva en algun mandado, a veces la veo por las tiendas de mi barrio, por las bodegas o los negocios de comida e incluso afuera de su casa. Siempre me regala esa sonrisa que yo percibo distinta, y asiente con su cabeza mientras me da los buenos días o las buenas tardes. Hace dos semanas, iba caminando rumbo al trabajo, y ella barría su banqueta, de pronto sentí su mirada, esa vez noté un aire distinto en su sonrisa y saludo, su mirada era insistente y parecia darme entender que quería sacarme plática, y no me equivoqué, surgió entre los dos un diálogo:

Señora Eva: Hola, muy buenos días, ¿ya se va al trabajo?

Yo: Hola Señora, muy buenos días, ¡si!, vamos un rato a echarle ganas.

Señora Eva: ¡Que bueno!, le deseo que todo salga muy bien, aprovechando su amabilidad, me podría un favor, necesito mover una enorme maceta de mi patio, y no hay nadie ahorita en mi casa para ayudarme, es que esta muy pesada.

Yo: ¡Claro que si Señora, con gusto!

Fue entonces que la Señora Eva me abrió las puertas de su casa, y juntos arribamos a su patio, donde me dispuse a mover una maceta enorme de barro con adornos en forma de aro, en ese lapso, sentí que la señora Eva me lanzaba algunas indirectas:

Señora Eva: Que bueno que lo vi, me urgía mover esta maceta para unos cambios que ando haciendo en mi patio, y usted llegó a salvarme, le agradezco mucho. Y es que mi esposo se va desde temprano y regresa hasta tarde pues le anda ayudando a mi hija mayor a terminar la instalación eléctrica de su casa nueva. Sabe, me siento tan sola, ya nada más quedamos mi esposo y yo en esta casa, mis hijos nos visitan pero no muy seguido.

En ese instante, cuando la señora Eva afirmó "sentirse sola", noté como dirigía su mirada a mi entrepierna, muy disimuladamente y haciéndome el desentendido, le respondí: "Si, así pasa, los hijos crecemos y somos como pájaros, parece que nos salen alas. Yo visito a mis padres muy poco, quizás una o dos veces por mes".

Cuando terminé de ayudarle ella me pidió disculpas por comerse algunos minutos de mi tiempo y me dijo: "Que apenada me siento, espero que no llegue tarde a su trabajo por mi culpa, le debo un café por su gran ayuda, muchas gracias en verdad" A lo que yo respondí: "No se preocupe, aún llevo buen tiempo, que bueno que le pude ser útil, muchas gracias". Antes de retirarme, me ofreció una manzana de un frutero enorme que se encontraba en el centro de su mesa, y me dijo: "Un día de estos le invito un café en su pobre casa", a lo que respondí: "Ahh, muchas gracias, en verdad no se moleste", y ella replicó: "No es molestia,

ya verá que algún día habrá un espacio para que pruebe un delicioso café de olla que me enseño a preparar mi abuela". Fue entonces que me despedí de ella con un cálido saludo, y ella respondió con una enorme sonrisa "que le vaya muy bien".

Tuvieron que pasar tres semanas, para volverla a ver, esta vez era un viernes, de igual forma que la última ocasión, yo caminaba rumbo a mi trabajo y ella esta vez se encontraba limpiando una ventana de su casa, traía su clásica bata blanca con estampados de flores, cuando de pronto, al observarme me indico con sus manos que fuera hasta ella. Cuando me acerqué, me dijo: "Le debo un café, no se me olvida, ¿Cuándo tiene tiempo de tomarse con calma uno?, le invito aqui en mi casa, ¿como ve?". Insospechadamente algo en mi interior hizo que desafiara la rutina diaria de mi vida, y le dije, ahorita puedo. Una enorme sonrisa se posó en el rostro de la señora Eva, quien inmediatamente me pasó a la sala de su casa, y se dirigió al interior a preparar café, me dijo: "Ya verá que rico café se hacer, permitame nada más quitarme estas fachas". Pasaron varios minutos, quizás veinticinco, y la Señora Eva ni sus luces, comencé a sentirme un poco incomodo estando solo y sentado en la sala, y en eso, la oigo gritar desde el fondo: "Venga por favor!, necesito que me ayude en algo". Caminé intentando

encontrar el espacio de donde provenía su voz, y para mi sorpresa, en una de las habitaciones de aquella casa la Señora Eva me gritó nuevamente: "Mijo, pásale".

Cuando entré en aquella alcoba, la Señora Eva se encontraba desnuda, sobre la cama de rodillas, empinada, a cuatro patas, ofreciéndome su piel madura, no me dijo nada, su mirada parecia decirme: "Sírvete, esto es tuyo". Sus gluteos se veían muy antojables, a pesar del tiempo como marca, sus nalgas eran dos ofrendas nada despreciables.

Lejos de darme miedo o tener el pensamiento de salir corriendo, esta situación me excitó demasiado, removió en mi unas enormes ganas de poseerla, de hacerla mia. Mi miembro viril no tardó en ponerse erecto, y rápidamente me bajé el pantalon y me acerqué a ella. En ese momento, La señora Eva me dijo "Tócame, toca mi vagina con tus manos, acariciame". Lentamente, mis dedos comenzar a palpar su vagina, ella seguía en posición arrollidada a cuatro patas, sobre la cama, y yo desde atrás masajeaba con mis manos su vulva.

La señora Eva no tardó en mojarse, y fue entonces, que me dijo: "has lo que que quieras conmigo", esa situación prendió más fuego en mi, fue como añadirle más combustible a mi fogata interior, sin dudarlo, tomé con la mano derecha a mi pene, el cual se encontraba erecto, erguido, con las venas notorias, impulsadas por la sangre que me hacía sentirme vivo, y poco a poco se lo empecé a introducir, lentamente le meti el falo a la Señora Eva, y para mi sorpresa, la sentí estrecha, a pesar de sus años y embarazos, parecía que tenía años de haberse despedido del sexo. Cuando menos acordé, la Señora Eva ya tenía toda mi vara de carne en su interior, y mientras mis manos sujetaban su cintura y ella permanecia en la posición de cuatro patas, comencé desde atras a descargarle toda mi fuerza, comencé a penetrarla intensamente, a surtirla de mi carne. Desde mi ángulo alcanzaba apreciar comoinclinaba su cabeza del lado y cerraba sus ojos, mientras le introducia intensamente mi pene.

La señora Eva comenzaba a gemir, sus gemidos parecian lloriqueos, pero eran constantes. Seguia metiéndole con fuerza mi pene, en un mete-saca intenso, de repente, la señora Eva lanzó un grito de placer, y sentí como había llegado a su orgasmo, sentí como se mojaba después de esta intensa penetración. Esto me acercó a mi al orgasmo, estaba a punto de eyacular, y entonces veo que ella abre sus ojos y las lágrimas se desprenden, y me atrevo a decirle:"¿estoy a punto de venirme, quiere que me quite?", a lo que ella respondió con un "no" moviendo su cabeza de lado a lado. Sin más tiempo que perder, comencé a mojarle su interior, a descargar mi esperma en ella, todo mi elixir.

Fue una sensación exquisita, absolutamente un paraiso de placer.T odo mi semen se depositaba en la Señora Eva, parecia que mis testiculos se habían vaciado, parecia que hasta la última gota había abonado en ella. Un silencio gobernó por unos minutos aquella habitación, para luego ser interrumpido por unas palabras de la Señora Eva: "Me hiciste sentir viva, dichosa, está rutina de la vida, y mis años me hacen sentir como muerta, y tu has renacido las flores que aún hay en mi". Me dijo que quería tenerme en su vida y que este sería nuestro secreto, que no le juzgara, pero que en felación al aspecto íntimo con su marido, había pasado a segundo o tercer plano, y que ella aún sentía la necesidad de sentir, de recibir una caricia que la hiciera vibrar. Me preparo un café, y juntos bebimos una sabrosa taza, de pronto, sentí la necesidad de retirarme y en nuestro diálogo surgió un guiño de quizás en el futuro tener otro encuentro similar…

Continuará…

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