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La señora Amparo
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Tiempo de lectura: 4 minutos

Mi padre era zapatero remendón en el pequeño pueblo castellano donde vivíamos, desde niño le ayudaba, los zapatos que arreglaba en el día me hacía lustrarlos con cepillo y betún para luego llevárselos al domicilio de sus dueños donde me sacaba propinas que me daban cierta ventaja, o eso creía yo, sobre otros chicos de mi edad.

Las propinas las empleaba en arreglos de la bicicleta, la herramienta principal de mi "floreciente negocio", y en agasajar y regalar cositas a las chicas que me gustaban. Nunca tuve éxito en esa tarea debido a mí exagerada timidez, las niñas se aprovechaban de mis regalos, chuches y algunas veces, flores pero como me quedaba paralizado se terminaban riendo cruelmente de mi, lo mismo que los chicos, que encima ligaban sin ningún problema. Entre los zapatos que había de repartir estaban los de la señora Amparo, que era la clienta que me daba mejores propinas, no solo monetarias, que también, sino que desde chiquito me llenaba de halagos, ¡Pepito pero que niño más guapo eres!, que si "traerás a las niñas loquitas", con el paso del tiempo que si " no te faltarán novietas", que si "cuando seas mayor te las llevarás de calle". Yo siempre la contestaba lo mismo entre balbuceos incomprensibles, " que va señora Amparo", "pues será porque no quieras" y " bueno aún eres niño y eres timidillo, ¿no es así?".

Los cumplidos de la señora no eran nada comparado con la admiración que yo sentía por ella. La señora Amparo era una viuda acomodada, elegante, con buen porte, de una belleza que me recordaba a las actrices de cine italianas, con esas tetas y esas curvas que para mi temprana adolescencia me resultaban mareantes y superexcitantes. Cada vez que la hacía un reparto me quedaba ante ella en la puerta de su casa, entre anonadado y extasiado, para mi no había mujer más hermosa en el pueblo. En mis fantasías eróticas siempre ocupó un lugar destacado que siempre consideré inalcanzables.

Y así fueron pasando los años, tuve que salir del pueblo para estudiar bachillerato y capacitación profesional. Seguía ayudando a mi padre en vacaciones y fines de semana con la suerte que la Sra Amparo gastaba muchas tapas y suelas de sus zapatos, según mi padre era su mejor cliente, yo moría por llevarle sus zapatos y recibir mi buena propina de duros y piropos, " Pepito vaya hombretón que te estás haciendo" ¿"Sigues sin novia"?….si… contestaba entre balbuceos, "habrá que solucionar eso", contestación que me dejó intrigado. La verdad que tenía un verdadero problema con mi timidez que suponía que no pudiera estar cerca de una chica sin ponerme a temblar y sentirme ridículo. Mi sexualidad sólo existía en mis fantasías, eso sí muy desarrollada, con mis compis de instituto, y sobre todo con mi adorada Sra. Amparo, o sea, bien acompañado en lo virtual, pero unilateral y manual en lo real, vamos que me mataba a pajas.

Alcancé la mayoría de edad sin, ni siquiera haber dado un beso a una chica, habiendo como ha había, según mis amigos, chicas interesadas en mi, de las cuales de una forma u otra huía.

Volví al pueblo a pasar el fin de semana, cuando bajando del autobús autobús me vio mi amada Sra. Amparo

– Vaya Pepito, has crecido, vaya hombretón más guapo que te has hecho. No me dirás qué aún sigues sin novia

– Bueh… si Sra Amparo,

Me temblaba todo, lo notó.

– Ay ay ay no se qué vamos a hacer contigo.

Como siempre ante ella, azorado y sin saber que decir.

-Tu padre tiene que arreglarme unos zapatos y me corren un poco de prisa. ¿Se lo puedes decir y me los traes mañana por la tarde?

-Claro Sra. Amparo, mañana se los llevo, dije aliviado de poder expresarme.

Se lo dije a mi padre e inmediatamente se puso con los zapatos de la Sra. Amparo, me da que mi padre también tenía debilidad por esta señora.

El sábado ante la puerta de mi señora, como siempre, nervioso y excitado, llamo a su puerta.

– Pasa Pepito, está abierto.

Entro y… bufff, me recibe vestida con una bata como de seda, floreada y superceñida a su cuerpo, mostrando un escote de vértigo y unos muslos contorneados de infarto, tal cual, pues a mí se me salía el corazón de su caja…

Buff, me sentía cohibido, pero a la vez excitado, también mareado, como embriagado, la Sra. Amparo no paraba de mirarme y sonreírme, yo no quitaba la mirada de su escote que me parecía o me lo imaginaba que aparecía el rosado de la aureola de sus pezones que, me parecía o imaginaba que empezaban a empitonarse.

– Iba a merendar, ¿Me dejas que te invite?

Como de costumbre no sé qué decir pero me dejo llevar.

Pasé al salón de su bonita casa.

-ponte cómodo mientras preparo la merienda

– si quiere la ayudo Sra. Amparo.

-no, espera aquí, dijo en tono imperativo. Volvió con una bandeja con rebanadas de pan, mermelada, café y leche.

– ¿Quieres un café y una rebanada de mermelada?

– si… gracias.

Me lo prepara y me lo sirve – está muy rico, gracias, digo mientras veo como unta la mermelada en el pan moviéndose sus tetas al compás, en esto que, "sin querer" se mancha con mermelada la batita, -¡ uy qué tonta!, como me he puesto, coge una servilleta y se restriega la mancha con tanta fuerza que queda al descubierto una teta, me quedo paralizado ante tal belleza, ella dice – uy perdona.

La Sra. Amparo se pone seria mientras descuelga la parte de arriba de su batita

-pues nada lo tendré que lavar, dice picaronamente. Yo aún no he reaccionando

-Ven Pepito, dice mientras coge con las manos la mermelada y se la unta en los pezones…

-Ven, ven aquí, que no te voy a comer, o, a lo mejor si, je je

Bufff la visión que tenía ante mí era inenarrable, yo prácticamente virginal ante esa mujer de bandera, la de mis inconfesables fantasías, con esas enormes tetas pringadas de mermelada, ¡unmmm que ricasss!… -Ven Pepito, ¿Cuánto hace que no chupas de la teta? Me lanzo de cabeza y me pongo como loco a chupar, a mamar a morder ¡Que delicia la mermelada, pero sobre todo esas tetas me volvían loco. Hacía ya tiempo que tenía la polla, tiesa y… húmeda, en ese momento me corrí pero seguí chupando y mamando. La Sra. Amparo pasó ser Amparito, se desabrochó la blusa, agarró mi cabeza con fuerza y me ofreció la visión de su coño peludo y caliente, agarré el tarro de mermelada y le unté una buena cantidad en su raja y clítoris y me puse a lamer como un descosido mientras oía los gemidos de Amparito, al momento se corre con unos espasmos que me asustaron. Quedo en el suelo exhausto pero aún con el pito tieso, Amparito dice:

-a ver esto no lo podemos dejar así. Amparito rebaña el bote de mermelada y lo unta en la polla y comienza a hacerme una mamada inolvidable, lógico pues era la primera de mi vida. El placer es intensísimo y Amparito es una tragona glotona. Me viene una enorme corrida viendo cómo Amparito se traga toda mi leche con mermelada.

-Que ricooo…

Estuve con Amparito todo el sábado y domingo, aprovechando sus deliciosas lecciones, entre orgasmo y orgasmo Amparito me pedía que no me olvidara de ella, que de vez en cuando le hiciera una visita pero con la condición que tuviera novia o novias, si no, a ella tampoco la tocaría.

Ese día me lleve la mejor propina y me gané el respeto de chicas y chicos, aunque seguí siendo un chico tímido.

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