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La secretaria quiso drogar a mi esposa
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Tiempo de lectura: 4 minutos

Ahora que he regresado, voy a contar otra historia, de las muchas que me compartieron, aquellas amistades que, por tiempo, distancia y trabajo, me es difícil hoy frecuentar.

Allá por el año 2010, cuando descansábamos varios jinetes de una larga cabalgata, en medio de muchos tragos de cerveza, Luis, famoso empresario, me compartió lo sucedido entre su secretaria y su hermosa esposa Mirna.

Ocurría que Mirna, era representante sindical en el ramo manufacturero, y debido a las fuertes presiones de los agremiados, patrones y gobierno, quedó atrapada en una fuerte crisis de estrés.

Agobiada y para poder relajarse decidió licenciarse, sin goce de sueldo por tres meses.

Comprendiendo Luis, que Mirna, ocupaba extremo descanso, envío a su secretaria, para alivianarle en sus ocupaciones, ya que él, saldría al extranjero durante días.

Así las cosas, llegó Bárbara, a la casa de ellos; y efectivamente ayudó a la esposa del empresario a salir de su gran desánimo y aislamiento.

Dijo Luis, lo siguiente:

Enterado por Bárbara, supe que una vez, ya asignada su habitación, pasó al baño principal de la casa. Al tocar la puerta del sanitario, escuchó qué Mirna, lo ocupaba, pero era tanta su necesidad de orinar que dijo:

-Por favor, déjeme pasar. No aguanto las ganas de orinar y no llego al otro baño.

Entonces, mi mujer, abrió la puerta y Bárbara, entró corriendo y sin decir gracias. Mi mujer sin dar importancia, pasó otra vez a la regadera para continuar bañándose.

Mientras la Secretaria descargaba, observó entre los cristales de la bañera, el cuerpo hermoso de mi señora. De inicio sintió pena por ser fisgona pero después comenzó a detallarle las tetas firmes y rellenas; sus nalgas preciosas y antojables y lo torneado de las piernas, y aunque salió rápido del sanitario, esa escena, se le quedó en la mente.

Bárbara por la noche no podía dejar de pensar en lo que vio.

Dos días, después, ocurrió un fuerte sismo en la Ciudad de México. Mirna, era de las que asustadas se paralizaba. Llena de miedo, al hablar con ella, por teléfono, me dijo, haberle pedido a Bárbara, dormir juntas, y que aquella, aceptó sin peros, pero mi Secretaria, esa noche, casi no pudo dormir por sentirle el cuerpo cerca y recordar la imagen del baño.

La tercera noche, Bárbara, confundida, dio un paso decisivo. Deslizó su mano con delicadeza sobre la espalda y senos de mi mujer. Temblaba por miedo a despertarla pero se atrevió a sentirle los pezones en sus dedos, ahí paró al sentir que Mirna despertaba.

A la mañana Bárbara, ansiaba llegara la noche. En el día, Mirna, sufría de jaqueca fuerte, por lo que Bárbara había ido a la farmacia por paracetamol.

De regreso, dijo a mi esposa:

-Señora, en la farmacia un médico, me recomendó, unas pastillas para dormir y las compré. Creo que si las toma por la noche, amanecerá más activas y de buen humor.

Mirna, desapareció con el medicamento en la cocina, al regresar, le dijo a la Secretaria:

– Espero me sirvan.

Ya de noche, ambas pasaron a dormir en la misma cama. Bárbara fue paciente, y ya viéndola profundamente dormida, cuidando cualquier movimiento, sin poderle quitar, le subió el camisón de la pijama del que afloraron las grandes y hermosas tetas de mi mujer. Con la boca le atrapó los pezones oscuro y grande. Los besaba, lamía y chupaba a placer.

Se sentía desleal y pecadora pero al poco tiempo ya no le importaba, y le decía, al oído:

-Soy una demonio, que te desea mucho. Te ansío mucho, me gustas mucho, y me enloqueces. Déjame comerte.

Todo lo decía, sin dejar de ensalivarle las tetas. Entrada en confianza, le bajó el pantalón de la pijama y en el estirón se llevó también la tanga.

La lujuria de la Secretaria, la empujó a acariciarle la vagina. Sin importarle nada, le separó las piernas y su mano sobó la vulva de Mirna y chupó con curiosidad y ansiedad.

Susurraba:

-Que labios vaginales tan lindos. Son deliciosos. Su jugos y mi saliva le dan un sabor especial. Desde que te vi bañando, te hiciste mi mayor pasión y delirio-.

Su lengua iba de arriba a abajo y a los lados, casi le llegaba al ano. Para luego chuparle con frenesí el clítoris. Su lengua entró entre los labios vaginales y después de rato, la volteó para separarle sus nalgas.

Al ano ensalivó y besó. Estaba como loca; nada le importaba. Le empezó a meter dos dedos en ese terreno inexplorado. Siempre lento pero constante.

Le besaba las nalgas pero paró para agarrar nuevas fuerzas, fue en ese instante que se llenó de temor, cuando escuchó de Mirna, decir:

-Eso fue todo.

Bárbara enmudeció, se sentía descubierta, acorralada, presa del pánico, pero mi esposa, al incorporarse, sacó de su cuerpo la blusa y el pantalón de la pijama qué no habían sido completamente quitados. Tomó a la temerosa Bárbara del cabello, y ya cara a cara, la besó.

Silenciosas quedaron por un rato, sin palabras ni gestos, simplemente sus lenguas se enroscaban en ese beso profundo.

Mirna estaba bien despierta. Pues nunca se tomó las pastillas para el sueño.

Las manos de ambas, acariciaba sus rostro con mucha dulzura. Ese beso fue más allá, pues ambas se poseyeron. No hablaban pero quedaron recostadas sobre la cama. La lengua y saliva se compartían.

El manoseo fue a las tetas. Las bocas buscaron el manjar de los pezones. Los gemidos sonoros rompieron el silencio.

Mirna, le dijo -Te quiero aquí, todos los días en los que no esté Luis. Prométeme que me harás feliz.

Bárbara, no dudo para dar el Sí. Ahora era amantes.

Mi cónyuge, tomando otra vez del cabello, a Bárbara la hincó. De pie abrió su compas para que la secretaria, lamiera su vagina. Bárbara disfrutaba de la fruta prohibida.

Lamía de arriba abajo, a veces mordisqueaba suavemente y besaba sonoramente.

Mi mujer, solo gemía y jadeaba. Sus jugos eran abundantes.

Bárbara, se levantó, aventó a Mirna a la cama, y abriéndole las nalgas le empezó a lengüetear. Mirna paró su trasero para que Bárbara, la penetrara sin misericordia en el ano con los dedos.

Excitadas sobre la cama entrelazaron sus piernas, aquellas tijeras eran frenéticas, ambas gritaban de placer. Sus cuerpos se arqueaban por el roce de las vaginas. Temblaban pero no paraban. Se sacudían con más fuerza, babeando mucho sus vaginas. Lubricación que facilitaba el deslizar de las vulvas.

Una descarga de jugos, mojaron las sábanas y cobijas.

Ambas se habían otorgado un generoso orgasmo.

Entre besuqueos, manoseos y caricias se quedaron dormidas.

Desde entonces y hasta mi regreso, hacían el amor en cualquier momento, en el baño, sala, cocina o cuarto. Estaban locas de sexo y amor.

Cuando regresé, encontré a Mirna muy repuesta. Volvió al Sindicato con mayor ímpetu, llegó a ocupar la Secretaria General del Sindicato. A Bárbara la mantuve como mi secretaria, y en mis ausencias acompaña a mi esposa.

Desde mi retorno supe del amor entre ellas, y no me opongo, porque me da felicidad, ver a mi esposa feliz con su amante y que aun así, sienta mucho amor por mi.

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