Una noche lluviosa, una visita, una cena, una “sangría” bien cargadita ¡y zas!, sin buscarlo, nos encontramos mi mujer, nuestra amiga y yo en una situación totalmente sorprendente para los tres.
Me explico. Tenemos desde hace más de veinte años unos amigos, un matrimonio con los cuáles nos une una gran amistad, veraneo juntos, cenas y comidas juntos, comuniones de los niños y todo lo que comporta una buena amistad, sin haber cruzado jamás ningún límite que pusiera en peligro nuestra lealtad como amigos, siempre con total respeto mutuo.
Por eso, el día que nos sucedió esta historia, nos quedamos tan sorprendidos y pasmados los tres protagonistas que prometimos no decir nada a nadie ni siquiera al marido de nuestra amiga, persona con muchos principios, ya que el culpable de toda aquella situación, que se nos fue de las manos fue el haber ingerido demasiada “sangría”.
Era un día de otoño, siempre lo recordaré, fresco, lluvioso, y mi mujer y yo fuimos invitados a cenar en casa de nuestros amigos, ya que ella, Mari, se encontraba sola en casa, su marido estaba en Madrid en un cursillo de trabajo durante toda la semana y no volvía hasta dentro de tres días, por lo que nuestra querida amiga, para no estar sola, pues sus hijos se habían ido también a pasar el fin de semana fuera, decidió invitarnos a cenar como había hecho decenas de veces al igual que nosotros, a lo que accedimos gustosamente para hacerle compañía y pasar un rato agradable.
Bueno, pues llegamos a su casa y como era costumbre en esas ocasiones, mientras ellas dos se contaban sus chismes en la cocina preparando la cena y la sangría que más tarde nos iba a traicionar placenteramente, yo sentado en el cómodo sofá del salón-comedor aproveché para tomarme un par de cervezas al tiempo que observaba como en el exterior el agua de la lluvia se deslizaba en cascada por los cristales de las ventanas.
Todo transcurrió normalmente, como siempre, cenamos, hablamos, reímos y bebimos… pero los vapores etílicos de la sangría poco a poco iban haciendo mella en las dos mujeres que no estaban muy acostumbradas a tomar alcohol, de manera que de una conversación trivial, con los típicos comentarios sobre los hijos, el colegio y el trabajo, se pasó gradualmente a un tono más subido, y entre risas nerviosas las dos amigas comenzaron a hacer bromas de cómo follaban sus maridos, de qué y cómo les gustaba a ellas que se lo hicieran… Así de directo.
Me quedé pasmado ante aquella actitud que nunca se había dado en ellas, y aquello me hizo comenzar a ver que la situación, si seguía así, iba a tomar un cariz muy distinto al acostumbrado en nuestras reuniones, y francamente, como soy un poco retorcido, mi mente comenzó a trabajar así que aprovechando la ausencia del marido de nuestra anfitriona, en vez de desviar la conversación hacia terrenos más cotidianos, dejé salir mi lado más morboso para intervenir en la conversación, provocándolas y encendiéndolas más todavía con frases muy calientes, a ver hasta donde eran capaces de llegar.
Siguiendo su juego hice un par de comentarios, ya desbocados del todo sobre el tamaño de mi polla, de la mejor postura en que prefería follarme a mi mujer y de cómo me gustaba que se vistiera cuando teníamos una noche “caliente”, con minifalda, medias, liguero, tacones altos, y maquillada como una zorra.
Fue ya entonces cuando nuestra amiga, con su risa nerviosa y con las pupilas dilatadas, que indicaban que estaba caliente como un cazo, se levantó de la mesa e invitó a mi mujer, que no se hizo mucho de rogar, a ir a su habitación para enseñarle una colección de prendas de vestir (o de medio vestir) que tenía desde hacía tiempo y que confesó no utilizar por la “desgana” de su marido a participar en sus fantasías, que parecían ser muchas.
Desaparecieron en la habitación y yo me quedé sentado en el sofá, sonriente y haciendo cábalas de qué ocurriría a continuación, ya que se las veía muy lanzadas a las dos. Podía oír sus risas a través de la puerta y por el tiempo que estuvieron sin salir, mi intuición decía que me iba a llevar una grata sorpresa de un momento a otro, pero no quise dejarme llevar por la imaginación que a esas alturas se desbordaba y me hacía vibrar, así que esperé pacientemente en el sofá a ver los acontecimientos.
Tuve razón, mi presagio se cumplió pues al cabo de unos diez minutos más o menos, se abrió la puerta del cuarto y salieron las dos mujeres.
Os lo aseguro, aquello fue de infarto; aun esperándome una sorpresa, nunca pensé que sería tan impactante y ellas tan descaradas. Las dos se habían vestido para la ocasión, a raíz de mi comentario, con unas minifaldas que perturbaban la vista, medias, ligueros y tacones altos.
Ya sé que parece demasiado fácil, y que alguno de vosotros dirá -cuántas películas ha visto este tío-, pero ocurrió así, mi mujer no está acostumbrada a beber alcohol, y nuestra amiga tampoco, achacadlo a eso y nada más, hubo una cadena de circunstancias que desembocaron en aquella situación, como supongo que le habrá ocurrido a más de uno de vosotros.
Mi mujer, con una falda cortísima de color rojo y una raja que le llegaba hasta la cadera, dejaba ver sus hermosas piernas, adornadas con unas medias de color negro sostenidas por dos ligas rojas, rematando con una blusa semitransparente también de color rojo donde se entreveían sus dos hermosos pechos desnudos, y con un escote que le llegaba hasta el ombligo, y zapatos de tacón negros, ese era el uniforme de zorrita que llevaba puesto.
Mari, también muy zorra ella, llevaba puesta una minifalda de color negro, igual de escandalosa que mi mujer, con medias de rejilla negras y liguero, blusa negra transparente con sus dos enormes pechos (en eso sí me había fijado yo desde que la conocí ya que está más rellenita) asomando a través de ella y por supuesto, para completar el uniforme, tacones altos.
Así estaba el panorama, las dos “modelos” se habían empleado a fondo en su transformación y estaban para comérselas, desde luego. Se pavonearon ante mí entre risitas nerviosas, se contonearon y me dijeron que hiciera una votación de cuál de las dos estaba más sugerente, cosa difícil para mí en aquellos momentos en que estaba totalmente conmocionado y con una erección de tres pares de narices, así que las invité a moverse más todavía para poder admirar con más detalle sus cuerpos que vibraban de sensualidad.
Las faldas tan cortas que vestían, se deslizaban con cada movimiento hacia arriba desnudando sus nalgas que solamente estaban cubiertas por la tira de los tangas que se habían puesto también, y eso les daba un aire más sexy todavía, provocando en mí una sensación que comenzaba a ser insoportable, pues mi polla pujaba por salir de mi pantalón como un animal para ir a buscar su presa.
Tras muchos pases, risitas y provocaciones, mi mujer se acercó a mí y sentándose a horcajadas sobre mí, me propinó un morreo intensísimo, que nos puso a los tres todavía más calientes, pues Mari, sin intervenir en ello, nos animaba dulcemente a seguir, incluso se atrevió a acariciar nuestras espaldas mientras nos entregábamos a aquél beso inacabable, con nuestras lenguas cruzándose en nuestras bocas con furia animal.
Después de aquel morreo, aparté suavemente a mi mujer de encima mío y la tumbé boca arriba en el sofá subiéndole lentamente la falda hasta el ombligo y apartando el tanga, acerqué mi boca a los labios de su coño húmedo para comenzar a comérselo con verdaderas ganas.
Succioné su clítoris chupándolo y mi lengua penetró retorciéndose en su chocho caliente, haciéndole emitir unos suspiros de gusto que caldeaban más el ambiente. Coloqué sus piernas en mis hombros, una a cada lado, para facilitar mi tarea, y así estuve durante unos minutos, devorando su coño mientras nuestra amiga, sentada en el otro extremo del mismo sofá contemplaba sin perder detalle nuestras maniobras.
Yo, que permanecía sin levantar la cabeza de entre las piernas de mi esposa, podía oír como Mari respiraba entrecortadamente, jadeando, estaba muy caliente, así que cuando me quise incorporar para quitarme los pantalones, pues había llegado la hora de follarme a mi zorrita, noté la mano de Mari en mi espalda deteniéndome para seguidamente ser ella quien me desabrochara el cinturón y estirando del pantalón me despojó del mismo así como de los calzoncillos. Mi polla salió como un resorte, dura como una piedra y morada, golpeando el cuero del sofá con un ruido sordo.
Me levanté, me puse de pie y coloqué a mi mujer de rodillas, a cuatro patas sobre el cómodo sofá, le hice abrir las piernas y cuando me disponía a coger mi verga para dirigirla al chorreante coño, fue nuestra amiga quien agarrándomela y estirando de mi polla la colocó en la entrada del agujero que me iba a follar en unos instantes.
Me dejé hacer, y cuando de un empujón entré en mi esposa hasta los huevos y comencé a follarla, Mari se sentó más cerca de los dos, y mientras con una mano acariciaba mis nalgas acompañando el ritmo de la follada, dándome algún azote de vez en cuando que me ponía todavía más caliente, con la otra observé como jadeando se masajeaba los dos enormes pechos primero para después llevar la mano a su coño y comenzar a masturbarse descaradamente observando mi polla entrando y saliendo del coño de mi mujer.
Por fin llegó el clímax, después de unos minutos dándole por detrás a mi querida zorra, ésta me avisó de que se iba a correr así que aceleré mis embestidas frenéticamente pues yo también estaba al borde del colapso.
Mi esposa comenzó a correrse salvajemente y yo avisé de que iba a soltar mi chorro de leche de un momento a otro, así que saqué mi polla de su coño empapado para que se pudiera tumbar sobre el sofá boca arriba y correrme sobre ella como a veces acostumbramos a hacer.
Mari, mientras, estaba también a punto de correrse, pues el espectáculo que le habíamos ofrecido la había puesto totalmente fuera de sí, así que me llevé otra grata sorpresa. Cuando mi mujer tumbada sobre el sofá esperaba que la rociara con mi corrida, Mari sin pensárselo para nada la acompañó, tumbándose a su lado mientras se corría también con furia.
Aquella acción de Mari me puso tan caliente que agarrándome la polla comencé a meneármela con fuerza y en pocos segundos, con un gruñido intenso lo descargué todo sobre las dos mujeres, pechos, cara y vientre de ambas quedaron regados de leche. Las dos zorritas quedaron rendidas y jadeantes sobre el sofá, sin poder moverse. Yo, también caí de bruces entre las dos, agotado y tembloroso por tantísimo placer.
Así estuvimos al menos durante casi una hora, recuperándonos de las corridas tan intensas que habíamos disfrutado (y también por el morbo de la situación vivida) y luego, recomponiéndonos, volvimos a la vida “normal” no sin haber comentado detenidamente lo que había ocurrido, todo gracias a la sangría, riéndonos con verdaderas ganas.
Mari confesó que desde hacía tiempo estaba un poco “desatendida” y que aquella velada había despertado en ella la sensación que hacía tiempo no sentía a causa de la poca actividad sexual que tenía, pero nos prometió que en nuestra próxima reunión iba a estar a la altura de las circunstancias, confesión que nos animó a quedar para otro día.
Prometimos como antes he dicho, no decir de momento nada a su marido, pero sí estuvimos de acuerdo en que de alguna manera teníamos que hacerlo entrar en nuestros juegos, era lo más propio, ya que mi querida esposa, ya puestos a confesar, admitió que tenía verdadera curiosidad por ver a su marido en acción y por eso estaba dispuesta a “animarlo” para entrar en situación.