– Quiero acostarme contigo.
Me dijo esa noche, cuando nos quedamos solos en nuestra habitación de la residencia universitaria. Nadie me había hecho una proposición tan directa y menos aún otro chico, por que aunque no lo haya dicho los dos éramos chicos.
Él, guapo donde los haya: un mentón firme y unos labios hechos para ser besados, delgado. Con un torso firme y musculosos y un vientre plano que había visto muchas veces al salir de la ducha de nuestra habitación o en la piscina. Su culo prieto marcado en los bañadores tipo slip que usaba y sus muslos firmes y sin vello.
Y era Mario, mi amigo de toda la vida, quien me proponía hacerme el amor allí entre las paredes de nuestra habitación. Cuando él sabía que yo era heterosexual. Pero algo se movía en mi cerebro hacía poco que lo había dejado con una novia.
La idea empezó a atraerme cuando acarició el filo de mi barbilla suavemente con sus dedos y depositó un dulce beso en mis labios. Yo todavía confuso, no me atreví a responder. Pero como tampoco di evidentes muestras de rechazo lo animé con mi inmovilidad.
Me abrazó y empezó a besarme en el cuello. Yo por fin reaccioné y respondí tímidamente a su abrazo. Tampoco quería ofenderlo por nada del mundo, nos conocíamos desde hacía años.
Volvió a besarme en la boca y esta vez correspondí a su beso al principio, tímidamente y luego cuando me forzó a abrir los labios con su lengua con mas decisión.
Empezó a acariciarme la espalda deslizando sus manos hacia mi culo y entonces se separó un poco y comenzó a desvestirme. Me quitó la camisa y los zapatos.
Yo le dejé hacer. Empezó a besarme por el pecho a meter mis pezones en su boca a acariciarme el vientre con sus manos y lamer mi ombligo con su lengua.
Yo estaba muy excitado y cuando comenzó a bajarme los pantalones estaba paralizado, heladas mis manos. Me dejaba hacer como una marioneta. Mario se separó de mí un minuto para arrancarse la ropa con violencia, prisa y deseo. Nadie me había mirado nunca con ese ansia y deseo en los ojos.
Volvió abrazarme y la piel de nuestros pechos se juntó por primera vez sin tela que estorbara. Yo me iba poniendo en situación haciéndome a la idea de tener un chico guapo entre mis brazos.
Cada vez mas excitado simplemente por ese hecho. Nadie podía interrumpirnos. El cerrojo nos aislaba por completo del mundo. Nuestras pieles se rozaban por que lo único que teníamos puesto eran los slip.
Los besos se fueron haciendo cada vez más ardientes. Mi lengua pasó a explorar su boca perdiendo los últimos restos de timidez. Al flanquear la frágil barrera de sus dientes blancos y pequeños.
La suya salió al encuentro de la mía para jugar con ella. Mis manos comenzaron a explorar el cuerpo del primer chico que tenían a su alcance.
Podemos hacerlo o no. ¿Pero hasta cuando? Yo aún tenía mis dudas, incluso teniéndolo entre mis brazos. No se como controlar mis impulsos, mi propio cuerpo lucha por entregarse. Por sentir piel con piel.
El deseo me inunda, la polla dura. Los huevos buscando descargar su semen caliente y que Mario lo recoja en la lengua. Y yo poder lamer sus testículos y su pene. A esas alturas quería sexo y él también o puede que algo más.
Deseo en los dos cuerpos. Al final fue él quien se pasó a mi cama. Buscando mis labios con los suyos. Abrí la boca esperando recibir su lengua dentro de ella. No me hizo esperar mordió mis labios con los suyos jugueteando con la lengua.
La mano se me fue sola a la cintura, me costó un segundo soltar el cordón que sujetaba el pantalón de su pijama. Mis dedos rozaron con suavidad la polla dura, tersa y suave.
Él en cambio abrió la chaqueta de mi pijama acariciándome el pecho. Uno de sus dedos tocaba mi pezón con suavidad. Excitado, duro, esperando recibir un suave mordisco de sus dientes y su lengua remojando mi piel.
Mientras mi mano reposaba en su verga tierna pero firme atrayéndolo sobre mi cuerpo. Los besos se hicieron mas intensos mas lascivos.
Mi lengua buscaba la saliva de su boca. La suya se cruzaba con la mía jugando lamiendo mis dientes llegando hasta mi paladar.
Yo también investigaba lo mas profundo que podía acariciando el interior de su boca con mi lengua. Froté su pene con mas firmeza de arriba abajo deslizando harta sus testículos suaves.
Sus gemidos en mi cara me indicaban que le gustaban las caricias. Mis uñas pasaban con suavidad por su escroto buscaba aumentar su excitación. Sus manos tampoco estaban quietas, arañaba la piel de mi torso con suavidad. Pellizcaba mis pezones o pasaba la yema de uno de sus dedos por mi ombligo.
Siguió bajando por mi vientre, por mi suave piel hacia el vello que rodeaba la base de mi nabo. Enroscaba sus dedos en él dándome suaves tirones. Cuando se cansó de jugar con mi pelo fue a por mi polla durísima a esas alturas.
Cada caricia suya la notaba en mi columna recorriéndome del glande al cerebro. Su piel suave me llamaba, bajé más sus pantalones por los firmes muslos. Seguí acariciando mas de su cuerpo desplazándome hacia sus nalgas. Sentía bajo mi mano la dureza de los músculos de su culo.
La raja se me abría casi sola. Se me había subido encima y había metido uno de sus muslos entre mis piernas, los pijamas se enredaban y solo nos estorbaban. Así que nos tomamos un momento para librarnos de las ligeras telas. Aunque nos costó separar las lenguas el tiempo suficiente para hacerlo.
Aprovechó para bajar por mi cuerpo. Noté sus labios en mi cuello, su lengua en mis clavículas, los dientes en mis pezones. Humedeciendo mi piel con saliva. Bajando por el vientre clavándose en el ombligo.
Cuando la noté recorriendo el tronco de la polla sólo podía retorcerme. Nunca había sentido tanto placer. Cuando mojó mis huevos de saliva y se los metió en la boca tuve que ahogar mis gritos con la almohada para que nos oyeran en las habitaciones vecinas.
Y no se detenía, separó mis muslos y me lamió el perineo. Me hizo coger las rodillas con las manos y arquear la espalda para poder alcanzar con su lengua el ano. Pasar la húmeda por toda la raja y clavarse en el musculoso aro.
Estaba a punto de romper la almohada con los dientes cuando cubrí mi vientre de semen. Él se limito a recogerlo con la boca lamiendo mi piel guardándolo el tiempo suficiente para besarme con mi lefa. Esta vez la saliva y mi leche, espesas en nuestras lenguas las unían con hilos viscosos.
Cada vez que nos separábamos lo justo para mirarnos a los ojos con ese amor puro de la juventud. Mis manos nunca llegaron a abandonar su cuerpo allí donde alcanzaba, tenia que devolverle el placer que me había dado.
Tenía que saborear su semen aunque también lo deseaba en mi interior. Me decidí y le pedí que me penetrara, que me follara. Mi ano ya estaba bien dilatado por el tratamiento de su lengua.
Lo estaba deseando, notar como su carne dura me abría. Como su glande dilataba mi ano y se metía despacio mirándolo a los ojos con lascivia. Jamás hubiera pensado que me vería así.
Se movía despacio pero firme, con más experiencia de la que yo le hubiera adjudicado. El placer que me estaba dando era algo que nunca había esperado. Pero era mi amigo, mi compañero y ahora mi amante.
Se corrió en mi interior y no por esas se conformó. Teniéndome bien abierto y entregado según sacó la polla se inclinó a lamer mi culo. Y yo seguía gozando. Con dos caricias de su mano volví a correrme.
Esa noche fue la primera que dormimos juntos, abrazados, piel con piel. Eso ha vuelto a repetirse muchas veces. Nunca volvimos a usar pijamas.