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La putita del vecindario (Parte 3)
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Tiempo de lectura: 8 minutos

Después de esa noche inolvidable en la que fui cogida toda la noche por distintos hombres, se me hizo costumbre salir a pasear cada fin de semana en busca de verga. Esperaba que llegara el viernes para vestirme lo más sexy posible, salía ya entrada la noche para que no me vieran mis vecinos, ya que era un tanto incómodo hablar con ellos vestida así, y caminaba algunas calles hasta encontrar algún hombre en busca de sexo.

Algunos días tenía más suerte que otros, pero siempre encontraba por lo menos un macho que me hiciera su putita. Pasé así aproximadamente 3 meses, había mejorado muchísimo mis habilidades para complacer a un hombre pero nunca cobre absolutamente nada, todo lo hacía por gusto y no por dinero.

Un fin de semana decidí descansar, había pasado una semana muy pesada en el trabajo y estaba completamente agotada. Aproveché para dormir durante horas y desperté el sábado cerca de medio día. Desayuné y tomé un baño, me puse un cachetero color turquesa de encaje, un bralette rosa pastel totalmente translúcido y una bata blanca cortita, de satín, con bordados en color rosa. Me unté crema por todo el cuerpo y me puse perfume, el que me quedara en casa descansando no era excusa para dejar de ser femenina y sexy.

Estaba sentada en el sofá buscando que ver en la televisión cuando escuché el timbre. Fui a ver quién era y me sorprendió ver a mi vecino Carlos, quien llegaba con un paquete y una caja de herramientas. Recordé que el dueño de la casa que rentaba me había dicho que cambiarían varias lámparas y que iría un electricista el fin de semana, así que maldecí mi suerte por haber interrumpido mi merecido día de descanso, le dije a Carlos que esperara y me fui a cambiar de ropa, quitándome la bata de satín y cambiándola por una aburrida sudadera negra y un pants deportivo, dejándome la lencería debajo. Fui a abrir la puerta para que pasara mi vecino Carlos, al cual lo saludé disculpándome pues había olvidado que alguien me visitaría el fin de semana.

– “En verdad lo siento, lo olvidé por completo, y me siento más apenado porque es usted vecino, no sabía que era electricista”

– “No se preocupe, siempre sucede. Le prometo que será solo un par de horas y después me voy para que pueda disfrutar su día”, respondió mientras pasaba y cargaba sus herramientas y material de trabajo. Lo veía cargar esas pesadas cajas y trataba de disimular para que no lo notara, pero era inevitable ver ese cuerpo, cada que hacía un movimiento o cargaba algo se le marcaban los músculos y las venas, y no es que mi vecino tuviera un cuerpo atlético, tenía algo de barriga “cervecera” pero una espalda ancha y fuerte, unos pectorales firmes, brazos muy anchos y con los músculos y venas marcados, sus piernas se veían fuertes y llenaban por completo sus jeans, al punto de pensar que iban a reventar cada se agachaba. Con sus más de 1.80 m de estatura y su piel morena, quemada por el trabajo bajo el sol, su sonrisa cálida y su cabello negro, apenas pintando algunas canas, lo hacían extremadamente atractivo. Escuché una voz que me sacó de ese trance que provocaba mirarlo, era Carlos preguntándome si podía iniciar.

– “P… p… perdón vecino, estaba distraído. Claro que puede empezar, cuando usted guste”.

– “Gracias, pero quiero pedirte un favor, dime Carlos, eso de decirnos ‘vecino’ me incomoda, me gusta saber que hay confianza. ¿Tú cómo te llamas?”

– “Adrián” respondí sonriendo.

– Pues un gusto Adrián, creo que es la primera vez que hablamos después de tanto tiempo viviendo aquí, y pues empezaré con mi trabajo, solo que por un par de horas tendré que dejarte sin electricidad para poder trabajar”

– “Claro, no se preocupe veci… digo, no te preocupes Carlos”

– “Así es mejor, bien, espero no tardar mucho tiempo”, dijo dirigiéndose a la caja de fusibles ara cortar la corriente y se dispuso a trabajar en la sala.

No tenía idea de qué hacer para pasar el tiempo, así que fui por una cerveza, me senté en la sala y revisé mi Facebook. Fue muy difícil no voltear a ver a Carlos mientras trabajaba. Veía como subía y bajaba de la escalera, quitando las lámparas anteriores y colocando las nuevas, así que al terminar mi cerveza fui por otra y traje una para él, me agradeció y empezamos a platicar, así que por fin podía verlo fijamente sin arriesgarme a que se diera cuenta o se molestara. Hablamos de cosas triviales, esa pequeña charla que siempre se tiene con alguien que apenas se está conociendo en la que no se dice nada, pasaba el tiempo y tomamos algunas cervezas más en lo que terminaba de trabajar en la sala, la cocina y el baño. Carlos resultó ser una persona muy simpática y agradable, se sentía en confianza y empezó a contarme acerca de su familia, de cómo era la vida con su esposa y que desde hace algunos años, cuando llegó el primer hijo, su relación había empeorado.

– “Y dime Adrián, ¿tienes pareja? ¿vives aquí solo?”

– “No, no tengo pareja, pero así es mejor, puedo salir sin tener que rendirle cuentas a otra persona, pasarla bien, creo que por ahora así estoy bien”

– “Eso sí, y después del día que platicamos afuera de mi casa he visto que sales muy seguido, seguro que te diviertes mucho”. El rostro de Carlos y el mío cambiaron después de que dijo eso, se hizo un silencio incómodo que duró unos segundos, pero se sintió eterno.

– “Disculpa Adrián, no quería incomodarte. Voy a terminar rápido y me voy”

– “No te preocupes, solamente me sorprendió que lo recordaras, además que pensaba que últimamente nadie me veía cuando salía por las noches”

– “Es difícil ignorar el sonido de tus tacones cuando pasas frente a mi casa, y espero que no te moleste lo que voy a decir, pero la verdad espero cada fin de semana para verte pasar, como te dije ese día, te ves muy guapa. Fue muy raro no verte pasar anoche”. No esperaba que dijera eso y me sonrojé de inmediato, mirando hacia abajo mientras sonreía. “No te preocupes, no le diré a nadie lo que sé pero me imagino que más de uno ya tiene una idea bastante clara de qué haces cada fin de semana”

– “Gracias Carlos, no me imaginaba que alguien me mirara desde su ventana. Y pues sí, he salido cada fin de semana y la paso muy bien, pero a veces también hay que descansar. Y dime, ¿qué piensan que hago cada que salgo por las noches?”.

– “Pues… no quisiera decir algo que te ofenda Adrián, pero pareciera que tienes un segundo empleo por las noches, tu “uniforme de trabajo” y tu horario hacen pensar eso”. Cuando lo escuché no pude evitar reír.

– “En eso tienes toda la razón, pero por difícil que sea creerlo, no es un trabajo, solo salgo a divertirme. Y puedes decirme Adriana, de todas formas ya sabes qué es lo que hago y cuáles son mis gustos, así que no le veo caso a seguir fingiendo que me gusta que te refieras a mí como Adrián.” Mientras bajaba de la escalera, me acerqué a él y lo vi fijamente a los ojos diciéndole:

– “¿Sabes? Antes de que llegaras estaba usando algo distinto a esta sudadera, y como ya no tiene caso seguir fingiendo que no conoces lo que hago, creo que es mejor que me deshaga de esto y vuelva a la ropa que me gusta, ¿te molesta si lo hago?”

– “Para nada, estamos en tu casa Adriana. Tú ponte cómoda y yo sigo trabajando en el cuarto de lavado.” Tomó sus cosas y me dejó sola, fui corriendo a mi recámara y, nerviosa, me deshice de la ropa de chico para quedarme en mi ropa interior de chica. Quería verme casual así que solo tome la bata blanca de satín, me maquillé muy natural lo más rápido que pude, tomé una peluca de cabello castaño, largo y lacio, y otro toque de perfume para acentuar el aroma. Salí aún nerviosa pero decidida y fui a encontrarlo al cuarto de lavado, en donde ya estaba por terminar.

– “Hola Carlos, soy tu vecina, Adriana, es un gusto por fin conocerte.” La expresión de Carlos no tenía precio. Me recorrió de los pies a la cabeza con la mirada, boquiabierto, y bajando de la escalera se acercó a mí.

– “Vaya, te ves espectacular, ojalá así me hubieras recibido cuando llegué y no cuando ya casi termino y estoy por irme. En verdad eres guapísima”

– “Gracias Carlos, esto estaba usando antes de que llegaras, y si hubiera sabido que lo tomarías tan bien, créeme que así te hubiera recibido. Ya será la próxima vez que vengas a tomar una cerveza y a platicar conmigo”

– “Pues será para la próxima Adri, yo con gusto de volver a visitarte. Ahora, ¿podemos ir a tu recámara?” Estaba sorprendida de que me lo pidiera pero honestamente desde que lo vi llegar no había sacado esa idea y ese deseo de mi mente. Le sonreí, me acerque a él, y pasando mis manos detrás de su cabeza para abrazarlo le dije: “Pensé que nunca me lo pedirías”, y le di un pequeño beso en los labios. Sin decir una palabra, me tomó por la cintura y me plantó un apasionado beso en la boca.

Nos fundimos en un delicioso beso, Carlos pasaba sus manos por mi espalda, mi cintura, llegando hasta mi trasero, mientras yo recorría sus brazos fuertes y su espalda ancha, me acercaba a su pecho y sentía su aroma a hombre. Carlos se agachó un poco, me tomó por las piernas y sin dejar de besarme me cargó, caminando hacia mi recámara, donde se sentó en la orilla de la cama. Me quitó la bata y me pidió que diera una vuelta para verme mejor, y a juzgar por el bulto en sus pantalones le gustaba lo que veía. Se quitó las botas de trabajo y la playera y me ordenó que me acercara a él y le quitara el pantalón. Yo estaba completamente hipnotizada por ver su cuerpo, sudado, fuerte, y me acerqué para arrodillarme frente a él, desabrochando su pantalón y bajándolo hasta sus tobillos para sacarlo por completo. Sus piernas eran tan fuertes y musculosas como sus brazos, muy velludas, y la joya de la corona era ese bulto prominente en su bóxer.

Acerqué mis nariz a su bulto e inhalé profundamente, ese aroma me encantaba y quería dejarlo grabado en mí para siempre. Bajé lentamente su bóxer y, sin decir nada, Carlos me tomó con una mano por detrás de la cabeza y con la otra tomó su pene completamente erecto, pegándolo en mis labios. Abrí la boca y lamí lentamente la punta mientras volteaba a verlo y tomaba su pene con mis manos. Era bastante grueso y necesité ambas manos para tomarlo desde la base hasta la punta, adornado con unos vellos abundantes y largos, tanto en la base como en sus huevos.

Seguí jugando con mi lengua alrededor de su cabeza, haciendo pequeños movimientos circulares para después pasar mi lengua de abajo hacia arriba, recorriendo por completo el largo de su pene. Escuchar los suspiros y gemidos de Carlos me hicieron acelerar el ritmo, pero me detuvo y se acostó en mi cama.

– “Ven Adri, acuéstate encima de mí para saborear ese culito”. Me levanté, me quité el cachetero y subí a la cama, pasando cada pierna al lado de su cabeza, dejando mis nalgas a la altura de su cara para después inclinarme hacia su pene para seguir mamándosela.

Me besó y manoseó las nalgas a su antojo cuando de pronto sentí su áspera, húmeda y caliente lengua pasar por mi hoyito. No pude evitar gemir, introduciendo más su pene dentro de mi boca, mientras sentía como con una enorme habilidad Carlos me comía el culito. Escupía, pasaba su lengua de arriba abajo, abría mis nalgas para meterla un poco, volvía a escupir y metía un lentamente un dedo, después dos, masturbando mi anito para que se dilatara. Yo estaba perdida en un éxtasis total, sintiendo como me hacían el mejor sexo oral de mi vida mientras su verga se endurecía cada vez más y palpitaba dentro de mi boca. Me dio una nalgada y me pidió que me levantara.

– “Me encanta como la chupas Adri, y me encanta comerte ese culito apretado, pero ya es momento de que te entierre la verga”, e intentó pararse pero lo empujé suavemente para volver a acostarlo.

Me senté de nuevo sobre él, esta vez sobre su abdomen y viéndolo de frente, escupí en mis dedos y unté esa saliva en mi hoyito, dirigí mi mano hacia su verga, la tomé y la puse en la entrada de mi ano, introduciendo solo la punta, para después dejar caer mi peso mientras me sentaba sobre ella, haciendo que entrara poco a poco, hasta tenerla completamente dentro de mí. Me quedé un momento así mientras lo veía, me encantaba la imagen de ese hombre, mi vecino, con ese cuerpo que me fascinaba, acostado en mi cama, con su verga completamente erecta dentro de mí. Empecé a moverme hacia arriba y hacia abajo, cabalgándolo, coloqué mis manos sobre su pecho mientras seguía con el movimiento y sus manos apretaban mis nalgas. Cuando decidió que era suficiente, me levantó sacando su verga y me acostó a su lado, boca arriba, para moverse rápidamente y colocarse entre mis piernas. Las separó y las colocó sobre sus hombros para meterme de nuevo su durísima verga, que en esta ocasión y gracias a la posición en la que estábamos, la sentía aún más grande y mucho más adentro de mí.

Carlos siguió moviéndose mientras yo no paraba de gemir, manoseaba mis piernas para después pellizcar mis pezones sobre el bralette, lo cual me derretía. Quitó mis piernas de sus hombros y las abrió para colocarlas a su costado, e inclinándose sobre mí me besó, metiendo su lengua a mi boca, aún con el sabor de mi culito en ella. Se veía que tenía mucho tiempo sin coger, y yo sentía que no era solo sexo. Pensé qué imbécil era su esposa por desaprovecharlo, pero agradecí que lo hiciera pues así podía sacar esas ganas conmigo. Mientras gemía le repetía una y otra vez lo mucho que me gustaba, que me encantaba cómo me cogía y que no parara, lo cual hacía que aumentara el ritmo de sus embestidas, hasta que me la clavó por completo y besándome se vació dentro de mí. No pude evitarlo y también terminé junto con él, llenándole el abdomen de semen. Carlos me la sacó, se acostó a un lado de mí, y limpié mi propio semen de su abdomen con mi lengua, saboreando su sudor, para después acostarme a su lado, con mi cabeza sobre su pecho mientras me abrazaba.

– “¿Sabes? Cuando te pedí que viniéramos a tu recámara era para cambiar la última lámpara, pero tengo que confesarte que me sorprendiste, esto fue mucho mejor” Nos miramos y no pudimos evitar reír.

– “Voy a apresurarme para terminar porque ya me tardé mucho, pero estuviste increíble Adri. Los fines de semana mi esposa se va con mis hijos a visitar a su familia, ¿qué te parecería repetirlo cada que se pueda? ¿Qué dices, quieres ser mi putita?”

– “¡Por supuesto que sí Carlos! Voy a ser tuya cada que me lo pidas y haré lo que tú quieras”

Carlos se levantó, tomó su ropa y se vistió, fue por sus herramientas y terminó de trabajar mientras yo me vestía de nuevo, observando cada movimiento que hacía desde mi cama. Terminó, tomó sus cosas y me dio un beso para despedirse de mí, saliendo hacia su casa. Yo estaba feliz, había tenido el mejor sexo de mi vida (hasta ese día), pero aun así no me sentía satisfecha, quería más. Estaba atardeciendo y busqué mi atuendo para esa noche, las calles que recorría cada fin de semana y esos hombres deseosos de una putita como yo no se podían quedar solos.

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