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La putita de don Julio (Parte 1)
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Tiempo de lectura: 5 minutos

Al mudarme a la Ciudad de México tenía miles de opciones para poder salir vestida como la nena que siempre me he sentido. Llevaba ya varios años vistiéndome, perfeccionando mi estilo, mi maquillaje, mi forma de comportarme, sin embargo no sentía la confianza para salir a la calle a un lugar con muchas personas, sentía pavor por encontrarme a algún conocido, así que salía por las madrugadas (cerca de las 4 a.m.) cerca de mi casa, cuando sabía que no había gente en las calles.

Se había convertido ya en algo rutinario, despertar para vestirme y arreglarme lo más rápido posible, salir cuidando que mis vecinos no se dieran cuenta, y caminar algunas calles cerca de donde vivo. Mis salidas al principio eran breves pero después duraban cerca de una hora, siempre con más confianza para llegar más lejos. Me encanaba llegar a un pequeño parque, ahí encendía un cigarro y me tomaba algunas fotos, admirando siempre el atuendo que había escogido. Me gustaba salir muy sexy pero de a poco cada vez me vestía más puta, cualquiera que llegó a verme al pasar en su coche mientras caminaba seguro pensó que me prostituía y más de uno se acercó a preguntar pero nunca me animé, hasta después de conocer a Don Julio.

Frente al parque había un pequeño edificio de oficinas que cada noche cuidaba un guardia, Don Julio. Era un tipo más que maduro, calculo que tendría unos 70 años, ganándose la vida cuidando ese lugar. Nunca me percate de él ni he sabido cuántas veces me vio llegar vestida tan provocativa. Lo conocí la noche de un viernes que llegué como de costumbre al parque, llevaba unos 15 minutos caminando de un lado a otro, hipnotizada por el sonido de mis tacones. Ese día vestía una falda en corte A de color mostaza tan corta que si me agachaba un poco enseñaba media nalga, un bralette de color blanco y una blusa blanca, transparente, que dejaba ver completamente el bralette, un bolso negro a juego con mis botines negros con tacón alto. Como siempre no faltaba mi peluca de cabello largo y lacio y un perfume delicioso, me gustaba cuidar cada detalle.

Estando en el parque me senté en una banca y saqué un cigarro, me llevé uno a los labios y buscaba el encendedor dentro de mi bolsa pero nunca lo encontré. Estaba dispuesta a seguir caminando cuando escuché unos pasos detrás de mí al voltear vi a un señor alto, moreno, vestía una camisa azul cielo, pantalón y zapatos negros. Por las arrugas de su rostro y sus canas calculaba tendría unos 70 años. Cuando lo vi me quedé congelada y no supe que hacer mientras lentamente, a su paso, se acercaba a mí.

– "Buenas noches señorita, veo que hoy olvidó su encendedor. Todas las noches cuando viene por aquí la contemplo y me fumo un cigarro desde allá adentro, pero hoy no podía dejarla sin su gusto de todos los días. Déjeme encender su cigarro y así me hace compañía un minuto, soy el guardia de este edificio de enfrente, puedes llamarme Don Julio. Pero anda, acércate sin miedo y dime, tú como te llamas linda?"

– "Adriana" le dije mientras se acercaba a encender mi cigarro. Era la primera vez que me detenía a platicar con alguien en mis paseos nocturnos y estaba nerviosa, pero dispuesta a seguir con esa experiencia.

– "Mucho gusto Adriana, ¿te incomoda si me siento contigo? No me vas a dejar fumando solo después de tantas noches que, aunque tu no lo supieras, hemos disfrutado juntos de un cigarro. Nunca quise incomodarte y solo te veía desde dentro del edificio, siempre admiro lo linda que te vez y hoy no es la excepción" me decía mientras se sentaba a un lado mío.

No pude evitar sonrojarme y sonreír tímidamente; estaba nerviosa y consternada pues nunca imaginé que alguien me observara cada noche.

– “Espero no incomodarte, pero siempre que pasas por aquí despiertas mi curiosidad. La primera vez que te vi fue porque estuché unos pasos en tacones, al principio pensé que trabajabas aquí por las noches pero he visto como rechazas a quien se acerca a ti”

“Así es, aunque la verdad tengo que decirte que no soy mujer, soy travesti. Me gusta salir para sentirme libre pero aún no me atrevo a ir a lugares con mucha gente”

– “Lo sé, solo una chica como tú se esmeraría tanto por arreglarse para salir a un parque vacío por las madrugadas. Y pienso que eres aún más linda que una mujer, definitivamente más linda que las que trabajan en estas oficinas. Pienso que si te dedicaras a lo que muchos se imaginan tendrías miles de clientes”

“Muchas gracias Don Julio, la verdad me da pena aceptar que sí lo he imaginado, pero nunca he tenido relaciones con un desconocido. No sabría qué hacer.”

“Pues yo agradezco que vengas por aquí, eres lo mejor de mis largas noches en vela. Tengo que confesarte que no puedo dejar de mirarte, y cada que estas aquí me caliento mucho. Imagínate, a mi edad, teniendo una erección todos los días gracias a ti” Dijo riendo mientras dejaba caer su mano en uno de mis muslos, apretándolo.

Quedé helada y no sabía qué hacer, darme cuenta que alguien se calentaba tanto conmigo me estaba excitando, y el suave masaje de su mano firme y callosa en mi pierna me empezaba a calentar, así que lo dejé seguir. No apartaba la vista de mis piernas y cada vez se atrevía a tocar un poco más. Me di cuenta que su pantalón empezaba a levantarse, se le estaba poniendo durísima, no dejaba de ver como crecía aprisionada ahí dentro, tratando de escapar.

“¿Segura que solo sales para ‘sentirte libre’? A mí se me hace que sales a buscar clientes, aunque digas que no. Dime, cuánto me cobras por una mamada?” Aparte su mano de inmediato viéndolo fijamente, no podía creer lo que me acababa de decir pero lejos de incomodarme terminó de calentarme. Me levante de golpe quitando su mano de mi pierna, casi gritándole.

“Don Julio!! Me ofende, ya le dije que no soy puta, yo no cobro por una mamada” Y me hinqué frente a él, mis manos se apresuraron a desabrochar su pantalón y liberar su pene duro y palpitante, era de tamaño promedio pero tan grueso que apenas podía cerrar mi mano alrededor de él. Miré hacia arriba y Don Julio estaba sorprendido, con los ojos enormes, denotando una calentura incontenible. Sin apartar la vista bajé lentamente hasta llegar a la punta de su pene y le di una pequeña lamida. Tenía un olor fuerte a macho, sudor y orina que no sabía por qué pero me excitaba demasiado.

Envolví su gorda cabeza con mis labios mientras mi lengua jugaba en círculos alrededor de ella, la sacaba en ocasiones para lamerla desde sus huevos y hasta la punta, llenándola de saliva, sin dejar de verlo a los ojos, para después volver a meterla en mi boca, cada vez un poco más profundo.

Él se dejaba hacer, solo puso una mano sobre mi cabeza con la que guiaba la velocidad de mi mamada, en ocasiones me jalaba hacia él con tanta fuerza que me obligaba a meterla hasta mi garganta, y me dejaba ahí, con la verga bien enterrada, sin poder respirar, hasta que él lo decidía.

Yo seguía su ritmo mientras el disfrutaba de mi boca cálida y húmeda, estuvimos así cerca de 15 minutos hasta que me separó de su verga, se puso de pie y dijo “Abre bien la boca putita”, vaciando su semen caliente y espeso sobre mí, logrando entrar la mayoría en mi boca y el resto cayendo sobre mi rostro. Terminó de sacudir as últimas gotas golpeándome en los labios con su verga que aún estaba dura, sonriendo, satisfecho.

“Eso fue delicioso, se veía que eras una putita buscando verga por más que lo negaras, pero tengo ganas de probar tu culito. Quiero que vengas mañana, llega más temprano y vístete más sexy, yo vendré por ti”. Se acomodó el pantalón y así sin más se fue a su edificio.

“Si Don Julio, como usted diga”, fue lo único que atiné a decir antes de que se fuera, dejándome sentada en el piso del parque, con el maquillaje corrido y semen espeso sobre mi rostro.

Regresé a mi casa, ya casi amaneciendo, caminando sonriente y con semen sobre mi rostro, encontré a varias personas en el camino, me miraban descaradamente y con lujuria, ya no me importaba que me vieran, lo disfrutaba. Llegué a casa y me acosté pensando en lo que había pasado, no dejaba de sentir su aroma a macho, el palpitar de su pene gordo en mi boca y el salado sabor de su semen. Estaba claro que a partir de ese día sería su putita.

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