Al día siguiente desperté aún con su sabor en mi boca, no podía apartar su recuerdo de mi mente y me inundaba un deseo enorme por ser suya.
Me bañé y no pude evitar meterme un par de dedos en el culo mientras jugaba con mis pezones, recordando la deliciosa verga de Don Julio, imaginando cómo me haría suya esa noche. Al terminar salí, tomé un desayuno ligero y empecé a buscar el atuendo que usaría, pero aunque tenía una buena variedad y toda muy sexy nada me parecía suficiente para la ocasión. Quería algo que, con solo verme, gritara a los cuatro vientos que era una puta que solo sirve para dar placer a su macho.
Salí a buscar algo más adecuado para cumplir con mi objetivo, fui a una sex shop y escogí un disfraz de colegiala que era perfecto para lo que tenía en mente. Aproveché para comprar un lubricante, una lavativa y un buttplug, quería estar completamente preparada para él.
Regresé a casa a descansar otro poco pues me imaginaba que mi noche sería muy larga. Cerca de las 8 de la noche empecé a prepararme, abrí una botella de vino rosado y puse mi playlist favorita, me pude la lavativa y ya después de dejarme el culito bien limpio me bañé y usé unas cremas con brillos y bastante aroma. Me pinté las uñas de manos y pies con un esmalte color blanco, y empecé a vestirme. El disfraz que compré era super sexy: un par de medias de red blancas que me llegaban a medio muslo, adornadas con unos moños rojos en la parte trasera; una diminuta tanga blanca que por delante apenas y cubría mi pequeño pene y por detrás desaparecía por completo enterrada entre mis nalgas; una pequeña falda tableada, a cuadros negros con rojo, que apenas y cubría mis nalgas, con unos cortes a la altura de cada pierna por la parte delantera que hacía que mis piernas quedaran completamente al descubierto cada que daba un paso; un pequeño top blanco que se sujetaba por un nudo en la parte frontal, que a pesar de mi falta de senos se veía espectacular y marcaba mis pequeños y duros pezones. Me hice un maquillaje muy cargado y escogí mi peluca rubia, ondulada, y unos tacones blancos, quería verme completamente putita. Por último pero no menos importante, tomé el buttplug, le unté un poco de lubricante y lo metí en mi culito, sintiendo como mi cuerpo se estremecía de placer.
Al mirarme en el espejo veía a una nena muy jovencita, pero completamente puta, que nadie podría respetar. Parecía más un objeto creado para satisfacer hasta los más degradantes deseos de los hombres que una mujer, y eso me encantaba. Había terminado ya de vestirme y también había terminado con la botella de vino cuando decidí que era tiempo de empezar la noche. En una pequeña mochila puse unos condones, el lubricante, algo de maquillaje por si necesitaba retocarlo, mis cigarros y algo de dinero. Eran las 10:15 de la noche cuando salí de casa.
Al salir por la puerta me di cuenta que aún era muy temprano y, siendo sábado, algunos de mis vecinos estaban fuera de sus casas con sus amigos, platicando y tomando cerveza. Me sentí nerviosa al verme en esa situación pero el vino que me había tomado y mi excitación hicieron que lo olvidara rápidamente. Respiré profundamente y me dije “eres una putita y esta noche por fin aceptarás que siempre lo has sido, que lo sepa todo el mundo”, y caminé haciendo sonar mis tacones sobre el asfalto. Sentía las miradas a cada paso que daba, escuchaba chiflidos y cómo me gritaban piropos y obscenidades, lo que me hacía sentir que en verdad había hecho un buen trabajo. Algunos coches se me acercaron a preguntarme cuánto cobraba por mis servicios, pero solo les sonreía y les decía que ya estaba ocupada, por el momento no podía aceptar si eso significaba dejar esperando a mi macho. Pronto llegué al parque y me senté en la misma banca que el día anterior, encendí un cigarro y esperé pacientemente a Don Julio. Casi terminaba de fumar cuando él llego, se sentó a mi lado y me clavó su mirada.
– “Hola Adriana, qué rica te ves hoy, nunca habías usado algo tan atrevido” me decía mientras su mano acariciaba mis piernas. “¿Me modelarías un poco para verte mejor?”
Me levanté y empecé a modelarle, caminando frente a él iba y venía, moviendo las caderas, levantando las nalgas, subiendo un poco mi falda para mostrarle mi trasero. Cada que pasaba frente a él le mandaba un beso o me lamía un dedo, guiñándole un ojo. Para las otras tres personas que se encontraban en el parque (3 hombre ya muy maduros paseando a sus perros) el espectáculo debió ser impresionante.
– “Muy bien Adriana, eres toda una putita y estás deliciosa. Ven, acompáñame.” Don Julio se levantó, me tomó por la cintura, y abrazándome caminamos hacia el edificio donde trabajaba.
Entramos a la caseta de vigilancia y había una pequeña puerta, la abrió y me hizo pasar, era un pequeño cuarto donde solo había un sofá cama, un pequeño refrigerador, microondas, cafetera, y un pequeño televisor, tenía un sanitario separado solamente por una cortina. El lugar estaba sucio, descuidado, oliendo a café, cigarro y sudor, y eso en cierta forma me excitaba. Don Julio cerró la puerta tras él, se acercó por detrás de mí y me abrazó, clavando en mis nalgas su pene erecto, aprisionado por su pantalón. Hizo mi cabello a un lado y empezó a besar mi cuello mientras me manoseaba las piernas y el trasero, para después voltearme y plantarme un beso en los labios, devorando mi boca agresivamente y metiendo toda su lengua. No pude evitar gemir mientras sentía como mis fuerzas desaparecían por completo y me entregaba a él.
-“Parece que te gusta putita, y espera a que empiece lo bueno. Hoy me tomé una de esas pastillitas para tenerla más dura, no iba a desaprovechar una noche con una nena como tú.” Terminando de decir esto me empujó hacia abajo hasta quedar de rodillas frente a él, se bajó el pantalón y antes de bajar su ropa interior hizo una pausa, me vio a los ojos y me dijo: “Pídeme que te de verga”
Sus palabras me hicieron estremecer, estaba ahí vestida como toda una puta, de rodillas frente a un viejo pervertido, en un lugar sucio, viendo de frente su pene erecto atrapado bajo su ropa interior, con un olor penetrante a sudor y a macho. No pude más y tomándolo de las manos lo miré fijamente a los ojos y dije:
– “¡Por favor papi, dame tu verga! Quiero chupártela completa, desde la pase hasta la punta, lamer lentamente cada centímetro, chupar tus huevos peludos, sentir como me ahogas cuando me metes todo ese trozo de carne en la boca. Quiero que me penetres, que me entierres tu verga dura y deliciosa en mi culito, que me hagas cabalgarte o me pongas en cuatro como la perrita que soy, quiero que abuses de mi culito cerrado y me hagas gritar de placer, quiero que me llenes de tu semen calientito, que me dejes el culo escurriendo, que me llenes la cara, que me hagas comerlo todo, lo que tu decidas. Quiero ser tuya, complacerte en todo lo que me pidas. Por favor Don Julio, quiero ser tu putita”
– “Así me gusta, putita” Respondió Don Julio y sacó su pene.
Empecé a mamar de inmediato, primero le di unos cuantos pesos y pequeñas lamidas en la punta del pene, para jugar con mis labios desde la punta hasta la base. El olor a sudor y a macho combinado con la situación me tenían súper caliente. Metí lentamente su cabeza en mi boca y mientras apretaba con mis labios, mi cabeza iba de adelante hacia atrás, y mi lengua jugaba suavemente, arrancándole unos suspiros y gemidos de placer. Sentí sus manos detrás de mi cabeza y lo dejé dirigirme. Me empujaba hacia su verga cada vez más fuerte y más profundo, dejándola clavada en mi garganta, haciéndome salivar tanto que escurría y escapaba de mi boca. Se sentó en el sofá y me hizo una seña para acompañarlo, quedé empinada en cuatro a un lado suyo con mi cara entre sus piernas mamando su verga y mi culo al aire. Empezó a tocarme las nalgas y al encontrarse con el juguetito que tenía metido en el culo empezó a sacarlo y meterlo, dilatando mi hoyito.
Habían pasado unos quince minutos y yo estaba en el cielo chupándole el pene mientras masturbaba mi hoyito cuando sacó el juguete, hizo a un lado mi cabeza y se levantó. Me incliné por mi mochila y saqué el lubricante y los condones y se los di, a lo que él se rio y me contestó.
– “Se nota que venías preparada putita, pero ni pienses que voy a usar eso contigo. Quiero que te quede bien claro que tú eres mía y que puedo hacer contigo lo que quiera, además me pediste que te llenara el culo de semen, ¿o no?”.
– “Si papi, haz conmigo lo que quieras, soy tuya”.
Dejó los condones de lado y me tiró de espaldas sobre el sofá, me quitó la tanguita y abrió mis piernas, se escupió en la mano para después embarrarme toda su saliva en el hoyito y puso su verga en la entrada, presionando suavemente. Sin dejar de mirarme a los ojos empezó a enterrarme su verga dura y caliente, mientras me sostenía con sus manos de los tobillos. Sentía como se abría paso lentamente, palpitando dentro de mí, mientras mi culito estrecho la apretaba como para no dejarla escapar. Finalmente entró toda y sentí como sus huevos peludos chocaban con mis nalgas, gemí muy fuerte y me mordí el labio mientras cerraba los ojos: estaba en el paraíso.
– “No pensé que fueras tan apretadita”, me dijo Don Julio riendo. “Se ve que te gusta tenerla bien adentro, eres una puta muy golosa”
– “Si papi, me encanta que me la claves toda completa, cógeme papi”.
Y empezó a bombear, entraba y sacaba lentamente su verga, casi por completo, haciéndome sentir cada pequeño borde, casi cada vena. Respiraba fuertemente sin quitarme la mirada de encima, sonreía al ver mi rostro sonrojado, con una expresión de satisfacción, mojado por las gotas de sudor que escurrían de su frente. Intenté tocarme mi diminuto pene para masturbarme a lo que él respondió alejando mi mano y dándome una pequeña cachetada me dijo: “Eres una putita, MI PUTITA, y si te vas a correr tienes que hacerlo como toda una nena, siendo cogida por tu hombre”. Esto me excitó más aún, lo tomé por detrás de la cabeza y lo incliné hacia mí para besarlo apasionadamente.
Sentí como aceleraba el ritmo y me clavaba su verga cada vez más profundo, de pronto la ensartó por completo y con un gemido muy fuerte vació su semen dentro de mí. Sentí cada palpitar de su verga al vaciar chorros de semen caliente, sentí como me llenaba por dentro y sobre todo, sentí que en ese momento ya era suya. Sacó su verga aún un poco dura y se sentó, mientras me ordenó que se la mamara de nuevo.
Me puse de rodillas frente a él y empecé a limpiar su pene con mi lengua, saboreando esa mezcla del sabor de mi culo y su semen. Sentí como de pronto su semen escurría de mi culito y resbalaba sobre mis piernas, lo tomé con mis dedos y me lo comí. Era tan delicioso como lo recordaba. Seguí mamando y de pronto su pene ya estaba tan duro como antes, escupí un poco sobre la punta y me senté sobre sus piernas, me ensarté su verga en un solo movimiento y empecé a cabalgarlo. Don Julio apretaba mis nalgas y chupaba mis pezones que quedaban justo frente a él. Yo subía y bajaba, me movía hacia adelante, hacia atrás, despacio y luego más rápido. Así pasaron unos 20 minutos hasta que me levantó, me puso en cuatro sobre el sofá y me la clavó de nuevo. Se movía rápidamente, agitado, tomándome de la cintura y nalgueándome de vez en cuando. Yo estaba en un éxtasis total. De pronto, y sin esperarlo, empecé a correrme. Pequeños chorros de semen caían sobre el sofá mientras gritaba de placer y apretaba más el culito.
Sentía un inmenso placer y además era feliz al saber que por fin había encontrado a un macho que me tratara como la putita que siempre fui. Don Julio me sacó de mis pensamientos cuando se apartó, me puso de rodillas y empezó a correrse en mi cara. Tomé su abundante semen con mis dedos y lo llevé a mi boca, no me cansaba de ese delicioso sabor de mi macho.
Se sentó agitado, viéndome de rodillas en el piso saboreando cada gota de semen. Estaba llena de sudor, con el maquillaje corrido, agitada, sonrojada, feliz. Me ordenó limpiar con la lengua el semen que había caído en el sucio sofá y me sentó sobre sus piernas, manoseándome y besándome.
– “Estuviste increíble putita, pero ahora tienes que irte. Recoge tus cosas y sal, te espero por aquí el próximo fin de semana, sabes que eres mía”.
– “Gracias por hacerme tuya papi, aquí estaré siempre que tú quieras”. Me dio un beso en la frente y me levanté, me puse la tanga y me acomodé un poco la ropa. Retoqué un poco mi maquillaje y volví caminando a casa. Por fin me había convertido en la mujer que quería ser, en la putita que quería ser, y solamente sería el primer paso de un largo camino.