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La puta que me amó
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Tiempo de lectura: 9 minutos

Todo comenzó una semana de Acción de Gracias, una fiesta típica de este país. Era la primera fiesta familiar en la cual me encontraba a solas, pues mi hijo se había ido con mi hermana a Italia a conocer a la familia de nuestro padre y Kashira a quien vemos como nuestra hermana, también los acompañaba. El luto que había vivido meses atrás se terminó con una follada que nos dimos con Grace, una rubia mexicana con la que siempre nos habíamos gustado y, por cuestiones del destino ella por esos meses se había divorciado y propició ese momento.

Llegaba a mi casa y mi rutina era la de escuchar algo de música y tomarme un par de whiskeys y dormitar temprano y despertar también temprano y comenzar un nuevo día. Mi amigo José era el que se encargaba de ponerle sazón a mis días, pues era el que me incitaba a salir, ir a los clubs de baile, lugares donde abundaban las chicas en busca también de aventuras y muchas veces me le uní y por él tuve algunas buenas experiencias. También él fue quien se encargó de hacerme llegar una revista de las chicas fáciles de la zona y es como conocí a la hermosa Karina.

Aquella revista era del mismo papel de los típicos periódicos de entonces y solamente la primera página y la última eran a colores. Ojeé entre las páginas y encontré esta fotografía que solo mostraba un escultural cuerpo, pero que ocultaba el rostro de la chica. Se decía llamar Karina y que tenía la edad de 22 años. También daba información de sus medidas, pero en el momento yo no le puse atención pues de solo ver aquella imagen en blanco y negro, era suficiente para saber que tenía un cuerpo sensual de los que a mí me llaman la atención. Tuve esa revista por semanas y siempre buscaba ese mismo anuncio porque me atraía mágicamente su cuerpo el cual no aparecía totalmente desnudo, vestía un bikini, que te dejaba imaginar libremente lo demás.

Aquella semana me la había tomado libre completamente. Fui a dejar a mis hermanas e hijo al aeropuerto y luego cuando siento ese olor de la soledad, las sombras de una potencial depresión me recordé de mi amigo José, pues él a pesar de ser casado y tener una familia, se daba la libertad de explorar y tener experiencias con mucho riesgo a perderlo todo. Y eso me empujó a tomar el paso de llamar a aquella chica esa semana. Lo había intentado antes, pero ella no contestó y aunque le había dejado mensajes, ella nunca había regresado las llamadas. Pensé: -Lo más probable no conteste y solo escucharé su nota grabada que ya me había aprendido de memoria. Recuerdo, me gustaba su acento en un inglés fluido y claro que tal parecía el de una locutora de la radio. Llamé sin esperar contestación, pero para mi sorpresa contestó:

-Aló… soy Karina… ¿En qué te puedo ayudar?

-Hola… mi nombre es Tony y te hablaba porque encontré tu anuncio.

-Ah… muy bien, mi tarifa es esa. ¿Cuándo desea venir?

-¿Estarás disponible en una hora?

-En este momento me encuentro en la estética, pero si se quiere arriesgar, yo creo que estaré disponible en hora y media. ¿Qué le parece a las 6:00 p.m.?

-¡Está bien! Yo llego a esa hora.

Su tarifa era de $400.00 dólares por hora, un precio bastante elevado en los años finales de la década de los noventa. Por ese tiempo sabía cómo encontrarle remedio y desahogar toda esa presión que acumulaba, pero también tenía la libertad económica de darme estos gustos sin compromiso alguno. Ella me dio su domicilio y era una área de gente que podía pagar esos lugares, zonas exclusivas donde nunca se va encontrar basura en las calles y jardines minuciosamente cuidados. Llegué y toqué el timbre del apartamento que ella me dio y no hubo respuesta. Le llamo de nuevo y ella contesta pidiendo disculpas y me dijo que llegaría en tres minutos. Yo esperaba a la entrada de los apartamentos y con los minutos veo llegar este vehículo Mercedes Benz y veo a una chica cuyo rostro era lindísimo y solo pensé: -Solo espero sea la tal Karina. -Ella con los minutos me llamó diciendo: Toca el timbre otra vez, para hacerte pasar.

Hay un intercomunicador y se vuelve a disculpar y escucho que de una forma de vibración eléctrica la puerta se abre. Paso por los pasillos del apartamento y veo cámaras por doquier, algo que en esos años no era muy común. Llego al número de apartamento que me dio y se abre la puerta y esta chica muy hermosa me recibió con un abrazo y un beso. Me ofreció algo de tomar, lo cual lo rechacé cordialmente y luego ella me encaminó hacia una habitación donde entraba mucha luz. Aquella habitación era de techos elevados y delicadamente decorada. Karina estaba completamente vestida de un atuendo color turquesa y llevaba un chaleco de cuero de color gris oscuro y calzaba botas de buen tamaño de tacón pues por la zona se presagiaba el invierno. Ella me dijo: -Ponte cómodo.

Por aquellos días no tenía mucha experiencia tratando con prostitutas, hasta ese punto de mi vida en los primeros años de mi tercera década de vida, esta era la segunda chica de paga con la que me involucraba. Tenía un rostro difícil de descifrar entre lo virginal y pretensioso, entre lo angelical mezclada con una sonrisa coqueta. A través del tiempo la actriz que siempre me recordaba a Karina era Eva Méndez cuando también era joven. Mismo estilo de cejas, aunque Karina las llevaba más espesas y también el cuerpo de Karina me resultaba mucho más sensual que el de la actriz. Quizá medía 1,65 más o menos, con una cintura bien pronunciada donde se dibujaban unas curvas peligrosas y verdaderamente muy adictivas. Sus pechos sin haberlos visto desnudos y aunque estaban cubiertos en parte por su chaleco fácilmente los calculé de copa D. Realmente esta chica era verdaderamente atractiva. Ella me repetía:

-Ponte cómodo.

-¿Quieres el dinero acordado primero?

-Bueno… póngalo en el tocador.

Había un tocador con un enorme espejo frente de la cama, al igual había otro espejo largo a lo vertical el cual creo que esta chica ocupa para verse ella misma cuando se viste, pero también tenía la doble función, de reflejar lo que pasaba en ese lateral de la cama. La misma habitación tenía dos niveles y para ir a una esquina donde había una mesa y dos sillas de cantina, de esas altas que aun con mis 1:88 de altura me quedaban colgando los pies, se tenían que bajar dos gradas y desde ahí se podía apreciar el movimiento de la calle. La cama estaba inmaculadamente arreglada, floreros en los dos buros, unos cuantos libros en una librera, y tenía un closet donde Karina podía caminar buscando sus prendas de vestir. Justifiqué el precio de una hora de la cita, pues vivir en un lugar como este, se requiere de pagar un buen billete. Puse los billetes en el tocador y luego esta mujer me pedía asistencia en removerle su chaleco.

La blusa o camiseta de color turquesa me permitía ver un sensual ombligo, una piel clara en un abdomen plano. En ese tiempo su cabello oscuro y espeso le cubría toda la espalda y este emanaba un aroma embriagante, como que con su movimiento iba soltando feromonas. Sus brazos eran delgados y de músculos bien tonificados y en su muñeca izquierda llevaba un brazalete de oro y también se le podía ver un diamante en su anular. Ella quizá habrá notado mi nerviosismo y comenzó una breve plática alrededor de ello:

-¿Eres casado?

-No. -le he respondido.

-¡Mentiroso! Tienes un aire de culpabilidad en tu rostro. Te percibo inseguro.

-La verdad, que nunca he tenido una cita con una chica como tú. -le dije.

-¿Cómo yo? ¿querrás decir una puta?

-¡Nunca me ha gustado usar esa palabra! Nunca le he pagado a nadie antes.

-Pues de la manera que te miras y como luces, no dudo que tengas mucha suerte con las mujeres a tu alrededor… pero ahora, en estos momentos estás conmigo. Ponte cómodo, yo voy a la regadera a darme una ligera ducha en el cuerpo.

Ella entró al baño, el cual estaba amplio y bien diseñado. Me pidió que le ayudara a desvestirla, lo cual intuí lo hacía para crear esa confianza, como también hacerme preso de la excitación. Le removí su ceñida blusa color turquesa y me quedaron unos pechos que se querían salir de un brasier que hacían que pareciesen iban a golpearme al desabrochar su sostén. Se le miraban sólidos y de una agradable proporción. Le bajé su falda que le cubrían las rodillas y Karina me daba el placer de removerla dejándola con solo un bikini de color negro y que cuyos encajes parecían estar solo amarrados de una cinta de oro. Su cintura era de esas que se desarrollan moviéndose al compás del baile del vientre y esas curvas de sus caderas dejaban hipnotizado a cualquiera. Ella sabe el poder de su belleza y me limitó a solo eso. La dejé en solo su bikini y me fui con esa imagen cuando me pedía que la esperara en la cama.

Me senté a la orilla de la cama y solamente me quité los zapatos y ella me encontraba de esa manera cuando salía cubierta por una bata que prácticamente la cubría toda. Ella con su mirada coqueta me dijo: -Desnúdate o ¿requieres de mi asistencia? -Ella se me acercó y me asistió a removerme mi camisa Polo, me bajó los pantalones y me removió los calzoncillos. Mi verga estaba ya erecta y goteaba, ya mi glande se miraba brilloso de la excitación. Vi cómo miraba mi verga, pero no hizo ningún comentario. Del buró a un lado de la cama, sacó un profiláctico y sin mucho protocolo me lo puso, me pidió que me acostara en la cama y así lo hice. Ella comenzó besándome el cuello, lo hacía de una forma delicada, bajó a mis pectorales donde se dedicó por unos minutos a chuparlos y halar mis tetillas. Ella seguía con su bata de baño y se había amarrado el cabello con una liga que parecía un prendedor brillante color rojo. Llegó con sus besos a mi abdomen y fue ahí que abrió su bata y pude sentir el tibio calor de su cuerpo y cómo rozaba esos erectos pezones en mi zona púbica y posteriormente en mi verga y testículos.

Me besó los encajes o ingle, les dio una breve mamada a mis huevos y, de esa manera llegó a mi falo y la podía ver intentando tragar lo que más podía de mi falo. Ver esa carita tan bonita, sintiendo sus pezones rozar en mis entrepiernas, y desde ahí ver esas caderas elevándose mientras me hacía una rica felación a cualquiera hace tocar el cielo en minutos. Yo tuve que tomar otra posición para darme la oportunidad de verla seguir mamando, pues sí la dejaba continuar, sabía que me haría acabar en cualquier momento. Me la mamó acostado, sentado en la orilla de la cama y luego ella sentada a la orilla de la cama mientras yo estaba de pie. No resistí más y me hizo acabar con gran potencia que llené el profiláctico con una potente corrida.

Por un momento me lamenté y a la vez me sentía apenado, pues la quería seguir cogiendo, pero el tiempo ya había pasado, aunque la mayoría del tiempo había sido en esas pláticas y que realmente me frustraba, pues hubiese querido dejarle ir algunos embates a esta linda mujer. Ni tan siquiera había visto su conchita y eso me frustraba, me había hecho acabar en diez minutos. Ella me lo hacía saber de esta manera mientras me limpiaba con toallas húmedas el falo: -Estabas cargado… ¡has rebalsado el condón!

Según mis cálculos me faltaban unos diez minutos y la verdad le hubiese pagado extra por probar esa conchita que todavía no había descubierto, pues Karina seguía con su bata de baño. Estaba a punto de ofrecerle más dinero por cogerme su conchita, pero fue ella quien me dijo: ¿Tienes para una segunda corrida? – No dudé en decirle que sí, aunque no sabía si mi verga iba a responder, esa corrida fue fuerte y mi esperma era abundante. Ella quizá por instinto o experiencia me puso otro condón y me la comenzó a mamar de nuevo y mi verga había tomado volumen otra vez. Me sentí todo un macho por tal reacción y sabía que podía cogerme a esta chica hasta hacerla acabar. Intenté chuparle su conchita, la cual es diminuta y parecía que, en aquella piel de alrededor de sus labios, nunca había crecido vello púbico alguno. Parecía tan tersa como la piel de un recién nacido.

Al igual que ella, comencé por besarle el cuello, pues no me permitió besarle los labios o su boca. Al igual he recorrido sus pechos y los he mamado y me dejaba admirado que fueran naturales y que se sintieran tan sólidos. Sus pezones eran oscuros y los mamé y mamé pues a esta linda mujer le gustaba aquella acción. Bajé al igual que ella a su abdomen y encajes, pero hasta ahí me dejó llegar. Cuando le dije que quería probar su conchita, la cual se miraba mojada y bien lubricada ella me lo dijo de esta manera: ¡No… eso es solo para una persona muy especial! -luego ella misma agregó. – ¿Cómo quieres que me ponga? ¡Ya se está haciendo tarde!

Su sugerencia como que me frustró, pero también hizo que me llenara de capricho y ego y me propuse que a esta puta le iba sacar por lo menos un orgasmo. – De perrito. -le había contestado. Creo que, en una primera follada, de solo ver ese culo y ver su rostro reflejado en ese espejo paralelo a la cama a cualquiera manda al paraíso esta linda chica. Ella se puso a la orilla de la cama y proseguí a meterle lentamente mi falo. Pensé mientras miraba como mi verga se había hundido en su vagina: -Esta chica se siente tan apretada que de seguro apenas comienza y no está tan usada. – La verdad que Karina tenía una conchita pequeña y se podía sentir esa presión de sus paredes y cómo la contraía y al igual contraía su ojete del que no sabía si podía tocar. ¡Qué culo más perfecto, qué ojete más apetecible! No tenía ningún vello en él y se miraba cómo lo contraía del deseo. Mientras embestía su conchita se me ocurría ofrecerle más dinero por ese rico y perfecto culo… realmente se me antojaba.

Como una puta intentando acabar su faena me alentaba a que le diera fuerte. Ella gemía, su respiración era profusa y movía aquella cintura y sus nalgas con una sensualidad que pocas veces he visto en chica alguna. Obviamente pensé lo obvio, estaba fingiendo placer y llevarme por ello al paraíso, pero realmente yo ya había escupido la presión de un par de semanas y le daba a diferentes velocidades donde solo se escuchaba el chaqueteo del golpe de mi pelvis en sus nalgas y ese chasquido de mi verga entrando y saliendo de una bien lubricada conchita. Le taladré su conchita alrededor de unos quince minutos consecutivos… sus nalgas brotaban sudor lo mismo que mi abdomen y pectorales, fue un bombeo constante hasta que escuché de su voz, que me dirigió a ver su rostro por ese espejo lateral de la cama y pude ver su rostro de placer y ella comenzó a chocar con más violencia su conchita contra mi pelvis y explotó con jadeos incontrolables: ¡Oh no… Oh Dios… me estás haciendo correr! – esto lo repetía una y otra vez en un minuto y luego se fue de bruces contra de la cama y yo seguí dándole hasta lograr en minutos mi segunda eyaculación.

Karina se encargó de limpiarme y hasta me ofreció el baño para que tomara una ducha. Me fui a bañar apresuradamente y cuando salí ella ya estaba vestida con un pantalón color negro bien pegado a su piel, con un suéter grueso de lana de color rojo y me ayudó a ponerme mis calcetines. En ese proceso se lo propuse:

-Tengo una propuesta que espero no te moleste.

-Dime.

-Te ofrezco mil dólares por follarme tu culito y comerme tu conchita.

-No… eso no lo hago. Como te dije… mis besos y sexo oral son solo para una persona especial… ¡Sexo anal… eso no… nunca lo había pensado!

-¡Esta bien! No me des una respuesta hoy. En un par de días te llamaré y te doblo la oferta si estas dispuesta.

-¡Esta bien! Llámame y veremos si ha cambiado mi decisión.

Karina me dio un trago de vino tinto que tenía en una copa, me dio un beso en la mejía y me acompañó hasta la salida del edificio. Se miraba tan linda, era esa mezcla de ángel y diablo y sabía que tenía que regresar. Tenía un aroma en su piel que me había embriagado y tenía que buscarla de nuevo y tres días más tarde la estaba llamando.

Continúa.

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