En una habitación muy amplia, Sergio está desnudo tumbado en la cama, apoyado sobre la almohada. Observaba toda la estancia decorada con gusto minimalista, paredes blancas y muebles en madera de ébano. A la derecha, la pared la domina un Miró original. A la izquierda un armario vestidor está ahora vacío pero ha albergado ropas por valor de 100.000 $. Frente a él un gran ventanal con las cortinas abiertas permiten ver todas las luces y neones que iluminan Manhattan. Éste ático en el corazón de la capital del mundo ha sido su hogar los últimos siete años.
De repente la puerta del baño, camuflada junto al Miró, se abre y aparece Lourleen. Era una espectacular mujer negra de metro ochenta de altura con un cuerpo de top model. Tenía una cara redonda con el pelo corto y flequillo. Unos ojos verdes enormes. Sus labios gruesos y más oscuros que el resto de la piel delimitaban una boca grande dónde una perfecta dentadura blanquísima le había llevado a protagonizar un anuncio de dentífrico. Un cuello esbelto, unos hombros redondeados, unos pechos muy grandes de los que sobresalían unos pezones gruesos y negros. Su vientre era plano y su cintura se estrechaba hasta la perfección. Un prominente monte de Venus rasurado daba paso a unos labios carnosos que escondían un clítoris tremendamente grande. Sus glúteos poderosos y firmes se apoyaban en unas piernas largas y perfectamente moldeadas. Sus manos eran preciosas y su piel de ébano era suave como la seda. Lentamente, casi desfilando por la pasarela, colocando un pie delante de otro, lo que provocaba un sensual movimiento de cadera, se aproximaba a él que le esperaba con una enorme erección.
Un tipo como él podría tener a cualquier mujer, tan solo tendría que ir a un local de moda y, como más de una vez había hecho años antes, “camelar” a alguna chica dispuesta a pasar un buen rato con un apuesto broker de Wall Street. Pero esta noche quería otra cosa, algo más prohibido.
La última vez que había pagado por sexo había sido en Barcelona, después de la final olímpica de baloncesto con sus amigos hacía dieciséis años. La chica se hacía llamar Gigi y ellos eran cinco niñatos veinteañeros que no habían visto nada parecido en sus vidas. Por supuesto aquello les salió mucho más barato que el servicio que había contratado esta noche. Hoy, desde la perspectiva que dan los años y el dinero, recordaba aquel local barcelonés como un antro donde, como bien dice Sabina en una canción, “…el desamparo y la humedad comparten colchón…”.
Lourleen se arrodilla ante él y comienza a chupársela. Engulléndola sin esfuerzo hasta la campanilla antes de comenzar a subir lentamente mirándole con sus ojos de gata y cara de vicio. Sergio subió sus brazos por encima de su cabeza colocando la nuca entre las manos cruzadas dispuesto a disfrutar de la ardiente boca de la profesional. La chica estuvo mamando a conciencia durante un rato. Después comenzó a subir desde su pubis, besando su escultural torso, hasta colocar sus impresionantes tetas a la altura de la boca de Sergio para dejar que le mordiera los pezones. Él se deleitó con estos, lamió, succionó y tiró de ellos con sus dientes arrancando a Lourleen un gemido de placentero dolor.
Luego el hombre le besó el cuello y la colocó sobre su pene para que le cabalgara. Ella gemía a cada pollazo que recibía interpretando su papel y él disfrutaba de la visión cogiéndola por la cintura. Estrechándola entre sus manos y sintiendo el calor de su maravilloso coño húmedo abrazando su polla.
Tras unos minutos, Sergio le pidió que se colocase a cuatro patas. La mujer apoyada en sus codos ofrecía una excitante imagen de sumisión. El hombre se colocó justo detrás y pudo ver como los henchidos labios no podían abarcar la magnitud de su clítoris excitado y todo el conjunto sobresalía entre sus muslos. Se fue directo a sus poderosas nalgas de ébano. Redondas, duras, impresionantes. Las besó y las mordió para luego abrirlas con ambas manos y lamer toda la raja de arriba a abajo, recreándose en la entrada arrugada de su ano de piel más oscura. Para luego seguir descendiendo hasta saborear los fluidos que manaban de su sexo. Era una auténtica diosa y Sergio quería disfrutar de toda ella. De un cajón sacó un bote de vaselina. Comenzó a untárselo en el ano y luego en su miembro. La mujer hundió su cabeza en el colchón haciendo que su culo quedara más expuesto a la voluntad del hombre. Lourleen se lamió los dedos y comenzó a masturbarse. Sergio se incorporó y apuntó con el glande a su objetivo. La gran experiencia de ella hizo que la penetración fuera más fácil de lo previsto.
Una vez la tuvo enculada sintió como ella apretaba su culo abrazando su gorda polla y comenzó un movimiento pausado hasta conseguir una profunda penetración. El hombre fue acelerando el ritmo al tiempo que le agarraba de la cintura. El dilatado esfínter anal de la scort recibía con solvencia las embestidas del broker que fueron aumentando a medida que lo hacía su excitación. Cuando notó que se iba a correr se la sacó del culo y con una paja terminó sobre la espalda de ella con un sonido gutural. Lourleen gimió al sentir su cuerpo bombardeado con el semen caliente de su cliente. La visión de la espalda negra salpicada con chorros de semen blanco le producía a Sergio un morbo especial. Ella ahora se abría los glúteos dejando a la vista un agujero anal exageradamente abierto. El hombre aprovechó para volver a metérsela, de nuevo hasta el fondo, y depositar allí su último chorro de leche. Sergio cayó rendido sobre la cama y Lourleen, con trabajo para moverse por el esfuerzo soportado, volvió al baño a lavarse. Antes ya lo había hecho cuando él le pidió una “cubana” entre sus maravillosas tetas y le colocó un precioso “collar de perlas” sobre su esbelto cuello.
Media hora después la puta de lujo recogió los 5.000 $ que su cliente le había dejado en la mesa del recibidor y se fue. Elegantemente vestida con zapatos de tacón de aguja, medias de seda y un discreto conjunto de falda negra y chaqueta entallada sobre camisa blanca, en las concurridas calles de Nueva York pasaría desapercibida y nadie sabría a qué se dedica ni muchos menos que acababa de hacer un rentabilísimo servicio.