La historia en sí comenzó una noche de primavera cuando había salido de fiesta con unos amigos (hombres como mujeres). Una de ellas: Natalia (no su nombre real), no somos mejores amigos, pero tampoco nos llevamos mal. El problema con ella es que aunque es bastante guapa no piensa eso de ella misma. Morena, 1’66, grandes cualidades frontales y aunque algunas, no tantas traseras.
Esa noche, después de la fiesta algunos amigos (entre ellos Natalia) fuimos a mi casa a pasar un rato más.
Eran casi las tres de la mañana y ya casi todos se habían ido. Debo agregar que ya íbamos un poco pasados debido al alcohol. Ella no se encontraba muy bien como para irse manejando a casa, por lo que le dije que se esperara y le pediría un taxi.
Nos quedamos hablando un tiempo, el taxi parecía no llegar.
—No sé cómo haces para siempre estar tan relajado entre mujeres —no es exactamente lo que dijo, pero esto lo resume— yo siempre me pongo muy nerviosa.
Me reí ligeramente.
—Si tan solo supieras lo bella que eres no lo estarías.
No sé si fue el alcohol o la tensión que había entre nosotros desde hacía un tiempo pero lo dije con un tono provocador.
—¿En serio lo crees? —correspondió a mi provocación acercándose ligeramente.
Estábamos en el sillón, nuestros rostros a unos pocos centímetros. Podía sentir su suave y cálido aliento.
Cerré los ojos y me dejé llevar por el momento. Sentí el sabor a alcohol y frutas de sus labios contra los míos. No estaba mal. Llevé mis manos hasta sentir su cuerpo y lo recorrí hasta donde mis dedos alcanzaran. Poco después sentí como su mano comenzó a hacer el mismo recorrido en mi cuerpo. El calor de su cuerpo hacía que la noche no pareciera tan fría.
Perdí completamente la noción del tiempo y lo que me despertó fue el sonido del timbre: el taxi había llegado.
—Supongo que te tienes que ir —dije separando ligeramente los labios.
—O tal vez podríamos decirle al taxi que se vaya.
Me sorprendió un poco su atrevimiento, y más por su forma de ser. Me reí y bajé, le di al taxista 3 euros que tenía en el bolsillo y volví a subir.
—Creo que sería mejor si fuéramos a mi habitación.
Entramos y encendí las luces.
—No —me dijo poniendo su mano sobre la mía, que seguía sobre el interruptor.
En mi cuarto tengo en el techo tiras de luces led, así que las encendimos. Una tenue luz morada iluminaba ligeramente la habitación.
Nos acostamos en la cama y continuamos un tiempo besándonos. Metí una de mis manos bajo su blusa y la comencé a levantar lentamente. Ella se alejó un poco. Dudó un segundo, pero se quitó por completo la blusa, yo la seguí. Estaba a punto de continuar desnudándose, pero la paré y la atraje hacia mi, poniéndola encima de mí.
Mientras la seguía besando con mis manos le desabrochaba el brasier. Después de unos segundos sus hermosos pechos chocaban contra mi cuerpo con cada pequeño movimiento que hacíamos. Había soñado bastante con aquel momento. Se sentían incluso mejor de lo que había imaginado. Con mis manos los acariciaba, tanto con dulzura como con pasión.
Después de unos momentos mis manos y mi otra cabeza, inspirados por la desesperación, tomaron el control de mi cuerpo y guiaron mis dedos hasta el pantalón de Natalia y luego el mío.
Ambos quedamos completamente desnudos, nuestros cuerpos bañados en aquel tiente morado. Aunque no podía ver bastante disfrutaba de cada pequeño detalle de su moreno cuerpo.
—Ves, eres hermosa.
Mientras ella bajaba hasta posar su cabeza junto a mi cintura. Luego de admirar mi pequeño amigo allí abajo, que se encontraba en su mejor momento, se preparó para la tarea. Abrió su boca y lentamente fue introduciendo mi pene en ella. Sentía con maravilla como movía su lengua por todo mi miembro haciéndome sentir cosas increíbles.
Me dediqué a disfrutar un rato el momento, pero pronto mi cuerpo comenzó a sentir ansias de más. Tomé su cuerpo y la guie a dar vuelta, quedando su vagina frente a mi rostro. Sumergí y boca en su sexo lamiendo todo lo que quedara a mi alcance. Lamia todo ese delicioso néctar con su sabor peculiar. Por momentos sentía como por unos segundos dejaba de chupármela para dejar escapar ligeros gemidos de placer. Yo por mi parte a pesar de sentir su peso sobre mí me sentía como si volara entre nubes de placer puro.
Después de unos momentos me volví bajándola de mi y yo de la cama. La agarré de sus muslos y la acerqué al borde. Abriendo sus piernas se mostraba voluntaria a entregarme su cuerpo. Subí un poco mis manos hasta que quedaran por encima de su cadera y la atraje con mayor cuidado hacia mi. Lentamente comencé a introducirme dentro de ella. Al principio una leve resistencia me impedía llegar al fondo del placer. Pero lentamente esta se fue disipando, dejándome mayor libertad de movimiento. Con el mismo comencé a entrar y salir de ella con mayor velocidad y fuerza. En su rostro se veía una fusión de dolor y delicia, conforme el tiempo pasaba se veía menos del primero dando paso solo al segundo.
Por mi parte disfrutaba ver cómo sus pechos saltaban al compás de mis embestidas, me hacían excitarme incluso más. Hasta estar a punto de venirme, pero me salí antes.
Me acerqué por encima a ella y la besé. Mi erecto pene sobre sus muslos, sus hermosas y perfectas tetas contra mi pecho y sus suave y deliciosos labios y lengua contra los míos.
Con mis manos en sus caderas la moví mientras me ponía bajo suyo. Nos seguíamos besando cuando nos comenzamos a acomodar. Con mis manos sobre sus hombros la fui levantando hasta que quedara sentada sobre mi. Con cuidado se introdujo sobre mi pene. Con lentos movimientos subía y bajaba. Me volví a excitar incluso más por el movimiento incesante de sus tetas que por otra cosa. Además ver su hermoso rostro de deseo y pasión hizo que estuviese a punto de venirme. En ese momento ella se vino y me excitó incluso más, ya no podía aguantar más. Logré salirme a tiempo viniéndome instantáneamente. Poco después nos quedamos dormidos desnudos junto al otro.
Lo que pasó a la mañana siguiente es otra historia…