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La primera chica casada y me la cogí hasta por el culo
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Tiempo de lectura: 10 minutos

Esta experiencia me sucedió cuando era aún bastante joven. Ya había follado con mujeres mucho más mayores y con mucha más experiencia que yo, pero todas ellas eran ya divorciadas; mujeres cuyas edades oscilaban entre los 33 a 45 años. La primera mujer casada que me cogí era una chica de nombre Sandra y haciendo memoria era una chica de Guatemala y tenía 25 años.

Las cosas se dieron porque por ese tiempo, mi madre estaba involucrada con ayudar a inmigrantes centroamericanos. Muchos de ellos eran liberados de los centros de detención de migración y organizaciones como para las que mi madre cooperaba buscaban a familiares de estos migrantes o gente que deseara ayudarlos para que estos no solo pelearan sus casos afuera de estos centros, sino que también se les ayudaba a integrarse a la vida de este país. Y es como un día aparece Sandra en mi casa.

Al principio no le puse mucha atención y a priori me parecía una chica bastante tímida y hasta podría decir bastante simple. Solo estuvo en casa unos tres días pues habían encontrado a amigos de la misma vecindad de dónde venía Sandra y le querían dar una mano. Lo único que ellos vivían en los suburbios cerca de San Francisco y mi madre me pidió si pudiera irla a dejar a este lugar en un viaje que regularmente toma 5 horas en coche desde donde vivíamos. Recuerdo que le dije que me iría el viernes después de salir de mis estudios por la tarde, que me quedaría a dormir con unos primos que viven en la misma área y que regresaría el sábado pues el domingo tenía un partido de fútbol muy importante.

Salimos a las 3 de la tarde calculando llegar de ocho a nueve de la noche. Como dije, aquella chica esbelta no me había llamado la atención como mujer, pero esa tarde que salíamos de la casa ella se había en algo maquillado, vestía un pantalón vaquero azul de esa marca Levi y una blusa de color celeste y se había delineado sus pequeños ojos achinados y echado un rocío brillante en los labios. Hasta ese momento nunca habíamos tenido una plática prolongada, pero a ella le gustó la música que iba escuchando y es de esa manera que quebrábamos el hielo: hablando de música. Creo que las primeras dos horas fueron así y Sandra me asistía a buscar los casets para variar la música.

Noté que mientras hablaba gesticulaba mucho y muchas veces esa mano izquierda terminaba apoyándose y tomando mi rodilla y creo que ella misma lo notó diciendo: ¡Disculpa, creo que automáticamente lo hago siempre, pues regularmente era mi marido quien manejaba para llevarme al trabajo! – Desde ese momento cambiamos la plática y supe que tenía cinco años de casada, dos hijos de cuatro y dos años y que había dejado su país hacía casi tres meses. No sé el por qué se me vino a la mente que esta chica estaba necesitada de sexo, quizá porque yo a esa edad follaba casi todo los días y cuando pasaban dos o tres días sin acción, me sentía desesperado y pasar 3 meses sin follar es un tortura. La suerte mía que siempre tenía algunas chicas a mi disposición. Fue entonces que le pregunté:

– ¿Imagino que te hace falta tu marido?

– ¡Pues si… es el papá de mis dos hijos!

– ¿Nunca le has sido infiel? -Proseguí preguntando.

– ¡Uh… me has puesto sonrojada! Físicamente no, pero con la mente creo todos los hacemos.

Ya teníamos unas tres horas de camino y le sugerí que pasáramos a comernos una hamburguesa y aprovechábamos para hacer tiempo y no llegar a la hora pico del tráfico de la ciudad. Seguimos con la misma plática y ella la desviaba al lado de mi moneda indagando si tenía novia, que debería tener muchas chicas detrás de mi y cosas así, en otras palabras, me hacía saber que le parecía un chico atractivo. En ese momento recordé las palabras de esta mujer madura de nombre Desiree que semanas antes me había follado y que creo tenía sus 40 años. Ella me decía algo así: -Cuando una mujer te las quiera dar te las va a dar… uno sabe con quien quiere coger y con quien no. Insinúa o ve directo y si ella quiere coger contigo, va a coger contigo. – Eso se me vino a la mente y me visualicé cogiendo con la flaca Sandra y por lo que me decía que le parecía un chico guapo, pensé ponerle las cartas sobre la mesa y ver si Desiree y su dicho tenían razón. Respiré y tomando un poco de valor le hice la propuesta:

– Sandra, tengo algo que proponerte y tienes un par de horas para pensarlo. (eso era el tiempo que nos faltaba del viaje)

– Si… dime. ¿Cuál es tu propuesta? -decía en tono serio.

– ¿Qué te parece si pasamos por ahí a algún lugar tranquilo y la pasamos rico un par de horas?

– ¿Qué es un lugar tranquilo y pasarla rico?

– Un motel es un lugar tranquilo y la podemos pasar rico. -le dije

– No… no sé. Yo nunca he hecho una cosa así. -me dijo.

– Ok… esta bien. Aquí nada a pasado y disculpa si te he molestado u ofendido.

– No Tony… no hay problema. -me dijo en tono serio y pensativo.

Había quedado seria y ya no hablaba mucho y solo se limitaba a contestar con un si o un no. Vimos las luces de la ciudad y en minutos me salía de la autopista para ojear el mapa local, pues en esos días no teníamos esos aparatos de brújulas cibernéticas, y me estacioné en una gasolinera para ver la mejor ruta. Le calculé y le hice saber a Sandra que ya estábamos cerca y que en unos 30 minutos llegaríamos. Retomamos el camino y con los minutos fue ella quien me dijo:

– Tony, está bien vamos.

– ¿Vamos? ¿A dónde?

– A ese lugar donde usted me quiere llevar.

– ¿Estás segura?

– Si… pero prométame que de esto nadie sabrá nada.

– ¿Quién se podría dar cuenta de algo?

Busqué un motel, pagué por una habitación y pasamos al interior. Le dije que iría a hacerme de unos condones y ella mientras tanto se daría una ducha. Cuando regresé, se escuchaba el ruido de una secadora de cabello funcionando, le hice saber que ya estaba de regreso y se tomó unos diez minutos más. Salió retocada de su maquillaje, sus labios delgados brillaban con ese rocío incolora, su delineador acentuaba la simetría achinada de sus pequeños ojos y salió vistiendo ese pantalón jean con una camiseta diferente que le hacía ver todavía más esbelta, o quizá era el efecto de que ahora la miraba con otros ojos. Le dije que pasaría a darme un baño y ella me dijo que no lo hiciera, que quería sentir el aroma de mi sudor, pues me aseguraba que ello le atraía. Puse la cajita de 3 profilácticos en el buró de un lado de la cama y comenzamos con un primer beso el que dio paso a muchos más.

Yo le comencé a remover la blusa mientras le besaba el cuello, y ella me asistió a removerme la camisa. Ella quedaba con un sostén blanco que acomodaba unos pechos pequeños, pero de simetría redonda. Se los removí y así parados ambos a la par de la cama se los comencé a mamar. Sandra solo me acariciaba el cabello el cual me llegaba a media espalda. Luego con los minutos la acosté en la cama y levantó sus glúteos para poderle remover su pantalón jean. Tenía un calzón blanco estilo bikini con una textura tosca en su exterior y no me aguante por quitárselo y descubrir su conchita. Así lo hice y ella volvió a levantar sus glúteos y le removí su bikini. Yo me removí el pantalón y me quedé solo en calzoncillo, también estilo bikini. Me lancé de nuevo sobre ella y volví a retomar sus tetas y a mamarlas por un buen rato. En ese momento recordaría las palabras de otra mujer madura y de experiencia: – En el sexo todo es válido a experimentar en mutuo acuerdo y hay veces que decimos a ciertas cosas NO por pena, pero todos queremos experimentar algo nuevo y que la cama no se vuelva rutinaria.

Bajé a besar su abdomen, el cual como imaginarán era plano, típico de una chica esbelta y alargada pues Sandra bien medía un metro sesenta y cinco. Cuando descubría su conchita, miré una rajadura de buen tamaño totalmente recién depilada. A pesar de que ella era flaca, sus labios superiores se miraban más gruesos y su clítoris era una pepa de buen tamaño y expuesto. Ella creo que intuyó para donde iba y me preguntó:

– ¿Qué quieres hacer?

– ¡Quiero besar tu conchita!

– No… eso no. Nunca he hecho algo así.

– Sandra, te dije que la pasaríamos rico y si no te gusta pues me lo dices y paramos.

No esperé por su respuesta y le puse mi lengua caliente sobre su inflamado clítoris. Solo sentí que me tomó del cabello como para halarlo y creo haber escuchado una expresión como: ¡Ay, Dios! – Mi lengua bajó a su rajadura y comencé a pasearla y se la hundía con presión a su caliente hueco que emanaba fluido vaginal. Obviamente aquello le había encantado y Sandra solo siguió gimiendo y acariciando mi cabeza que se mantenía entre medio de sus piernas. Cuando intuí que aquello lo había superado, le puse dos almohadas debajo de sus glúteos y le pedí que elevara las piernas. Creo que eso menos que se lo esperaba y me dijo:

– Tony, me da mucha pena.

– Recuerda lo que dijimos: la pasaremos rico y esto no lo sabrá nadie… Sandra lo que pasa aquí nadie lo tiene que saber y solo déjate llevar y si no te gusta me lo haces saber.

Antes a que ella tomara aquella posición yo me había levantado a abrir el primer condón. Ella me vio cuando me bajé el calzoncillo mojado de mis secreciones y vio cuando me envolví la verga con el profiláctico. Sé que le gustó lo que vio, no me lo dijo, pero estaba seguro de que le había gustado el tamaño, grosor y cómo se miraba mi verga. Nuevamente me fui a succionar su conchita mientras sus glúteos reposaban sobre las almohadas y sus piernas delgadas y alargadas se elevaban hacia el cielo de la habitación. Bajé al sur de su conchita buscando su perineo y me volvió a cuestionar:

– Por Dios Tony… ¿qué haces?

– Disfrutar de todo tu cuerpo. – le dije.

– ¿Con todas tus amiguitas haces esto?

– Espera… todavía falta.

Diciendo esto bajé de repente a su pequeño ano y se lo comencé a sobar con mi lengua. Ella solo gimió de nuevo y apenas escuché que dijo: ¡Por Dios, me vas a volver loca! – Intuyo que le habría gustado pues solo se le escuchaba jadear de excitación y ahora mi lengua recorría desde su ano a su clítoris y con los minutos supe que estaba para explotar y todos sus gemidos, la manera que comenzó a menear su pelvis me tenía también excitado. Sabía que estaba a punto de correrse y me incorporé rápidamente y le metí cada centímetro de los 23 que mide mi verga. Fue en ese momento que me dijo:

– ¡Que enorme cosa tienes!

– ¿Te duele?

– No mucho, pero sí que se siente lo grande que es.

Pensé que me iba a decir que le había dolido, pues yo sentía lo apretada que estaba su vagina, típico de una chica delgada, pues no se la metí con tacto, pues además que sabía estaba muy lubricada, por esta conchita ya han salido un par de críos y esa fue mi lógica. Comencé a darle unos buenos embates, los cuales ella respondía con un ritmo agresivo de un agitado pelvis y a pesar de que tenía uno de esos condones gruesos que todavía tiene como bolitas en toda su superficie para supuestamente darle más estímulo a una vagina y en un ángulo satisfactorio para una profunda penetración pues Sandra seguía con dos almohadas debajo de sus glúteos, ella me lo pedía de la siguiente manera: Dame así… más, no pares… dame que me vengo. – Finalmente explotó con gemidos que le hacían fruncir los labios y cerrar los ojos y le taladré su conchita por varios minutos más y me corrí y llené el primer condón con la primera corrida que regularmente es la más potente.

Ella salió cubierta por una toalla a limpiarse de nuevo al baño y luego yo la seguí y, en esta ocasión me metí a la regadera a darme una ducha. Realmente no sé hasta el momento el por qué hay muchas chicas que después de estar cogiendo con ellas, se cubren como si nunca se hubieran desnudado. Nos encontramos de nuevo en la cama y en esta ocasión hacíamos plática y nos envolvimos en una sábana. Estábamos recostados de lado y Sandra estaba por delante y con mi pene flácido en el momento podía sentir esos dos glúteos solidos de una chica flaca, pero, aunque era una mujer delgada tenía unas bonitas curvas y obviamente desnuda esas curvas se miran mejor. Creo que ella sintió como mi verga tomaba volumen entre sus nalgas y ella se acomodó para sentirla mejor y me dijo:

– ¿Estás con ganas de nuevo?

– ¡Tu trasero me ha excitado!

– Tony, ¿te fuiste rico?

– ¡Delicioso… súper rico! ¿Y tú?

– ¡Uf! Me hiciste ver lucecitas.

– ¿Quieres más?

– ¡Uf! ¿Qué si no quiero más?

– Entonces sigamos disfrutando.

Mi pene estaba entre sus nalgas y se deslizaba fácil entre ellas pues mi líquido pre seminal había fluido por su rajadura que se podía escuchar ese chasquido de la fricción. De esa manera pasé varios minutos pasando mi verga por su rajadura mientras con mis manos masajeaba sus pechos y con mi boca mordiscaba su cuello. Su piel se erizaba y me decía que le daba muchas cosquillas y le pregunté:

– ¿Qué es lo qué te da cosquilla?

– ¡Todo! ¡Que me beses a un lado del cuello me dan muchas cosquillas!

– Pensé que me ibas a decir que sentir mi pene entre tus nalgas.

– También… me da mucha cosquilla.

– ¿Pero es una cosquilla que te molesta o que te gusta?

– Uh… no sé… las dos cosas. -me dijo.

Por lo menos sabía que le gustaba sentir mi verga entre sus nalgas y que le provocaba cosquillas y la verdad que con las mujeres que he tenido confianza siempre me han dicho que les gusta sentir una verga entre sus nalgas. La mayoría le encuentran un placer a la penetración anal y son pocas las que definitivamente el sexo anal no es para ellas y lo mismo con el sexo oral. Me he encontrado con mujeres que les gusta dar sexo oral y no recibir y viceversa. Aquí estaba en esos años de mi juventud con una mujer casada, que ya había parido hijos y no sé si mi intento de follarle el culo se me haría realidad en ese momento, pero verdaderamente se me antojaba. Por varios minutos le estuve pasando mi verga entre sus nalgas y luego le toqué su vulva y esta estaba súper mojada, sobrexcitada y le estaba sobando el clítoris mientras comenzaba a hacerle un poco más de presión con mi verga a su ano. Creo que ella lo intuyó y me lo preguntó:

– ¿Qué quiere hacer?

– Estar dentro de ti.

– ¡Pero por ahí… por mi trasero! Me estás poniendo nerviosa Tony.

– ¿Nunca lo has hecho por ahí?

– ¡No… nunca! ¿Eso qué no es solo de homosexuales? – Me dijo.

– No creo. No estoy con un hombre. Se me antoja tu trasero y tú eres mujer.

– ¿Tu marido nunca te lo ha pedido?

– ¡No… nunca!

– Bueno… en ese caso quiero ser el primero. Por lo menos me recordaras que yo fui el primero no solo en besar tu trasero, sino que también en estar dentro de él.

– ¡Usted si me pone nerviosa! -terminó diciendo.

Aquella plática se daba mientras yo seguía con mi verga entre en medio de sus nalgas y con mis dedos le sobaba su inflamado clítoris en esa posición de lado o como algunos la conocen, en posición de cucharita. No tenía condón puesto y por mi inexperiencia algunas veces mi verga se deslizó en la rajadura de su conchita y ella me decía que ahí no era. Fue como me di cuenta de que cooperaba y quizá lo hacía porque no quería que le penetrara su vulva sin condón o porque simplemente quería experimentarlo y esa sensación de lo prohibido, de algo nuevo le excitaba. Por lo flaca que era, porque nunca había sido penetrada antes y quizá más por todo, por el grosor de mi verga aquella prueba iba a requerir paciencia. A pesar de mis jóvenes años, y con la enseñanza de mujeres maduras y haberme cogido a varias mujeres por esa época, ya había desarrollado en algo la paciencia y con esa herramienta mental, me tomé el tiempo para abrirle el culo a esta chica.

Literalmente sentí que se lo abrí, su ojete atrapó mi glande con una presión increíble. Lo había expulsado en varias ocasiones y aunque escuchaba los gemidos de dolor o de placer de Sandra, creo que esa mezcla de sensaciones de sentir mis dedos en su clítoris y mi verga en su ano, le impulsaban a seguir intentándolo. Solo me dijo con una voz un tanto recortada: ¡No la muevas mucho… déjala así! – No se la metí toda y me quedé inmóvil mientras seguía frotándole con intensidad su inflamado clítoris y cacheteando su vulva. En unos cuantos minutos noté ese movimiento de sus caderas como que quisiera ser penetrada por delante también y Sandra me comenzó a decir con una voz un tanto chillona: – ¡Me vas a hacer acabar… me vas a hacer acabar! – Abrió la boca y a la vez la cerró frunciendo sus labios y cerrando los ojos y su pelvis se movía con frenesí y el resto de mi verga se metió en su ano mientras Sandra gozaba de un placentero y segundo orgasmo. Yo no se la estaba movía mucho, pero esa presión de un culo apretado, escuchando esos jadeos excitantes hizo que también en unos minutos le dejara el culo lleno de semen. Cuando nos limpiábamos en el baño me preguntó:

– ¿A todas tus amiguitas les haces eso?

– ¿Te gustó?

– ¿Se me nota?

– ¡Espera que te ponga en cuatro en la cama, creo que te va a gustar mucho más cuando la sientas toda adentro! -le dije en forma de broma.

– ¿Quieres matarme entonces?

– ¡De placer solamente! -le dije sonriendo.

Lo que me sorprendió minutos después de que nos habíamos bañado fue su petición y la conversación que hicimos. Me pidió que se le antojaba darle un beso a mi verga y me dijo que nunca había mamado una en su vida. Me decía que en su país el sexo oral era cosa de prostitutas y mucho peor el sexo anal, era un tabú al que se relacionaba al homosexualismo. Me mamaba la verga como alguien que toma botanas y continúa con una conversación y mientras seguía como decía ella, besándome el falo le preguntaba.

– ¿Te gustó lo que has vivido hoy?

– ¡Todo! -lo decía en un tono pensativo.

– Entonces… ¿me dejarías que te vuelva a comer y a coger ese rico culo que tienes?

– ¡Si ya te lo di una vez y me dejé… creo que si me dejaría!

Aquella noche a finales de otoño usé los tres profilácticos con esta flaca chapina, aunque le dejé ir seis palos en tres horas. Por la cuca como ella me dijo le llamaban a la vulva en su tierra le dejé ir tres, en su boca me fui una vez y en su apretado culo me fui dos veces. Volvimos a coger tres o cuatro meses después en un maratón de fin de semana, pero luego le perdí el rastro. Hoy vive en España y después de tres décadas y media, nos hemos vuelto a encontrar por estas nuevas plataformas cibernéticas. ¡Que rico es volver a recordar! ¡Que rica cogida nos dimos en ese entonces!

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