Principios de verano. El curso escolar terminó hace unos días y todo coincidió con mi 18° cumpleaños. Yo soy un chico tímido y eso me pasa factura en mi relación con las chicas. Como podéis comprobar por la edad, tengo las hormonas a flor de piel y más cuando sales de una adolescencia sin pareja relativamente estable. Mi ordenador -de forma encubierta- es un parque de atracciones del porno. Tras las carpetas de trabajos de instituto o de juegos de ordenador se hallan miles de clips de las diferentes estrellas del porno nacional y mundial. Susy Gala, Nekane, Ava Addams, Nikki Benz, Nicole Aniston entre otras muchas… Todas me han acompañado durante mi adolescencia en mis mil pajas por año. Realmente disfrutaba sacudiéndomela mientras vigilaba que nadie me pillase.
Pese a todo, no siempre me la cascaba con famosas, muchas veces cuando salía a tomar algo con el grupo de amigos, uno siempre se quedaba en la mente con la foto de las amigas, que ya con esa edad están bien cuajadas. Al final, llegabas a casa y te la cascabas pensando en esa compañera de pupitre que te hubieses empotrado salvajemente. Pero no sólo con las chicas de mi edad, yo empecé las pajas con Loli, la mejor amiga de mi hermana. Mi hermana me saca 14 años, por tanto, ella y su amiga tienen 32 años. Loli es una bestia sexual. Tiene unos pechos redondos que rozan la perfección y un culo que dejaría boquiabierto a cualquiera. Su cara de vicio y sus labios carnosos me descubrieron las pajas cuando solo tenía 12 o 13 años. Ahora, con 18, puedo decir que le brindé en mi soledad más de un centenar de pajas en su honor.
La cuestión, que me desvío, es que los de clase habíamos montado una tradicional cena de comienzo de verano. Esta cena era especial, ya que semanas después cada uno se repartiría por la geografía española en busca de su futuro universitario. Habíamos crecido casi todos juntos desde primaria y, ahora, estábamos muy cerca de romper nuestro anillo de amistad. Por eso, la ocasión merecía estar arreglado como corresponde. Sin embargo, yo soy muy dejado para todo eso y tenía unas greñas que daba la impresión de ser un tipo sucio. Como siempre fui muy dejado, me planté en el mismo sábado de la cena sin pasar por la peluquería. Por tanto, a primera hora de la mañana llamé a mi peluquero habitual para concertar una cita express. Casualidades de la vida, mi peluquero se había pillado las vacaciones por anticipado y en nuestra pequeña ciudad no tenía muchos más sitios donde ir. ¿Qué hago ahora?
Mi hermana entró en el salón y observó mi desesperación. Le expuse el tema y me sugirió que ella tenía cita con una amiga suya peluquera fuera del horario habitual de clientela. Le pregunté que se lo dijera y, tras una llamada rápida, accedió. Teníamos cita a las 15:00 h. La peluquera era una cuarentona bastante decente, estaba recién aterrizada de su tercera luna de miel. Esa mujer era la típica pechugona que, sin ser excesivamente guapa, no te deja elección en cuanto a la mirada. Allí nos plantamos puntuales y entramos en el establecimiento, que era una pequeña sala en su propia casa. Cuando abrí la puerta me quedé a cuadros: allí estaba Loli. Yo había pensado que, al ser fuera del horario comercial, solo estaríamos mi hermana y yo, pero resulta que al día siguiente iban de bautizo de una amiga en común y Loli también necesitaba pasar por la peluquería con cierta urgencia.
Nuestra amiga peluquera cuarentona solo tenía dos sillas delante de su mesa de trabajo con un amplio espejo. Mi hermana me cedió su turno y allí estaba yo, sentado al lado de la mujer por la que me había matado a pajas en mi adolescencia. La peluquera empezó con su trabajo normal y mi hermana se pilló una revista de cotilleos para estar entretenida mientras la peluquera le contaba las hazañas de su reciente viaje. Loli me conocía, sabía que me excitaba mucho. Nunca lo habíamos hablado, pero mi mirada hace años que me delataba. Ella sabía que yo me la había sacudido mil veces pensando en ella. Esa tarde calurosa de principio de verano vestía una camiseta ceñida que realzaba sus redondos pechos y también vestía una minifalda azul de infarto. Sabía que jugaría conmigo. Varias veces cruzó rápidamente sus piernas como en aquella famosa película, una de esas veces incluso paró por un instante para que yo, a través del espejo, pudiera captar su fino hilo blanco en modo de tanga. El trapo que te ponen en las peluquerías para que no te caiga el pelo que van cortando encima ya ocultaba mi erección. Mis vaqueros cortos tenían mucha presión y necesitaba liberar mi polla.
De repente, en la conversación entre la peluquera y mi hermana, deciden subir para ver las fotos del viaje en el ordenador personal de la peluquera. Ya me temía lo peor. Loli, que también fue invitada, rechazó la idea porque tenía que llamar a no sé quién. Yo, que no pintaba nada, decidí esperar en mi silla. Su mirada a través del espejo me intimidaba. Cuando la peluquera y mi hermana subieron a casa para ver las fotos, sentí una gran tensión. Loli me tenía en su terreno. Tras un leve giro de cabeza para cerciorarse de que estábamos solos, Loli sacó su mano y la introdujo lentamente dentro de mi trapo. Pronto palpó mi erección y todavía recuerdo su cara de sorpresa al comprobar que estaba tremendamente excitado. No sin mi ayuda para evitar ser pillado por la cremallera, Loli fue bajando la bragueta hasta que mi pene durísimo se liberó. Suspiré, sabía lo que venía.
Loli, que solo me miraba a través del espejo pese a estar a menos de un metro de distancia, rodeó mi polla con su mano. Mi polla ya estaba ardiendo, su mano también. Yo estaba tenso y la situación no era demasiado agradable para mí. Poco a poco Loli empezó a mover su muñeca de arriba a abajo con un movimiento sensual y relajante. Realizaba ochos imaginarios y yo empecé a ver las estrellas. Su mirada era perversa, notaba en su cara como disfrutaba viéndome retorcer en la silla. Mi tensión se fue diluyendo y dejó paso a una tranquilidad digna de cualquier droga blanda. Ella solía acabar la agitación poniendo su dedo índice en la parte superior de mi polla, notando mi líquido pre-seminal que utilizaba para lubricar. Pese a todo, necesitó sacar un par de veces su mano para salivar rápidamente y seguir ejerciendo presión sobre mi ardiente pene. Ambos mirábamos para atrás de vez en cuando para comprobar que todavía no bajaban nuestras compañeras de tarde en la peluquería.
Loli fue incrementando progresivamente la velocidad. Las sacudidas eran cada vez más fuertes y más rápidas. Yo ya estaba completamente vencido sobre la silla, dejándome llevar. La música de fondo logró opacar un par de intentos de gemido que no pude evitar. Su batida era cada vez más agitada y yo cada vez notaba que mi resistencia era más débil. En un momento determinado, mi polla dura como una piedra terminó siendo un volcán de semen en erupción. Mi corrida fue abundante, ya que llevaba días sin jugar al solitario. Logré escupir involuntariamente grandes dosis de leche que me provocaron un gemido de alta intensidad, pero que la radio pudo ocultar, o eso creo. Loli estaba satisfecha viendo cómo me retorcía de placer. Progresivamente fue disminuyendo la velocidad de la sacudida hasta terminar la mejor paja que me han hecho en mi vida, aunque ese ranking no sea demasiado amplio.
Su mano estaba completamente llena de mi lefa. El trapo estaba también fusilado de mi corrida y mis pantalones estaban húmedos. Lentamente retiró su mano y, ahora sí mirándome a los ojos cara a cara, se introdujo sus dedos en la boca para lamer mi semen. Cuando terminó con los dedos pasó al resto de la mano. Se preocupó en enseñarme cómo se tragaba mi flujo más personal. Yo seguía erecto ante tal espectáculo. Loli se levantó, retiró el trapo que ocultaba toda la escena y besó sutil y dulcemente la parte posterior de mi polla. Además, lamió con su lengua todo mi capullo para limpiarme. Se acercó a mi oreja y me susurró: "jamás olvidaré el calor de tu leche". Me dio un beso en la mejilla y se fue al baño para limpiarse.
Estupefacto por lo que acababa de ocurrir, entré en pánico y no pude hacer otra cosa que salir de aquel lugar por patas. Años después, cuando me cruzo a esa mujer inolvidable por la calle, sigue torturándome al simular el gesto de batir con una mano mi pene erecto. Yo, muchos años después, sigo rememorando aquel día en la peluquería cuando intento relajarme mientras juego al solitario.