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La nueva asistenta (cap. 1)
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Tiempo de lectura: 11 minutos

Peter y su mujer, Silvia, tenían una vida acomodada. Él era directivo de una gran empresa informática y con su sueldo, vivían cómodamente los dos. Además, debido a ciertos trapicheos con hacienda, se sacaban un sobresueldo, que nunca viene mal.

Llevaban casados 15 años, y aunque ya no eran muy jóvenes, se conservaban bien. Peter siempre había tenido buen físico pero empezaba a notársele la edad en las canas que iban asomando en su cabellera, en cambio, Silvia, aguantaba mejor el tipo, entre que era unos años menor que Peter y que tenía el suficiente tiempo libre como para ir al gimnasio, mantenía un cuerpo que ya quisieran para ella las muchachitas de 20.

Su vida sexual era normalita, Peter no era tonto, y era imposible desaprovechar a una hembra como Silvia. Lo hacían siempre que podían, aunque normalmente de forma bastante conservadora. El problema era que Peter viajaba mucho, y Silvia no estaba dispuesta a quedarse con hambre. Cuando Peter no estaba, Silvia se desfogaba con algún compañero del gimnasio, o incluso con algún empleado (el jardinero era su favorito) Igualmente, en sus viajes de negocios, Peter cerraba muchos de sus acuerdos comerciales ayudado de la compañía de prostitutas de alto standing, de las que el, por supuesto, también se aprovechaba. Peter tenía un pensamiento que no le venía bien a Silvia, hay cosas en la cama que no son para hacerlas con una esposa…

– Cariño, hoy llegan las candidatas a sustituir a la señora Hopes – dijo Silvia en el desayuno – ¿podrás atenderlas tú?

– ¡Es verdad! Casi se me olvida… No te preocupes cariño, me hago cargo – contestó Peter. Así, también podría elegir a la criada que más le gustase… Después de tantos años con la señora Hopes, no estaría mal contratar a una jovencita de buen ver para que le alegrase la vista

– Está bien, entonces me voy al gimnasio.

La señora Hopes era una mujer muy mayor que había atendido la casa como interina durante los 15 años que llevaban de casados, pero ya tenía edad de jubilarse y se fue a vivir con su hermana.

Silvia llegó al gimnasio y fue al vestuario a cambiarse de ropa. Todas las mujeres la miraban allí, tanto jóvenes como maduras, era la envidia de todas. Le gustaba ser el centro de atención, le gustaba despertar envidia en las mujeres y deseo en los hombres, la hacía sentirse poderosa, dominante… Y con esa sensación de superioridad era feliz. Así, contenta y decidida, se dispuso a realizar sus ejercicios, sabiéndose observada por los hombres, tonteando con alguno, buscando a su próxima presa para el siguiente viaje de Peter.

Silvia llegó a casa caliente, entre el tonteo y las miradas se había puesto cachonda.

– Joder, y Peter no llega hasta la tarde… – Pensó

Al abrir la puerta y entrar en casa, se encontró con una jovencita vestida de sirvienta. Casi se olvida de ella. La joven acudió solícita a presentarse ante ella.

– Buenos días señora. Me llamo Ivette y soy la nueva ama de llaves de la casa. ¿Necesita algo la señora?

– Buenos días Ivette. Voy a darme una ducha, sigue con tu cometido por favor. – Le dijo mientras la examinaba mejor.

La chica, estaba de muy buen ver, Peter había estado espabilado… Ya hablaría con él… si no hacía bien su trabajo, no estaba dispuesta a tener una cara bonita para que alegrase a su marido…

Ya en la ducha, Silvia empezó a acariciarse, estaba empapada, había acabado muy cachonda su sesión en el gimnasio… Comenzó a masturbarse pensando en los objetivos que había visto aquella mañana, se imaginaba cuál la tendría más grande, cuál follaría mejor, cuál le daría más juego…

La encantaba follar con jovencitos… Tenían mucho ímpetu, pero eran meros juguetes en manos de una mujer experimentada como ella. Le encantaba jugar con ellos y ponerlos a sus pies, que suspirasen por ella de deseo mientras obedecían todas sus peticiones… No pudo reprimir los gemidos mientras se corría en la ducha.

Esa sensación de superioridad le encantaba…

Al salir de la ducha, se dio cuenta de que había una pila de toallas preparadas para ella, debió haber entrado Ivette… ¿La habría escuchado masturbándose? No sabía por qué pero ese pensamiento hizo que volviese a humedecerse… Desechó la idea y fue a secarse y vestirse, tenía muchas cosas que hacer ese día.

Los días fueron pasando, Ivette se fue haciendo a su puesto y realmente hacía bien su trabajo. No pasaban desapercibidas para Silvia los movimientos que Ivette dedicaba a su marido cuando creía que ella no se daba cuenta, ni las miraditas que su marido la echaba de soslayo.

También empezó a notar que le gustaba el riesgo de que Ivette la descubriera masturbándose… Ahora nunca cerraba la puerta del baño mientras se duchaba. Esa nueva pasión por el voyerismo la excitaba y la cabreaba… ¿Porqué le calentaba tanto?

Además, últimamente Peter estaba más frío en la cama que de costumbre, así que ese jueguecito de exhibicionismo era su válvula de escape.

Salvando eso, todo transcurrió normal hasta el siguiente viaje de Peter.

De los nuevos chicos del gimnasio, no veía ninguno que pudiese satisfacerla, así que, como tantas otras veces, llamó a Ian, el jardinero.

– Vamos chico, a ver si eres capaz de satisfacer a esta hembra -Le dijo desde la cama.

– Creo que la señora no va a quedar decepcionada – Contestó Ian bajándose los pantalones.

Ian era un chico negro, de 27 años, que llevaba unos meses trabajando para ellos, y trabajándose a Silvia. Iba aprendiendo sus gustos, y Silvia se desfogaba de vez en cuando con él.

Ian se arrodilló, separando las piernas de Silvia, dejando ver el trabajo de “jardinería” que había hecho ella, dejándose sólo un pequeño triangulito de pelo. Acarició sus piernas, recorriéndolas con sus manos, luego con su lengua, acercándose a su coño. Mientras se acercaba le llegaba el dulce olor a sexo, Silvia estaba empapada. Lo pudo comprobar con su lengua mientras lamía cada uno de sus recovecos, poco a poco fue bajando su lengua hasta el culo, comenzó a juguetear con su lengua en ese agujero rosadito.

Silvia le agarró de la cabeza y se la metió de lleno en su raja ¡Estaba súper-cachonda! Empujó a Ian a la cama mientras ella se arrodillaba delante de él y comenzaba a meterse su tranca en la boca. No se tomó tiempo de juguetear, en cuanto Ian la tuvo suficientemente dura, se montó sobre el y se ensartó la polla hasta el fondo. Empezó a cabalgarle como una fiera, mientras ella misma se acariciaba los pezones, botando sobre su polla negra, taladrándose con ella…

– Vamos campeón, es hora de que montes a tu yegua – Le dijo mientras se ponía a cuatro patas Ian no se lo pensó. Tener a esa hembra a cuatro patas abriendo su coño para que se lo folle era algo irresistible. Tanto, que no duró mucho en su cometido, a los pocos minutos se corrió sobre ella.

– ¿Ya? Joder… Vete fuera de mi vista, no quiero verte en todo el día – Replicó Silvia cabreada, al no haber llegado ella al orgasmo.

Mientras Ian se vestía y se iba, Silvia creyó ver una sombra que se movía fuera de la habitación.

– Esa pequeña zorra… – Pensó.

Tenía decidido descargar su frustración hacia Ivette, así que no perdió tiempo y salió directa a buscarla.

– ¿Quién te crees que eres para andar husmeando en mi habitación? – La espetó nada más encontrarla.

PLAFF

La bofetada cogió a Silvia por sorpresa, la trastabilló, y cayó al suelo.

– No, ¿Quién te crees tú que eres para venir a hablarme de esa manera? – Contestó Ivette. – Si no quieres que nadie te vea no dejes la puerta abierta. ¿Te crees que no sé que dejas el baño siempre abierto para que oiga cómo te masturbas? Y ahora querías que viese cómo te lo montabas con el negro ¿eh?

– Nn… ¡No! – Gritó Silvia, mientras intentaba recomponerse.

– ¿Te parece bien ponerle los cuernos a tu maridito? ¿Te gustaría que supiese que en cuanto sale por esa puerta te follas al primero que pasa?

– ¡Cómo digas una sola palabra de esto a algu… ¡PLAFF! – La segunda bofetada tampoco la vio venir, esta vez Silvia se quedo en el suelo.

– ¿Cómo diga algo que? ¿Me despides? Yo puedo encontrar otro trabajo, en cambio, ¿Tú soportarías un divorcio? – Esa replica dejó a Silvia descolocada

¿Soportarías la humillación pública de haberte estado follando al jardinero? ¿De haberte masturbado delante de la asistenta?

¿Qué diría tu círculo social al ver que eres tan guarra?

– Yo… No… No puedes hacer eso, ¡No te creerán!

– Claro que me creerán, y si no, tengo esto – Dijo Ivette pulsando un botón de su móvil.

Lo que vio Silvia la dejó petrificada… ¡Era ella con Ian! ¡Les había grabado! Se la veía a ella a cuatro patas, pidiéndole que montara a su yegua…

Eso no dejaba lugar a dudas… No podía permitir que eso viera la luz… Tenía que quitarle ese móvil. En un rápido movimiento, Silvia se lanzó hacia Ivette, pero igualmente rápido, Ivette cargó el peso de Silvia hacia un lado y la arrojó contra el suelo, sentándose sobre su estómago.

¡PLAFF! Una nueva bofetada cruzó la cara de Silvia.

– ¿Qué intentas zorra? ¿Quitarme el móvil? ¿Crees que soy tonta? Ya he enviado este video a mi correo, no tienes nada que hacer.

El miedo se reflejaba en el rostro de Silvia. No podía creer en la situación en la que se encontraba… Además, no se esperaba la fortaleza de la joven.

Se había desembarazado de ella con suma facilidad, a pesar de que Silvia estaba en forma.

– ¿Q-Que quieres? – Susurró Silvia – ¿Dinero? Te daré dinero por tu silencio.

– ¿Dinero? Claro que me vas a dar dinero, pero todo a su tiempo. Ahora vamos a poner las cosas en su sitio – Contestó la sirvienta, levantándose y liberando a Silvia.

¡Vamos! ¡Levanta!

Silvia se levantó lentamente.

– ¿Quién de las dos manda aquí? – Pregunto la sirvienta.

– T-Tú

PLAFF

– ¡Dirígete a mí con respeto! Te dirigirás a mí como Ama o Mistress.

– Sss-Si… Mistress

– Eso está mejor. Entonces, ¿Quién debería estar vestida de sirvienta?

Silvia no se lo podía creer

– Y-Yo, mistress

– Entonces comienza a desvestirte, que vas a ponerte el uniforme

Silvia se quedó petrificada, pero en cuanto Ivette levanto la mano, no queriendo recibir otra bofetada, se apresuró a quitarse la blusa.

Una vez acabó con la blusa, comenzó a bajarse la falda. Cuando terminó, se quedó mirando a Ivette, con los brazos cubriéndose los pechos y la entrepierna.

– ¡Oh! ¡Vamos! ¿Te gusta que te oiga masturbarte pero no quieres que te vea en ropa interior? ¡Baja esos brazos!

– Si, mistress – Dijo Silvia, a la vez que obedecía. Llevaba unas bonitas bragas de encaje con un sujetador a juego.

Ivette le indicó que fuese a su habitación. Silvia iba delante, andando en ropa interior mientras Ivette la observaba. Se iba a divertir mucho con la “señora” de la casa.

Ya en la habitación, Ivette trajo el uniforme de sirvienta de su cuarto, dándoselo a Silvia para que se lo pusiera. Éste, que ya era corto y ajustado de por sí, quedaba mucho más apretado en el cuerpo de Silvia, más voluptuosa que Ivette.

– Vaya, vaya, te queda estupendo… – Dijo Ivette – Ahora, comienza a recoger la habitación. Limpia todo el desorden que has montado con Ian.

– Si Mistress.

Silvia comenzó a recoger, primero estiró las sábanas y las mantas y luego, comenzó a recoger los cojines del suelo. Al agacharse, la falda se elevó mostrando a Ivette una perfecta visión de su culo. Al darse cuenta de esto, Silvia se levantó inmediatamente, gesto que fue castigado por Ivette con un sonoro azote en su culo.

– ¿Que pasa? ¿No quieres recoger?

– N-no digo ¡Si! mistress

– ¿Entonces a que esperas?

Silvia volvió a agacharse, tratando de taparse con las manos. De repente dio un grito cuando Ivette tiró de sus bragas hacia abajo.

– ¿Pero qu PLAFF – La replica de Silvia fue cortada con otra bofetada

– Mira, mira, la señora de la casa… ¿Que es esto? – Dijo Ivette, mientras avanzó hacia Silvia introduciendo un dedo en su entrepierna descubierta.

A Silvia se le escapo un gemido.

– ¿Estás cachonda? – Exclamó Ivette mientras acercaba el dedo a la cara de Silvia – ¡Te he hecho una pregunta!

– No mistress

– No me mientas perra, no me obligues a volver a pegarte

– Ehh Si

– ¿Si que?

– Si mistress, estoy cachonda…

Silvia no sabía lo que le ocurría, ¡Esa chiquilla la estaba poniendo a mil! no entendía como podía estar tan cachonda en esa situación

– Muy bien, las dos ganamos cuando dices la verdad – dijo Ivette mientras volvía a introducir los dedos en el coño de Silvia. Un nuevo gemido volvió a salir de su boca. – Vamos perra, límpiame los dedos

Silvia se quedo pensando… entonces intentó limpiarle los dedos con parte del traje de sirvienta.

Una nueva bofetada volvió a cruzar la cara de Silvia.

– Así no, perra. Con la lengua.

Silvia, que nunca había probado sus jugos, hizo de tripas corazón y se metió los dedos en la boca. El sabor dulzón no la desagradó del todo. Cuando hubo terminado, Ivette retiró los dedos.

– Quítate las bragas, según estás de húmeda, lo mejor es que tengas el chocho al aire. Eso es. – Dijo Ivette cogiendo las bragas de las manos de Silvia. – Ahora continúa tu trabajo.

Silvia siguió recogiendo el suelo de la habitación, esta vez sin taparse, no quería llevarse otra bofetada. Cuando se incorporó, se dio cuenta de que Ivette había traído una bolsa… Tan ensimismada estaba en sus pensamientos que no se había dado cuenta de que había salido de la habitación.

Ivette se acercó a Silvia, rápidamente metió los dedos de nuevo en su coño.

Silvia no se lo podía creer, ¡Se estaba volviendo loca de placer! ¿Cómo era posible que le pusiese cachonda esa situación? Esa joven… Sabía como mover los dedos… Además, después de la decepción con Ian… Estaba a puntito de correrse. Ivette notó el grado de excitación de Silvia y retiró inmediatamente los dedos.

– ¡NO! – Gritó Silvia.

– ¿No qué?

– Necesito correrme…

– Sólo te correrás cuando yo diga que te corras, perra.

– Pero – PLAFF

– ¡Ya basta de responderme! A ver si te enteras, si no quieres que ese video salga a la luz, vas a hacer todo lo que yo te diga. Y ahora como castigo…

Ivette se dirigió a la bolsa, sacó unas cuerdas y ató las muñecas a Silvia por detrás de la espalda. Acto seguido, hizo que se arrodillara, apoyando sus pechos sobre sus rodillas y, atando sus tobillos y pasando las cuerdas por debajo de su cuerpo, acabó el trabajo atando la cuerda al cuello. Silvia estaba totalmente inmovilizada.

– Y ahora la penitencia – Dijo Ivette sacando una vara de la bolsa. – 15 golpes. Tendrás que ir contándolos.

Silvia abrió los ojos de terror, comenzó a gritar que no lo hiciese, que no volvería a desobedecer. Ivette, ignorándola, comenzó a golpearla. Silvia no paraba de gritar, cuando llevaban 5 golpes Ivette paró.

– Si no cuentas los golpes no valdrán, y seguiré azotándote – Dijo Ivette. Silvia, viendo que no tenía escapatoria empezó a contar…

– ¡SeeEEis!

– No no, los primeros golpes no valen, no los has contado. Empieza desde el principio.

– ¡UnnOOO!

– ¡DDos!

– ¡Treeeees!

– ¡QUince! – Gritó Silvia, desfallecida cuando Ivette dio el último azote.

– Así aprenderás perra. Si no me obedeces, pagarás las consecuencias. ¿Vas a volver a desobedecerme?

– No mistress

– Muy bien, vamos a hacer una prueba. – Dijo Ivette, levantándose la falda que llevaba y, sentándose frente a Silvia, se apartó el tanga, dejando su coño rosado frente a la cara de la sorprendida Silvia. – Es hora de ver como le comes el coño a tu ama.

Silvia, sin mucha opción, comenzó a acercar la lengua a la raja de Ivette, cerrando los ojos, evitando pensar en lo que hacía, hasta que entró en contacto con su objetivo. Ivette estaba cachonda, muy cachonda. Su coño estaba muy húmedo y eso no se lo ponía más fácil a la asustada dueña de la casa. Comenzó a lamer despacio, de abajo a arriba, evitando introducir demasiado su lengua. Ivette le dio unos toquecitos en la cabeza con la pala, haciendo que Silvia levantase la cabeza.

– O lo haces bien o voy a tener que darte otros 15 azotes, a ver si así aprendes.

Ante la amenaza, Silvia hundió la cara en el coño de Ivette, comenzó a lamer, sorber, chupar, morder, pensando en lo que le gustaría a ella que le hicieran.

La verdad es que no sabía tan mal… Era distinto a sus jugos, pero al final no le daba tanto asco… Empezó a pensar en lo que estaba haciendo realmente, imaginándose la situación desde fuera, estaba atada y arrodilla ante una joven mientras le comía el coño como una posesa… No sabía que le pasaba… Se estaba volviendo loca de excitación. El culo le seguía molestando por los golpes, pero empezó a ser una sensación secundaria.

De repente, Ivette agarró la cabeza de Silvia y la apretó contra su coño, empezó a gemir y a mover sus caderas, hasta que, como un torrente, sus flujos inundaron la cara de la mujer. No soltó la cabeza todavía, por lo que Silvia siguió lamiendo.

Unos minutos después, Ivette apartó a Silvia y se levantó.

– Muy bien perra, para ser la primera vez que comes un coño no lo haces nada mal… Aunque con la costumbre, irás mejorando…

Ivette rodeó a Silvia y metió dos dedos en su coño.

– Vaya, vaya, ¡Si sigues chorreando! Incluso después de azotarte… ¿Quieres córrete perra?

– ¡Si Mistress! Por favor, necesito correrme…

– Entonces vas a tener que tenerme contenta… Voy a desatarte y vas a hacer todo lo que yo te diga. ¿Verdad?

– Si mistress.

Cuando Silvia estaba desatada, Ivette se puso enfrente y comenzó a ordenarle.

– Quítate la ropa.

Silvia se despojó del uniforme de sirvienta.

– ¡La ropa interior también es ropa perra! Si quieres tu orgasmo tendrás que estar más atenta

Cuando se quitó el sujetador, sus dos grandes pechos quedaron al aire, Ivette se acercó a observarlos, y comenzó a acariciarlos, sopesándolos.

Su dedo rozaba ligeramente los pezones de Silvia, lo que hacía que saliesen suspiros de sus labios.

– Bonitas tetas… – Dijo Ivette. – Túmbate sobre la cama.

Silvia obedeció.

– Separa las piernas. Muy bien. Tch, no me gusta. Demasiado pelo… A partir de ahora te depilarás entera, ¿Has entendido?

– Si Mistress

– Ponte a cuatro patas. Arquea un poco la espalda. Está bien. Ponte esto. – Dijo mientras le tendía un antifaz

Cuando lo tuvo colocado, Ivette realizó unas cuantas fotos con el móvil, procurando que se reconociese bien a Silvia.

– Apoya la cabeza contra la cama y sepárate las nalgas. – Empezó a fotografiar el nuevo ángulo que le enseñaba Silvia.

Se acercó a la cómoda y colocó el móvil allí para grabar en video el resto. Se acercó a Silvia por detrás. Comenzó a acariciarle la espalda, acercándose levemente a sus nalgas, recorriendo los bordes de su coño y volviendo a alejarse.

– ¿Te gusta?

– Mmmm Si Mistress.

– ¿Porque me llamas Mistress? – Silvia estaba confusa, ¿Por qué le preguntaba eso ahora?

– Porque eres mi ama. – Contestó, esperando que fuese esa la respuesta que buscaba.

– Soy tu ama… Eso es, y si yo soy tu ama, y tu eres mi esclava, ¿Crees correcto seguir follando con el jardinero cómo estabas haciendo esta tarde?

– No Mistress.

– ¿Y con los chicos del gimnasio que te traes a casa a escondidas de tu marido?

– No mistress.

– ¿Y con tu marido?

Silvia dudó… Entonces Ivette le metió un dedo en el coño y empezó un ligero mete-saca

– No mistress.

– ¿Por qué dejabas la puerta del baño abierta mientras te duchabas y te masturbabas?

– Por – Porque me excitaba la idea de que me pudiese descubrir, mistress. – Ivette metió otro dedo. Silvia vio la relación, si la respuesta le gustaba, el ritmo aumentaba.

– ¿Quién el la sirvienta de la casa ahora?

– Yo mistress.

– ¿Quieres correrte?

– ¡SI! Mistress

– Pídemelo.

– ¡Déjeme correrme por favor! – Ivette bajó el ritmo y sacó un dedo – ¡Mistress! – Aumentó un poco el ritmo. – ¡Por favor! Seré su esclava, ¡Haré lo que me pida! – Ivette metió el dedo. – Por favor, haga que su esclava se corra, soy una perra.

– ¡Mas alto! – Dijo Ivette

– ¡SOY UNA PERRA! – Ivette le metió un dedo por el culo mientras aumentaba el ritmo. A Silvia le pilló por sorpresa, pero no le desagradó, al contrario, fue el desencadenante de un tremendo orgasmo, mayor que todos los que había tenido. Se retorcía de placer sobre las sábanas, gimiendo y gritando, hasta que quedó desfallecida en la cama.

Ivette sacó los dedos, quitó el antifaz a Silvia y se los ofreció para que los limpiara. Silvia no se lo pensó, se llevó los dedos a la boca y notó un sabor extraño, mas agrio que antes.

¡Mi culo! – Pensó. – Me ha metido el dedo por el culo. – Pero no dejó de chupar.

Cuando hubo terminado, Ivette avanzó hacia la cómoda, cogió el móvil y paro la grabación.

– ¡Lo has estado grabando! – Gritó Silvia. Ivette le lanzó una mirada gélida – m-mistress – Añadió. No se atrevió a decir nada más. Ahora tenía dos videos con los que acusarla.

– A partir de ahora van a cambiar unas cuantas cosas. Eres mi esclava y, mientras no haya nadie más en la casa, me tratarás como te he enseñado hoy y harás las tareas de la casa. En cualquier otro caso, guardaremos las apariencias.

Eso tranquilizó un poco a Silvia, parece que no tenía intención de difundir los videos…

– Me voy a tomar el día libre, no vendré hasta mañana por la tarde. Cuando llegue quiero ver tu coño presentable… Ni un sólo pelo, ¿Entendido?

– Si mistress.

– Ya iré aclarándote más cosas de aquí en adelante. Y, por supuesto, se acabaron los jueguecitos con el jardinero y los niñatos del gimnasio.

– Si mistress

Ivette, satisfecha, recogió sus cosas y se marchó de la casa, dejando a Silvia sola con sus pensamientos.

Lo primero que hizo Silvia, fue echarse en la cama y comenzar a masturbarse hasta correrse de nuevo, y así, entre convulsiones de placer, se durmió, desnuda sobre la cama.

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