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La noche en Cabo Frío
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Tiempo de lectura: 7 minutos

Nos habíamos quedado solos en la casa de mi abuelo cerca de Cabo Frío, mi abuelo había salido esa noche hacia Río de Janeiro y no volvería debido a sus asuntos de embajada hasta una semana después; el personal doméstico se había retirado, mamá y yo nos quedamos después de cenar en la galería frente a la inmensidad de la noche, frente a nosotros la laguna de Saquarema encerrada entre montañas, el firmamento estrellado y lejana una guitarra sonando “zamba”, la brisa cual caribe, juagaba con su corto vestido rojo de breteles, mostrando de vez en cuando su tanga blanca enmarcando las caderas. En mi reposera seguía leyendo los libros de poesías que iba y venía a buscar hasta la biblioteca; en un momento mamá se ofreció en traerme un trago fresco, le dije que sí y al incorporarse de su hamaca, su tanga era apenas un hilo calzado entre sus muslos dorados.

Me incorporo de mi hamaca para pedirle que mi trago sea un simple jugo de guaraná helado, cuando a través del ventanal la descubro apoyada sobre la pared, llevando sus dedos después de acariciar su vulva hacia sus labios, la veo excitada cerrando sus ojos y uno de sus senos se escapa de aquel camisolín rojo.

¿Se ha excitado pensando quizá en su viejo amigo Reinaldo al que volvería ver después de años, en su novio Mingo que había quedado en Bs. As. en el bóxer blanco que yo llevaba puesto dibujando mi bulto en la noche?, pero no creo que sea pensando en el cornudo de mi padre, que siempre le recordaba llevar preservativos, mientras se quedaba en Bs. As.

Laura, mi madre estaba ardiendo y no dejaba de ser casual frente a semejante espectáculo en la noche de Cabo Frío.

Volví a mi hamaca y la esperé acariciando mi bulto, sensualmente me acercó el trago inclinándose hacia mí y provocando que a mis ojos sus lolas cayeran insinuando sus pezones, sus piernas rozaron mi brazo y dándome la espalda se volvió a su hamaca, sobre sus muslos bronceados la tanga blanca y desprolija era una mueca de provocación a mis instintos; poco después la sentí dormida.

—Me quedé dormida, me voy a la cama, hasta mañana amor

—Hasta mañana ma, me quedo leyendo un rato más, la noche tiene poesía

—Pedí un deseo…, acaba de pasar una estrella fugaz

—Hmmm, pedilo vos. Insinué volviendo a acariciar mi bóxer.

Creo que en ese momento dejé de ver para siempre a mi madre como madre y se convirtió en una mujer deseable, y para lo lascivo de su mirada también dejé de ser su hijo para convertirme en su pecado más furtivo, su encendido deseo, el cómplice de sus vidas de cortesana, de puta ante mis ojos y para lo más perverso entre nosotros, desde esa noche en Cabo Frío nada sería igual.

Ya no éramos madre e hijo, éramos una misma intención en la noche, aunque yo soñaba con mi primera novia, con mis poesías, la deseaba, ella era lujuria desatada abiertamente a la excitación de sus deseos sexuales. El incesto ya estaba delante de nuestros bajos instintos.

Había leído por ahí: “que lo hombres traicionan porque está en su sistema genético. La mujer lo hace porque no tiene dignidad suficiente, y además de entregar su cuerpo acaba siempre entregando un poco de su corazón, Un verdadero crimen. Un robo. Pero asaltar un banco, porque, si algún día la descubren (y siempre lo hacen), causará daños irreparables a su familia. Para los hombres apenas es un “estúpido error”. Para las mujeres es un asesinato espiritual de todos aquellos que la rodean de cariño y que la apoyan como madre y esposa”.

Me fui a mi cama a seguir leyendo, por el corredor vi que aún había luz en el cuarto de mamá, me acerqué y escuché que se estaba duchando, volví pensando que mi madre ya no lo era, ahora era su nombre sinónimo de una trasgresión, de incesto, de una puta. Laura, el deseo del placer prohibido pero adictivo. Apagué la luz y me quedé pensando mirando el vacío de un apetito erótico quizá irrealizable, —solo si ella lo hubiera deseado al caer esa estrella—. La brisa ingresaba por la ventana, un resplandor de luna dejaba ver sombras en mi cuarto.

Siento su presencia, su respiración me provoca, no lo creo, me masturbo con los ojos cerrados, pienso en ella, me incorporo en la cama; adivino su figura dibujada en ese resplandor, siento su perfume y abro los ojos, ella está sentada en la banqueta blanca, sostiene una copa, cubriendo su pubis depilado.

Encaramada sobre unas botas de caña alta, entreabre sus piernas y veo su vientre apenas depilado, dejando adivinar una tira delineada que baja hacia su clítoris, sus senos escapando del negro soutien y un liguero sostenido desde la tanga se le clava en la carne.

No me dice nada, me mira sensualmente, eróticamente me provoca y levanta su copa hacia mis ojos. Vuelvo a cerrar mis ojos…

Se incorpora y se acerca sobre sus botas —vamos a mi cama—, me resisto a la invitación, pero su tanga perfumada me provoca un incontrolable temblor, mi pija se rigidiza aún más, mis manos acarician sus piernas y me atrevo a su rozar con mis dedos sus marcados labios en ese encaje. La miro y le esbozo una sonrisa, me toma de la mano. No quiero, pero lo que va a pasar cambiará nuestras vidas.

No me habla, me observa, su dedo índice se introduce en mi boca, después otro más que succiono y salivo, me hace callar. Sé que ya es imparable y ya no quiero que se detenga mientras baja su mano acariciando mi pecho acariciando mi sobre el bóxer.

Deja caer sus brazos y con ellos cae su bata de encaje hacia el suelo, su cuerpo aparece ante mí casi desnudo.

Quiero besarla, pero me resisto mientras sigo acariciando sus piernas, juego con la seda de su tanga, rozando su pubis, adivinado sus labios y su húmeda grieta que presiono…

Quiere besarme, abre los labios jadeando, pero suspira.

Me levanto de la cama, quedo por sobre su cuerpo con mis brazos caídos, ella eleva su boca buscando mis labios, se desnuda toda, toma mi pija apretando la base de mi tronco erectándola hasta que la hace rozar sobre los vellos delineados de su pubis.

No puedo decir palabra, reclino mi cabeza hasta el placer de sentir que me masturba, me entrego y sus labios comen mi boca, se confunden las salivas, nuestras lenguas se encuentran, su mano atrapa mi nuca, me aprieta aún más sobre sus labios y entrego mi voluntad a ella.

Oigo su respiración que se acelera sobre mi boca, mientras sigue masturbándome, se arrodilla y mi glande desaparece entre sus labios, roza con sus dedos mi ano, me electriza y empujo mi pija hasta el fondo de su garganta.

Me ha poseído, soy suyo en esta noche, la estrella que cayó en el infinito, está de rodillas ante mí, desnuda, pervertida y puta. Sus pezones se frotan en mis piernas, no me deja acabar en su boca, se pone de pie, ata en mi cuello el cinturón de su bata, me da su espalda, me apoyo en sus caderas, quiero penetrarla, pero se aleja… Me toma de la mano y nos perdemos en corredor hacia su lecho.

Soy esclavo de su deseo, abre sus piernas y me tiendo sobre ella, esquiva la penetración de mi pija, se gira, una pierna reposa sobre la mía, me vuelve a masturbar, me pajea, pero no me deja acabar, no eyaculo.

—Tengo algo especial para vos, mi bebe, nadie nunca te va a tratar como yo esta noche.

Me mira, se sonríe y me guiña un ojo; sube el cinto de seda y me cubre los ojos, no puedo ver nada, solo siento su respiración y sus manos rasgando las sábanas mientas su aliento baja por mi pecho, lo siento sobre mi vientre. Espero una caricia sobre mi erección, pero no.

Quiero sentirla, el silencio es muy profundo, no me toca.

No veo nada y estoy temblando.

Su dedo índice roza otra vez mi ano y se introduce suavemente, levanto mis caderas, me gusta la sensación, mi madre me está penetrado, mi erección siente la suavidad de sus labios que vuelven a envolver mi glande y acabo interminable en su boca que se retuerce mientras sus manos agitan, pajean aún más mamando mi semen.

No me quita la seda de mis ojos, la siento recostar su cuerpo sobre el mío, su pubis se aprieta con mi pija y me besa con el sabor de mi semen que se ha bebido. Su lengua busca otra vez la mía, me chupa la boca, succiona mi saliva. Mis manos ahora la recorren y descubro sus caderas, encuentro la raja de su cola y busco su ano, me besa aún más profundo, pero se aparta.

Me quedo inmóvil entre sus sábanas, la ceguera y su alejamiento me sugieren sus juegos sexuales. No la siento, no escucho su voz, ni percibo su aliento, su contacto, su perfume, permanezco en silencio.

Al cabo de un rato que me semeja el infinito, vuelvo a notar sus piernas cabalgadas sobre mi vientre, su concha se refriega sobre mi pija que se tiesa y se entierra en sus labios, me mojan sus flujos, pero no deja que la penetre. Me tomo del respaldo de la cama y dejo que ella me cabalgue, se frota sobre mi vientre, siento en mis labios sus pezones, que me obliga a morder; los mordisqueo, los succiono y se hacen más grandes en mi boca.

—Nadie nunca te va a tratar como yo esta noche. —Repite.

La penetro aún más, hasta que desaparece mi pija en su jadeo y acabo otra vez, profundo en su intestino y caigo sobre su cuerpo, estamos sudando de placer, resbalo de su cuerpo y cae un chorro de semen desde su culo ensangrentado de tanta calentura y del tamaño de mi furia.

Me cogí a mi madre, le rasgué el culo, más de uno hubiera deseado ese momento, pero era solo mío, su esfínter estaba reservado para mí.

Siento entre sus labios vaginales que mi pija se ha hinchado nuevamente, pero no me deja penetrarla; se incorpora y me quita la seda de los ojos, la habitación está solo iluminada por la luz de la noche que ingresa por la ventana.

—Vuélvete. —Me ordena.

Me paro del lado de la cama y ella se recuesta, su cuerpo se quiebra y flexiona sus piernas hacia mis hombros, sus tetas se coronan con dos aureolas de profundo rosado y sus pezones apuntan hacia mi mirada lasciva. Le sujeto las piernas por debajo de sus rodillas y mi glande se acerca a sus labios, ¡Suspiramos!

—No, por mi nácar aún no, primero “haceme la colita”, la guardé virgen para vos, ningún macho dilató mí esfínter, es mi regalo para tus dieciocho.

—Emboco mi glande en su ano y presiono, se lo había lubricado y mi erección se abre paso, con sus manos separa aún más sus caderas y la penetro, su clítoris es mi tentación, quiero chupárselo, pero no me deja que deje de penetrar aún más, hasta atravesar sus intestinos.

—No te detengas, cógeme, cógeme más fuerte; rómpeme el culo, me arde; así quería sentirte, así, así nadie se atreve a ser el primero, solo vos bebe.

La veo arquear su cuerpo sin soltar mi pija, y aprieta su esfínter aún más…

—Atravesame, tenés una pija enorme hijo, abrime, ensanchame, enculame a tu forma y a tu ritmo.

Se dibujan las siluetas en el cristal de la ventana con fondo de mar. Se arrodilla delante de mí, me masturba, me devora… acabar o no, ya no es una alternativa, inundo sus labios y cae desparramando mi semen entre el abismo de sus senos. Ya no es sino mi amante, mi lujuria, mi pecado final, la noche es profunda entre sus labios, me erecto sobre sus senos y desparramo mi semen otra vez sobre sus aureolas rozadas y sus pezones erectos.

Apoya sus manos sobre una mesa, sus pechos escapan del body negro, le corro la tanga, la penetro una vez más, ella curva su cabeza, sus cabellos negros huelen a “savage” me rozan el pecho, me siente, me gime y empuja sus caderas hacia mi erección que late acabando dentro de su vientre; curva en su figura en un intenso orgasmo, su cabeza de desploma hacia adelante y vuelve a gemir.

Se deshace el tiempo en edades mitológicas, consumado el deseado incesto se repite una y otra vez entre las penumbras que incitan el pecado. Edipo y Yocasta, se reencarnan en ella y en mí. Cenamos en la habitación del hotel, nos miramos, sonreímos mientras saboreamos el sabor fatal sobre una fondue de chocolate, ante quien nos sirve en silencio, ya jugamos incontrolables el placer lascivo de lo mitológico.

(…) Me despierto sudando con una erección, la tengo a mi lado, me levanto y la contemplo, es mi madre, entregada a Morfeo, dormida entre espumas de encajes, almohadones de ganso y sábanas color pasteles resaltando el negro de sus encajes. Me hechiza verla dormir, indefensa su piel morena, sus piernas de color cual el ocre me perturban, la deseo, me acerco y acaricio sus piernas, ella no se despierta, rozo apenas con un dedo su pubis, le beso los labios, me masturbo y dejo que mi semen caiga delicadamente sobre su boca entreabierta.

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MORADO SUBIDO
MORADO SUBIDO
Se deshace el tiempo en edades mitológicas, consumado el deseado incesto se repite una y otra vez entre las penumbras que incitan el pecado, Edipo y Yocasta se reencarnan. En la habitación del hotel nos miramos, sonreímos mientras saboreamos el morbo sabor de un beso, y ante quien nos sirve en silencio jugamos incontrolables el placer lascivo de lo mitológico.

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