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La morena con cola de caballo
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Tiempo de lectura: 4 minutos

Los días en la oficina cada día se hacían más tediosos, sobre todo luego de que eliminaron espacios y los sanitarios pasaron a ser compartidos con otra empresa.

Sin embargo, gracias a esa medida, la conocí.

Una tarde cuando salía del sanitario de caballeros, vi a esa morena que iba entrando al de damas. Me llamó tanto la atención, que aproveché a un conocido que pasaba por allí para tontear y esperar a que saliera.

La morena era hermosa, como esas chicas que no necesitan hacerse nada para lucir sus atributos. Cabello negro hasta los hombros, senos firmes y voluptuosos, una cintura pequeña y un culo macizo como nunca había visto.

Comencé a averiguar entre mis amigos de la empresa si la habían visto, pero algunos se reían de mí y otros me decían que le viera bien la cara, porque parecía que "escondía" algo.

No les presté atención y procuré seguirme encontrando con ella en el pasillo, por "casualidad". Conocía ya al dedillo su vestuario: vaqueros, faldas, camisas casuales, franelas, todas esas imágenes me servían para masturbarme frenéticamente imaginando todas las posiciones posibles.

Dos semanas fueron suficientes para que una tarde, que iba corriendo para llegar a mi casa, salté al ascensor que estaba en mi piso y apenas entré, la vi allí, esperándome; me sonrió y me saludó: – hola, creo que te he visto por los pasillos-. Yo sonreí, le devolví el saludo y me sumergí en el teléfono.

Luego de ese encuentro casual en el ascensor, los momentos y las miradas en el pasillo eran más frecuentes.

Un mediodía, nos encontramos de nuevo en los ascensores, estaba bella: blusa escotada, falda por las rodillas que resaltaba su culo y una cola de caballo. Eso me dio ánimos para invitarla a un café, allí hablamos de todo un poco, pero yo no perdía momento para detallarla, sus labios carnosos, sus ojos café y su cuello para morder.

De regreso a nuestras respectivas oficinas, el elevador estaba vacío y nos morreamos un poco: besos, mordí un poco sus tetas por encima de la blusa y agarre esas nalgas que me volvían loco. Ella, al ver que trataba de meter mi mano bajo su falda, me detuvo con un beso de lengua: – calmate un poco papi, no soy lo que piensas -. Eso me excitó más y solo le pude responder: lo sé.

Esa noche, después de ese encuentro, me masturbé como un poseso no solo pensando en poner en cuatro a mi amiga halándola por su cola de caballo sino, preguntándome qué tendría de diferente y qué podría hacer conmigo.

Una semana después, la vi al mediodía cerca de la oficina: jeans ajustados, una blusa semitransparente que denotaba su ropa interior negra y como siempre, cola de caballo.

Le hice señas y se acercó, moviendo sus caderas pero a la vez tan sencilla como si se estuviera levantando de la cama: – hola, sabes que no he dejado de pensar en ti y ni sé tu nombre-, me dijo luego de darme par de besos de saludo.

Yo le respondí con lo mismo: – pienso igual, qué te parece si quedamos al salir del trabajo y así aprovechamos para conocernos mejor-, ella asintió y continuó su camino.

La tarde en la oficina se me hizo larga, solo quería estar con la morena. Eran tantas las ganas, que aunque no lo hacía a menudo, tuve que encerrarme en el baño a ver porno en el móvil y masturbarme para aliviarme.

A las cinco en punto, la chica estaba en el pasillo. Nos abrazamos y sin decir palabras, comenzamos a caminar al estacionamiento. ¡Vamos a mi casa y no puedes decir que no!, le dije mientras la tomaba de la mano y ella respondió con una amplia sonrisa: – perfecto, no esperaba eso, pero me gusta la idea -.

Mi piso era monoambiente, una pequeña cocina, un baño y todo el living era la habitación, es decir, poco espacio para grandes cosas. Ella pareció notar lo mismo, porque me vio con la sonrisa más picara y se me lanzó a los brazos: es pequeño pero acogedor.

La besé metiendo mi lengua hasta el fondo de su boca, ella me correspondía tomándome por la espalda y acariciando mis nalgas. Allí en el piso, la acosté para comenzar a besar su vientre plano, su ombligo y subir hasta sus tetas. Ella me hizo el favor y se desnudó, dejando a la vista un brassiere negro que pronto quedó en el piso.

Sus pezones eran marrón oscuro, los mordí, hacía círculos alrededor de sus areolas y mordía suavemente. Ella solo guiaba mi cabeza con sus manos para que siguiera comiéndome ese par. Volví a bajar a su vientre y comencé a desabrochar sus vaqueros, ella me detuvo y con sorpresa y ternura me pidió que me detuviera. – Quiero hacerlo yo -, la tomé de la mano y me senté en el sillón.

De espaldas a mí se veía escultural, su cabello negro, su espalda y sus vaqueros que iban bajando poco a poco para mostrar unas preciosas nalgas. Se bajó la ropa interior con las piernas cerradas, por lo que su culo se veía más parado.

– Cierra los ojos -, me pidió. Asentí y luego de segundos de silencio, pude palpar que se estaba sentando sobre mi. Sus manos guiaron las mías a sus tetas, luego a su boca para mamar mis dedos uno a uno, pero yo quería bajar a su entrepierna.

Prácticamente tomé la iniciativa y acaricié nuevamente sus tetas, su vientre, su ombligo hasta que llegué a su entre pierna. Tenía un pene macizo, completamente depilado y aparentemente, de un tamaño considerable que pude medir al tomarlo todo entre mis manos.

Comencé a masturbarla, de arriba a abajo haciendo especial presión en la cabeza que ya empezaba a humedecerse. Ella comenzaba a mover sus caderas al ritmo de mis arremetidas en su polla, pensé que de un momento a otro su culo sería mío pero me quitó la mano y se levantó.

– Abre los ojos, amor -, obedecí y tenía frente a mí un pene largo y medianamente grueso. Como si me estuviera desvirgando, suavemente comenzó a introducir su pene en mi boca.

Era suave, tenía un sabor un poco ácido pero a la vez dulce. Lo sacaba y pasaba mi lengua por su glande, ella solo gemía y movía sus caderas. Luego de unos minutos, estaba agarrándome de sus nalgas para guiar el sexo oral y lamer sus bolas depiladas.

Luego se volteó, se abrió las nalgas y comenzó a pasármelas por la cara. Yo mordía, lamía, jugaba con su pene. Su culo estaba totalmente dilatado y era precioso, yo no aguantaba más así que la tomé por la cintura y la senté sobre mi pene.

Fue una penetración rápida y placentera, su culo a pesar de verse muy dilatado era estrecho por lo que abrazaba mi pene con suavidad. Comencé un mete y saca, mientras con una mano la masturbaba y con otra acariciaba sus tetas.

Podía sentir su cuerpo sobre el mío, su sudor, mordía sus orejas. Sin separarme de ella, nos levantamos y cambiamos de posición. Se recostó del sofá y pude cumplir mi fantasía: tomarla por su cola de caballo para guiar la cogida.

Era un sueño hecho realidad, ella con una mano se abría las nalgas y con otra se estaba masturbando. Estuvimos así por unos minutos, un mete y saca que nos llevó a acabar al mismo tiempo, mi semen en su culo y ella en sus manos y mi sofá.

Me agaché, le lamí el ano y luego le mamé el pene. Era una sensación perfecta, ahora yo quería que ella me hiciera suyo.

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