Después de tres convocatorias, por fin, en febrero, aprobé unas oposiciones a la administración de justicia. Con 32 años y después de varios años en trabajos mal remunerados me decidí a prepararme para acceder a un puesto de trabajo seguro. Mi primer destino fue bastante lejos de mi pueblo natal, una población jienense limítrofe con la provincia de Albacete. Fui destinado a Xerez de la Frontera, a más de 5 horas de coche. En cualquier caso mi adaptación a la ciudad y al puesto fue excelente. Me encontré un maravilloso grupo de trabajo que desde el primer día me incluyó en sus actividades sociales.
Aterricé en un Juzgado xerezano en enero de 2019, el año pre pandemia, durante los siguientes meses comencé mi adaptación con un par de compañeros haciendo de cicerones por toda la ciudad. Una compañera, Julia, me alquiló a muy buen precio un piso que la familia de su marido poseía en el centro de la ciudad. La verdad es que no podía creer donde vivía y por el precio que lo hacía. Lo disfruté casi todo el tiempo solo porque mi chica seguía viviendo en nuestro pueblo. Y es que ella era cajera de una conocida cadena de supermercados. Me visitaba cada vez que libraba un fin de semana.
Así transcurrieron los meses hasta llegar a mayo donde se celebra el gran acontecimiento de la ciudad, la Feria del Caballo. Durante la segunda semana del mes la ciudad es un hervidero de gente disfrutando de un acontecimiento tan popular en toda Andalucía. Sin llegar al nivel de la Feria de Abril sevillana, la de Feria de Xerez es un espectáculo de color y diversión. Desde el primer año que la viví quedé enamorado. Y es que cuando la vives con ciudadanos de allí las cosas son muy diferentes.
Paralelamente mi relación con algunos compañeros se iba estrechando hasta convertirse en verdadera amistad o más Julia, mi compañera y casera, era una mujer madura de muy buen ver. Una morenaza racial de pasado glorioso y presente morboso. Al parecer tenía fama de haber sido toda una mujer fatal. A decir verdad, entre nosotros se fue creando una relación que fue derivando en tensión sexual.
Así llegamos al viernes de feria en que era tradición que todo el cuerpo de funcionarios de justicia fuéramos a la feria a comer. Después de la comida todos nos dividíamos en distintos grupos. Por supuesto yo me quedé con el de mis compañeros. Entre rebujitos, manzanilla y bailes consumíamos la tarde incluso alguna otra cosa más.
Una de las cosas que pueden resultar más sensuales es un baile por sevillanas. Así, Julia y yo nos marcamos uno que subió la temperatura de nuestros cuerpos muy por encima de lo prudencial. Acabé rodeando su cuerpo con mis brazos y encarados dejando nuestros labios a escasos centímetros. La situación pedía un beso a gritos y aquella mujer casi 20 años mayor que yo lo remató con un pequeño pico que dejó a nuestra audiencia atónita antes de estallar en una ovación.
Para entonces el alcohol hacía que nuestros comportamientos fueran totalmente irracionales. Nuestras parejas no se encontraban allí. Mi chica llegaría al día siguiente, sábado. Y Nacho, el marido de Julia, había estado un par de horas con nuestro grupo pero se marchó entendiendo que aquella era una quedada de su mujer con su grupo de compañeros de trabajo.
Inmediatamente después de nuestro baile, Julia tuvo ganas de ir al baño. Como en los aseos las colas eran interminables, Julia me pidió que la acompañase hasta el descampado junto al recinto ferial que se había habilitado como aparcamiento. Aprovechando para ir a recoger algo a su coche. Es cierto que mear en la calle, entre dos coches, no es ni cívico ni propio de personas tan alejadas de la adolescencia pero es algo más común de lo que se puede pensar en este tipo de ferias.
Llegamos entre dos coches y Julia se bajó el pantalón y las bragas, sin ningún reparo, delante de mí. Luego se agachó y comenzó a mear. Yo no me corté y la miré. No perdí detalle de aquel chorro que manaba de su rajita adornada con una fina tirita de vello muy morbosa. El sonido del chorro vaciando su vejiga me resultó excitante. Julia me miró y me dijo si nunca había visto un coñito maduro.
Le sonreí y le dije que yo también me estaba meando. Me miró y me dijo que no me cortase por ella. Así que me la saqué y empecé a mear delante de mi compañera. Julia me sonrió antes de decirme: "joder, qué contenta tiene que estar tu novia". Yo, que para entonces la tenía morcillona empecé a acariciármela para que creciera.
Cuando terminé de mear se la acerqué a Julia que no dudó en abrir la boca y metérsela. Cerró los labios entorno al tronco de mi polla y succionó mi capullo. Yo suspiré al sentir la presión sobre la cabeza de la polla y comencé a introducírsela hasta su campanilla. Julia era una auténtica come-pollas. Durante 10 minutos me estuvo dando una espectacular mamada que terminó con una no menos espectacular corrida mía dentro de su boca. La tía se lo tragó todo.
Después nos vestimos y volvimos al lugar con los compañeros. Lo mejor de todo es que cuando llegamos, entre el grupo de compañeros también estaba el marido de Julia que se había vuelto a unir. El tipo, bastante alegre por el alcohol ingerido, no dudó en comerle la boca a Julia que por más que intentó hacerle una cobra no pudo evitar el contacto de sus labios. Los suyos con sabor a mi polla.