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La limpiadora
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Tiempo de lectura: 12 minutos

Pocas cosas resultan más morbosas que follarse a una madura. Cuando uno es joven, una de las fantasías más recurrentes es la de montárselo con una MILF. Típica historia con la vecina pureta, tirarse a la madre de un amigo o follarse a la mujer del jefe. En mi caso no fue ninguno de esos escenarios. Tampoco fue una tía espectacularmente guapa que pasaría por menos edad. Lo mío fue diferente. Hace 25 años yo tenía 22 y trabajaba en una inmobiliaria dedicada al alquiler vacacional. Desde primeros de junio hasta mediados de septiembre, trabajaba de chico de los recados en una oficina en una playa. Junto a una compañera nos pasábamos el verano atendiendo a los inquilinos que habían alquilado los diferentes apartamentos que se repartían por aquel trozo de costa. Entre cambio y cambio de alquiler quincenal teníamos que planificar la limpieza de esos apartamentos. Y es aquí donde aparece mi pureta.

Rocío, la gobernanta de las limpiadoras, tenía unos 47 años vividos. No era nada fea, pero el paso de los años no le habían hecho justicia. Casada con un segurata que trabajaba en el centro comercial donde teníamos la oficina, era madre de dos adolescentes de 15 y 17 años. Los más de tres lustros de matrimonio la habían llevado a un estado de dejadez física. Sus escasos 157 centímetros contenía, a estas alturas, un culo con celulitis y varios kilos de más. Pero Rocío tenía un encanto personal y unas tetas tamaño XL imposibles de pasar desapercibido para cualquier hombre heterosexual.

Nos habíamos conocido el año anterior y este la había cogido mirándome varias veces. En aquella época yo tenía un físico bastante atractivo. Mis entrenamientos con el equipo de baloncesto me mantenían en una buena forma física. La genética también ayudaba, con una altura considerable, poseía un cuerpo bien tonificado y definido. Las piernas bien desarrolladas y un culo con bastante éxito. De manera, que Rocío había empezado a piropear mi físico medio en broma medio en serio, ante sus subordinadas y mi compañera.

Durante los últimos días de junio la relación laboral fue muy estrecha. Ella, como jefa de limpiadoras, y yo, como chico de los recados, teníamos que coordinar muchas cosas y trabajamos codo con codo durante muchas horas. En esos días hubo miradas, bromas y algún que otro roce. En el cambio de la segunda quincena de julio, la tensión sexual entre ambos era más que evidente aunque por suerte nadie se había dado cuenta.

Casualidad o no, Rocío necesitaba que la acompañase a hacer algo a una vivienda. Dentro de la habitación la tuve a ayudar a colocar una cortina. En un estrecho hueco me vi sujetando a la limpiadora sobre una silla. Estábamos casi juntos. Sus tetas estaban a la altura de mi cara. La opción de morderlas era demasiado tentadora. De repente, Rocío fue descendiendo hasta colocar su cara frente a la mía.

No sabría decir quien tomó la iniciativa. Lo cierto es que en una décima de segundo estábamos besándonos apasionadamente. Ella se agarraba a mi nuca y me metía la lengua hasta la campanilla. Se le veía ansiosa de sexo. En mi caso, era más morbo que ansiedad. Llevaba seis meses saliendo con una chica de 19 años y follábamos con asiduidad. Pero las tetas de la limpiadora me tenían obnubilado. Marta, mi chica era menudita, muy guapa de cara, pero con poco pecho.

Rodamos por la cama de matrimonio de aquella casa anónima. Nos comíamos la boca y comenzamos a desnudarnos. Mi cuerpo fibroso y juvenil contrastaba con el de aquella madura con algo de sobrepeso. Al quitarle el sujetador aparecieron dos impresionantes tetas de aureola marrón claro y pezón gordo. Sin pensármelo me lancé a comérmelos:

-Joder, cómeme las tetas niñato.

Se las mordí, se las chupé, se las mamé. Eran inabarcables. Mis labios succionaban sus maravillosos pezones mientras Rocío no paraba de gemir y buscar con sus manos quitarme el pantalón.

La ayudé poniéndome de rodilla y facilitando la maniobra. Sin perder tiempo me liberé de toda mi ropa y me exhibí desnudo ante aquella limpiadora. Mi físico estaba perfectamente definido con el entrenamiento del equipo y sobre todo con mis 22 años. Ella alabó mi polla antes de engullirla como zorrita hambrienta:

-Dios que gustazo de boca.

Era la primera vez que me la mamaba una puerta. Y esta se esforzaba en hacerlo a la perfección. Mi polla se derretía en el interior de la boca de Rocío, que estaba desatada.

Antes de correrme le ordené parar. La tumbé boca arriba y le bajé las mallas ajustadas junto con las bragas. Ante mi un coño cubierto por un triángulo de rizos negros del que emanaba un intenso olor a sexo. Le acaricié la mata de pelos mientras la mujer abría las piernas ofreciéndome su intimidad. Notaba el calor de su raja.

Me lancé de cabeza a comerle el coño. Mi novia lo llevaba totalmente rasurado. Y las dos chicas con la que me había liado antes de ella también. Era la primera vez que me comería un coño peludo. Qué cosa más rica, joder. Separé los labios vaginales de Rocío para deleitarme con el manantial rosado que tenía delante. Pasé mi lengua desde el ano de la limpiadora hasta su clítoris. Saboreando el flujo que inundaba el coño y metiendo la lengua en cada pliegue de aquella vagina madura.

Rocío no se cortó a la hora de gemir con la maravillosa comida de coño que le estaba dando. Entre sus piernas, con algo de celulitis, me esforcé en darle un placer que parecía no disfrutaba hacía mucho tiempo:

-Come cabrón, come. A la limpiadora le iba el sexo sucio y malhablado y a mí me encantaba. Sobre todo porque a mi novia no le ponía nada que la insultara.

Comencé a masturbarla con mi lengua al tiempo que le metía tres dedos en el coño. Su musculatura se tensaba para apretar el grosor de las extensiones de mi mano:

-¿Te gusta, zorrita?

-Méteme la polla niñato.

-¿Quieres polla, zorra? ¿Quieres esto? Le dije moviendo mi polla con una erección de caballo en la que se marcaban las venas.

Sin darle tiempo, le separé las piernas y se la hundí hasta el fondo. Un grito de ella evidenció sus carencias sexuales. Otro puntazo fuerte, seco. Un golpe de cadera duro. El ruido de nuestros cuerpos chocando comenzó a ser más uniforme. Me estaba follando a la limpiadora pureta sin compasión. Sobre ella comencé a comerle las tetas que se movían al ritmo de mis caderas como dos flanes:

-Dame fuerte joder. Decía la pureta mientras se agarraba a mis duras nalgas.

-Quiero correrme entre tus tetas…

Me incorporé y subí sobre su cuerpo hasta colocarme a horcajadas sobre su torso. Ella me miraba lasciva y agarrando sus tremendas tetas. Coloqué mi polla erecta entre ellas para que la mujer las juntara. Sentí como aquellas enormes tetas de casada aburrida abrazaban mi polla. Una polla extraña para ella. Comencé a moverme mientras ella hacía lo mismo con sus manos. Aquella era mi primera cubana. Una pureta casada me estaba haciendo una paja con sus impresionantes tetas. Sentí que desde mis cojones comenzaba a subir el semen;

-Córrete cabrón. Córrete encima de mí.

No dejaba de mirarle a los ojos verdosos y su cara de pureta insatisfecha. Me estaba poniendo muy burro. Miraba como mi polla se perdía entre las dos enormes tetas. Estaba a punto de correrme cuando Rocío fue un paso más allá:

-Pégame niñato. Pégame en la cara.

Mirándola a los ojos, mordiéndome el labio inferior sentía que la corrida era inminente y le di una hostia. Le crucé la cara al tiempo que un par de chorros de semen caliente marcaban su mejilla enrojecida por mi mano:

-¿Esos es lo que quieres, puta?

-Mmmm, sí joder, soy muy puta.

Cuando terminé de correrme los chorros recorrían su cara, su cuello y para terminar entre sus tetas. Le acerqué el capullo gordo y de color rojo intenso para que la pureta me lo terminara de limpiar. Lo envolvió con sus labios y succionó hasta dejarme seco.

Había pasado más de una hora desde que nos marchamos a colocar la cortina al apartamento. Contamos una historia más o menos creíble ante mi compañera, en la oficina. Pero aquella tarde se había abierto una puerta que sería muy difícil cerrar. Esa noche, Marta, mi chica, no tenía muchas ganas de follar, pero a mi aún me duraba el calentón del polvo con Rocío. Así que conseguí que me la chupara en el coche, pero la cosa no acabó nada bien:

-Chúpamela bien, puta zorra No pude evitarlo, el recuerdo de la cubana con la limpiadora seguía muy vivo en mi cabeza.

-¿Qué dices tío? Ya sabes que no me gusta que me hables así. Ahora te la terminas tú.

Me dio igual. No podía quitar de mi mente a Rocío. Me fui a dar una vuelta a la playa y a imaginar si el segurata se la estaría follando. O comiéndole las tetas que yo había bautizado como mi semen esa misma tarde.

Los días siguieron pasando y la complicidad entre Rocío y yo seguía aumentando. Una tarde, se retrasó y llegó a la oficina a la hora de salir. Mi compañera le propició la coartada necesaria:

-Me he venido sin coche y necesito que alguien me lleve.

-A mi me viene fatal Rocío, voy en dirección contraria se apresuró a contestar mi compañera.

-No te preocupes que yo te llevo. Me ofrecí sabiendo que aquello tenía alguna razón.

Nos montamos en mi coche y salimos en dirección a la carretera que llevaba a la población de Rocío:

-Para por aquí. Me dijo la limpiadora al pasar por un carril de tierra que se perdía en un pinar. Sin duda aquello era un picadero donde los adolescentes iban a follar.

Paré el motor. Nos miramos:

-Me tendrás por una puta, ¿no?

-No. Te tengo por una casada aburrida de su matrimonio.

-Pues sí. Mi marido es muy bueno, pero llevamos demasiados años juntos y el sexo con él no me satisface. Y contigo -dijo esto mientras me agarraba el paquete.

No le di tiempo a seguir y la besé. Su boca sabía a chicle de menta. Le metí la lengua hasta la campanilla. Ella me correspondía ansiosa. Me mordió el labio inferior y sin dejar de manipular mi pantalón hasta liberar mi polla erecta. Bocio se separó de mi para acomodarse de rodillas en el asiento el copiloto. Miró por la ventanilla antes de quitarse la camiseta por la cabeza y exhibir ante mi sus dos melones aprisionados por el sujetador. Llevando sus manos a su espalda y sonriéndome se deshizo de la prenda para dejar al aire aquellas dos maravillas de la naturaleza. Sus pezones, endurecidos por la excitación, parecían más gordos aún de lo que eran. Luego me agarró la polla. La apretó y tiró de la piel hacia abajo para descubrir mi capullo, gordo, de piel tirante:

-Vaya rabo que tienes cabrón.

Rocío se inclinó sobre mi entre pierna y se introdujo mi polla en la boca. No pude evitar un suspiro de satisfacción cuando aquella casada que podía ser mi madre comenzó a comérmela. Lentamente, su cabeza descendía hasta topar su nariz con mi pubis. Sentía como mi capullo se iba acomodando a su cavidad bucal encajándose en su garganta. Sin duda Rocío era una auténtica puta-comepolllas. La agarré por la cabeza y comencé a marcarle el ritmo de la mamada. Ella se dejaba hacer.

Introduje mi mano derecha por debajo de su torso hasta agarrar una de sus tetas y comencé a acariciarla, me centré en su pezón gordo. Se lo pellizqué y tiré de él mientras la mujer había empezado a acelerar el movimiento de su cabeza:

-Así, joder, así puta. Me estaba embruteciendo.

Agarré su melena y la obligué a tragársela entera. Sentí que no podía respirar y la liberé. Ella se incorporó para tomar aire e insultarme:

-Cabrón, me vas a ahogar.

Volvió a inclinarse y tras escupir en el capullo continuó con su mamada. Después de diez minutos sentí como su succión estaba a punto de ordeñarme. De nuevo le agarré la cabeza y ahora comencé a follarle la boca. Sin compasión moví mi cadera incrustándole la polla muy dentro. Ella puso su mano como tope para que no le golpeara la garganta evitando así una posible arcada. Por fin le anuncié que me iba a correr:

-Me corro, perra, me corro.

Rocío no se retiró y se tragó toda mi leche caliente. A mis 22 años, mis corridas eran enormes, pero aquella limpiadora insatisfecha no tuvo reparos en engullir toda la lefa que escupió mi polla.

Al levantar la cabeza, algunos restos blanquecinos se salín por la comisura de sus labios. Con total normalidad los recogió con sus dedos y se los lamió. Yo estaba exhausto, derrengado en el asiento mientras ella comenzó a ponerse la camiseta. Mi polla había perdido dureza y caía, algo flácida, sobre el lado izquierdo. Rocío se acercó y me agarró los cojones con su mano:

-Joder, niñato, vaya cantidad de leche que echas en cada corrida. Mi marido no puede generar tanta.

Sin apenas comentar nada nos pusimos en marcha y menos de cinco minutos estaba dejando a Rocío en la puerta de su casa. La despedida fue fría, tampoco era momento de romanticismos, allí delante de la puerta de su casa con los vecinos mirando. Esperé un rato viendo como aquella mujer de 47 años se alejaba de mi coche y entraba en el portal de su casa.

Aquella noche, con el calentón, volví a tener movida con Marta, mi chica. Yo estaba siempre excitado y aquella noche quise que se tragase mi corrida como había hecho Rocío por la tarde, pero mi novia era bastante más estrecha que la limpiadora y puso el grito en el cielo:

-Pero ¿qué dices, joder? Qué asco. ¿Por quién me has tomado, por una puta?

Otra bronca por culpa de Rocío. La limpiadora me había mostrado una manera de tener sexo que parece que nunca me daría Marta así que desde aquella noche nuestra relación fue de mal en peor hasta que una semana después decidimos dejarlo. He de decir que ella lo pasó mucho peor que yo, ya que en mi caso estaba encoñado con la pureta y me moría de ganas por follármela cada día.

Durante el mes de agosto tuvimos pocas oportunidades de quedar a solas, con lo que las reservas de semen en mis huevos iban aumentando considerablemente. La posibilidad de volver con Marta y echarle un polvo era algo que había descartado desde un principio, además durante la segunda quincena de agosto me enteré que se había marchado a Ibiza con unas amigas. No me importó lo más mínimo.

Por fin en la última semana de agosto todo se cuadró a mi favor. Con casi todo controlado, y en vista de que en pocos días se irían todos los turistas y no entraría nadie, el trabajo se hizo más relajado. Fue un viernes cuando Rocío me hizo saber que podríamos quedar. Sus hijos se marcharían a un campamento y su marido tenía turno de noche. A las 11 de la noche llamé a la puerta de su casa. No nos dimos tiempo a nada. Inmediatamente cerramos la puerta nos comimos la boca mientras nos desnudábamos camino de su dormitorio matrimonial.

En una cama KS, nos tiramos abrazados. Ella me agarraba el culo y yo le comía aquellas impresionantes tetas. Entre suspiros y gemidos de placer comencé a masturbarla al tiempo que recorría con mis labios y mi lengua, su boca, su cuello y sus tetas. Rocío se mostraba encantada con mi entrega. Lamí con mi lengua su cuello dejando sobre su piel un camino de saliva caliente. Me detuve en sus tetas para mamar de sus pezones como si tuviese que alimentarme. Con mi mano derecha separaba sus labios vaginales barriéndome camino entre su mata de rizos negros hasta encontrar la entrada a aquella gruta caliente y húmeda que era su vagina.

Le introduje dos dedos y comencé a moverlos en círculos mientras con el pulgar estimulaba su clítoris. Los gemidos de la mujer le impedían articular palabra hasta que tuvo un espectacular orgasmo. Cerró sus piernas entrono a mi mano que quedó atrapada en su coño. Con sus manos se agarró a mi nuca llevando apretando mi cabeza contra sus tetas y mordiéndome el cuello hasta dejarme un moratón:

-Joder niñato, vaya paja que me has hecho cabrón. Por fin, Rocío volvió de sus éxtasis. Hacía años que no tenía un orgasmo tan intenso.

Pero yo no me había corrido y estaba ansioso por descargar. Me coloqué sobre ella. La besé y le metí la polla en el coño de un golpe. Rocío gritó al notar como el grosor la abría en dos. Su sexo era un manantial de flujo vaginal y la penetración fue bastante profunda. Con Rocío abierta de piernas, me empleé a fondo para follármela con ganas, con ansiedad, con necesidad. La limpiadora se veía encantada de ser el objeto del deseo de un niño que bien podría ser su hijo.

Aceleré mis embestidas contra su coño y con un grito me corrí abundantemente en el interior de la mujer. Sin condón, inundé su vagina madura con mi leche de semental joven. Quedé sobre ella. Rocío me rodeaba con sus piernas impidiendo que me saliera de su interior. Durante unos segundos no dijimos nadas. Ella apretaba la musculatura de su vagina y yo notaba como mi polla terminaba de escupir las últimas gotas de semen.

Durante unos minutos quedamos ambos boca arriba. El calor ambiental resultaba asfixiante. Nuestros cuerpos estaban empapados en sudor. Miles de gotas perlaban mi torso cuando la mujer comenzó a acariciarme la polla nuevamente. Con mi edad, y mi estado físico, la recuperación fue casi inmediata. La limpiadora comenzó una leva masturbación que consiguió el efecto deseado. Sin duda, Rocío estaba dispuesta a tener una noche de sexo desenfrenado. Muy diferente al que al rutinario y escaso que el ofrecía su marido.

A medida que miembro comenzaba a alcanzar una nueva erección nos comenzamos a comer la boca. Me coloqué de rodillas para colocarme entre las piernas de la madura. Ante mí una mujer de 47 años, con dos tetas de dimensiones descomunales y un coño peludo que me tenía loco. Me agarré la polla y la paseé por su raja. Con el capullo separé los labios vaginales y ella comenzó a acariciarse el clítoris.

La coloqué a cuatro patas y continué con mis caricias sobre su coño. Ella gemía, deseaba ser follada como una perra, algo que hacía mucho que su marido no hacía según me confesó. La agarré por las caderas y le di un buen puntazo. Le clavé la polla en el fondo del coño:

-Ay, joder, me la vas a sacar por la boca, niñato.

-¿Y no quieres? ¿No quieres que te folle fuerte, zorra?

Le di un nalgazo para dejarle los dedos marcados en aquel culo blanco. La volví a penetrar muy duro, sin aviso, sin compasión. Comencé a follármela muy duro. Agarrado a sus caderas le incrustaba la polla al fondo de su vagina. El movimiento era tal que el cabecero de la cama golpeaba contra la pared al ritmo de mis embestidas. Ella gemía, cuando la agarré del pelo. Sus tetas pendían de manera majestuosa y bailaban al ritmo que marcaba mi cadera. No pude evitar introducirle un dedo en el ano mientras me la estaba follando a lo perrito. Era una fantasía que siempre había tenido.

Pero una vez más, Rocío me sorprendió:

-¿Quieres darme por culo, niñato? ¿Quieres meterme ese pedazo de rabo por el ojete?

-Sí, puta, Quiero darte por culo.

Ella alargó uno de sus brazos hasta el cajón de la mesita de noche y sacó un bote de vaselina. Con dedicación lubriqué su culo con aquel gel viscoso. Con dos dedos comencé a dilatar la entrada trasera de la limpiadora. Ella agachó su torso hasta poner la cabeza en el colchón ofreciéndome una mejor perspectiva de sus agujeros. Con las manos se abrió las nalgas y se dispuso a disfrutar de una enculada. Llevé mi capullo a la entrada de su esfínter y comencé a ejercer fuerza contra él. Poco a poco, fui avanzando y penetrando el ano. No era la primera vez que a Rocío le daban por culo. Después de conseguir meterle el capullo, la penetración fue más fácil.

Cuando la limpiadora sintió que su ano abrazaba sin problemas el grosor de mi miembro dio un suspiro de satisfacción:

-Seguro que esto no te lo da tu novia, niñato.

-Ella no es tan puta como tú.

-Te voy a enseñar lo que es una auténtica bestia sexual, niñato.

Sentía como la estrechez de aquel agujero me resultaba más placentero para mi polla. Comencé lentamente, notando como me abría camino en el interior del culo de Rocío. Ella gritaba en una mezcla de placer y dolor. La tenía a mi merced, en aquella postura de sumisión, con la cabeza en el colchón y el culo en pompa, cuando empecé a acelerar la follada de culo. La mujer llevó su mano a su clítoris y comenzó a masturbarse mientras mi ariete destrozaba su ano:

-Párteme el culo, niñato. Pártemelo, joder.

Aceleré hasta que la limpiadora no pudo soportar mis embestidas y cayó boca abajo, yo sobre ella. Continué penetrándola con fuerza. Quería reventarle el culo y correrme dentro. Me sentía a punto de eyacular cuando al mirar hacia la mesita de noche vi una fotografía de Rocío y su marido en algún viaje. La sensación de darle por culo a una mujer mucho mayor que yo, en su cama matrimonial y ante la mirada de su marido desde una fotografía fue lo que me faltaba para eyacular una de mis enormes corridas. Le inundé las entrañas con mi leche. Le llené el intestino con gran cantidad de lefa caliente y joven. Ella también había llegado al orgasmo con su masturbación. Caí sobre ella, sintiendo como mi polla seguía apretada por el esfínter anal de Rocío.

Pero algo pasó en mi cabeza. No sabría decir el qué. Pero algo cruzó por mi cerebro que me hizo tener una desagradable sensación de vértigo. De repente comencé a vestirme, tenía que salir de aquella casa. No podía seguir tumbado junto a aquella mujer. Rocío no me dijo nada, pero creo que se dio cuenta de lo que me pasaba. Sin despedirnos salí de su casa. Eran las 4 de la mañana y volvía la mía.

Nunca más volvimos a quedar. Al final del verano me fui de vacaciones con unos colegas. Nunca le conté a nadie lo que pasó aquel verano con la limpiadora madura. Y nunca más volví a ver a Rocío. Han pasado 25 años, de manera que ahora yo tengo 47 (la edad que tenía ella entonces) y la mujer 73. No logro imaginar como habrá envejecido, tampoco me interesa. Prefiero quedarme con el recuerdo de aquellas tetas y aquellos polvos que echamos el verano del 96.

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