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La invocación de Fátima
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Tiempo de lectura: 6 minutos

I

Únicamente se percibía la luz de la luna. El color de la tarde se había convertido en un distante recuerdo, y el denso follaje de los árboles del bosque había devorado casi todo lo demás. De hecho la oscuridad habría sido absoluta de no ser porque esta era una noche de luna llena, y esa era precisamente la razón por la que Fátima se adentraba sola en lo profundo de las montañas.

Conforme dejaba atrás la civilización, ella misma se tornaba más salvaje: sus pensamientos iban soltando gradualmente el hilo de la lógica, transformándose en impulsos mucho más primarios, en instintos. Su instinto la llevaba hacia adelante, su mente, trastornada y obsesiva, la impulsaba hacia el claro, aquel claro que ella sabía que se encontraba ahí, aunque nunca lo había visto.

La luz de la luna, blanca y fría, se hizo ligeramente más intensa cuando llegó al claro. Era exactamente como ella lo recordaba (o había imaginado) y en el centro, esperándola, la piedra circular, como un cadalso primitivo.

Al llegar a la piedra se despojó de su túnica, la dejó caer al suelo junto con el cuchillo y el palo, y quedó completamente desnuda, su piel eriza por el frío. Tomó el palo y comenzó con el ritual, perforaba un agujero frente a la piedra con movimientos certeros y mecánicos como si estuviese en transe. Después tomó el cuchillo y se hizo una cortada profunda en la mano izquierda, tras lo cual dejó caer gotas de sangre en el agujero.

La sangre caía caliente y se mezclaba con la tierra y fue entonces que el bosque comenzó a despertar. Una especie de voz oscura y profunda le habló directamente a sus pensamientos en un idioma antiguo y olvidado. Fátima no conocía las palabras, pero entendió el significado: era una manifestación de los espíritus de la oscuridad que emanaban de la montaña y posaban sus invisibles miradas sobre su cuerpo desnudo.

Entonces Fátima sintió un calor sexual en el centro de su abdomen, una especie de energía erótica que partía del centro de su cuerpo y se expandía eléctricamente hacia sus extremidades. En ese momento la humedad comenzó a manifestarse en su vulva, primero sutilmente, pero incrementándose sin descanso hasta que por fin una gota se formó sobre sus labios mayores creciendo hasta que cayó sobre la tierra.

Fue el olor de la excitación de la mujer lo que despertó por completo a los demonios oscuros, los espíritus del bosque. El agujero en el suelo se abrió mientras Fátima continuaba en su transe sexual. Manos oscuras, monstruosas y demoníacas, mitad imaginarias y fantasmales, emergieron del suelo y se apoderaron del cuerpo de la mujer jalándola hacia los adentros de la montaña. En la superficie quedaron la túnica, el palo, el cuchillo, y un silencio gélido.

II

Fátima se encontró de pronto en una caverna de una oscuridad absoluta. Las manos inefables seguían aprisionando su cuerpo pero ella no luchaba, por lo que reinaba un silencio que únicamente era interrumpido por el sonido de gotas de agua que caían a veces cerca y a veces lejos, resonando en los recovecos y delatando el enorme tamaño de la negra bóveda.

Ahí, sin poder distinguir si sus ojos estaban abiertos o cerrados, la multitud de manos fantasmales que la aprisionaba comenzó a moverse: acariciaban la piel de sus muslos, sus nalgas, su abdomen, y sus senos; pellizcaban suavemente sus pezones, acariciaban el vello de su pubis.

Fátima se encontraba en éxtasis por las caricias infernales. De pronto una de las oscuras manos encontró la humedad de su vulva y se hizo camino entre los erógenos pliegues, a veces jugando con el clítoris, a veces introduciendo uno o dos dedos en la vagina. El orgasmo se acercaba y, conforme la intensidad en su cuerpo iba incrementándose, la temperatura misma de la caverna también crecía, como si antiguos fuegos se hubieran encendido en las profundidades. El placer ya recorría todo el cuerpo de Fátima quien gemía delirantemente y, sin aún haber llegado al orgasmo, se convulsionaba por las intensas sensaciones dentro de su cuerpo, como por las cosas ya indescriptibles que le estaban haciendo las manos oscuras.

El orgasmo fue el más intenso que había sentido en toda su vida. El placer se esparcía en oleadas por todo su cuerpo mientras ella gemía y gritaba. Esto continuó por varios minutos sin que hubiese ningún indicio de que el orgasmo menguara. Los estallidos de placer continuaron asaltando su cuerpo hasta que finalmente, después de varios minutos más, Fátima cayó rendida sobre el suelo húmedo de la caverna.

III

Jadeante, y con pequeñas convulsiones reminiscentes de aquel orgasmo, Fátima abrió poco a poco los ojos. Mientras ella se había estado viniendo una lejana luz amarilla había penetrado lentamente en la caverna. Era una luz de fuego acompañada del ya sofocante calor infernal. Fue entonces que Fátima se percató de las dimensiones de la cueva. La bóveda era vasta y había formaciones rocosas como penes erectos que crecían del techo y del suelo. Había una humedad en el aire por las grandes albercas naturales azul turquesa, y los pequeños charcos que se formaban de las gotas que caían de las estalactitas. Los cuerpos de agua estaban entrelazados por deformes fogatas de un fuego sobrenatural que ardía sin un combustible aparente, emanando directamente de la roca.

Al contemplar esta visión infernal, un remanente de su cordura se hizo presente. De pronto, en un momento de lucidez fuera del trance, se percató de todo lo que había transcurrido y una sensación de profundo temor se apoderó de ella. En su desesperación comenzó a gritar y fue en ese momento en que vio por primera vez a los espíritus de la oscuridad.

Se materializaron de la nada. Al principio se confundían con las estalagmitas, pero su presencia se fue haciendo cada vez más evidente conforme aparecían más y más de ellos. En un momento dado, Fátima se vio rodeada de una multitud de cuerpos demoniacos: seres mitad humanos, mitad bestias. Algunos con cuerpo humano y cabeza de animal, otros con rostro humano y cuernos de carnero. Muchos eran mezclas entre hombre y mujer, con senos, penes y vulvas húmedas. La monstruosa diversidad que ahí se había manifestado era absoluta, no había dos seres iguales, cada uno siendo una mezcla única y perversa de partes humanas y partes animales que nunca debieron formar parte de un mismo cuerpo.

Uno de ellos lucía un fornido torso masculino, cuatro brazos toscos y cabeza de bisonte, sus piernas eran peludas y musculosas como las de un caballo, y tenía un pene enorme y erecto, mezcla de humano y animal, con el glande hinchado a punto de estallar. El monstruo la observaba con una mirada intensa y lujuriosa en absoluta quietud mientras resoplaba por sus enormes fosas nasales. Entonces, al verlo, la mente de Fátima volvió a su estado hipnótico como consecuencia de una excitación sexual sobrecogedora. Poseída, caminó hacia el hombre bisonte y comenzó a mamar su pene con desesperación, como sedienta de su semen.

Al ver esto, las demás criaturas se acercaron a Fátima. Querían tocarla y hacerla suya. Una de ellas, una figura femenina con tres pares de senos y unas enormes alas de águila se acercó y comenzó a masturbarse, metiendo sus dedos dentro de su propia vagina infernal, mientras que usaba su otra mano para masturbar el ano de Fátima, metiendo y sacando sus dedos. Otra bestia más, una especie de cerdo con alas de mariposa la montó por detrás moviéndose frenéticamente tras lo cual eyaculó a los pocos minutos. El hombre bisonte comenzó a chupar los pezones de la mujer de seis senos con lengüetadas salvajes la cual se vino a chorros sobre la espalda de Fátima. Para este momento varias bestias, algunas más humanas, algunas más animales, se estaban turnando el penetrar el ano y la vagina de Fátima y ésta, a su vez, se había entregado por completo a las delicias de esta orgía demoniaca.

Los orgasmos de Fátima fueron muchos y en todas partes de su cuerpo: a veces se venía en oleadas desde su vagina o su ano y a veces eran como torrentes de placer intenso que emanaban de sus pezones, por algún demonio que los chupaba y estimulaba sin descanso.

Así pasaron horas, tal vez días y, en su locura, Fátima había cesado de distinguir entre su cuerpo y los cuerpos de los demonios. Le parecía que todo era lo mismo: una gran masa continua de cuerpos, penes, pezones, pezuñas, vaginas, alas y plumas, y todo era placer, un placer colectivo, monstruoso y antinatural. Era como si todos fuesen un solo organismo dándose placer a si mismo.

Entre la multitud orgiástica Fátima alcanzó a observar al hombre bisonte penetrando salvajemente a un ser que era como una mujer con cabeza de águila, alas en lugar de brazos, y dos pares de senos hermosos con pezones deliciosamente duros. Fátima se movió entre los cuerpos y al llegar comenzó a succionar fuertemente esos pezones. Al comenzar a chupar, Fátima notó que el abdomen de la criatura empezaba a convulsionarse mientras el hombre bisonte continuaba con sus veloces y bruscos movimientos sexuales. Era claro que la mujer águila estaba por venirse, lo cual hizo que Fátima buscara estimular con mayor intensidad los cuatro pezones, chupando uno mientras pellizcaba otros dos, cambiando de uno a otro continuamente. De pronto Fátima sintió un sabor nuevo en su boca, era la leche que había comenzado a emanar a chorros de las tetas de la mujer águila mientras esta se venía. Fátima bebió la leche como poseída lo cual le comenzó a producir placer en sus propios pezones y en su clítoris, a la vez que le nublaba la mente. Gradualmente, como perdiéndose en una ensoñación, se vio a si misma siendo penetrada por el hombre bisonte, sus propios brazos se habían convertido en alas y sus cuatro senos rebotaban con el vaivén del monstruo que la poseía e iba incrementando la velocidad. El hombre bisonte resoplaba con fuerza mientras que penetraba a la ahora transformada Fátima, quien sentía un placer intenso en sus cuatro senos al igual que en su clítoris y en el centro de su vientre. Llegaron más demonios atraídos por los gemidos de Fátima: había cuatro pequeños seres con cuatro alas cada uno, que volaron directamente hacia los pezones y comenzaron a chupar sin descanso; además se acercó un ser con cuerpo de mujer, cuernos de carnero y un hermoso pene erecto y jugoso que se posicionó ágilmente detrás de Fátima y comenzó a penetrarla analmente.

El placer que sentía Fátima en su nueva condición quimerezca era absoluto. Sintió cómo la mujer de cuernos de carnero comenzaba a venirse en su ano y sintió las pequeñas lenguas de los voraces seres voladores, finalmente sintió el tremendo poder de las embestidas cada vez más poderosas del hombre bisonte. El gran monstruo que la penetraba de pronto se detuvo, una tensión muscular de enorme poder era visible en su poderoso abdomen y en los músculos de sus cuatro brazos, entonces emitió un sonido y comenzó a echar chorros de semen en la vagina de Fátima, a la vez que su enorme pene pulsaba en diabólico éxtasis. Todo esto le produjo a Fátima una excitación tal que comenzó a venirse por todo su cuerpo: su vagina, su ano, sus cuatro senos que comenzaron a echar chorros de leche, pero también la totalidad de su piel al igual que sus órganos internos. Su ser completo era erógeno, la sensación la hacía retorcerse y convulsionarse, gimiendo sin descanso.

El placer del orgasmo absoluto se manifestó como una luz que pulsaba por todo su cuerpo y alumbraba la totalidad de la caverna infernal. La luz creció a una intensidad cegadora conforme Fátima alcanzaba el punto máximo de su orgasmo.

IV

En un claro del bosque, cubierto por la absoluta oscuridad de una luna nueva, un cuerpo femenino brotaba de la tierra. Con cara humana, cuatro senos que se mezclaron para ser solo dos, alas de águila que se transformaban en brazos, una mujer que había conocido las delicias de los seres ocultos en las sombras, de las manifestaciones más monstruosas del infierno, se abría paso entre la maleza, caminando en el silencio de la noche.

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