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La influencer influenciada (cap. 5): Secretos
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Tiempo de lectura: 11 minutos

Arrastraba desde hacía tiempo una fascinación oculta por este tipo de individuos. Fuese o no consecuencia de un anhelo encubierto en algún lugar del subconsciente y tendente a la subordinación, a una desviación sexual subrayada por lo repulsivo o tal vez al magnetismo que sentía por el riesgo, el peligro y la exposición.

Algo de todo aquello, o quizás todo a la vez, habían sido los responsables de confeccionar a una chica, cuyos gustos y fantasías sexuales se localizaban bastante apartados de la media convencional. Declinaciones que, de conocerse por parte de amigas o familiares, producirían una hecatombe bajo la línea de flotación de su vida, pudiendo quedar dañada de forma permanente.

Tal grado de repercusión bastaría como revulsivo para que cualquiera sintiera verdadera animadversión por este tipo de filias. Sin embargo, a Lara, esta clase de amenazas le provocaba justo lo contrario. Por eso llevaba enviando fotos de su cuerpo a diestro y siniestro desde que conocía internet; incluso hoy en día, aunque lo hiciese ocultando su cara, no había abandonado esa costumbre.

Cuanto más se arrimaba al fuego, más enajenación le inducía, hasta alcanzar unos niveles difíciles de comprender. Pues solo al asomarse peligrosamente al precipicio, lograba ser invadida por aquella exaltación, tan imposible de comparar cómo de llegar a palparse por medio de los estándares tradicionales del sexo.

Al margen de las razones que la habrían llevado a ser como era, el hecho es que ahora se encontraba en el apartamento de Juan Ignacio, poniendo por primera vez en práctica una de esas fantasías, que hasta el momento solo se había desarrollado en el marco de su imaginación.

Tras haber aceptado volverse a sentar sobre su regazo, se levantó de nuevo del sofá.

Esta vez, lo hizo sin la necesidad de atender a sus indicaciones, debido a que ella misma sin ayuda alguna se posicionó enfrente de él, para una vez haberlo hecho, girar sobre sí misma hasta darle la espalda, agacharse y finalmente, apoyar el culo sobre sus muslos.

-Ummm. Que poquito pesas, pequeña-.

-Jaja. No es eso. ¡Es que tú eres muy grandote! -Dijo Lara.

-Jejeje. Es verdad. Pero una cosa no quita la otra. ¡Anda! Levanta un poco el culete, que sino no puedo subirte el vestido para verte la tripita. -Incidió Juan Ignacio.

-Voy. -Respondió ella, para inmediatamente inclinarse un poco hacia delante.

En ese momento, Juan Ignacio comenzó a subirle el vestido como ya había hecho antes, pero esta vez mientras lo hacía, pudo descubrir y admirar su culo en todo su esplendor.

El culo de Lara era redondito y respingón. Varios años de sentadillas en el gimnasio y de ejercicio en general le habían procurado una figura definida, pero que, a pesar de la actividad, nunca había perdido su aspecto femenino.

Los músculos del abdomen no se le llegaban a marcar, a pesar de tener la tripa dura y delgada. Y si bien los brazos y las piernas los tenía trabajados, estaban lejos de parecerse a los de algunas fanáticas del fitness.

A él le maravilló. Tenía un culo precioso a escasos palmos de su cara, qué albergado por unas caderas prominentes, le confería a esa joven un cuerpazo envidiable.

Una vez que terminó de arremangar la tela en torno a su cintura, propinó en ella un pequeño cachete, en señal de que ya había terminado y de que podía volver a sentarse de nuevo sobre su regazo.

Nada más regresó a su sitio, emprendió el ascenso del resto del vestido.

Comenzó a subirlo con ambas manos, y cuando apenas llevaba unos pocos centímetros, pudo ver como su pelvis se desvelaba por completo, permitiendo que pudiera admirar su vagina por primera vez sin dificultad, perfectamente depilada e igual de blanca, o quizás más, que el resto de su precioso cuerpo.

Poder vislumbrar su coño así, en exclusiva solo para él, le producía un éxtasis que a duras penas era capaz de controlar.

Siguió llevando el vestido hasta la altura del sujetador, pero esta vez, en lugar de enrollarlo y fijarlo en la base inferior de este, continuó subiendo hasta sobrepasarlo y finalmente detenerse por completo allí.

No podía verle las tetas directamente, pero era capaz de apreciar su contorno y un poco su envergadura, si se asomaba por encima de sus hombros o se fijaba a través de los laterales de su espalda.

Su sostén era sencillo, sobre todo por su parte posterior, pero no importaba. Tenía a Lara desnuda de cintura para abajo y se moría de ganas por comenzar a sobar cada trocito de su anatomía.

Sin perder un segundo, empezó a acariciar su vientre con las dos manos. A menudo, dibujaba espirales en su ombligo con alguno de sus dedos, mientras el resto andaban desperdigados por distintas partes de su cuerpo. Prosiguió palpándole las costillas, el área superior del abdomen, la pelvis, etc.

Algunas veces, cuando acariciaba esa última parte, dejaba que su mano descendiese un poquito más de la cuenta. Aunque pareciera distraído manoseando otras zonas, al final siempre terminaba regresando. Repetía el proceso esforzándose por estirar el brazo lo suficiente, para de esa forma, poder ir apoderándose del pubis cada vez unos milímetros de más.

Después de realizar varias incursiones y ante la falta de reacción de cualquier tipo por parte de Lara, volvió de nuevo a dirigirse allí, pero esta vez lo llevó a cabo con más osadía y con una voluntad muy diferente.

La acarició con ternura, como ya venía haciendo las veces anteriores, y de repente, sin previo aviso la agarró del coño con firmeza, mientras que con su otra mano seguía navegando a través de su figura.

-Creo que eso no es la tripa. -Dijo ella, eligiendo para ello un tono juguetón.

-¿Ah, sí? Pues no me había fijado. Es que desde aquí no veo. -Replicó en broma Juan Ignacio.

Permaneció expectante durante unos segundos tras haber terminado de decir su última frase. Pero pasado ese impasse, Lara no abrió la boca. Tampoco hizo ademán por retirársela. Simplemente, le permitió aferrarse a ella.

Percatándose de cómo se habían ido acelerando las cosas de repente, comenzó a presionarla con cierta armonía, a la vez que algunos de sus dedos se introducían en su interior con picardía.

Enseguida recaló en lo mojada que se encontraba, algo de lo que se creyó responsable atribuyéndolo a su reciente descaro.

Pero en realidad, su lubricación se había originado previamente. La última vez que se había reclinado frente a Juan Ignacio para permitirle subir su vestido con más facilidad, sabía de sobras que le había visto el culo. Que en esa posición en la que se puso, era imposible que no se lo hubiese estado mirando. Tal sensación de exhibición la removió por dentro y consiguió configurarla de tal forma, que no solo disfrutó profundamente de aquel momento, sino que también lo hizo de este, de ser sujetada del coño por parte de Juan Ignacio como si se hubiese arrogado su propiedad y fuera su dueño ahora.

Tras ese descubrimiento, se desenfrenó. Normalmente ya solía ser un hombre muy conversador. Costaba estar al lado suyo y poder disfrutar de unos segundos de silencio, hasta ese punto podía llegar. Así que cuando lograba alcanzar algún grado de excitación, la cosa no distaba mucho de ser parecida.

Empezó a murmurar frases a su oído, a la vez que seguía restregando los dedos contra su coño, mientras el otro brazo comenzaba a subir desde el abdomen hasta toparse con el sujetador, momento en que se detuvo.

-Ummm. ¿Te gusta? ¿Te gusta que te toque el coño?

-… Si. -Respondió una Lara que comenzaba a jadear de forma hiperactiva y sobrecargada.

Juan Ignacio continuó preguntándole cosas. Si quería que siguiese, si estaba cachonda…

Cada vez que algo de aquello era respondido, le provocaba un subidón de adrenalina que reflejaba en ella, aplicando más presión sobre su vagina, así como con más comentarios que, poco a poco, iban incrementando en intensidad.

En un momento dado, a la vez que le acariciaba las tetas por encima de la tela con la mano que tenía libre, se dirigió de nuevo a ella, pero esta vez haciendo uso de un tono de voz mucho más contundente que el empleado hasta entonces.

-Pequeña, ¿Por qué no te quitas el vestido?

-¿Quieres que me lo quite? -Dijo Lara.

-¡Si! Quítatelo. Que quiero verte sin él.

Sin necesidad de responder, llevó de inmediato las manos a la zona de sus pechos, para agarrarse el vestido desde ahí y retirarlo por encima de la cabeza, cosa que hizo.

Desprovista ahora tanto de su vestimenta más importante como del ”culote”, que seguía tirado por algún lugar del baño, se sentía completamente desnuda aunque no lo estuviese del todo.

Juan Ignacio se apresuró a arrebatarle el vestido, que al igual que había hecho la vez anterior con sus bragas, se dispuso a lanzarlo lo más lejos que pudo, a una parte del salón que ella no podía ver. Nada más hacerlo, sus manos se reunieron de nuevo para juntas dirigirse a estrujar sus pechos. Los cuales fueron rodeados por ellas y atraídos hacia sí, consiguiendo comprimir el cuerpo de Lara contra el suyo hasta hallarse completamente pegados el uno al otro.

Al tiempo que las sobaba sin ninguna piedad, su voz volvió a tener presencia en el ambiente.

-¡Pero qué tetazas tienes! Ummm. ¿Esto que noto es relleno o es todo tuyo?

-jaja. Creo que es mi pecho. No suelo usar sujetadores con relleno-.

-¡Pero qué barbaridad! Con lo delgadita que eres. ¿Cómo es que tienes todo esto?

-Jaja. Pues no sé, genética supongo… Me empezaron a crecer muy temprano y lo hicieron hasta hace poco con que… será eso. -Dijo Lara como excusa, casi en automático. Pero a posta o por error, le había dicho la verdad. Era así.

-Pues bendita genética, pequeña. Menudos melones te han salido. Ya te los había notado antes con el vestido puesto; aparte, en algunas de las fotos que me pasabas se insinuaban un poco, ¡Pero madre mía! No te hacían justicia. ¡Cómo te gusta taparte, eh! -Finalizó Juan Ignacio haciendo gala de un tono jocoso.

Mientras terminaba de decirlo, paró de agarrarle los pechos.

Dejó caer, como si nada, que iba a hacer lo mismo que acababa de hacer ella, al tiempo que procedía a desabrocharse el nudo del albornoz, mientras apartaba un poco la espalda de Lara para poder acceder a él con más facilidad.

Se lo abrió completamente, tras lo cual hizo que ella de inmediato volviese a posarse sobre él.

Nada más regresar a su posición, notó el contacto de su torso desnudo, mullido por el vello que lo cubría, así como su temperatura, en parte debida al calor que ella misma le había transmitido.

Pero en lo que más advirtió fue en su polla, dura como un barril y tiesa como un pararrayos. Lo que permitía que, pese a estar fuera de su rango de visión, pudiera percibir sin dificultad como yacía apostada contra la parte baja de su espalda.

La manera en cómo se conocieron desnudos fue un poco atípica. Pero por lo general, nada de lo ocurrido hasta ese punto podría catalogarse de ordinario. Ninguno de los dos cumplía con el estándar propio de un vis a vis. Pero precisamente era eso lo que a ambos les interesaba.

Antes de volver a sobarle las tetas, Juan Ignacio le pidió que le acercara su vaso para darle un sorbo. Ella obedeció inmediatamente, inclinándose con parsimonia hacia la mesa para hacerlo. Le encantaba ver la forma que adquiría su culo cuando se inclinaba, la manera en que le sobresalía y cómo, por unos segundos, se le separaban un poco los cachetes.

Después de beber ambos del mismo vaso, regresaron a donde lo habían dejado.

Esta vez, no solo le agarró las tetas como si se fuesen a escapar. Pretendió introducir sus manos por dentro del sujetador, empleando la parte superior de este para hacerlo. Pero se adhería tanto a su pecho; estaba tan constreñido que apenas fue capaz de colar las primeras falanges de sus dedos.

Frustrado por lo mucho que le impedía acceder a ellas, le espetó.

-Cariño, quítate el sujetador, anda, que me está poniendo malo. ¿Por qué lo tienes tan prieto? ¡Qué no te va a llegar la sangre al cerebro!

-Jaja. Lo siento… Es que me cuesta mucho encontrarlos de mi talla. Este me va un poco pequeño-.

-Jejeje. ¡Pues libéralas hija! Que no sé ni cómo puedes respirar llevándolo puesto tan apretado.

Ambos compartieron una risotada, que fue descendiendo a medida que los deditos de Lara, de un hábil movimiento casi imperceptible para él, se dirigían a la parte alta de su espalda con intención de desabrocharlo.

Al terminar de hacerlo, se encorvó un poco hacia delante, a la vez que estiraba los brazos para favorecer así que cayese por efecto de la gravedad. Pero no ocurrió. Tenía las tetas tan adheridas a él, que tuvo que ayudarse con una de sus manos para terminar de retirarlo por completo.

Juan Ignacio lo tomó, esta vez siendo ofrecido por la propia Lara, que siendo ya conocedora de esa bella tradición, no se sorprendió en lo absoluto al verlo volar hasta acabar en el suelo de la otra punta del salón.

Y así, sin apenas darse cuenta, como la incauta rana que aguarda en el interior de una hoya a punto de arder, se vio completamente desnuda. Su ropa andaba desperdigada por todo el apartamento, mientras montada sobre el regazo de un señor era sobada con insolencia y presa de sus murmullos, que sin acreditación alguna se colaban en sus oídos.

La abrazó con fuerza, rodeándola por debajo de los pechos para poder percibirlos y sentir su peso por primera vez. También le propinó varios besos en el cuello, que ella ladeó para permitirle un mejor acceso. Al tiempo que lo hacía, incrementaba la intensidad de sus susurros.

-Ummm. Mi pequeña. ¿Te gusta, verdad? ¿Te gusta que te toque? Menudo cuerpecito tienes. Te lo voy a lamer entero. ¡Gírate! Que quiero verte las tetas como es debido-.

Terminó expresando Juan Ignacio, mientras movía un poco sus piernas para indicar que se levantara.

Lara se alzó, revelando su culo ante él, momento en que aprovechó para acariciarlo con una mano, mientras con la otra le asestaba un cachete.

Cuando se cansó de tocárselo, la enganchó de las caderas y le dio la vuelta.

Sus ojos se iluminaron al instante. Ya había podido apreciar su busto anteriormente mientras la tuvo de espaldas y recostada. Pero ahora que la observaba de frente y estando de pie, podía gozar de una vista exquisita de aquellas bellezas.

Eran verdaderamente vastas para el tamaño y complexión que tenía esa chica. Hasta lo serían en el cuerpo de una mujer que fuese alta o más grandota en general. Incluso rozando la desproporción, como casi hacían, era indudable que le sentaban formidablemente.

De hecho, observándola desde detrás se le podían detectar, debido a que le sobresalía un poco por los costados, algo en lo que no había podido evitar fijarse Juan Ignacio.

Enseguida se allegó a ella y se la montó encima. Aun siendo bajita, sus cabezas en esa posición quedaban más o menos a la par, lo que le permitía morrearla si quería sin tener que inclinarse casi 90 grados.

Teniéndola ahora de cara a él, la pudo valorar en su conjunto. Sus pezones tenían un buen tamaño, proporcional al de la ubre que los albergaba, pero no tanto al del resto de su figura. Pues si otra chica igual de delgada pero menos tetona los tuviese en su lugar, podría llegar a verse algo descompensada.

El caso de Lara era un poco distinto, debido a las dimensiones de las ubres ya mencionadas, estos conseguían integrarse en su anatomía con bastante naturalidad.

Un primer vistazo revelaba que su piel, en torno al área del escote, era tan lisa y blanca como en cualquier otra parte de su cuerpo, ausente de toda tara o elemento que pudiéramos considerar defecto. Sin embargo, mientras contemplaba el contorno de sus pechos, pudo localizar cómo en la parte más inferior del izquierdo escondía un lunar. Lo cual le chocó mucho, sobre todo por su gran circunferencia, y más si se lo comparaba con lo pequeñitos que eran el resto que tenía diseminados por toda la epidermis.

Le entusiasmó. No se podía creer como un lienzo tan puro y angelical como ese podía, además, ofrecerle un caramelo tan jugoso como aquel.

Sin demorar lo más mínimo, llevó una mano a su pecho derecho hasta cubrirlo; mientras tanto, su boca se dirigía al izquierdo, que sólo luego de afligir varios besos al pezón, siguió bajando lentamente hasta encontrarse con ese lunar, al que comenzó a besar con tal pasión, que pareciese claudicar a la razón y sucumbir a un estado del todo enajenado.

Le pasaba la lengua por encima, lo besaba y cuando su boca permitía el suficiente espacio, lo acariciaba cariñosamente con la yema de alguno de sus dedos.

Durante ese periplo, Lara presenciaba aquel espectáculo de devoción, al tiempo que de forma alterna, cerraba sus ojos e inclinaba la cabeza hacia atrás, para instintivamente interiorizar con más intensidad la descarga de emociones que la poseían.

Pasados unos diez minutos, todavía permanecía amarrado a sus ubres y besándole el lunar.

No se contenía lo más mínimo en verbalizar cada pensamiento o tentación que el cuerpo desvestido de aquella joven le producía.

-Ummm. ¡Cómo me gusta tu lunar! Te lo voy a borrar con la lengua, mi pequeña. ¿Quieres que siga? ¿Quieres que continúe mamándote las tetas?

-Sí… Sí. Sí, quiero. -Aseveraba ella.

Respuestas que, la mayoría de las veces daba en formato monosílabo. No obstante, hallados en ese punto, habían abandonado aquella sonoridad robótica y aparentemente intencional a la que antaño había recurrido para expresarse. Esta vez, partían de lo más hondo de su ser.

El placer era auténtico. Sus propias facciones del rostro lo reflejaban, desatando más arrebatos en Juan Ignacio y de mayor enjundia, que se traducían en comentarios con mayor nivel de perversión.

Le besó tanto el lunar, que al ir a incorporarse y regresar a una posición más erguida y natural, sufrió un pequeño agarrotamiento localizado en las primeras vértebras de la columna.

Ya no era ningún chaval, aunque se le olvidase algunas veces y forzase más de la cuenta.

Molestia que enseguida se vio opacada por el inmenso regocijo que comérselo le había generado. Tras tragar un poco de saliva, le agarró del culo con ambas manos, estrujándolo como si fueran unas bolas antiestrés. Seguidamente, la atrajo mucho más a él, quedando fusionada su barriga con el terso y esbelto vientre de ella.

Su polla palpitaba enfurecida exactamente bajo el culo de Lara, que permanecía acomodado sobre su regazo, con sus piernas y rodillas apoyadas sobre el consistente asiento del sofá.

De vez en cuando, Juan Ignacio movía el pene, percutiendo a voluntad contra los cachetes de su pequeña. Sutiles toquecitos que manifestaban su agrado, además de su deseo por darse enseguida a conocer y cobrar más protagonismo.

-¡Qué culito tienes, cariño! Lo tienes blandito como a mí me gusta. -Dijo mientras le atizaba unos pequeños sopapos.

-¿Te gusta? -Preguntó Lara

-Ya sabes que sí. Podría pasarme horas comiéndotelo. A él y a tus tetitas-.

-Jaja. Si ya me has comido las tetas-.

-Jejeje. Lo sé. Pero no me cansaría nunca de hacerlo. Voy a pasar todo el día besándotelas. Voy a borrarte a lametazos el lunar ese que tienes escondido. Por cierto. ¿Es el más grande que tienes, no? -Le interpeló Juan Ignacio.

-Sí… Tengo más, pero el resto son pequeñitos. No sé porqué me salió ese precisamente aquí. No me gusta nada. -Dijo ella, mientras se lo acariciaba unos segundos con cierto aire de repulsa.

-Jejeje. Pues porque los llevas muy tapados, hija. Deja que les dé un poco el sol. ¡Además, no digas tonterías! Te queda precioso. Oculto ahí bajo tu pecho, esperando a que lo descubran. -Añadió él.

-Jaja. Apenas hago toples, me da vergüenza. Algunas de mis amigas lo hacen cuando estamos de vacaciones en la playa. Pero a mí me da cosa, no sé, siento que me mira todo el mundo-.

-¡Normal, pequeña! Con semejantes tetones que calzas. En una chica tan delgada es difícil verlos así. Tienes suerte, cariño. Nunca te avergüences de ellos, al contrario. Es casi un pecado que no los vayas exhibiendo más a menudo. -Terminó diciendo Juan Ignacio, empleando una forma de reír que conseguía contagiarle a ella. Después prosiguió añadiendo.

-Con que tus amigas hacen toples… ¿Son todas igual de guarrillas que tú?

-No sé… -Titubeó Lara.

-Jejeje. Seguro que tú eres la más cerdita. ¿Verdad que sí? -Le insistió él.

-No lo sé, puede ser. -Dijo ella emitiendo una cándida sonrisilla.

Aquella reacción fue cazada al vuelo por Juan Ignacio, que inmediatamente la agarró de la nuca y la aproximó hacia él, para comenzar a morrearla con brusquedad en cuanto sus labios se estrellaron.

Enseguida, esa mano retornó de vuelta a estar junto a la otra.

Estrujaba su culo procurando que sus dedos se internasen todo lo posible en el interior de su abertura. Acto que interrumpía de vez en cuando para administrarle pequeños azotes, cuya fuerza y frecuencia fueron incrementándose cada vez más.

Solo detenía el beso para proferir frases y ocurrencias que no era capaz de guardarse dentro. Una de las veces, luego de sacudirle un bofetón bastante contundente en una de sus nalgas, le preguntó si le gustaba que le diera ”golpecitos” como él los llamaba. A lo que ella respondió en silencio, asintiendo.

Juan Ignacio continuó azotando su culo. Cada golpe producía un sonido tan seco como el de un látigo, reverberando con tal vigor que pareciera ser capaz de atravesar las paredes y encontrar acomodo en el resto de pisos del edificio.

No le importaba lo más mínimo. La golpeaba aunque eso desencadenase que Lara pegase pequeños brincos, fruto de los espasmos que estos le empezaban a originar.

-Ummm. Voy a ponerte el culete rojo. Me encanta darle golpecitos. Lo tienes tan redondo, pequeña. Te lo voy a dejar bien marcadito para que te acuerdes de mí estos días-.

Palabras que pronunciaba mirándola a los ojos fijamente y separando lo mínimo posible sus labios de los de ella.

Aprovechó su última frase para acercar una de sus manos con rapidez y estamparla contra una de sus mejillas. El primer impacto fue suave… Pero a ese le vinieron otros.

Cada pocos segundos separaba la palma de su mano, para volver a arrimarla apresuradamente y chocársela contra el moflete.

Lara no decía nada. Se expresaba por medio de sollozos, que casi siempre venían acompañados por algún minúsculo quejido que otro. Señal que pregonaba ese dolor, que poco a poco iba acumulándose y que le habían ido ocasionando todos y cada uno de los guantazos que hasta ese momento su cuerpo había recibido.

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