Cuando detuve el coche a su lado, Eli llevaba, según ella, demasiado tiempo esperando en la acera. Se le veía nerviosa y entró en el coche de manera apresurada. Cuantas menos personas la vieran menos explicaciones tendría que dar, y es que pocos mentideros mayores que un grupo de madres a la puerta de un colegio.
La mujer había dejado a su hijo en la fila junto al resto de compañeros de clase y a su marido le había dicho que pasaría el fin de semana en Sevilla en el cumpleaños de una amiga. El tipo, siempre crédulo, se lo tragó sin rechistar, aparentemente tampoco había motivos para desconfiar de su mujer. En sus 15 años de matrimonio Eli le había sido siempre fiel, o al menos eso era lo que él creía a pies juntillas.
Ella me había confesado alguna que otra canita al aire, de lo contrario le hubiese sido imposible aguantar tanto tiempo casada. Se refería a ello como pequeñas bombonas de oxígeno para aguantar la inmersión.
Nosotros nos conocíamos hacía años pero habíamos conectado solamente unos meses antes. Yo le daba clases particulares a Mario, el hijo de Eli. En las reuniones periódicas que mantenía con los padres de mis alumnos comenzamos a entablar relación. Durante aquellos encuentros nos mirábamos disimuladamente, luego hubo algún roce sin intención para terminar con frases con doble sentido. Su marido, que también asistía, no se enteraba de nada. El siguiente paso fue comentarle algunas fotos de su estado de whatsapp. Típicas postales de puestas de sol donde aparecía ella mirando al infinito con una ridícula frase filosófica al pie. Luego las fotos pasaron a ser un poco más atrevidas. Vestidos ajustados insinuantes, otros con generosos escotes, top-less a contraluz o sus morros lanzando besos. Para todas yo tenía un comentario con doble sentido que ella no dudaba en responder, lo que nos daba pie a conversaciones subidas de tono. Estaba convencido de que a poco que le tirase la caña Eli picaría el anzuelo. Era la típica mujer echada para adelante que no le haría ascos a cualquier oportunidad.
A mediados de mayo organicé una especie de fiesta fin de curso donde además de los alumnos vendrían sus padres. Alquilé un pequeño local y montamos una merienda-cena donde no faltaron las copas para los adultos. En total, entre alumnos y padres, nos juntamos alrededor de 30 personas. A lo largo del tiempo estuve conversando con los distintos grupos de padres que formaban corillos. Ni que decir tiene que mi objetivo principal y con quién pasé más tiempo fue con Eli y su marido. Cuando no, nos buscábamos con la mirada mientras ella desviaba la atención del padre de su hijo en dirección contraria. Ella aprovechaba que yo me acercaba a rellenar la copa para hacer lo propio y así coincidir los dos sin el marido. Yo le hacía cualquier comentario y ella acababa riñendo y apoyada en mí, aparentemente sin más maldad.
En un momento ella me hizo una señal que yo entendí como que la siguiera. Coincidimos en la puerta de los servicios que se encontraban en un pequeño pasillo oscuro y apartado. Sin darme tiempo a preguntar Eli se abalanzó y agarrada a mi cuello me besó apasionadamente. Yo le agarraba la cara con las dos manos y ella me metía la lengua hasta la campanilla. Durante dos minutos no existía nada más que sus carnosos labios hasta que el ruido de la cisterna nos alertó de que la puerta se abriría. Salió una de mis alumnas con quien estuve hablando para disimular mientras Eli pasaba al baño.
Aquella noche, sobre la una de la madrugada, recibí un whatsapp de ella:
“Vaya calentón que tengo. Lo de esta tarde ha sido una locura que me ha puesto a mil”.
“La verdad es que me has sorprendido y me ha encantado besarte”.
“Yo necesito más. Quiero que me folles”.
“Si te tuviera aquí no dormirías en toda la noche”.
“Estoy deseando que me la mentas hasta el fondo”.
La conversación siguió por esa línea durante casi una hora pese a que estaba en la cama junto a su marido. Él dormía plácidamente.
Desde aquella noche nuestro objetivo fue buscar una manera de poder pasar un tiempo juntos. Y lo conseguimos 15 días después. Mi disponibilidad era total. Estoy separado y no tengo que dar explicaciones a nadie. Eli, en cambio, tenía que encontrar una coartada plausible para convencer a su marido. Esta le llegó a través de su amiga Sara. Ésta le envió una invitación para pasar su cumpleaños en Sevilla junto a otras dos conocidas. Esto le sirvió para disponer de un fin de semana libre. Por supuesto declinó la invitación pero ante su marido iba a pasar un “week-end-girls”.
Ahora, en el coche y camino de un hotel rural en la Sierra de Huelva, Eli comenzó a relajarse. Recogió su melena azabache en una cola dejando ver sus y rasgos. Su perfecta nariz, sus carnosos labios, sus prominentes pómulos y sus impresionantes ojos negros. Se estiró en el asiento del copiloto y me miró con cara lasciva:
-No veo la hora de llegar al hotel para descalzarme y tumbarme en la cama para dejar pasar el tiempo…
-¿Nada más? –pregunté yo mientras recorría su pierna con mi mano.
Eli las separó todo lo que le permitía su minifalda y no dudé en introducir mis dedos entre su tanga. Ella suspiró cuando hurgué entre sus labios vaginales separándolos y palpando la humedad que manaba de su interior. Cerró los ojos y apretó las piernas aprisionando mi mano. Tuve que hacer un esfuerzo para lograr sacarla de su ardiente cárcel y fue ella misma quién la dirigió a su boca para chupar mis dedos impregnados en su néctar. Uno a uno los fue limpiando con su lengua mientras me miraba con deseo en una demostración de lo que me esperaba cuando nos alojáramos.
Después de hora y media de viaje, por fin, Eli entró en la habitación, tiró su mochila en una esquina, se tumbó en la cama y se descalzó. Con media sonrisa me invitó a su lado. Por supuesto no lo dudé. Me tiré junto a ella y comenzamos a besarnos abrazados como si fuéramos adolescentes. Empezamos a desnudarnos con pasión desenfrenada. Acabé arrancando algún botón de su camisa. Acallé sus protestas mordiéndole los labios y bajando su minifalda hasta dejarla en ropa interior.
Me deleité con su cuerpo. Ante mi yacía una madre de 40 años con un cuerpo espectacular, casada y dispuesta a serle infiel a su marido conmigo. Eli buscaba una excitación con sexo prohibido que ya no encontraba con el padre de su hijo. Se contoneaba sobre la cama pidiéndome que la llevara al éxtasis.
Desde el cuello recorrí cada centímetro de su piel hasta llegar a sus pechos donde me entretuve en lamer, morder y ensalivar aquellas maravillas de la naturaleza. Pese a su edad, desafiaban a la gravedad de manera excitante. Su areola rosada se coronaba con un gordo pezón de fresa que parecía casi adolescente. Entre suspiros y gemidos seguí bajando por su barriga, sorteé el piercing de su ombligo y bajé su tanga de encajes dejando ver un coñito perfectamente arreglado. Su mata de pelo negro estaba triangulada de manera perfectamente geométrica. Su olor a hembra en celo me resultaba embriagador y no dudé en morder aquellos labios que me provocaban para succionar su clítoris y beber su flujo. Durante diez minutos estuve comiéndole el coño a Eli que se retorcía de placer:
-Méteme un dedo en el culo. Métemelo.
Sus palabras fueron órdenes y sin dejar de mover la lengua sobre su clítoris fui introduciendo mi dedo anular por su esfínter hasta que, apretando mi cabeza contra su coño, Eli se corrió de gusto.
Sin apenas respiro, se incorporó y se colocó de rodillas. Con su melena alborotada y acalorada por la excitación resultaba mucho más morbosa. Hizo que me recostara y comenzó a besar mi cuerpo con sus carnosos labios.
(A mis 45 años no soy ningún adonis. No poseo un cuerpo de bombero de calendario. Ni mi polla es un descomunal miembro con las venas marcadas. Soy un tipo normal que trata de cuidarse lo mínimo para no padecer obesidad. Así que sin poseer una tableta de chocolate abdominal tampoco tengo la típica barriga cervecera.)
Ahora, la impresionante boca de Eli mordía mis pezones y comenzaba a bajar hasta el límite que marcaba el cinturón de mi pantalón.
Haciendo un esfuerzo logré quitármelo quedando ante aquella mujer tan solo con un bóxer negro que a duras penas controlaba mi erección. Ella, mordiéndose el labio inferior, bajó de un tirón la prenda haciendo que mi polla saltase como un resorte. La agarró con la mano y comenzó un movimiento muy lento. Sin dejar de mirarme fue acercando su cabeza a mi polla, abrió la boca y la abrazó con sus labios. Poco a poco fue descendiendo. Podía notar la cálida humedad de su saliva recorriendo mi polla. Suspiré antes de disfrutar de una magnífica mamada.
Eli demostró ser una excelente feladora, algo que se podía adivinar al ver su cara por primera vez. Desprendía sexualidad en cada movimiento, en cada expresión, en cada gesto. Era todo morbo. Hablando en plata; tenía una cara de guarra impresionante.
Durante un rato la mujer estuvo chupándomela con ganas. Se acompañaba de la mano. La recorría con la lengua desde la base hasta la punta para luego introducírsela de nuevo en la boca toda entera. Aceleraba el ritmo y me llevaba al límite. En un momento la agarré de la melena para ser yo quien le marcara el ritmo. Ella adoptó una actitud sumisa y se dejó follar la boca a mi antojo. El sonido gutural y acuoso que producía mi polla al entrar y salir del fondo de aquella boca era música celestial. Tener a aquella madre, que estaba engañando al marido haciéndole creer que se había ido a Sevilla con las amigas mientras estaba desnuda en una habitación de hotel comiéndome la polla, era una situación que me tenía al filo del éxtasis.
Eli paró de golpe:
-Quiero follarte.
Sin darme otra opción, se colocó a horcajadas sobre mí y, dirigiendo con su mano mi polla hacia su coño, comenzó a descender sobre ella. Cada centímetro que la penetraba notaba como se me derretía en su interior. Eli comenzó a mover su cadera muy despacio, sintiendo como mi polla rebuscaba cada rincón de su intimidad. Colocó una mano sobre mi pecho, echó su melena hacia atrás y comenzó a cabalgarme entre jadeos:
-Sííí, joder…
A medida que ganaba ritmo y sus gritos subían de volumen comenzó a agarrarse una teta mientras con la otra mano intentaba masturbarse. Todo ello sin dejar de cabalgarme.
Por mi parte, la agarraba por las caderas y me deleitaba con la tremenda follada que me estaba dando aquella diosa morena. Mi polla percutía contra el fondo de su vagina de manera tan violenta como ella subía y bajaba. Sus gritos se debían oír fuera de la habitación y mi ego salía por las ventanas. De repente, y en parte para evitar correrme, la volteé y me coloqué sobre ella:
-¿Quieres follarme tú?, a ver como lo haces, cabrón.
Aquel desafío hizo que de un golpe de cadera se la calzase muy profundo a lo que ella respondió con un quejido de placer. A partir de ahí, no pude parar. Comencé a follarla duro. Con golpes fuertes y seguidos. Ella me alentaba:
-Sigue. Más. Dame más joder.
Cuando logré coger un ritmo regular ella me rodeó con sus piernas mientras con sus brazos se agarraba a mí. Pude notar como clavaba sus uñas en mi espalda mientras me exigía que no parase. Fui incapaz de calcular el tiempo que estuve penetrando violentamente el coño de Eli, pero el orgasmo y la corrida eran inminentes y así se lo hice saber:
-Córrete dentro. Échamelo todo.
Noté que me apretaba con sus piernas más fuerte evitando que me escapara. Una de sus manos me agarró el culo mientras yo mordía su cuello y su boca. El orgasmo me llegó y con un grito de satisfacción rellené el coño de Eli con mi abundante corrida. Había sido uno de los mejores polvos de mi vida. Caí exhausto sobre ella que me besaba con los ojos entornados:
-Cuanto deseaba que me follaras.
El animal sexual con quien había follado apenas unos segundos antes había desaparecido para convertirse en una dama dulce que me acariciaba el cuerpo rozándome con las yemas de sus dedos. Le sonreí. Sudado, rodé hasta colocarme boca arriba junto a ella. Ambos quedamos dormidos.
El sonido sordo e insistente de un móvil me despertó. Cuando logré situarme pude ver a Eli de pie junto a la ventana de la habitación, desnuda, hablando por teléfono:
-No, estaba dentro de un bar y no me dio tiempo a descolgar. –Hablaba con su marido-. Me lo estoy pasando genial. Ahora estoy en la calle porque en el bar con la música no podía hablar. Esta noche iremos a cenar y mañana será el cumpleaños…. Un beso… Adiós.
Me giré sobre la cama y comprobé que estaba húmedo. La corrida se había salido del coño de Eli y había mojado las sábanas:
-¿Has visto qué hora es? – Me preguntó.
-Ni idea, pero habrá que hacer algo.
-Yo de momento me voy a duchar que me has dejado toda pringada.
Eran casi las 8 de la tarde, habíamos dormido mucho y ni siquiera habíamos comido, así que la cuestión era recomponerse y salir a cenar algo. Yo esperé a que ella terminase en la ducha para entrar.
Pese a los gritos que Eli había dado mientras follábamos nadie en recepción nos hizo alusión lo cual no quería decir que no lo hubiesen oído. Preguntamos algún lugar para cenar y nos indicaron. Dimos una pequeña vuelta por los alrededores del hotel, entramos a cenar donde nos habían aconsejado y charlamos de nuestras vidas. Ella me comentó que sí quería a su marido. Era un hombre bueno pero a cierta edad se necesita alguna motivación extra. Antes o después los matrimonios caen en la rutina y no hay nada peor que el tedio. Esta infidelidad incluso le podría venir bien a su relación… Después de cenar estuvimos en un pub tomando unas copas y sobre las 12 nos volvimos al hotel.
Durante las copas volvimos a calentarnos. Nos estuvimos besando y tocando de manera que salimos rápido para la habitación. Nada más entrar abracé a Eli por detrás y comencé a comerle el cuello, le agarré las tetas y contra la pared comencé a desnudarla mientras recorría su espalda con besos. Fui descendiendo por su columna y me arrodillé tras ella para, después de quitarle el pantalón mordí sus glúteos. Sus suspiros me animaban a seguir y así fui separándolos y comencé a comerle el culo metiendo la lengua dentro de su agujero. Tras unos minutos la volteé y comencé una sesión de sexo oral que ella agradeció con gemidos de placer. Con una pierna sobre mi hombro podía acceder a aquel triangulo rizado del que manaba néctar dulce. Libé con mi lengua aquel líquido hasta extraerlo directamente del interior de la vagina para untarlo con mi lengua sobre su clítoris provocando descargas de electricidad desde su espina dorsal hasta su cerebro. A Eli casi le temblaban las piernas y tuvo que apoyarse en mi cabeza para no caer.
A punto de llegar al orgasmo la lancé sobre la cama. Frente a ella me desnudé. Sentada sobre el filo de la cama la ofrecí mi erección y ella comenzó a lamer con ansias. El movimiento de su cabeza hacía que mi polla se perdiese en el interior de su boca para volver a resurgir totalmente mojada de su saliva.
Cuando entendí que ya había tenido su buena ración la hice colocarse a cuatro patas ofreciéndome una inmejorable vista de su culo y su coño. Desde aquí los labios se asomaban por entre las piernas mientras su agujero anal se contraía sobre sí mismo. Me coloqué tras ella y agarrándola por las caderas me la follé con fuerza. Eli se aferraba a las sabanas y hundía su cabeza en la almohada mientras yo no le daba tregua. Con una erección de caballo percutía con mi ariete contra aquel castillo. Una vez profanado ella no opuso resistencia y se entregó a su nuevo dueño. Cada vez que la oía gritar, más fuerte le daba. Cuando se acercaba el final la agarré por el pelo y tirando de ella hice que se incorporara:
-Me voy a correr, ¿me oyes?- Le gritaba.
-Sí, cabrón, sí.
Sin previo aviso le di un cachetazo en una de sus nalgas y le dejé marcada la mano. Ella dio un grito de dolor que acallé con otro fuerte golpe de cadera contra su enrojecido coño. La empujé contra la cama y ella se derrumbó boca abajo, lo que aproveché para subirme a horcajadas sobre ella y correrme en su espalada. Ahora eyaculé menos que por la tarde pero no fue menos placentero. Eli estaba agotada y dormimos abrazados.
La luz que entraba a través de la persiana mal cerrada nos despertó antes de las 9 de la mañana. Decidimos que aprovecharíamos el día dando una vuelta por la Sierra. Visitaríamos los pueblos de los alrededores, comeríamos en alguno de ellos y volveríamos de noche. Eli, se levantó y se metió en el baño. Se llevó el teléfono por lo que deduje que querría hablar con su marido. Yo permanecí en la cama. Mientras la oía hablar me fui excitando.
Eli era un pibonazo. La típica pureta impresionante, guapa, con cuerpazo y una bestia en la cama. Y ahora estaba engañando a su marido. Y yo era el corneador. Todos estos pensamientos fueron teniendo un efecto en mi libido. Me descubrí masajeando mi polla erecta y se me ocurrió dar una sorpresa a Eli que por el ruido de la ducha ya debía estar dentro. Entré en el baño y la adiviné detrás de la cortina bajo el agua. La asusté cuando descorrí la pieza de plástico que protegía del agua. Desnudo ante ella me deleité con su cuerpo bajo la ducha. Tenía la melena mojada hacia tras. El agua resbalaba por su cuerpo, provocando pequeñas salpicaduras cuando pasaban por sus tetas. Estas reaccionaron al verme empalmado y sus pezones se endurecieron de manera provocativa.
Me metí en la ducha junto a ella, tomé la alcachofa y dirigí el chorro hacia su coño. La primera impresión hizo que se sobresaltara pero el impacto del agua caliente sobre su clítoris comenzó a hacer efecto. Ella me miraba suplicando que no dejase de masturbarla. Cerró los ojos y se agarró a mis hombros cuando comencé a hacer movimientos circulares. No pudo evitar morder mi hombro cuando su orgasmo la sorprendió.
Yo la abracé y comencé a besarla. La boca, el cuello las tetas. Con las manos amasaba cada uno de sus glúteos y con mis dedos comencé a masajear su orificio anal. Ella me miró sonriendo:
-Eres malo…
-¿Tú crees…?
Se abalanzó sobre mi boca mientras notaba como mi dedo seguía explorando cada vez más adentro su puerta trasera. Le di la vuelta y la puse mirando a la pared. Me pegué a ella y le mordí el cuello antes de lamer su oreja y preguntarle:
-¿Sabes lo que voy a hacer?
Ella lo sabía.
-¿Me quieres dar por culo?
Tomé un poco de champú con mis dedos y comencé a masajear su ano lubricándolo con el líquido. Ella gemía y me desafiaba:
-Eres un cabrón que me quieres partir el culo.
Fui metiendo cada vez más adentro, primero uno, luego dos y tres dedos antes de comenzar a follármela con ellos. La oía gemir de placer mientras mis dedos comenzaban a entrar y salir de su culo:
-Méteme la polla por el culo, cabrón. Reviéntamelo.
Hice que se inclinara un poco más hacia delante y que me ofreciera el culo. Este quedó totalmente expuesto a la altura de mi polla. Me la embadurné con champú. Agarré a Eli por la nuca y coloqué la punta de mi polla a la entrada de su culo. Poco a poco fui haciendo fuerzas hasta lograr que el capullo franquease el esfínter. Ella se quejaba de dolor pero ya no había marcha atrás. Dejé que el hueco se adaptase al intruso y desoyendo sus quejas comencé a penetrar aquel maravilloso culo. Se la fui metiendo sin pausa hasta calzársela entera con un golpe de cardera. Noté como mis huevos toparon con su coño. Ella gritó de dolor. Aquello no era nada para lo que le vendría encima.
Con la respiración entrecortada me pedía que fuera despacio pero nada más lejos de mi intención. Comencé a sodomizarla con ganas. Recreándome en el ruido que hacía mi polla al abrirse paso en su estrecho intestino. Ella tardó un poco en disfrutarlo pero finalmente lo hizo:
-Ahora sí. Joder. Dame por culo fuerte, cabrón. No te cortes. Pártemelo.
Durante más de 10 minutos estuve agarrado a su cadera haciendo fuerza para romperle el culo. A veces le daba tan fuerte que le era imposible aguantarse con las manos y chocaba contra la pared. Por fin, la agarré de la melena mojada, le di un cachetazo y me corrí en el interior de sus tripas. Ella se había masturbado con una mano mientras su culo clamaba clemencia. Cuando se la saqué, ella se derrumbó y se deslizó hacia abajo acabando de rodillas. De su culo brotaba mi semen que se escapaba por el desagüe con pequeños hilos de sangre. Su ano palpitaba enrojecido y Eli maldecía por el dolor que le tocaría soportar.
A las 11 de la mañana nos pusimos en camino para recorrer los pueblos de la Sierra de Huelva. Hicimos paradas para tomar un aperitivo, ver algún mirador, y almorzar en un restaurante. Nos contamos anécdotas, nos reímos, nos miramos, nos besamos. Realmente parecía que estuviésemos recién casados aunque lo que pretendíamos era pasar un fin de semana follando como adolescentes. Ella para salir del tedio de un matrimonio con un marido aburrido. Yo por retomar unas relaciones sexuales que en los últimos meses habían sido escasas. La cuestión es que volvimos al hotel de noche, después de haber cenado.
Ahora en la habitación, con menos ímpetu que las veces anteriores, Eli me besaba sentada a horcajadas en mi regazo. Haciendo que mi capullo rozase su pipa. Yo, la abrazaba y recorría su espalda recreándome en sus maravillosos glúteos. Esta vez le hice caso y no profané su más dolorido orificio:
-Por favor, esta noche por el culo no. Lo tengo ardiendo de la irritación.
Asentí mordiéndole la boca y dejando que fuera ella, la que con un movimiento pausado me fuera follando. Sus gemidos precedían al ofrecimiento de su busto:
-Cómeme las tetas.
Yo mordía los pezones e intentaba abarcar con la boca aquellas dos magníficas obras de arte. Con la cabeza hacia atrás comenzó a cabalgarme más fuerte a medida que notaba que el orgasmo le haría estallar. Con un grito me anunció que había llegado al éxtasis sexual. Me abrazó fuerte y me pidió que me corriese.
Yo preferí masturbarme sobre ella. Así que de rodillas sobre ella que yacía boca arriba me pajeé hasta eyacular sobre su barriga y sus tetas. Eli agradeció con suspiros de satisfacción el calor de mi corrida sobre su espectacular cuerpo.
Cansados por el viaje del día y el sexo caímos en un profundo sueño.
El domingo me desperté antes que Eli. Me levanté y estuve aseándome un poco. Desnudo frente al espejo comprobé que tenía marcas de sus uñas y algún mordisco en el cuello. Volví a la habitación y me recreé en la mujer que dormía desnuda en mi cama. Realmente era preciosa. Su cuerpo trabajado pasaba por el de alguien mucho menor. Los marcados rasgos de su cara le daban una belleza casi animal y una sensualidad irresistible. Sus tetas mantenían una tersura y dureza impropias de una madre de cuarenta años. Su abdomen totalmente plano delataba que practicaba algún tipo de ejercicio en el gimnasio al igual que sus piernas perfectamente torneadas.
Me acerqué junto a ella y comencé a despertarla recorriendo todo su cuerpo con besos y caricias. Poco a poco, Eli fue ronroneando haciendome saber que el despertar era de su agrado. Se colocó bocabajo para permitirme seguir las caricias por su espalda. Mis manos recorrieron el camino hacia arriba y hacia abajo. En cada descenso fui introduciendo mis dedos cada vez más en su entrepierna. Sentí el calor al pasar por la hendidura de su coño. Hasta que decidí quedarme allí y masajearle el clítoris. Despacio, sin prisa. Untándolo con sus propios fluidos para evitar molestias. A medida que su respiración se hacía más fuerte yo comencé a masturbarla con mayor cadencia. Le introduje un par de dedos y comencé a follarla con la mano. Ella se fue incorporando a cuatro patas deseosa de que le metiese algo más duro que mis falanges.
Viendo el estado de mi amante no dudé en situarme detrás y, sin apenas esfuerzo, penetrarla con mi polla. Aferrado a sus caderas empecé a penetrarla sin pausa. Me deleitaba con el movimiento de su melena a cada golpe de cadera mío. Eli llevó su mano derecha a su clítoris y comenzó a masturbarse. Le hice saber que estaba a punto de correrme e inmediatamente descargué lo poco que me quedaba dentro de su vagina. Caí abatido por el orgasmo a su lado pensando que era la cuarta vez en todo el fin de semana que me corría dentro de Eli.
Ella aprovechó mis últimos restos de semen que salían de su coño para terminarse la paja. Acelerando el movimiento de sus dedos humedecidos por mi leche, aquella madre infiel se corrió para mí por última vez este fin de semana. Permanecimos durante casi media hora tumbados uno junto al otro. Desnudos. En silencio. Sabíamos que este tiempo llegaba a su fin. Ella volvería a la rutina de su matrimonio. Con el sexo aburrido de un matrimonio monótono.
El viaje de vuelta fue menos eufórico que el de ida. Antes de salir del hotel, y mientras yo liquidaba en la recepción, Eli estuvo hablando con su marido. Mintiéndole de lo bien que se lo había pasado en Sevilla junto a sus divertidas amigas. El recepcionista la miraba de reojo mientras me atendía. Por su puesto no hizo ningún comentario al respecto. Durante el viaje, le mandó un par de audios por whatsapp a su marido y a su hijo.
Tardamos varias semanas en volver a quedar. Nunca volvimos a tener otro fin de semana y nuestros encuentros se limitaban a un par de horas en las que Eli convencía de que quedaba con alguna amiga o salidas de compras en solitario. Alguna noche de copas coincidimos y lo hicimos en el coche. Después de casi un año y de mutuo acuerdo dejamos de ser amantes. Eli siguió felizmente casada con su marido hasta que necesitase otra de aquellas bombonas de oxígeno. Ya sin ser amantes volvimos a vernos pero nuestra relación fue menos efusiva que durante aquel tiempo en que Eli le fue infiel a su marido conmigo.