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La frutilla de la pasión
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Tiempo de lectura: 4 minutos

Cuando empecé la universidad mi vida cambió rápidamente. Empecé a frecuentar lugares nuevos y en cuestión de 2 años tuve varias novias que si bien no me duraron mucho tiempo, sí me dejaron experiencias sexuales inolvidables.

Una que recuerdo con particular aprecio es Luna. Era un año mayor que yo en ese entonces, estudiaba derecho. Era rubia y tenía un mechón fucsia, una sonrisa enorme y una pequeña separación en sus dientes. La conocí bailando cumbia en un club nocturno. Se reía de mis torpes pasos y me convidaba su cigarrillo. Era bajita, metro cincuenta más o menos, siempre usaba esos shorts de jeans cortitos y alguna blusa de modal o top que resaltaban su escote y sus tetas redonditas. Tenía un lunar en el cuello y un piercing en la nariz.

Esa noche que nos conocimos hablamos toda la noche, después la acompañé a su casa pero no me dejó pasar, me dio un beso corto y me susurro al oído: "escríbeme mañana, lindo". No dejé de pensar en ella todos esos días, pero dejé que pasara un tiempo para no parecer desesperado. Finalmente, cuatro días después le escribí.

Compartimos mucho tiempo, nos contamos nuestros gustos, fuimos a parques, ella vino a mi casa y yo fui a la suya, hablamos de sexo, nos besamos y dormimos juntos. Pero cada vez que quería dar el paso y llevarlo a la práctica, ella se negaba rotundamente. Incluso cuando estábamos acostados solo con ropa interior y haciendo cucharita.

Llegué a preguntarle si era virgen o si le pasaba algo con su cuerpo, pero no era el caso, ella decía que no había ningún problema pero que había algo que debía contarme y no se animaba aún.

Finalmente al mes me lo confesó todo. Tenía un fetichismo muy especial, era incapaz de tener sexo sin que ello involucrara comida, por eso se negaba. Lo dijo muy apenada pensando que saldría corriendo, y no voy a negar que a primera impresión me chocó un poco, pero pensándolo un rato me gustó la idea, quería probarlo.

Empezamos a experimentar juntos, todas las veces que nos encontrábamos probábamos el sexo con alguna nueva comida. Lo primero fue lo típico, compramos esas latas de crema batida y lo fuimos usando en la faena. Me chupaba la pija mientras se comía la crema, yo se la ponía en las tetas y a lo largo de todo su cuerpo para jugar a lamerla completa luego. Después probamos lo mismo con salsa de chocolate y disfruté a montones mientras le comía su conchita embadurnada de dulce de leche.

Un día agarré un trozo de manteca y empecé a pasarlo por todo su cuerpo. Su cuello, sus brazos, alrededor de sus tetas, en su abdomen y terminé por frotarla en sus muslos. Ella agarró otro trozo e hizo lo mismo conmigo. Derritió la manteca entre sus manos, la esparció en mi verga y me obligó a que la embista una y otra vez. Debo reconocer que me sorprendí al descubrir que aunque es un poco viscosa, la manteca es un buen lubricante. Estábamos tan calientes que tuve que tapar su boca por miedo a que los vecinos se quejaran de los gemidos. Mi habitación terminó hecha un desastre y tuvimos que bañarnos por casi una hora para quitarnos de nuestro cuerpo toda la manteca.

De a poco iba acostumbrándome a su fetiche y hasta llegué a pensar que yo también lo tenía. Lo nuestro sin embargo no duró mucho tiempo, pero voy a contarles la frutillita del postre, nunca mejor dicho.

Para el día de su cumpleaños quería darle un regalo especial. Había leído que en Japón hay una práctica milenaria llamada nyotaimori que consiste en comer sushi desde el cuerpo desnudo de una mujer. Pero como soy estudiante y no me sobra el dinero tuve que darle un toque más argentino. Reemplacé el sushi por frutas y en lugar de una japonesa recurrí a una amiga de confianza que me debía un favor. Al principio se molestó, pero cuando le conté los detalles de mi relación con la chica empezó a reírse y no podía creerme por lo que accedió a que usemos su cuerpo para comer sólo para ver si lo que yo le conté era verdad.

En principio no había problema, si bien estaría desnuda no iba a haber nada entre nosotros y ya la había visto con el torso desnudo más de una vez, pues le gustaba hacer topples en la playa. Sólo la usaríamos de aperitivo, comeríamos junto a Luna rodajas de fruta que estarían sobre el cuerpo de mi amiga, y después mi amiga se iría y nos dejaría para que tengamos intimidad.

Cuando llegó Luna estaba un poco desganada y casi no se entusiasmó cuando le dije que le tenía una cena especial. Pero apenas pasamos a sala y vio a mi amiga desnuda y tendida sobre la mesa con frutas en todo su cuerpo, sus ojos se abrieron y quedaron enormes. Parecía una niña con juguete nuevo, se llevaba las manos a la boca y miraba cada detalle.

Mirando a mi amiga empecé a pensar que estaba mucho más linda de lo que la recordaba. Los huesos de la cadera se resaltaban por su abdomen ultra plano. Estaba depilada de pies a cabeza y las piernas hacían notar que las había estado entrenando en el gym. En su ombligo tenía una cereza y al rededor pedacitos de kiwi. Una rodaja de naranja en cada pezón y en el medio de su pecho había rodajitas de banana, manzana y uvas, cuidadosamente apiladas. El abdomen tenía cuadraditos de durazno y pera, y en su vagina había una frutilla entera levemente incrustada. En su monte de venus llevaba escrito con salsa de frutilla "feliz cumpleaños Luna".

Luna estaba extasiada, vino a besarme y después comenzó el banquete. Ella acariciaba suavemente el costado de mi amiga mientras comía las uvas y la miraba a la cara. Mi amiga sonreía. Yo también comía y le convidábamos trocitos a mi amiga. Cada vez su cuerpo iba quedando más al descubierto.

Finalmente quedaba pendiente sólo la frutilla y el saludo de felicitación. Luna me miro con una sonrisa pícara y los ojos perversos. Pasó suavemente su lengua borrando todo el mensaje de feliz cumpleaños y antes de comerse la frutilla subió para besar a mi amiga. Para mi sorpresa no hubo resistencia.

A esa altura me era imposible ocultar mi erección, mi amiga me miraba de reojo, Luna sólo tenía ojos para la cochita con la frutilla. Muy sutilmente pasó su lengua y la tomó entre sus dientes, comió la frutilla y cuando terminó me miró y dijo: ¿Esta también me la puedo comer? Y empezó a chuparle la concha a mi amiga. Transformando el silencio de la sala en un mar de gritos y quejidos. Las dejé que se dieran placer mientras miraba. Invirtieron roles y gimieron como locas. Yo miraba al costado mientras me masturbaba y finalmente me invitaron a sumarme. No pude desaprovechar la oportunidad de cogerme a mi amiga y encima en un trío como si el del cumpleaños fuera yo.

Me acosté sobre la mesa y mientras Luna me cabalgaba, mi amiga me refregaba su vagina en mi cara y ambas se besaban. Manoseé a ambas y masturbé a Luna por fuera muy rápidamente mientras mi amiga se metía mi pija en la boca. Nos turnábamos para que Luna sintiera placer todo el tiempo. Hasta que finalmente busqué un par de frutillas que sobraron y estando ambas de rodillas, me vine en la boca de cada una coronándolas con una frutilla a cada una. Ambas tragaron y se fundieron en un beso.

Fue todo éxtasis, pudieron ser minutos u horas. Es difícil recordarlo. Pero cada vez que miro a la luna tengo ganas de repetirlo.

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