Tenía ganas de comer una paella valenciana y fui a Valencia cuando casi nadie va, después de las fallas. En la calle Iglesia de Vera entré en el Restaurante Casa El Famós, un lugar muy sencillo y agradable con mesas con cuatro y ocho sillas, manteles que podrían ser de cualquier casa, en el que había cantidad de cuadros en las paredes, dos lámparas en el techo, en fin, un lugar sencillo en una casa de dos pisos pintada de color ocre y con un servicio de lo más agradable.
Estaba dando cuenta de una buena paella y de un tinto Fortaleza de Requena cuando vi llegar a dos hombres y una chica. Ella era más alta que ellos. Tenía entre veinticinco y veintinueve años. Llevaba puesto un vestido negro que le daba por encima de las rodillas y que dejaba ver unas piernas anchas y bien torneadas, sus ojos y su cabello eran oscuros, los dedos de las manos y de los pies, que mostraban unas sandalias con altas plataformas, las llevaba pintadas de rojo, lo mismo que sus gruesos labios. Era una preciosidad.
Se sentaron en la mesa enfrente a la mía, ellos dándome la espalda y ella de cara, a unos tres metros de distancia. La estaba desnudando con la vista cuando cruzamos miradas. Apartó la suya y siguió hablando con un acento sudamericano que encandilaba. Apartara la mirada, pero me había visto, viera a un maduro de pelo cano vistiendo un chaleco gris y una camisa blanca y con una corbata gris abierta. Cuando acercó la primera cucharada a la boca me miró y se encontró de nuevo con mi mirada. Sonrió a una gracia que le hizo uno de sus acompañantes y me volvió a mirar.
Me gustaba verla comer, limpiar sus labios con la servilleta, beber a pequeños sorbos… Enamoraba solo con sentir su risa. Sus miradas se intensificaron, eso me decía que no le desagradaba. Le gustara o no, no era momento de saberlo. ¿O sí? Al mirarme, saqué la lengua y la pasé por mis labios. La joven, aprovechando algo que le dijera uno de los acompañantes le sacó la lengua. ¿Sería casualidad? Me volvió a mirar, le miré para las tetas y mordí mi labio inferior, ella mordió el suyo y después limpió la boca con una servilleta. Me toqué una teta y ella quitó una imaginaria miga de una de las suyas. En la última mirada volví a pasar la lengua por los labios y ella la pasó por los suyos. Ya era seguro, estaba coqueteando conmigo.
Yo ya estaba con el café y la copa de Magno y había pedido y pagado la cuenta. Me levanté. Su vista se fue a mi entrepierna donde vio un bulto. Fui al aseo. Entraba por la puerta cuando giré la cabeza y vi venir a la muchacha. Esperé a que se metiera en el aseo de mujeres, me metí detrás de ella y le pasé el cerrojo. La arrimé a la pileta, la agarré por las nalgas y le di un beso con lengua. Debía llevar tiempo sin follar porque rodeó mi cuello con sus brazos y me comió la boca. Luego le di la vuelta, le levanté el vestido, le bajé las bragas, saqué la polla y se la metí en el coño de una estocada. Estaba tan mojada que la polla había entrado con una facilidad asombrosa. Le eché las manos a las tetas y le di duro y hasta el fondo. Le tapé la boca con una mano porque la muchacha comenzó a gemir cómo si estuviera en su habitación. Lubricaba que era una maravilla, en nada mi polla chapoteaba en su coño. "¡Chof chof chof…!" Ni tres minutos llevaba follándola cuando sus piernas comenzaron a temblar, su coño estranguló mi polla y la bañó entre jadeos de leona en celo! No pude evitarlo, le llené el coño de leche.
Al acabar me dio las bragas.
-Toma, tu trofeo.
Se las cogí, la metí en el bolsillo, guardé la polla y volví a tentar mi suerte.
-Estoy en el Zenit.
Abrió la puerta, asomó la cabeza, y yéndose, me dijo:
-Y yo estoy casada.
Estaba casada, pero vino a mi habitación y en mi vida volveré a encontrar una cosita tan dulce. Voy a turrón. Estábamos en cama, yo a su izquierda en calzoncillos, ella a mi derecha con una camiseta blanca y unas pequeñas bragas negras con encajes blancos. Con mucha lentitud acariciaba mi cara con su suave mano y con esa misma lentitud me besaba chupando mi lengua. Me daba la suya a chupar, mordía mi labio inferior y seguía con el beso… Yo, con mi mano derecha dentro de sus bragas acariciaba su clítoris con tres dedos con la misma lentitud que ella acariciaba mi cara y me besaba… Más tarde dejó de acariciar mi cara. Echó su mano a mi nuca y me besó cada vez con más pasión. Mis dedos volaron sobre su clítoris. Me apretó la nuca, me miró fijamente a los ojos, y me preguntó:
-¿Quieres ver mi cara al correrme?
-Quiero.
Aceleré aún más los movimientos circulares de mis dedos sobre su clítoris, sentí el espasmo de los músculos de su pelvis y vi cómo sus pupilas se perdían bajo los párpados y sus luceros mostraban solo el blanco de la esclerótica. Le metí la lengua en la boca y supe con la fuerza que se estaba corriendo, ya que me la chupó y casi me la arranca.
Al acabar de gozar, abrió los ojos, me miró y rompió a reír. Le pregunté:
-¿Cómo te llamas?
-Qué más da cómo me llame.
-Te llamaré muñequita.
Se cachondeó.
-¿Le llamas así a todas tus conquistas?
-No, se lo llamaba a alguien que no pude conquistar y tú me recuerdas mucho a ella. Eres perfecta.
Se echó el cabello hacia atrás con la mano derecha, y me dijo:
-No sé ella, pero yo de perfecta no tengo nada, soy normalita… Si hasta tengo un juanete en un pie -me enseñó el pie-. Mira.
Le cogí el pie, le besé el juanete, y después besé y lamí la planta y los tobillos, todo despacito. Seguí chupando los dedos, uno a uno y al final se los chupé todos juntos… Hice lo mismo en el otro pie, y después, despacito, subí besando y lamiendo el interior de sus muslos hasta llegar arriba, le quité las bragas y despacito lamí el coño. Seguí subiendo, le quité la camiseta y le lamí los gordos y oscuros pezones de sus grandes tetas, luego lamí sus areolas y se las mamé, besé su cuello, lamí su oreja derecha y después le mordí el lóbulo, giró la cabeza e hice lo mismo en el otro lado de cuello y en la otra oreja. Le di un pico en los labios.
Me quiso meter la lengua en la boca, pero no le dejé. Seguí bajando, despacito, le volví a comer y magrear las tetas y luego bajé besando su vientre, su ombligo… Abrió más las piernas y las flexionó, le lamí el coño, que estaba encharcado de los jugos de su corrida, metí dos dedos dentro y lamiendo su clítoris, despacito, comencé a masturbarla. Durante doce o quince minutos solo se oyeron los ruidos que hacían mis dedos dentro de su coño. Cuando se acercó el momento del clímax comencé a sentir sus gemidos y cómo se aceleraba su respiración, me dijo:
-Me voy a correr.
Quité los dedos, metí todo su coño en mi boca, y después, despacito, lo lamí. La muchacha, con una mano agarró la almohada y la llevó a la boca y con la otra apretó mi cabeza contra su coño. Dejé la lengua fuera y ella movió la pelvis alrededor hasta que le vino.
-¡Sí! ¡¡Sí!! ¡¡¡Sí!!!
¡Pedazo de corrida! Me dejó la cara perdida, no por la cantidad de jugos sino porque frotara el coño contra ella.
Quité el calzoncillo y me arrodillé sobre la cama. Mi polla apuntaba hacia el frente. La muchacha cogió mis pelotas con una mano y la polla con la otra. Acarició las pelotas, meneó la polla y luego la metió en la boca y la mamó unos minutos. Después me eché boca arriba sobre la cama, ella dándome la espalda metió la polla en el coño y lentamente comenzó a follarme. Desde el segundo uno mi polla salió de su coño empapada. Algo después la cogí por la cintura y la follé yo a ella con un rápido mete y saca. La muchacha se apoyó con las dos manos sobre mi pecho, dejó que la acribillara y el resultado no se hizo esperar, se puso tensa, comenzó a temblar, y descargó de nuevo mientras mordía el canto de una mano para ahogar sus escandalosos gemidos.
Luego saqué la polla empapada y dejé el glande en la entrada de la vagina, sus jugos fueron bajando por mi polla hasta llegar a los huevos. La muchacha solo tuvo que mover un poquito el culo para que mi polla se pusiera en su ojete. Empujó con el culo y se lo fue metiendo hasta llegar al fondo. Le magreé las tetas mientras mi polla gozaba de su estrecho culo. Tiempo después, a punto de correrme, se dio la vuelta y mirándome a los ojos la metió en el coño y me folló cada vez más a prisa, diciendo:
-¡Dámela, dámela, dámela…!
Tanto aceleró que acabó frenando en seco, derrumbándose sobre mí, y cuando pensé que iba a decir, me corro, dijo:
-¡Cabrón!!!
Comiéndome la boca y sacudiéndose se volvió a correr cómo solo ella sabía hacerlo, de manera brutal.
Llevó tiempo encima de mí sin moverse, y eso hizo que explotara dentro de ella. Mientras la llenaba me miró a los ojos y me acarició una mejilla. Al acabar me dio un pico en la nariz, y me dijo:
-Ya era hora.
Sí, ya era hora de sacar mis bajos instintos. Le di la vuelta. Puse mi cabeza entre sus piernas. Metí todo su coño en mi boca, mamé y después lamí. Le gustó.
-¡Ay que rico!
-Sí que estás rica, muñequita.
Después de dejarle limpio el coño, la muchacha, perra otra vez, se puso a cuatro patas. ¡Qué culo tenía! Era uno de esos culos de verdad, con algo de celulitis, de los que dan gana de comerlos, y se lo comí, bien comido, mordiendo, lamiendo… Después jugué frotando mi polla morcillona en su coño y en su culo hasta que se me puso dura, y cuando se me puso dura le volví a follar el culo. Mientras se lo follaba y le apretaba los pezones vi bajar por el interior de sus muslos pequeños riachuelos de jugos, y es que lubricaba que era una maravilla, ya, ya, ya sé que me repito, pero en estos casos me gusta repetirme. Le dije:
-¿Quieres correrte así o prefieres correrte de otra manera, muñequita?
-Quiero que esta aventura acabe cómo empezó. Fóllame cómo me follaste en el aseo del restaurante.
Saqué la polla del culo. Salió de la cama. Se apoyó con las manos en la pared. La cogí por la cintura. Abrió las piernas, se la clavé hasta el fondo y le di duro. Ya estaba buena de ir, en nada, me dijo:
-¡¡Me corro!!
Se empezó a sacudir y de nuevo tuve que taparle la boca con mi mano. ¡Cómo gritaba la muñequita! ¡Y cómo me gustaría estar con ella otra vez!, pero cómo dijo Calderón: La vida es sueño y los sueños, sueños son.
Quique.