Susana se encontraba en el baño tarareando Imagine, de John Lennon, mientras su cuchilla pasaba milimétricamente por su zona púbica. Era una noche especial, hoy los chicos estaban avisados que tenían que salir y los padres se quedarían solos en casa. Todavía era mediodía, pero la mujer ya lo había ideado todo. Al tiempo que su sexo comenzaba a relucir como si jamás hubiera habido un pelo por allí comenzó a pensarlo.
“Primero una cena… creo que tengo velas, eso le dará un toque especial. Luego una copa o dos, más el vino de la cena vamos a estar muy calientes y para rematar, la nueva lencería que me compré. Javier va a alucinar.”
Acabó el trabajo entre sus piernas y se dio una pequeña ducha, algo rápida, solamente para limpiarse el cuerpo y los pelos sobrantes, debía estar reluciente para fascinar a su marido. Se admiró en el espejo antes de salir, había sido una semana estresante y apenas había podido disfrutar del sexo.
Poniéndose el pijama recordó la última vez que había probado el sexo. Fue uno rápido en la cocina con Lucas antes de que su marido y su hija volvieron. Llegó a ser satisfactorio, con su hijo siempre lo era, pero había sido tan rápido que le supo a poco. Quería disfrutar con su marido, una de esas noches que solo ellos tenían, hacerlo tantas veces que los vecinos se quejasen. Ese tipo de veladas, eran inigualables.
Salió del baño y comió con los demás miembros de la familia. Estaba algo abstraída pensando en lo bien que se lo iba a pasar o si podía mejorar algo, pero no, todo era perfecto. Hasta que en un momento que miraba a Sofía como se perdía en su móvil, escuchó hablar a los hombres.
—Te digo que hoy ganamos, hijo, no sea pesimista.
—Pues creo que no, el partido va a estar parejo. —los hombres de la casa discutían sobre un partido. “¿Qué partido?” Pensó Susana.
—A ver, Lucas, pero ¿qué parejo? Si en la primera vuelta les metimos un dos cero fácil. Ganamos seguro, te apuesto algo.
—Cariño —cortó Susana sabiendo de lo que hablaban, pero sin ubicarse—, ¿de qué partido estáis hablando?
—¿Mamá? —le miró Lucas extrañado— hoy hay partido de la liga, que es sábado.
—Pero, ¿juegan en casa?
—Claro, mi vida —le respondió Jaime con una sonrisa— como siempre, hoy nos toca ir a verlo.
A Susana casi le dio un infarto, su gozo en un pozo. Miró el calendario de la cocina y se dio cuenta de lo equivocada que estaba, había adelantado acontecimientos una semana… ¡Su gran noche era la siguiente!
Entornó los ojos por la mala noticia y resopló con ganas sabiendo que hoy tampoco tocaría una noche espectacular. Al menos esperaba que ganasen, siempre que eso sucedía su marido parecía estar más vigoroso.
Posó la barbilla sobre sus manos y se sintió la mujer más desdichada del mundo. Se había levantado con tantas ganas de un gran coito, que en un segundo se le había negado totalmente.
La comida terminó y sobre las tres de la tarde, los hombres de la casa marcharon al campo de futbol, para ver, según las palabras de Susana, el dichoso partido. Se quedó tirada en el sofá, con la bata puesta y unas ganas de tener un orgasmo que no eran normales. Debería esperar a ver si tenía suerte a la noche y alguno de los hombres de la casa decidía darle algo para calmar ese apetito, pero no las tenía todas consigo. Si hacía falta insistiría un poco a su marido, no tenía dudas.
Pensó en su hija, en que podrían jugar a algo, o ver alguna serie juntas y justo al pensar en ella, Sofía apareció por la puerta de la sala.
—Hija, querida… ¿Quieres ver una película con tu madre? —se sentó correctamente dando golpecitos en el sofá para que se colocara a su lado.
—Pues, tengo que ir un momento donde Laura, vuelvo en un par de horas, si quieres luego hacemos algo.
—Vale…
—¿Estás triste, mamá? —preguntó Sofía al escuchar el tono de su madre.
—No, cariño, es que me aburro mucho.
—Bueno, tranquila no tardo, cuando venga jugamos a algo o vamos a dar una vuelta.
—¡Ay! Mi niña guapa como la quiero yo —Susana le mandó un beso al aire y su hija se rio despidiéndola con la mano.
Sola en casa el mundo se le venía encima. En la televisión no echaban nada y no quería ver ni una serie sola. Los libros parecía que la rehuían porque ninguno le gustaba y cuando volvía a pensar en qué hacer, solo le venía una cosa a la mente, sexo.
Una alegría al cuerpo no estaría mal, al menos eso era mejor opción que la otra que manejaba, que era ir a por chocolate. Se abrió la bata viendo sus muslos al aire e introdujo la mano por debajo de su pantaloncito para darse el gusto. Sin embargo, aquello de poco servía, no tenía el día y aunque lograra correrse, aquello no la serviría de nada, necesitaba sexo y nada más.
Al de un rato deicidio jugar una carta sencilla, aunque de lo más aleatoria. Cogió el teléfono de casa y marcó el teléfono de un sitio de comida rápida. Pidió que le trajeran una pizza a casa y al final, añadió a la chica que la atendía por teléfono.
—Por favor, que sea rápido.
La paciencia no era su mayor virtud y menos cuando algo tan importante como un orgasmo estaba de por medio. Trató de entretenerse con una película, con una serie, no le servía nada… acabó comiendo chocolate porque no había otra.
Había pasado más o menos una hora desde que marchó Sofía, que justo el sonido del timbre la hizo saltar de alegría. Bajó las escaleras pensando en cómo sería el hombre que le traería la pizza o… la picha. Un hombre fornido, guapo, con melena dorada al viento y ojos brillantes que la llevase en volandas a la cama de forma fogosa.
Su corazón saltaba eufórico delante de la puerta. Se anudó correctamente la bata y se abrió la parte de arriba para que se viera el escote. Quería causar la impresión de que fuera un descuido, no de mujer desesperada por un coito… aunque en verdad, lo era.
Abrió la puerta algo temblorosa, un príncipe azul la debía estar esperando tras el grueso de madre, pero… se había hecho demasiadas ilusiones. Un hombre… sí, al menos era un hombre, le daba su cartón de pizza muy amablemente, pero hasta ahí. Era un chaval, quizá de la edad de su Lucas, algo irrelevante, pero su cara llena de acné sí que lo era. Una melena en forma de coleta le colgaba a la espalda junto con un pelo grasoso muy poco erótico.
Susana sonrió por cortesía, abrió su cartera y le dio una propina al joven que la sonrió de forma lujuriosa, cierto, no se había tapado el pecho. Le despidió del joven y antes de que se fuera ya había cerrado la puerta. Giró sus pies sobre la alfombra de bienvenida y puso sus ojos blancos de frustración. No era su día.
Llevó la pizza a la cocina y la dejó resignada sabiendo que el día solo iba a empeorar, lo tenía asumido, era un día gafe. De pronto sonó de nuevo el timbre, no había pasado ni un minuto desde que el repartidor se había ido, “Si es él… ¿Le dejo pasar?” pensó por un momento. Aunque no tardó en responderle su propio órgano reproductor “no estamos tan desesperadas, guapa”.
Volvió a abrir la puerta, pero se llevó una alegría al no ver al chico de la pizza. Era Sofía que había vuelto de donde su amiga y con las manos en los brazos tratando de calentarse entró en casa.
—¡Qué FRÍO! —soltó Sofía con la voz tiritando.
—Pasa y caliéntate, cariño, que tengo la calefacción puesta. —Susana estaba aún cabizbaja por su abstinencia y su desastroso plan. Viendo la rapidez de su hija, había hecho bien en no dejar pasar al feo repartidor.
—Oye, ¿qué haces aún en pijama?
—¿Cómo iba a estar? —Susana estaba perdida.
—¿No querías hacer algo? Si te parece vamos al centro comercial, que estaremos calentitas. Además me gustaría que mi mami querida, guapa, preciosa… me comprase algo.
—Uy… creo que voy a gastarme algo de dinero, ¿me equivoco? —conocía la preciosa cara que ponía su hija siempre que deseaba algo caro.
—Un poquito —dijo en voz baja sacando la lengua a su madre.
Susana no tardó en vestirse. Pensar en ir un rato de compras con Sofía le haría bien, de ese modo su sexo se calmaría un poco y dejaría de echar humo.
Cogieron el coche y se marcharon hacia el centro comercial, mientras que la madre le explicaba a su hija que la pizza era para que los hombres cenasen y no tener que hacer nada. No había encontrado otra explicación mejor y Sofía la dio por válida.
Aparcaron algo lejos de la entrada. El parking estaba lleno y normal, siendo invierno y con el frío que hacía era el mejor lugar para pasar la tarde al abrigo de una buena temperatura.
—Que pesados los chicos con el futbol de verdad —soltó Sofía mientras caminaban entre las tiendas— con lo bien que se está aquí calentitas. Estarán ahora con el culo helado mientras animan al borde de la tiritera.
La joven se enganchó al brazo de su madre y esta la apretó fuerte, le encantaba estar con su hija y cuando se ponía tan cariñosa, mucho más. No obstante sabía que muchas veces eso quería decir que quería comprar algo, aunque bueno esta vez al menos lo sabía de ante mano.
—Te doy toda la razón, cariño. Bueno, suéltalo, ¿qué es lo que quieres comprar?
—Pues mira, dentro de poco nos vamos a ir a la casita de campo de una amiga y va a ir mi novio…
—¿Quieres que te deje ir? Cielo, sabes que no hay problema, mientras no te pases bebiendo y no tomes drogas, te lo permito.
—Bueno… no solo eso. Ya contaba que mi mamá preciosa me dejaría ir.
—Qué aduladora estas…
—A ver… ¿Vamos a comprar una lencería que he visto? Es que vamos, ¡Me encantó! Y quiero darle una sorpresa a mi novio.
—No hay problema, aunque algo me dice que me va a doler en la tarjeta…
—Un poco… pero muy poco, muy poco —Sofía se rio y le plantó un sonoro beso a su madre en la mejilla que acabó por reírse.
Pasaron por varias tiendas primero. Susana se quería gastar un poco de su sueldo primero en ella antes de que su hijita la robara la cartera. Se compró una camisa ceñida para el trabajo y de paso, compró un pantalón vaquero para su hija, la había hecho olvidar todo el sexo que necesitaba, se merecía un regalo.
Después de una pausa para un tranquilo café, llegaron a la tienda donde Sofía tenía echado el ojo a un conjunto la mar de picante que le había llamado desde el primer momento. Según entraron, la muchacha llevó a su madre hasta el maniquí donde se encontraba y se lo señaló.
—Es este.
Susana admiró unas medias negras, con un liguero y un tanga negro de lo más sugerente. La parte de arriba parecía más normal, un sujetador del mismo color con una bata corta de encaje que haría perder el sentido a cualquiera.
—Es precioso, me gusta incluso para mí, como me ponga esto… tu padre os da otro hermanito.
—Mamá… —Sofía le dio un leve golpe a su madre mientras le reía la gracia.
—A ver el precio… —resopló al verlo, todo el conjunto se acercaba peligrosamente a las tres cifras— caro…
—Pero es tan bonito.
—En eso no te falta razón… ¿Quieres este? ¿Seguro? —ella asintió— vale, cariño, pero prométeme una cosa.
—Lo que sea, mami.
—Que lo vas a usar muchas veces.
Sofía se lanzó a los brazos de su madre sabiendo que se lo compraría y para que nadie más la escuchara le susurró al oído.
—Un millón de veces.
El aire caliente de su hija en la oreja le erizó toda la piel, Susana estaba tan sensible por la falta de su habitual sexo que cualquier contacto le provocaba un escalofrío. Poco a poco se separaron la una de la otra, la mujer movió sus hombros para quitarse esa sensación del cuerpo, no era lo adecuado ponerse cachonda en medio de la tienda.
—No sé si me valdrá a mí —le comentó a su hija para olvidarse del calentón sufrido— si me vale… me lo vas a tener que dejar.
—Ojalá te valiera… —su tono era de decepción.
—¿Por qué dices eso, mi vida?
—Si te valiera, querría decir que yo tengo tu cuerpazo… pero no es así.
Susana sonrió por la adulación de su hija y eso que esta vez había sonado real, no forzado como cuando quería algo. La acarició su rostro angelical rostro apartándola el pelo tras la oreja y le respondió.
—Tú eres una belleza… si yo hubiera tenido tu cuerpo y tu cara… tendría a los hombres a mis pies.
—Mamá… no te pases… —Sofía se coloró sin remedio.
—Vamos a probártelo para que veas lo perfecta que eres.
La madre llamó a una de las chicas que atendían en la tienda y le pidió la ropa para poder probarse en el probador. Después de que les trajeran las tallas adecuadas, ambas se fueron de la mano esperando a que un probador se liberase.
El gentío era terrible y la fila de los probadores era larga y bulliciosa. Se metieron en uno de los del final que se liberó después de esperar más de diez minutos, parecía que las demás mujeres se lo tomaban con calma.
Entraron en un amplio habitáculo con un enorme espejo y un banco a un lado con sus correspondientes ganchos para colgar la ropa. Sofía pasó la pesada y gran cortina negando la visión a todo aquel que osara mirar.
—Me encantan que sean así las cortinas, no se puede ver nada. En otras queda el típico resquicio y me pone enferma —le dijo su madre sentándose en el banco mientras su hija se miraba al espejo.
—He venido alguna que otra vez y no se ve ni por los lados ni por abajo, es que pensar que me puede ver alguien, me da cosa.
—Tranquila, mi vida. Aquí solo te miro yo.
Ambas se sonrieron y a la muchacha aquella frase le pareció de lo más sugerente, incluso… salida de los gruesos labios de su preciosa madre.
Sofía se comenzó a desvestir. Se sacó la chaqueta y después la camiseta, pasándoselas a su madre que con paciencia las doblaba o las colgaba en los ganchos. La joven se colocó todo el pelo hacia un costado mientras se quitaba el sujetador, al hacerlo dos preciosos pechos de tamaño medio salieron a la luz.
—Sofi… Son preciosos —le comentó su madre cogiendo el sujetador y colocándolo en el banco.
—Pero son pequeños, me gustarían unos más grandes como los tuyos.
—No sabes lo que dices, con estas muchas veces me duele la espalda. Sin embargo, los tuyos… sublimes.
Sofía sonreía sin parar ante la adulación de su madre que se creía cada palabra que decía. Su hija era una auténtica belleza y muchas veces se pensaba que no podía haber salido más bella. Sus dos hijos eran guapos, pero la belleza angelical de la muchacha era algo sin igual.
Los pantalones de la muchacha comenzaron a deslizarse por su trasero para después bajar por las piernas y enredarse en los tobillos. Susana no perdió ni un momento de vista el grácil movimiento de su hija que parecía que iba a cámara lenta, contoneándose para su madre que era la espectadora de aquel cuerpo que parecía una escultura.
—Ese culo, Sofía… espero que no tengas pegas de él. —dijo Susana con la garganta algo seca.
—Ni uno… desde pequeña lo he tenido muy duro y respingón. Te tengo que dar las gracias por estos buenos genes.
La joven se pasó una mano con dulzura por su trasero y el calor que Susana creía apagado volvía a crecer con fuerza en su interior. Cogió la ropa que se iba a probar y se la pasó a su hija que solamente se mantenía con su pequeño tanga a colores. “Esta niña no necesita nada, su novio se va a desmayar al verla” pensó mientras le pasaba la ropa.
El conjunto se lo puso en un momento y estuvo par de minutos admirándose en el espejo. Su madre se levantó algo inquieta por ver a su hija tan preciosa y esta no se inmutó cuando Susana se colocó a su espalda.
—Que acierto, Sofía. Enseñas tus preciosas piernas —su mano comenzó a pasar por los muslos de la joven muy lentamente—. Deja caer la bata, que se vea el cuerpo. —Sofía así lo hizo dejando caer la prenda sobre sus codos— Eres una belleza, cariño, si tuvieras algo mío, irías a peor.
La suave mano de Susana recorría la piel aterciopelada de su hija. Había pasado por la cadera y ahora recorría su vientre hasta llegar a los pechos para rodearla. Miró a través del espejo como sus dedos atrapaban uno de los pechos y los apretaba con ligera fuerza.
—Es push up, o… ¿Me equivoco?
—Has acertado —la voz de Sofía sonaba acaramelada, tanto como su piel de dieciocho años.
—No necesitas nada de esto, eres capaz de derretir a cualquier… hombre o… mujer.
Susana se alejó, sentándose en el pequeño banco con la sangre hirviendo mientras Sofía con las mejillas rojas se seguía mirando al espejo. La pequeña había sentido en las manos de su madre un placer desconocido que no quería que se alejara de su piel. Le echo un leve vistazo y le propuso una cosa.
—¿Te apetece probarlo?
—No creo que me valga, cielo, te queda mucho mejor a ti… oye, ¿aquí hace mucho calor o soy yo?
Susana comenzó a abanicarse con la mano. El poco aire que logró que le llegara no era para nada suficiente, su calentura era irremediable y aunque en el centro comercial hiciera mucho calor, ella tenía más.
—Sí, hace muchísimo calor —contestó una Sofía algo atorada que se comenzaba a quitar las medias— Vamos, mamá, pruébatelo, hazlo por mí. Quiero… verte.
—Por ti… lo que sea.
Susana se puso de pie, pasando al lado de su hija que se comenzaba a quitar el sujetador. Sus pieles hicieron un fortuito contacto y ambas sintieron una electricidad aplastante. Sofía se sentó con rapidez quedándose con su antigua ropa interior mientras veía como su madre se desnudaba.
Primero se quitó el pantalón. Con buena experiencia en calentar a su marido, Susana se agachó mostrando el tremendo trasero a su hija, que tragó saliva al ver semejante belleza. Después la camiseta se fue levantando, primero mostrando la ropa interior que cubría su tesoro, luego un vientre que a poco que se cuidara estaría plano junto con una cintura estrecha. Para finalizar, la madre se quitó la camiseta del todo, quedándose ambas en ropa interior.
—Mamá —la voz se le cortó—, sigo queriendo parecerme a ti.
—Eres más boba… —Susana mientras se ponía las medias, se sentía una colegiala.
La mujer se dio la vuelta para que su hija se perdiera como trataba de ponerse el sujetador. Sofía intentó mover la cabeza para poder observar aquellos dos pechos que tanto le impresionaban, pero su madre estaba curtida en miles de batallas junto a su padre y no le permitió ver nada.
El sujetador no era pequeño, sino lo siguiente. Los pechos subidos se contraían como una almohada en un estuche para un anillo. No cabían y los pezones a duras penas se ocultaban parcialmente. Se dio la vuelta sabedora que su hija la viera… Susana, lo deseaba.
Pensó en que se tendría que haber masturbado un poco cuando pudo en el sofá, así no estaría tan desatada, pero teniendo a su hija a su lado, aquello podía tener solución.
—Un poco grande, ¿no crees?
—Muy grandes… —Sofía se levantó quedándose delante de su madre mientras sus ojos no dejaban de mirarla los senos.
Susana los alzó todo lo que pudo para que su pequeña no los perdiera de vista. Las manos de la joven algo nerviosas comenzaron a ascender por la estrecha cintura de su madre, mientras esta sonreía satisfecha.
—A tu padre le vuelven loco… ¿Te pareces a tu padre? —dijo Susana llevándose cuatro mechones rebeldes detrás de la oreja. No quería que nada le estropeara la vista.
—Es que, mamá. —llegó al sujetador y con maña las sacó de su encierro. Puso sus pequeñas manos debajo de los senos y los juntó queriendo formar uno solo— Son perfectos.
—No me hagas esperar más, mi vida… —Susana se derretía mientras su hija apretaba sus pechos con mucho placer— date el gusto.
Sofía se abalanzó sobre ellos haciendo que debido a la fuerza Susana diera un paso atrás hacia la pared. La joven comenzó a lamer con ganas ambos pezones mientras escuchaba los gemidos de su madre.
—Los quiero así, mamá. —lametazo— Normal que a papá le pongan, es que ¿a quién no le pondrían? —lametazo.
—Tú no los necesitas —otro lametazo— quien tuviera ese cuerpo de diosa, mi amor —lametazo— Chúpamelos, por favor.
Haciendo caso a su madre, Sofía chupó ambos pezones sin parar, dejando un rastro de saliva caliente en el cuerpo de su madre. Jugueteaba con ellos mientras estos se ponían puntiagudos y trataba de meter todo el seno en su boca, imposible.
—Así… así… —decía en voz baja Susana mientras empujaba la cabeza de su niña contra sus mamas.
Sofía se separó un momento para coger aire y Susana la asió de una mano. Se la llevó al pequeño banco y allí se sentaron. La pequeña de la familia siguió mamando a petición de su madre y esta, bajó su experimentada mano, hasta que topó con la entrepierna de su hija.
Palpó la húmeda zona que comenzaba a dejar mojada la braga que Sofía llevaba. Esta abrió las piernas sabiendo lo que podía venir y sin dejar de mamar de los pechos de su madre se dejó llevar.
Susana apartó la fina tela de la braga de colores y contempló el rosado e impoluto sexo de su hija. Pasó la mano por toda su superficie, notando la sedosidad de sus labios y lo húmedo que se encontraba. No tardó en explorar su interior después de un breve masaje, su hija estaba del todo mojada, lista para una penetración, lástima que solo dispusiera de sus dedos.
El dedo corazón se introdujo en su totalidad, haciendo que los primeros gemidos de placer de la joven salieran de su atareada boca.
—Shhh, cariño, hay música y alboroto, pero si lo haces muy alto, nos van a oír.
—Lo… lo siento, mami. Pero sabes cómo hacerlo, no sé si podré contenerme. —el dedo de su madre le tocaba mejor que cualquiera, incluso que ella misma.
—Piensa que es un juego, princesa. —Susana introdujo el segundo dedo y Sofía echó su cabeza hacia atrás del placer— Sí, gritas, pierdes. ¿Jugamos?
Sofía asintió con rapidez mientras apretaba los labios. Los dedos de su madre habían comenzado a jugar en su sexo como ninguno antes y con todo el calor que tenía por ver a su preciosa madre, estaba muy cerca del orgasmo.
—No pares ahora… por favor…
—Ni se me ocurriría dejarte ahora así, no soy una mala madre.
Susana apretó el ritmo, sus dedos se metían con ganas y velocidad. Mientras su joven hija, dibujaba círculos con sus labios y abría los ojos como si se le fueran a salir.
—Baja un poco la intensidad… que si sigues así… me corro a chorro.
—¿Cómo no me has dicho eso antes? ¡Qué maravilla!
Sofía se sorprendió de la alegría de su madre y notó como esta no paraba la intensidad, sino que la aumentaba. La cabeza de la joven se pegó al cuerpo de su progenitora, exactamente al hombro donde con los ojos abiertos podía ver los senos de su madre mientras escuchaba su acelerado corazón.
Trató de avisarla, pero los “ya” que tenía preparados no salían de su garganta. Sin embargo la experiencia de Susana era elevada y notando los primeros espasmos en la pierna de su hija, sacó sus dedos y los pasó al clítoris. El duro monte de venus estaba listo, duro y ardiente como a Sofía le gustaba. Su madre masajeó con fuerza estirándolo hacia arriba y la pequeña tuvo que morder a su madre y soltarle un inaudible.
—Lo mojo todo… —estiró la o todo lo que pudo para cambiarla por la letra a mientras sus piernas sufrían espasmos.
El líquido comenzó a salir y Susana sonreía complacida al verlo. El chapoteo era una gozada, mientras su hija estaba contra su piel ella veía como al suelo caían varios pequeños chorros de fluidos de su querida princesa.
La mano le quedó pringada al igual que una parte del suelo menos mal que se secaron rápido dando sensación de que eran unas pocas gotas. Sofía se había contenido y menos mal… si no aquello habría acabado como el rosario de la aurora.
—Mamá… Que rico… joder… —decía Sofía abstraída mientras su madre terminaba un lento masaje.
—Hoy espero que duermas bien —quitó la mano del inflamado sexo de Sofía y se llevó par de dos a la boca.
Los chupó con ganas, cerca de los ojos de su hija, que todavía con una niebla debido al orgasmo no podían enfocar del todo.
—Tan rica por fuera… como por dentro, mi vida eres la perfección, no sé cómo es posible que hayas salido de nosotros.
—Te amo…
Sofía estaba en un mundo paralelo lleno de placer. Se hubiera dormido con gusto sobre los pechos de su madre, pero esta se levantó y quedándose contra la fría pared, ya no estaba tan cómoda.
Susana se comenzó a vestir quitando la ropa que sería para su hija y poniéndose la suya. Se rio por dentro pensando en que no solo le iba a regalar la ropa, sino que también le había regalado un buen orgasmo. A Sofía le había salido muy bien el paseo.
Con la camiseta puesta y sus bragas ya colocadas esperando a ser tapadas por el pantalón, Susana pensaba que su hija aún seguiría medio dormida, sin embargo, esta estaba a su espalda. Sofía la sorprendió rodeándola con sus brazos hasta llegar a sus pechos. Susana al notar la presión de la pequeña sollozó mirándola por encima de su hombro.
—Cariño… ¿Más?
—Me vas a comprar la ropa y además, me das un orgasmo, no te puedes ir así, ¿Qué tipo de hija sería?
Sofía la llevó contra la pared, para después girarla aún más la cabeza y plantarla un beso largo y húmedo. El sabor de su madre era conocido, porque aún mantenía su esencia en la lengua. Susana volvió a gemir algo más alto cuando sus labios se separaron y no perdió de vista a su hija que comenzaba a bajar hasta ponerse a su espalda de rodillas.
Mordisqueó su dulce trasero y lo agarró con fuerza para después, meter sus manos por la goma de la braga. La bajó con rapidez dejándola en los tobillos junto al pantalón. Miró después la humedad que tenía en la tela que debía cubrirle su vagina, una pequeña mancha con trocitos blancos fue lo que diviso. No pudo sostener su estremecimiento.
Separó ambas nalgas de su progenitora y sin esperar ni un permiso, lamió lo primero que vio. El ano de su madre fue su primera víctima, la lengua juguetona que había chupado sus pezones ahora se daba el gusto con su agujero.
Degustó los alrededores e incluso la introdujo en su interior haciendo que Susana se llevara la mano a la boca para reprimir un grito.
—Amor… amor… mejor el coño, por favor. Cómelo, que lo necesito.
Se inclinó mucho más, separándose de la pared de madera y poniéndose un poco de puntillas. Sofía se veía como un perrito oliendo el culo a otro, aunque en este caso, más como una perra junto a otra.
Pasó la lengua limpiando los jugos que brotaban de la vagina de su madre y dejándolo reluciente. Aunque poco tardaría en mancharlo de nuevo. Su lengua jugueteaba con el exterior mientras ambas manos agarraban con fuerza las nalgas de su madre. Quería darla un buen azote, uno que le pusiera el culo rojo y Susana lo hubiera agradecido, pero el sonido que haría sería demasiado.
—Llevo todo el día con necesidad, Sofía. —la lengua de su hija ya la exploraba por su interior— Pensaba que esta noche, la pasaría a solas con tu padre dale que te pego. Pero el puto futbol, me lo ha jodido.
—No pasa nada, mamá —dijo separando su boca escasos milímetros de la vagina, pero sin parar de masajearlo con la mano— si no están los chicos, tranquila que te follo yo.
—Mi vida… —sintió de nuevo la lengua de la pequeña y gimió alto— eres mi tesoro, muchas gracias. Ahora… acaba esto que si no voy a gritar…
Susana se estaba derritiendo y notando que el orgasmo estaba más que cercano. Bajó una mano y comenzó a masajearse el clítoris como antes le había hecho a su hija.
—Ya está… Sofía, abre bien la boquita que mamá ha hecho la cena…
—Dámelo que tengo mucha hambre.
De pronto, mientras Susana estaba a punto de caramelo, alguien desde fuera interrumpió el perfecto instante.
—Perdón, ¿Qué pasa hay dentro?, ¿Está todo bien?
La voz de una mujer, seguramente una empleada de la tienda les interrumpió, aunque no les cortó SU momento. Susana con velocidad cogió la cabeza de su hija y la llevó de nuevo al lugar donde no se debería haber separado. Esta siguió lamiendo con ganas mientras su madre apoyada contra la pared se masajeaba con frenesí.
—Sí, todo bien. —logró decir la mujer roja como un tomate mientras el primer placer llegaba.
Susana soltó el pelo de Sofía y se llevó la mano a la boca para mordérsela y no soltar un berrido animal.
—He escuchado unos ruidos extraños, ¿puedo abrir la cortina?
—No se preocupe —respondió esta vez Sofía, cambiando su boca por unos dedos que entraban y salían haciendo que su madre se siguiera corriendo— es mi madre. Le ha dado un pequeño mareo.
—Podría abrir para comprobarlo, es que los ruidos eran muy sospechosos.
Sofía sentó a su madre en el banco mientras esta entrecerraba los ojos y notaba como su vagina se contraía una y otra vez.
—No sé qué ruidos habrá oído, pero solo es mi madre que se ha mareado.
Susana que ya tenía la braga colocada, trataba de ponerse el pantalón cuando escucharon como la mujer llamaba a otra persona. En unos pocos segundos otra voz comentó.
—Señoritas, soy la responsable de la tienda, voy a abrir la cortina, están avisadas.
—No lo haga…
A Sofía no le dio tiempo a terminar la frase, porque la cortina que tapaba toda la visibilidad del probador se abrió de golpe. Una mujer de la edad de su madre las miró a ambas mientras otra más joven oteaba desde un metro más atrás.
—Estoy desnuda… —acabó por decir la pequeña tratando de taparse como si le diera pudor.
La responsable de la tienda, vio una imagen de lo más normal, no lo que su compañera se imaginaba. La madre estaba en el banco, vestida y con las manos en la cabeza mientras la otra la trataba de airear con la bata que se había probado.
—Lo siento, es que oímos sonidos inadecuados y…
—Pues serian quejidos de mi madre, porque le ha dado un mareo debido al calor que tenéis aquí… ¿A qué sonidos inadecuados se refiere?
La mujer miró a su compañera con cara de pocos amigos y esta respondió a Sofía sin dejar de mirar a su responsable.
—Lo juro, puse la oreja y escuché gemidos… no eran de quejidos…
—Maravilloso. —saltó Susana sin levantar su rostro enrojecido, para contestar a la mujer— O sea que aparte de abrir la cortina y violar nuestra intimidad. Este establecimiento piensa que hago cosas indebidas con esta niña, que además… es mi hija. —alzó un poco la cabeza fingiendo estar mareada— Sofía, cariño, saca los DNI para que lo vean.
—No, no, por favor —replicó con rapidez la responsable— discúlpenos, ahora mismo llamamos a la ambulancia si es necesario.
—Con un vaso de agua es suficiente, ha sido por el calor y bueno… un poco de privacidad no estaría mal —respondió Susana con la mejor de sus sonrisas. Dirigió la vista a su hija y le dijo— mi vida, vístete que no te vea más gente…
—Mil disculpas, ahora mismo le traen el vaso de agua. —la mujer con una mirada furiosa le hizo saber a su compañera lo que debía hacer— Y acepten mis disculpas, por favor. Si iban a comprar algo, le harán una rebaja del cincuenta… no, mejor del setenta por ciento.
—No es necesario —le contestó Sofía colocándose algo avergonzada el pantalón.
—Insisto.
Las mujeres salieron de allí con una sonrisa de oreja a oreja. Habían conseguido el gran conjunto de lencería para Sofía a un precio irrisorio y además, ambas se habían corrido.
Todo el camino de vuelta, se fueron riendo de lo sucedido, a Susana su calor interno se le había apagado parcialmente y todo había sido gracias al empeño de su hija. Aparcaron en la puerta de casa y vieron que el coche de los chicos ya estaba allí.
Al unísono supieron que algún que otro juego más, lo deberían postergar para otro momento.
—Mamá, —le comentó Sofía con las bolsas en la mano antes de entrar— tengo que serte sincera… no fue suficiente.
—¿El qué?
—Lo del probador, que sepas que no te vas a escapar y un día que te pille por banda…
—Uy mi niña, lo espero con ansias. —viendo que en la calle no había curiosos oteando le dio un rápido beso a su hija en los labios— Y una petición… cuando vengas a por mí, ponte la lencería…
—Mami… —vio como giraba las llaves para entrar en casa y le añadió antes de que nadie las pudiera escuchar— ¿sabes?, siempre he querido probar un cinturón con consolador. Creo que voy a ahorrar para comprarlo.
Susana se mordió el labio mientras entraban en casa. Los chicos estaban en la sala cada uno tirado en un sofá viendo la tele. Sofía se adelantó para preguntarles que tal el partido, al parecer su equipo había ganado y estaban felices.
—¿Vosotras, qué tal? —comentó Jaime sin dejar de ver la televisión.
—Muy bien —dijo Susana apareciendo a la espalda de su hija— ha sido un día fabuloso.
Mientras que los hombres miraban la televisión sin percatarse de lo que ocurría a su espalda, la mujer introducía su mano por la parte de atrás de los pantalones de su hija.
—¿Habéis cenado la pizza que os dejé? —Ambos asintieron sin mirarla— Tú, Sofía. ¿Vas a cenar? —le preguntaba mientras el dedo horadaba en su ano.
—Mami… yo ya estoy llena.
—Perfecto, entonces. Jaime voy a tumbarme ya en la cama, te espero allí. O sea que sube pronto, no quiero esperar.
—Mamá, no seas tan explícita —bromeó su hijo al saber a qué subiría su padre.
—No tardes en ir a la cama Lucas. Tú… —le susurró a su hija después de contestar a su hijo— compra pronto ese cinturón. —el dedo introducido a la mitad en el culo de Sofía se movió masajeándolo— No sabes que ganas tengo de que me folles.
Se dio la vuelta después de darla un beso en la cabeza, sacando después el dedo del orificio donde le comenzaba a producir un gran placer a Sofía. Esta la miró con cara de deseo, con una lujuria desmedida que la comenzó a lubricar su sexo. Desde las escaleras su madre la miró, guiñándola un ojo y chupándose el dedo que escasos segundos atrás estaba en su interior. Antes de desaparecer rumbo a la cama para que su marido en un rato la metiera algo con ganas, la dijo de forma sensual.
—Cuando te pille…
FIN
————————
Por fin en mi perfil tenéis mi Twitter donde iré subiendo más información.