Salí de su casa, asegurándome de cerrar el zaguán.
Al subirme de nuevo al auto me encontraba completamente devastada, despeinada además perdí los tacones y me comí el labial.
Yo no esperaba en esa noche la vivencia y el relato más petardo de mi vida; ¿y qué demonios le sucede? Pensé.
Decidí pasar a una tienda de barrio que descubrí en mi camino a casa, me cogí un par de quintos y una bolsa gorda de patatas. Decidí saciar mi tristeza con un buen atracón para reflexionar el suceso.
Pero qué coñas iba a reflexionar, si me le corrí encima, pensé. En mi mente solo se reproducía una y otra vez la embestida que me ha proporcionado aquel viejo salido de la nada.
El hombre más imposible de encontrarse en las calles por casualidad. Sus manos, sus besos, la fuerza con la que me obligó a cabalgarle, el vestido chorreado, mi orgasmo. ¡Mi orgasmo!, me le oriné encima, dije. Por un momento sentí que me le había meado encima.
Eso me sacó una pena, eso lo arruinó todo.
Decidí abrir el ordenador y revisar mis correos que eran lo más, no paraban de llegar con los reclamos de todas mis amigas preguntándome de todo, decidí hacerme de la vista gorda y me tumbé a la cama a dormir. Al día siguiente, tocó inventar en el pretexto que iba a dar a las amigas todo el camino hacia Uni.
Todo el recuento de lo sucedido en aquella fiesta parecía más un murmuro que sollozaba a lo lejos en lo que yo solo recordaba el sabor de sus besos, sus gemidos, las caricias que me dio y la bombeada que recibí de aquel animal, cuando una de ellas replicó – hoy es despedida de Betty y estás invitada, es en el mismo lugar.
No podía perderme tal oportunidad de encontrarme con ese hombre de nuevo por casualidad o de buscarle, o si? al menos lo debía intentar, así que me fui para casa y me preparé.
Mini corta, blusa ajustada, tacón y labial y una gabardina que rebajara un poco la vestimenta de mujerzuela que traía puesta, decidí que me acercaría a tocar en la casa de ese hombre un poco antes de la hora, qué podría pasar? Que me botara a la mierda y ya.
¿Otra vez la lluvia a cántaros y como pude le llame el timbre y el hombre atendió asomándose por la ventana —Qué quieres chaval?
—abrid, quiero hablar
—Pasad hombre
Tenía la puerta sin cerrojo puesto y entré, ahí esperé como tonta en la sala unos minutos y hasta que le pregunté —y por qué no bajas?
— y contestó — estoy esperando a que subas tonta
Me ganaron los nervios de tal manera que comencé a ventilarme y a sentir como salía un caliente chorro de flujo de entre mis piernas. Subí lento, es que de verdad estaba muy nerviosa y deseosa, me detuve en el pasillo —no sé a dónde ir— le dije.
-a la izquierda
En esa dirección había un gran espejo dónde me detuve a observarme, mis pechos estaban encendidos, mi falda escurrida de flujos y me temblaban las piernas, así que me acomode el cabello de lado.
Abrí la puerta cuando de repente sentí un jalón y reaccioné ya con mi cuerpo en sus brazos, me cargó colocándome con las rodillas frente a él dirigiéndose hacia un balcón situado en la parte trasera de su casa, me acercó al barandal y mirando al enorme patio trasero me señalo la casa de a lado y me dijo —Ahí es dónde vas?
—sí, pero quise pasar a saludar y disculparme.
-Disculpada estas, pero no irás sin antes terminar lo que ayer comenzaste.
Con una mano recargó un poco mi cuerpo en el barandal de aquella terraza y con la otra tomó y alzó mi cadera un poco para lograr penetrarme, así sin moverse y con su falo ya dentro de mí vagina recogió del flujo que la rodeaba y lo uso para mojarme el coño, al tiempo, gentilmente subía y bajaba mi cuerpo logrando una penetración profunda.
En ese momento rendí mi cuerpo y decidí concentrarme en mis sentidos, estaba entregada a él sin poder más que participar de aquel placer que me estaba dando su grueso miembro.
Escuchaba mis gemidos y él me besaba para saciar mi ansiedad y mi dolor con placer, ya que su grande verga me llegaba muy profundo y él sentía como mis gemidos reaccionaban a su fuerza, mientras clavaba su mirada en mí observando cada detalle de las reacciones de mi rostro, estaba extremamente ruborizada y al sentir que venía mi orgasmo se detuvo para sacar su pene tomar mi cintura y penetrar lentamente mi coño.
Me pasmé, clavándole las uñas a la espalda como una gata en brama, perdí el aliento. Me preguntó con susurros —¿más adentro mi niña?— Yo asentaba gustosa y abrumada con la cabeza y con sus labios entre los míos mientras él introducía el falo un poquito más, así volvía a cuestionar —¿te gusta así de profunda mamita? Yo seguía asentando con la cabeza aferrándome a su cuello, me abrió hasta que por fin la pudo insertar toda, se detuvo y preguntó—¿Estás lista? Al escuchar esto ya cerré los ojos. Y tomándome firmemente de las nalgas las comenzó a bombear.
Era irreal la cantidad de los chorros entre el flujo vaginal y la lluvia que se escurrían por todos lados, volví a chorrearme en su pene pero esta vez entendí que era un gran orgasmo el que me estaba haciendo estallar y de pronto sentí como comenzó a inyectarme lo suyo, explotamos juntos, abrazados, aferrados, jadeando de placer incontrolable, era maravilloso. Jamás imaginé experimentar del increíble placer del sexo con alguien que me triplicaba la edad.
Sin soltarme entramos a su habitación, me dio un pico y me tumbó sobre la cama —¿Cómo te llamas? —Alondra, y tú. —Eso no importa…, ¿qué edad tienes? a lo que contesté -eso ¿te importa? —Realmente no, pero no estaría mal si al menos me decís que no eres una piba ilegal. Le pregunté —Qué edad tienes tú? Solo contesto —Tengo la suficiente experiencia, toma vístete, y no olvides cerrar el zaguán.
Esta historia fue real y sucedió en el año de 1992, se cambiaron los nombres por unos ficticios. Alondra era una joven legal de 19 años, apenas cumplidos y aquel hombre tenía 56 años, jamás se volvieron a ver.
FIN