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La excusa perfecta
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Tiempo de lectura: 4 minutos

Bueno, no sé si mi mamá se hacía la tonta o me creía demasiado correcta, pero nuevamente no se dio por enterada de nada y para mi mejor, pues así me evitaba preguntas incisivas y miradas inquisitivas.

Entre risas y conversaciones sale de tema que en el campo había un problema de distribución de agua y bla bla y justo Alonso era experto en esa área y se ofreció para solucionar esto de una manera efectiva, sin embargo, tendría que ser en una semana más pues tenía cosas que terminar.

Yo feliz, ese trabajo le significaría estar al menos una semana completa en mi casa y eso era sinónimo de sexo todos los días, así es que fue fantástico, es más, mi mamá se acordó que había otros 3 o 4 campos que tenían el mismo problema, por lo que me puse alerta y empecé a buscar alternativas para ir a hablar con los dueños y ofrecerles el servicio.

Y así se fue Alonso a zanjar sus asuntos y volvería el fin de semana siguiente.

En el campo tenía que relacionarme con los trabajadores de manera cotidiana, algunos llevaban trabajando años ahí, de hecho, había casi toda una familia haciendo las labores, 3 hermanos que me vieron crecer, los estimaba mucho, eran muy cariñosos, respetuosos y atentos, así mismo, algunas de sus esposas y sus hijos también desarrollaban algunas labores. Uno de ellos era Carlos “Largo”, así le decían, crecimos juntos y de vez en cuando hablábamos, jamás sentí que me mirara de alguna manera lasciva o algo parecido, porque él y tooodos los jóvenes del sector babeaban por mi prima que iba algunas veces en el año.

Esa semana para mí fue exquisita, me sentía distinta, de alguna manera notaba que algunos trabajadores me miraban diferente, de hecho Sandra me miraba y se reía, me levantaba las cejas y me hacía gestos, asumiendo que algo sospechaba, a esas alturas ya no me importaba, incluso un día me atreví a preguntarle si tenía pololo y me contó que “andaba” con alguien y sin que yo indagara más, continuó contándome que se acostaba con él y que lo pasaba muy bien, yo la miré sin decir nada, excepto sonrojarme y me dijo – Pero usted que va a saber de esas cosas, o no? – y soltó una carcajada. Me moría por contarle a alguien lo que había experimentado, pero no podía y no tenía con quien hablar.

Me empecé a masturbar con más frecuencia cada día, al menos 3 veces, y en la noche unas cuantas más, sentía que la vulva me latía y me llegaba a doler por la necesidad de sexo, de sentir orgasmos y trataba de buscar la calma. Miraba cosas que se asemejaran a un pene para masturbarme con ellas y sentía que llegaba al clímax, pero no con la intensidad que deseaba.

Hubo un día que amanecí demasiado caliente, tanto que mis pezones estaban erectos y se notaban con la polera ajustada que andaba trayendo y quise probar si alguien se daría cuenta. Fui como cada día a los establos y ahí estaban algunos de los trabajadores, entre ellos algunos con los que crecí y eran como de mi edad, nada de mal parecidos. Quería probarme a mi misma si era capaz de robarle una mirada a otro hombre.

Así fui con un sostén blanco y una polera apretada que se traslucía un poco, siempre tuve una linda cintura, así es que me veía bien. Cuando llegué al lugar lo hice con bastante seguridad e inmediatamente sentí como los ojos de esos 2 jóvenes se clavaban en mi cuerpo y me recorrieron entera mirándome y uno de ellos, Carlos “Largo”, era su apodo, me dijo – Que está linda hoy, le hace bien la visita parece – Inmediatamente me paralicé e imaginé que Sandra ya había hecho algunos comentarios y dejé mi jueguito hasta ahí y me fui.

Más tarde recordaba el momento y sentí un morbo enorme por darme cuenta de que podían mirarme con deseo, pero que solo se quedarían con las ganas. Así en los días siguientes hice o me vestí de tal manera que sabía que algo provocaría en ellos. Sin embargo, pensaba en que no era la ropa, pues era que siempre vestía, sino que la actitud, el atreverme a ser coqueta de una manera sutil y sensual, descubrí que no tenía que mostrar nada, ni un gran escote, ni mucha pierna, sino que debía moverme y hablar convencida de que ya era una mujer y que la pava puritana y pacata había quedado atrás.

No obstante, desde que me dispuse a explorar mi sensualidad cambiaron algunas cosas.

Esas semanas que estuvo Alonso se nos complicó más de lo esperado el tener sexo, mi mamá no se movió del campo, llegaron mi abuela y mi tío, así es que a hurtadillas buscábamos la ocasión para un “rapidín”, los cuales disfrutaba mucho, pero no era lo que yo deseaba, buscaba hacerlo con el desenfreno y libertad que había conocido.

Nuestro lugar favorito fueron los establos y un galpón, ahí en los rincones teníamos sexo, descubrí poses nuevas que adaptábamos a las circunstancias.

Un día me coloqué un vestido sencillo, pero que cumplía con lo que había tramado. Nos fuimos después de almuerzo a caminar y llegamos a los establos, nos empezamos a besar y a calentar, Alonso me puso contra la pared y bajó para hacerme un oral, se metió entre mi vestido y empezó el ritmo cadencioso de su lengua, dedos y mis caderas. En un momento vi algo moverse y quise advertir que alguien venía, pero antes de hacerlo me di cuenta de unos ojos que miraban por una rendija y lejos de paralizarme, fijé en ese voyerista mi mirada, dedicándole cada gemido, cada gesto y el orgasmo que estaba llegando con extrema intensidad. Lo reconocí, era Carlos “Largo” quien se quedó disfrutando del espectáculo hasta el final. En mi cabeza había un debate infructuoso de que eso no era correcto, que traería consecuencias, pero fue tan exquisito y pervertido el saber que me miraban mientras tenía sexo que terminé sucumbiendo a ese sucio placer.

Debo reconocer que recordar esa escena me calentaba de sobremanera, las siguientes veces que tuvimos sexo con Alonso mojaba mucho más imaginando esos ojos que me violaban a su antojo. Igual traté de provocar situaciones donde alguien nos viera, pero no resultó.

Se fue Alonso y en mi cabeza solo rondaba la idea de que me estaba convirtiendo en una depravada… y me encantaba.

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