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La erótica del amor
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Tiempo de lectura: 2 minutos

Cuando me siento en el coche los viernes por la tarde, dejo atrás toda una semana de una dura y agobiante vida a 300 kilómetros de mi casa, trabajando diez horas diarias o más. Como mal y de cualquier manera, limpio aún peor y además tengo que soportar a mis compañeros de piso, a Felipe que llega muchas noches a horas intempestivas y tan perjudicado por el alcohol que no evita ningún ruido y me despierta y Marcial que se trae a alguna amiga de una noche y no me deja dormir con sus juegos eróticos.

Por eso, el viernes al mediodía cierro el ordenador portátil, apago el teléfono móvil de empresa y salgo con renovada ilusión hacia mi casa. Allí me espera mi mujer, con la que sueño todas las noches laborales de la semana. Si es mala la semana, solo, triste y lejos, no cambiaría por nada el viaje de regreso de los viernes. Todos esos kilómetros de autopista por delante, imaginando, soñando con la noche del viernes, mi preferida, mi felicidad, la justificación de las largas jornadas de trabajo de los días pasados.

Vivo anticipadamente el regreso, las primeras horas, olvidando una semana de soledad y disfruto desde el primer kilómetro que me dirige hacia ella. Y nunca me defrauda.

Al llegar, la música, casi siempre mi pieza preferida, el Bolero de Ravel suena tenuemente en el salón y un delicioso aroma, un inconfundible aroma a ella me reciben como una bonita bienvenida. En la habitación me esperan las zapatillas y el pijama con una indicación inequívoca de que debo ponerme cómodo.

Y en el salón, una copa de buen vino en la mesa que hay frente la sofá. Me siento, disfruto lentamente de la bebida mientras las últimas notas del Bolero me acompañan. Se lo que va a pasar a continuación y lo disfruto anticipadamente.

Y aparece ella, bella como una obra de arte, dulce como una confitura, oliendo como una diosa. Me relajo, sé que me va a sorprender, sé que va a encontrar alguna forma nueva de hacerme sentir feliz.

Sonriendo me pide que me siente en la mesa de comedor y el clímax aumenta. Aunque parezca mentira, siempre encuentra la forma de satisfacerme con algo nuevo, de sorprenderme y un estertor de placer recorre mi bajo vientre.

Y empieza la epicúrea y sensual noche.

Hoy empezamos con el aperitivo. Galletas saladas de jengibre y sésamo y vieiras gratinadas acompañados de un vino blanco Crozes-Hermitage de 2017, muy frío.

Primer plato. Falso Rissotto de mejillones picantes, acompañado de un Albariño Marques de Frades

Plato fuerte. Carrilleras de cerdo con salsa de fresas. Regado con un crianza de Ribera del Duero, Protos tinto de 2015.

No podía faltar un postre para rematar la cena. Tarta de orejones y mermelada de albaricoque todo ello regado con un caldo de la Rioja Alta, un Vivanco Dulce de 2015.

Cada plato viene con el sello de su amor, soy consciente de que pasó todo el día cocinando para mí, y no me siento capaz de defraudarla, aunque mi estómago esté a punto de extenuación y mi paladar ya mezcle y confunda los aromas de los vinos.

Se lo tengo que comer todo, todo. Y lo hago.

Por la noche hacemos el amor y tengo miedo de morir, de morir de una indigestión. Pero ¿Qué puedo hacer, si la quiero?

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