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La dicotomía del si y del no en nuestra relación
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Tiempo de lectura: 10 minutos

Desconozco razones, motivos, en mi cabeza se agolpan las interrogaciones que suscita nuestra relación. 

Se lo tengo que decir, pero como… venga Moni tienes que decírselo, dile como te sientes, dile las preguntas que desde hace un año te haces a ti misma.

Carlos, ¿qué soy yo para ti?, ¿esto es un juego?, ¿no lo es?, dime, ¿qué soy yo para ti?, ¿solo un cuerpo bonito?, ¿una cara bonita?, ¿un entretenimiento?, si, no, quizás, tal vez.

Aquella tarde, entrenaba delante del espejo aquellas preguntas, quería irme a la cama teniendo todas las respuestas que Carlos me ocultaba desde hacía tiempo, pensaba que mi relación con él me estaba costando mi salud mental, ¿veía fantasmas donde no los había?, ¿casualidades quizás?, ¿a dónde nos llevaba aquella relación?, ¿la había?

Era mi cumpleaños y me habías invitado a cenar a uno de esos restaurantes que simplemente te cobran por respirar, aunque reconozco que merece la pena, sobre todo si pagas tú. Sí, era mi cumpleaños y no había reparado en gastos por gustarte, el vestido rojo que te encantaba y que únicamente me lo había puesto en la boda de mi mejor amiga, la peluquería, la manicura, la ropa interior a juego, el precio, mejor no decir la cuantía y el resto evidentemente no se podía valorar, maquillaje, y horas en casa solo dedicada a mirarme en el espejo para gustarle y aun así y con todo eso durante la velada el mismo pensamiento, a donde vamos, a donde nos lleva esto, realmente te gusto, realmente me quieres o solo soy un buen polvo de vez en cuando.

Realmente Carlos está guapísimo, digamos que hay hombres guapos, hombres atractivos y luego hay hombres como Carlos, un espécimen de hombre del que todas las mujeres deberíamos escapar y de la que no podemos o no queremos. La conversación fluía en torno a nosotros dos, una vez más me desconcertaba con todo lo que me contaba, una vez más apretaba la servilleta entre mis manos para tener la fuerza suficiente para decirle cómo me sentía, como me hacía sentir, Carlos no paraba de decirme lo guapa que estaba, lo bien que me quedaba aquel vestido, la figura que me hacía, experto en hacerme sentir bien, experto en hacer que extendiera mi mano para que me la cogiera, experto en ablandarme para permitir que subiera a mi casa y allí firmar las condiciones de mi rendición… una vez más.

La una de la mañana y silencio del portal magnificaba cualquier ruido, incluido los beso que Carlos dejaba en mi piel apartando mi melena y depositándolos uno tras otro en mi cuello, una vez más atisbaba una noche de sexo genial, pero esperaba que aquella noche por lo menos se quedara atrapado entre mis sabanas y que nos despertara el alba, para ser sincera pocas veces había ocurrido, pero deseaba que ocurriera y que significara el comienzo de algo, algo que yo pensaba que teníamos desde hacía ya tiempo.

El ascensor se paró en la novena planta abriéndose las puertas y un pasillo oscuro se mostraba ante nosotros, pero antes de empezar a descubrirlo las luces cegadoras del ascensor nos iluminaban abrazados, besándonos, tu cuerpo se pegaba al mío, podía sentir el bulto de tu pantalón frotándose contra mi vestido, empujándome hacia las paredes del ascensor y soportando en mi espalda desnuda el frío cristal del espejo, tus manos esculpen el contorno de mi figura con tu mano derecha colándose por la abertura lateral de mi vestido, acariciando mi tanga y apretando mi vulva, tus labios humedecen mis hombros desnudos y frente a mí me descubro en el espejo mordiéndome el labio inferior color carmín deseando que no pararas.

El clic del cierre de las puertas sonó dos veces antes de que saliéramos y que encendiéramos que nos iban iluminando a cada paso, a cada parada restregando nuestros cuerpos por las paredes, mis labios dejaban en tu piel la huella de mis labios hasta que de mi bolso diminuto busco con ansia las llaves de mi casa y una vez en mi mano penetro con ella la cerradura de mi puerta para abrirla, pensando que eso mismo quería que tú hicieras conmigo, abrir la puerta de mi cuerpo penetrando con su llave mi cerradura, una cerradura que está en estos momentos debidamente engrasada para que la pudieras meter sin problema de atasco y, sin embargo, algo saltó en mi cabeza, un clic, como el sonido del ascensor al cerrar la puerta, un clic que dejó salir de mi boca las primeras palabras que te dije desde que nos dejó el Uber en la puerta de mi casa.

—Carlos, espera…

—Dime Moni, que pasa.

—Carlos, para un momento… quiero decirte…

Carlos seguía llenando de besos mi cuello y mis labios, a duras penas avanzaba mientras que las caricias eran más exageradas, con más intensidad, sintiendo como tu mano por debajo de mi falda apartaba a un lado la tela de mi tanga con tus dedos, los primeros jadeos, los primeros gemidos hicieron que tirara el bolso en el suelo de cualquier pasillo de camino a mi habitación cuando mis brazos te rodearon por el cuello buscando su boca y uniendo mi lengua dentro de ti. Tan solo unos faroles de la terraza encendidos y la poca luz de la luna que entraba por la puerta acristalada evitaban una total oscuridad en la habitación que vivía en la penumbra y mostraba una escena tórrida e íntima, me veía reflejada en el cristal de la puerta, los dos besándonos, alimentando con pasión las ganas que teníamos el uno del otro, nuestros cuerpos unidos sin que hubiera grieta alguna entre ellos, salvo por la separación de la ropa que llevábamos y que hacía de barrera con nuestra piel y una vez más… ese clic en mi cabeza que me hizo parar, y que me diera la vuelta dándote la espalda de cara a la puerta acristalada mirando a la oscura noche.

—Para… Carlos para…

Y tú no parabas, mi perfume te atraía, el olor de mi sexo despertaba en ti las más bajas pasiones, mi piel era miel para tus labios y el reflejo del cristal me enseñaba donde yo era un mero juguete entre tus manos, un juguete que dibujaba el placer en su cara, mi vestido rojo aun con las dos tiras que lo sujetaban sobre mis hombros y detrás de mí…tú, saboreando mi cuello y agarrando y apretando con firmeza mis pechos con tus manos por encima del vestido y no dejabas de pronunciar mi nombre.

—Moni, Moni…

Y no paraste… y yo no quise decir nada, me había contagiado de esa pasión que atesorabas, que envolvía mi cuerpo de besos y caricias, los pensamientos de mi cabeza volvieron a meterse en un cajón olvidado, los dos deseábamos que aquella escena se convirtiera en algo más, en algo donde la ropa ya sobrara, donde las miradas dijeran si quiero y que me hicieras tuya una vez más.

Nuestras miradas se encontraron en el reflejo del cristal, me mirabas fijamente a la vez que tus manos acariciaban mis brazos de arriba abajo casi sin rozarme, mi piel se erizaba al paso de las yemas de tus dedos que no paraban de subir y bajar, solo me mirabas a través del cristal y yo me fijaba como bajabas la cremallera de mi vestido por un lateral dejando la piel del mi costado desnuda, luego con tus manos en mis hombros ibas desplazando los pequeños tirantes hasta que cayeron por mis brazos, me sentía paralizada por tus caricias y tus besos, inmóvil, no conseguía decir ni hacer nada, solo observaba como poco a poco me ibas desnudando, como despacio tirabas de mi vestido hacia abajo hasta que este cayó al suelo rodeando mis zapatos de tacón y otra vez tus manos… otra vez tus dedos bajaban y subían haciendo surcos en mi piel casi sin rozarme, tatuándome con las yemas de tus dedos y marcando un territorio que ya te pertenecía mientras tus labios humedecían mis hombros y antes de que cerrara los ojos veía el reflejo inmóvil de mi cuerpo en el cristal como el de una muñeca que lleva tan solo un sujetador negro de encaje, un tanga a juego y las medias de liga del mismo color que subían hasta cubrir los muslos, una muñeca que se alzaba sobre unos zapatos de tacón de 7 centímetros y rodeándolos un vestido rojo arremolinado sobre ellos.

Quizás el verme allí delante del cristal y a pesar de sentirte detrás de mí besándome y acariciando mi cuerpo, quizás el verme allí…en la misma postura y con la misma ropa sobre mi cuerpo, volvía a sacar del cajón olvidado todo lo que te quería decir, volví a verme como me entrenaba delante del espejo para decirle todo lo que sentía y empecé a recordar como recitaba la carta delante del espejo que te había escrito no hacía ni dos días atrás, pero que nunca te llegué a enviar y que decía.

«Carlos, a veces estoy sinceramente desconcertada contigo. En realidad, hace ya más de un año que vivo este desconcierto.

Desconozco las razones o los motivos que te llevaron y te llevan a generarme tantos signos de interrogación.

Por lo general, concluyo que todo se debe a un cúmulo de casualidades… pero ¿existen tales? Pregunto.

Cuando la razón se separa de la intuición, si es que alguna vez van juntas, en mi caso desde luego que no, surge esta dicotomía: casualidades si, casualidades no; casualidades no causalidades sí.

¿Es un juego? ¿Nació al azar, por tanto, y se mantiene vivo por la adrenalina que genera el mero hecho de jugarlo? Chi lo sa.

Me dijo una persona sabia una vez que… antes de nacer pactamos con quien vamos a relacionarnos en nuestra vida… Yo que soy reacia a creer en tantísimas cosas, estoy empezando a pensar que si, que es posible que en el momento de ese pacto yo estuviera lo suficientemente ebria como para dar el visto bueno a una relación, bueno a esta relación no relación, a esta conexión cuasi inexistente contigo.

¿Se podrá cancelar este pacto preexistente sin que por ello se altere el ecosistema?

Ya sé que es una completa locura lo que digo, pero es que vivir en la incertidumbre colmada de señales tampoco es de recibo.

Y concluyo diciéndote que, si no quieres ni estás dispuesto a resolver este galimatías… por el bien de la humanidad de la que formo parte, ya deja de jugar al enigmático… Te lo pido con mucho respeto y con mucho amor (que no te lo estás mereciendo, pero soy así de magnánima).

Y en honor exclusivamente a mí, va un beso para ti en todos los morros.

Moni»

De pronto me vi moviendo los labios y de mi boca salían las palabras que te hicieron parar, la imaginación voló y se convirtió en realidad rompiendo la magia que nos rodeaba, Me mirabas extrañado, pero atendiendo a todas las palabras que salían de mis labios y en silencio, después de dejar de besarme y acariciarme, me mirabas fijamente con sus brazos abrazándome por la cintura, esperando a que terminara de hablar.

—Carlos, a veces estoy sinceramente desconcertada contigo.

Desconozco las razones o los motivos que te llevaron y te llevan a generarme tantos signos de interrogación.

Todo se debe a un cúmulo de casualidades… ¿Existen tales? Pregunto…

Cuando la razón se separa de la intuición, surge esta dicotomía: casualidades si, casualidades no; casualidades no, causalidades sí.

¿Es un juego? ¿Se mantiene vivo por la adrenalina que genera el mero hecho de jugarlo?

¿Antes de nacer pactamos con quien vamos a relacionarnos en nuestra vida?… Yo, que soy reacia a creer en tantísimas cosas y lo sabes, empiezo a pensar que si, que es posible dar el visto bueno a una relación, bueno a esta relación no relación, a esta conexión cuasi inexistente contigo.

¿Podemos cancelar este pacto preexistente?

Ya sé que es una completa locura lo que digo, pero es que vivir en la incertidumbre…

Si no quieres ni estás dispuesto a resolver este galimatías… ya deja de jugar al enigmático… Te lo pido con mucho respeto y con mucho amor.

No era como lo había escrito, no era lo que tenía en mi mente, pero había salido de lo más profundo de mi corazón, no obtuve respuesta por su parte, pero si de mi misma, ya que me preguntaba ¿qué cojones estás diciendo?, pero qué narices había hecho, había roto la magia del momento, te veía con la ceja levantada como diciendo… ¿A qué viene todo esto nena? Mi cara debía ser un poema, esa que a veces pones cuando dices algo inapropiado sin pensar, simplemente te encomiendas a los dioses y lo sueltas, incluso sin encomendarme a dioses ni a nada, lo sueltas y una vez soltado te das cuenta de lo que has hecho y solo piensas en “tierra trágame”, pues eso me ocurría a mí en esos momentos, allí delante de la puerta acristalada de mi habitación semidesnuda con un hombre al que amaba detrás de mí mirándome incrédulo. Pero gracias a Zeus, Afrodita y tantos dioses a los que rece en esa milésima de segundo, te agachaste un poco cogiéndome de las piernas con un brazo y sujetando mi espalda con el otro y me levantaste, mirándome sin decirme nada, sonríes, me besas en los labios y de tres pasos te plantas al borde de la cama soltándome suavemente sobre ella.

Me senté cruzando mis piernas como si fuera hacer yoga en medio de la cama mirándote aun con algo de vergüenza por haberte soltado aquella perorata en medio de una escena tan erótica como la que estábamos teniendo, te miraba excitada quitarte la camisa, luego el pantalón y luego mirándome fijamente te quitas los calzoncillos liberando aquella tremenda herramienta que había crecido entre tus piernas y que yo deseaba tanto, en esos momentos notaba una vez más como las mariposas crecían en mi vientre, notaba como mi tanga se había humedecido, note la presión de tus rodillas al subirte al colchón, de rodillas en la cama avanzabas despacio hacia mí y te sentaste con las piernas abiertas, tus manos desataron el nudo de las mías y me acercaste a ti abriendo y subiendo mis piernas sobre tus muslos, podía sentir los pequeños golpes de tu pene en mi vientre por encima de la tele de mi tanga, ni una palabra, como si no me hubieras escuchado, continuaste con tus caricias acercándote a mí y besándome en los labios a la vez que con la maestría que le caracterizaba me quitabas el sujetador tapando mis pechos con la palma de tus manos, no tarde en llenar las mías con tu pene y como si fuéramos dos alfareros moldeábamos nuestros cuerpos en un torno que giraba, pero no giraba, tú me hacías a mí y yo a ti.

Nuestros ojos en ningún momento se apartaron, no dejamos de mirarnos, al igual que nuestros labios que se devoraban continuamente sacando a bailar las lenguas que se saboreaban y saciaban el uno al otro, tus manos tornean mis pechos esculpiendo el contorno de los mismos, de mis areolas y mis pezones hinchados haciendo que mi cuerpo se estremeciera. Mis manos moldean tu pene de arriba abajo, llenando la palma de mi mano con tu glande y la otra sujetando tus testículos, apretándolos suavemente y nuestras miradas seguían sin separarse, haciéndose el amor.

Notaba en mi interior un mar de fluidos, estaba tan excitada que necesitaba que dieras un paso más, pero estabas abstraído con mis masajes en su pene, con nuestros besos y con mis pechos que como si se te fueran a escapar no los soltabas y apretabas saboreando mis pezones con tu lengua, así que tome la iniciativa y acerque tu pene a la entrada de mi vagina tapada por la tela mojada de mi tanga, aparte un poco el trozo de tela y acerque su glande metiéndolo entre mis labios que se iban abriendo a su paso hasta que penetro dentro de mí unos pocos centímetros, los justos para que los dos sintiéramos el placer y soltáramos un pequeño gemido entre nuestros labios que seguían alimentándose el uno del otro, Un pequeño empujón con tu pelvis y tu glande penetro aún más dentro de mí, mi cuerpo tembló de placer y abrazándote por la espalda me acerque más a ti metiéndome casi en su totalidad tu pene soltando esta vez yo sola, un gemido que consiguió que apartara mis labios de los tuyos echando la cabeza hacia atrás con la boca abierta y cerrando con fuerza los ojos al igual que mis piernas y brazos le rodeaban con fuerza clavándote las uñas en tu espalda.

Con pequeños movimientos con nuestras pelvis tu pene entraba y salía de mi interior, como si fuera un cuchillo calentado a fuego penetrabas dentro de mi vagina que se habría a ti envolviéndote con los jugos que ya inundaban mi interior, sacando de mí los gemidos más dulces que solamente estaba dispuesta a regalarle a ti, pequeños gritos en tu oído pidiéndote que no pararas, que me amaras, el roce interino de tu sexo en el mío, los besos intermitentes y caricias continuas de nuestras manos en las espaldas que no paraban ni un solo segundo, sentía como mi cuerpo me abandonaba y mi piel se erizaba abriendo todos mis poros, tu pene seguía navegando cada vez con más profundidad dentro de mí, pequeños empujones seguidos de una parada tocando con tu glande las paredes de mi útero, sacando pequeños gritos inaudibles, inhalaba todo el aire que mis pulmones podían mantener para exhalarlo despacio cuando sentía que su pene me acariciaba la vagina en su salida para volver a entrar y volver a experimentar esa sensación de placer que me llego a que mi cuerpo temblara y el éxtasis cerrara mis ojos.

Tú también apartaste la mirada cerrando los ojos y con un empujón fuerte de tu pelvis penetraste tan dentro de mí que mi cuerpo empezó a convulsionar de placer, que tocara el cielo contigo dentro de mí, luego otra y otra penetración hasta que volvimos los dos abrir los ojos a la vez, a mirarnos cuando los gemidos y gritos inundaban la habitación rodeándonos, mirándonos a los ojos y sintiendo como ambos orgasmos reducían mi vagina a un mar de flujos ardientes que envolvían su pene que disparaba chorros de semen dentro de mí.

Sin sacarme el pene de mi vagina, aun todavía sentada encima de ti, mis piernas y brazos todavía rodeando tu cuerpo, me besaste, sin dejar que nuestros labios se separan caímos hacia un lado, acariciando mi espalda las sábanas blancas, de alguna manera te quedaste entre mis piernas abiertas, nuestros cuerpos sudados se fundían piel contra piel, sentía todavía tu pene llenando mi vagina sin apenas haber modificado la dureza, apenas me miraste, acariciaste mis muslos cubiertos todavía con las medias negras y seguiste estimulando mi vagina entrando y saliendo despacio.

—Moni… no canceles nada, no es una casualidad, no es un juego… no pretendo ser un enigma para ti… Moni…

Te miraba con lágrimas en los ojos y te sentía entrar y salir de mi vagina, subías y bajabas sintiendo como tu cuerpo sudoroso, resbalaba sobre el mío, mis pechos se aplastaron por debajo de tu cuerpo, notaba como tu pene me penetraba con fuerza, con rapidez y como me arrancabas el tanga de un tirón rompiéndolas, las piernas abiertas con mis rodillas dobladas casi acariciando las sábanas con ellas, dejando que tus movimientos fueran tan libres como los gemidos que nuevamente inundaban la habitación y que solo…aparte de nuestros gemidos…solo se oyeran nuestros nombres llamándonos.

—Moni…

—Carlos…

A las nueve de la mañana, la luz bañaba nuestros cuerpos desnudos encima de la cama… si, nuestros cuerpos…

Quizás podría soñar con las palabras que me dirigiste aquella noche mientras me hacías el amor, quizás dejarías de ser un enigma, quizás al final no tendría que romper ningún contrato, ningún pacto que hicimos antes de nacer.

Quizás podría soñar, si… pero ahora no, ahora únicamente quiero disfrutar de ti, hazme el amor Carlos, haciéndome el amor, con la luz del día bañando nuestros cuerpos.

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