Una despedida de soltera es algo que todo el mundo toma como si fuese un gran jolgorio, donde el sexo está siempre a la orden y las mujeres sacamos nuestro lado más oscuro, aunque yo realmente no esperaba demasiado de la fiesta que se daría para la "última noche de libertad" de mi hermana mayor.
Ella con 27 años, una relación de hace mucho tiempo y siendo siempre una chica aplicada, no me daba esperanzas de que su despedida sea algo fuera de lo común y tranquilo. Más aun siendo que la fiesta sería en casa de mi "tía" Rebeca, y digo tía entre comillas ya que no nos une ningún lazo de sangre, simplemente la amistad que tiene con mi mamá desde que eran muy pequeñas.
La tía Rebeca era un ama de casa abnegada, la típica "esposa trofeo" de un empresario exitoso y de mucho dinero. Madre de dos hijos, 45 años bien llevados y con un comportamiento siempre tranquilo y noble. Nada hacía esperar como terminaría la noche.
Yo con 18 años recién cumplidos y pocas esperanzas, acompañé a mi mamá además de la tía Rebeca y unas 6 amigas de mi hermana al festejo.
Todo pasaba con cierta normalidad y dentro de lo que esperaba: música, muchos tragos y anécdotas que eran graciosas solamente para el grupo de amigas de mi hermana. Mi madre decidió irse temprano, pero yo decidí quedarme ante la insistencia de mi hermana.
A eso de las 2 de la madrugada, la tía Rebeca empezó a mostrar la primera capa de su —hasta esa noche— oculta personalidad.
"Bueno chicas, les tengo una sorpresa" dijo, antes de que se apaguen las luces de la sala de la casa e ingrese un hombre muy alto y fornido, vestido de policía. Era un stripper.
El joven comenzó a bailar y sacarse la ropa, ante el griterío y las risas de las presentes. Yo miraba de lejos, tomando mi vodka con jugo de naranja y admirando esa maravillosa masa de músculos que se movía al son de la música.
No llegó a desnudarte por completo, solo se quedó en tanga, jugueteó un rato con las invitadas y terminó su show. "Ya está, fue todo" pensé.
Él fue al cuarto de servicio a cambiarse, mientras una de más amigas de mi hermana sugirió seguir la fiesta en una discoteca. Se fueron todas, pero yo elegí quedarme. Mi casa quedaba cerca y además, una idea local me pasó por la cabeza.
Las chicas se fueron y la dueña de casa acomodaba las cosas, yo con la excusa de ir al baño, fui hasta el cuarto de servicio donde estaba el stripper. Cabe resaltar que ya estaba bastante borracha. También que venía de pasar por mi primera ruptura amorosa con mi novio de hacía 3 años y me sentía vulnerable pero también aventurera.
Entré a la habitación y lo vi. Tenía puesto un pantalón de jean y se estaba abotonando una camisa blanca, pero todavía se veían sus hermosos abdominales.
Me miró asustado y me preguntó qué hacía ahí, le respondí que quería probar su pistola; mientras lo miraba con deseo y me lamía los labios. Él se rio. No habrá sido la primera vez que una joven borracha le hacía una propuesta indecente, tampoco habrá sido la primera vez que posterior a la propuesta, la zorra sedienta de pija se le ponga frente a frente, se le arrodille y empiece a manosearle el bulto.
Intentó pararme, pero seguí. Sentí como se ponía dura esa poronga ante mi tacto y él se dejó llevar. Le desabroché el pantalón y se lo bajé, él reía. Con los dientes le bajé los boxers y su verga se posó en mi cara.
Era bastante grande, calculé unos 18 centímetros. Se veía muy bien.
No medié palabras y empecé a chuparla, movida por el deseo de probar algo nuevo y además la sensación de sucia que me invadía. Jamás había estado con otro hombre y menos un desconocido.
Él se sentó y yo seguí chupándosela, con más ganas que nunca y cada vez más caliente. El sabor de esa pija amarga, dura y venosa me encantaba. La metí hasta lo más profundo de mi garganta, me daba arcadas pero conseguí meterla entera.
Algo que siempre me decía mi ex era que la chupaba muy bien y creo que esas habilidades quedaron demostradas cuando tras unos 5 minutos, la pija del stripper me explotó en la boca, llenándomela de semen calentito que tragué sin dudar.
Ni bien terminé de deglutir la descarga seminal del extraño al cual le acababa de hacer un tremendo pete, escucho que se abre la puerta. Era la tía Rebeca, con una botella de vodka en la mano.
"Pero mira vos a la putita esta jajaja la dejas sola un rato y le come la pija al primero que se le cruza".
No tuve tiempo a reaccionar, me quedé inmóvil. Ni pude prestar atención al momento en que el asustado stripper salió corriendo. Mis ojos abiertos se fijaban solamente en mi tía, a la que miraba desde el suelo.
Ella era de piel blanca, cabello oscuro y un cuerpo escultural. Tetas enormes, cintura pequeña y grandes nalgas firmes. Se veía imponente, por si altura y aparte siempre tuvo una presencia que genera algo de intimidación.
"Vení acá, pendeja. Te voy a corregir. Venis a mi casa y andas de trola? Ahora vas a ver lo que es bueno, putita". Me decía, mientras me levantaba del brazo y me llevaba hasta la sala.
Pensé que iba a llamar a mi mamá, que le contaría lo que hice y que me castigaría. Al final de cuentas, a pesar de mis 18 años, aún vivía con mis padres y estaba por terminar el colegio.
Sus uñas pintadas de rojo se clavaban en mis brazos, los pasos de sus tacones retumbaban en la enorme sala con piso de mármol. Me tenía a mi en un brazo y la botella en la otra mano. Me hizo sentar en el sofá y se paró frente a mí, con los brazos cruzados.
"A ver, decime. Qué te pasa, pendeja? Pensas que yo voy a poner mi casa para que una puta callejera como vos venga a chuparle la pija a un extraño?"
No podía responder, estaba en shock. Me puse a llorar.
Ella continuaba: "Ah, ahora te pones a llorar, puta. Hasta hace un rato le estabas tomando la leche a un desconocido y ahora te haces de la mosquita muerta".
Entre sollozos le pedí que no se lo cuente a mi madre y le pedí perdón. Levanté la cara lentamente para mirarla y al hacer eso, lo que vi fue su mano viniendo velozmente hacia mi cara. El golpe seco del bofetón que me pegó lo escucho hasta ahora en mi consciencia.
"Te voy a dar tu merecido, zorra" me dijo, mientras me agarraba de la oreja y me hacía subir las escaleras.
Me metió a su habitación, encendió las luces y trancó la puerta. Se sentó en la cama y me dejó parada frente a ella.
Me ordenó que me saque la ropa. Yo le dije que no, que por favor me deje ir. Ella, sin levantar la voz y con una mirada fría y penetrante insistió.
Comencé a desnudarme hasta quedar totalmente al natural. Me ordenó que gateara hacia ella y obedecí.
Abrió sus piernas, subió la parte de abajo del vestido blanco que llevaba y se quitó la ropa interior, cuando estuve frente a ella, me agarró con fuerza de la nuca y me forzó a que le haga sexo oral.
Jamás había experimentado con una mujer y me sentía aterrorizada y sorprendida por toda la situación.
"Dale, pendeja. No sabes donde está un clítoris? Dale, carajo. Comete esa concha. Te voy a educar, puta barata".
Hacía lo que podía, hasta que entendí que la única forma de zafar rápido era hacerlo bien. Ubiqué el clítoris y empecé a lamerlo y alternaba con succiones.
"Bien, así. Bien, putita. Ves que no es tan difícil".
Creo que ella tuvo un orgasmo, porque pegó un grito de placer y le temblaron las piernas. Pensé que se acabó, que me dejaría ir; pero no.
Se desnudó y dejó ver su hermoso cuerpo, yo la seguía viendo desde el suelo mientras la veía caminar hasta un enorme ropero, del cual sacó un baúl. Recordaba como siempre la veía admiración, ya que siempre me pareció hermosa.
Del baúl sacó unas esposas, un látigo, un cinturón con un pene postizo y un enorme consolador negro de unos 30 centímetros.
"Me voy a divertir contigo, pendeja. Vas a aprender que mi casa se respeta".
Me esposó las manos, se puso el cinturón con la pija postiza y me hizo chuparla.
"Dale, como al stripper. Dale, puta. Hasta el fondo".
Sentía el miembro de plástico entrar y salir de mi garganta con fuerza, me dolía y me hacía salivar muchísimo.
Luego me subió a la cama y me puso en cuatro, comenzó a nalguearme mientras repetía los insultos que ya me había dicho.
Nunca nadie me había llamado "puta, perra, zorra, basura, etc."; estaba recibiendo todos en esa noche y con golpes incluidos.
Luego sentí que algo frío comenzaba a penetrarme y al darme vuelta, vi que me estaba metiendo la botella de vodka que tenía cuando me trajo.
"Encima le das al trago como camionero, pendeja de mierda. A ver si así también te gusta".
Me metió todo el cuello de la botella, no entraba más.
La sacó y procedió a penetrarme con el cinturón y la pija de plástico, mientras me abofeteaba, me escupía, me ahorcaba y me seguía insultando.
En ese momento empecé a gemir bastante, es que ya hacía un largo rato que la situación dejó de parecerme aterradora y comencé a disfrutar muchísimo. Gemía y gemía, veía sus ojos cargados de rabia y ese miedo se transformaba en un placer que no había sentido nunca. Un orgasmo, dos orgasmos, tres orgasmos; perdí la cuenta. Uno tras otro, me temblaban las piernas.
"Tía, soy una puta de la calle. Corregime. Tratame mal", le dije con la voz temblorosa.
Ella sonrió y siguió cogiéndome mejor de lo que mi ex alguna vez hubiese siquiera imaginado. En un momento me la saca de adentro y empieza a masturbarme metiéndome los dedos y estimulando con violencia mi punto g. Sentí ganas como de orinar y me dejé llevar. El resultado: un "squirt" digno de una película porno.
Salía y salía ese líquido, ante mi sorpresa y su risa casi endemoniada.
"Si puta de mierda ves como te gusta que te maltraten. Sos mía carajo, mira como te tengo puta" gritaba ella a todo pulmón, mientras le regaba la habitación con mis fluidos.
Me sentía cansada de tantos orgasmos, golpes, ahorcadas y squirts. Vi que ella agarraba el enorme consolador y le ponía lubricante, se acercaba a mi y me acariciaba.
Me susurró al oído si me gustaba, asentí. Nos besamos apasionadamente. Volvió a ponerme de cuatro, yo no la miré. Pensé que me metería el consolador por la concha o que haría algo con más delicadeza, ya que había pasado de la brutalidad total a la ternura.
No sé cómo explicar lo que pasó de otra forma: me empaló. Sentí la punta mojada del consolador entrar en mi culo y no pude atinar a decir nada más, porque me lo metió entero de golpe. Me rompió el culo, lo sentía desgarrado.
Ella se mataba de la risa, mientras volvía a gritarme y escupirme en la cara.
"Sos mía, puta. Voy a hacerte lo que quiera".
Me metía y sacaba el consolador del culo, mientras a la vez me penetraba con el cinturón.
Cuando me desmayé del dolor, creo que siguió por un rato hasta darse cuenta y luego paró. Recobré la consciencia y ya no estaba esposada, pero seguía en su cama. El cuarto estaba vacío. Nuestra ropa estaba tirada en el suelo, aún se veían en la alfombra, los muebles, las sábanas y las paredes las manchas de mi squirt.
Me di la vuelta y mire a la ventana, ya estaba amaneciendo. Dormité y desperté cuando ella me tiró un vaso de agua fría encima.
"Dale, putita. A tu casa, fuera de acá. Pero acordate que desde ahora sos mía".
Antes de que me vaya, me secó la cara y tomó uno de sus labiales; me escribió "PUTA" en la frente. Luego me ordenó que baje. Quise recoger mi ropa, ella dijo que no con la cabeza, me di la vuelta y bajé por las escaleras. Ella me seguía.
Llegué a la sala y volteé a mirarla, ella se había quedado a mitad de la escalera y desde ahí me dijo "Qué sos?"
"Una puta", respondí.
"No, sos MI puta", replicó.
Y continuó "ahora te vas a ir desnuda por la calle y vas a entrar así a tu casa. Si alguien te pregunta qué pasó, le decis que sus una puta y que te corrigieron y te gustó. Y que lo tuviste bien merecido".
Asentí y me fui.
Por suerte no había nadie en la calle y pude caminar las 3 cuadras hasta mi casa sin más problemas que el terrible dolor en el culo que me tenía caminando apenas.
Todo el mundo dormía en casa cuando entré y fui directo a mi habitación. Me duché y dormí.
Al día siguiente fue la boda. Cuando vi a mi tía Rebeca fue muy incómodo mirarla en la misa. Luego también fue incomodo mirarla en la fiesta.
Pasaron un par de días y no fue tan incómodo cuando le escribí desde mi celular, diciendo que era mi mamá y que le escribía desde mi teléfono porque el suyo se había roto y que la invitaba a merendar.
Ahí si, no fue para nada incómodo cuando la vi entrando a mi casa y yo la esperaba en la sala, arrodillada y con la palabra "PUTA" escrita en la frente.