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La danza del deseo
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Irene se despierta mojada de su sueño como viene repitiéndose las últimas noches. 

Es una adolescente de diecinueve años realmente adorable. Tiene una melena rubia que desciende hasta su cintura. Sus cejas claras enmarcan unos ojos de un marrón claro que deslumbra a quien los mira, y su boca es sensual como la de una geisha. Mide un metro y cincuenta y cinco centímetros, es delgada y estilizada, con unos pechos pequeños en forma de pera adornados con unos pequeños pezones que apuntan al cielo. Todos ellos atributos de ensueño para ser la mejor bailarina de su curso y para que cualquiera se deleite con tal sólo observarla. Está en cuarto de clásico en el Conservatorio de danza, y sus aptitudes como bailarina siempre han destacado por encima de las de sus compañeras. Con todas esas cualidades podría pavonearse por la calle luciendo una percha envidiable, sin embargo, siempre viste ropas anchas que en ocasiones parecen harapos ocultando su atractivo. Su larga melena siempre la lleva recogida en un moño, tanto cuando baila como cuando no lo hace, y no se entiende ser dueña de un cabello tan hermoso si siempre lo lleva recogido, como tampoco que oculte el contorno de una silueta tan armoniosa como es la suya.

A pesar de su edad, su trayectoria sexual ha sido provechosa, pero siempre limitada a las masturbaciones y en algunos casos ha recurrido a alguna que otra mamada. Dice que su virginidad la reserva para alguien especial. Sabe quién es, lo que no sabe es como seducir a su don Juan, ni cuál es el método más apropiado. Mientras tanto, van pasando los días y su virginidad sigue intacta y a la espera de que encuentre la fórmula para lograrlo. Por el momento, son los sueños húmedos los que la acompañan cada noche, y cuando despierta se masturba recapitulando y deseando que esos sueños se hagan algún día realidad, aun sabiendo que es una quimera.

Muchas veces ha estado a punto de insinuársele, pero finalmente nunca ha tenido el valor para hacerlo porque, a pesar de que se llevan muy bien, él tampoco ha mostrado jamás una actitud que pueda llevarle a pensar que está en su misma onda. Él es un hombre de cuarenta y cinco años, atlético y muy bien parecido, es decir, el capricho de cualquier mujer de su edad, sin embargo, que ella sepa, sólo su esposa se beneficia de tan preciado botín.

Guillermo es el padre de su mejor amiga y no sabe nada de sus retorcidas maquinaciones, de todos modos, Irene tampoco está al tanto de que ha sido en innumerables ocasiones la protagonista de sus pajas y sus sesiones de sexo con su esposa. Si lo supiera las cosas serían más fáciles.

Guillermo acude siempre a los certámenes para ver a su hija bailar, al tiempo que aprovecha para observar con detalle cada contorno del cuerpo de Irene. En esos momentos es cuando se adivinan sus formas. Guillermo se deleita contemplando su silueta y admirando su armonioso físico. Tan sólo habría que desnudarla para ver el color de la carne, todo lo demás ya está insinuado. Cada una de sus curvas le habla y le dice que salte al escenario, le arranque sus mallas y la posea allí mismo. Una cosa tiene clara y es que esa noche el polvo que le eche a su mujer será en su honor. Para alimentar sus fantasías, la cámara dispara una tras otra, fotos sin descanso con un zoom que se compró para la ocasión. Por su parte, Irene sabe que ha venido a ver a su hija y que de un modo u otro la verá también a ella y lo que hace es bailar para él en secreto. Lo ve entre el público. Está en la primera fila junto a su esposa y le parece que la mira ¿o serán imaginaciones suyas? Le gustaría que después de la gala la poseyera entre bastidores y que la desvirgara de una vez por todas.

Irene ha quedado con Yolanda a pasar unos días en su casa de campo, no porque le apetezca estar con ella, sino por tener la oportunidad de estar cerca de él.

Ha cogido para la ocasión el bikini más diminuto y sugerente que tenía y se ha pavoneado con él para que la vea. Sabe que sus miradas se han cruzado varias veces, de eso está completamente segura, y juraría que en alguna de esas miradas había una intencionalidad, pero no puede asegurarlo. También le ha parecido ver que su vista se detenía por un instante en la diminuta braguita que insinuaba su pequeña regata.

Está tomando el sol junto a Yolanda tumbada boca abajo, mientras Guillermo la observa desde la ventana y se hace una paja dejando volar su imaginación, al mismo tiempo que contempla el delicado cuerpo de Irene. Sus nalgas son perfectas. Lo que daría un escultor por modelarlas o él por acariciarlas. Se imagina sobre ella posando su polla en la regata, a la vez que ella aprieta las nalgas y engarza el rabo en su canal, mientras él se frota sobre ella. Eso es lo que piensa cuando, de repente, como si supiera que la está mirando, eleva el culo en un movimiento sugerente y lo pone en alto para cambiar la postura. Se mantiene así durante unos segundos como si quisiera que se extasiara y se le llenara la vista de él. Guillermo acelera el movimiento de su mano al ver el espectáculo y su polla parece a punto de estallar. Irene se da la vuelta adivinando de alguna forma que la está observando y mientras Guillermo está a punto de terminar su gayola, cierra los ojos ante la inminente corrida y no le importa que su polla estalle desparramando la leche en la pared y en el suelo. Ya lo limpiará luego, piensa. Ahora sólo le queda abandonarse al placer de su fantasía mientras acelera su mano en un frenético movimiento hasta que sus piernas flaquean y su polla escupe hasta el último remanente de leche. Cuando termina vuelve a abrir los ojos y se da cuenta de que ella le ha estado observando. Rápidamente enfunda su polla e intenta esconderse, como si al hacerlo evitara ese bochornoso momento tan comprometedor e ignominioso que ha contemplado Irene.

Se siente ridículo y avergonzado. Pensará que es un voyeur salido, un asaltacunas, o peor aún, que el padre de su amiga es un pervertido y un degenerado, sin embargo ella sabe ahora que también es el foco de sus fantasías y que por tanto puede que los sentimientos sean compartidos. Sea como fuere, el camino se le ha allanado considerablemente.

Es la hora de comer y entre los cuatro han puesto los enseres de la mesa. Yolanda e Irene están sentadas una al lado de la otra y Guillermo y su esposa enfrente. Es su esposa quien sirve la comida en los platos mientras habla de forma distendida comentando la actuación de las dos bailarinas. Yolanda interactúa en la charla e Irene lo intenta, pero tiene la cabeza en otras cosas. Guillermo baja la vista. Todavía sigue abochornado por lo que ha pasado y le atormenta saber qué pensará ella de su comportamiento, en cambio un pie parece responder a su pregunta y recorre su pierna para acabar posándose en su entrepierna. Guillermo levanta la vista y la mira sorprendido contemplando una cara traviesa y una lengua que recorre sutilmente, y de forma imperceptible su labio superior. Guillermo empieza a notar como la sangre fluye hasta su polla y en pocos segundos la tiene hinchada y dura. Irene percibe, tanto la hinchazón como la dureza y empieza a frotar el pie sobre la erección.

Su mujer le comenta algo, pero él parece no haberse enterado de nada y vuelve a insistir.

—¿Me has oído? —le pregunta.

—¿Eh? ¿Qué?

—Que traigas el agua —le repite.

Guillermo se levanta intentando disimular su erección con las manos. Sólo Irene se da cuenta del detalle y de su cómica forma de ocultarla y sonríe maliciosamente. Cuando regresa a la mesa sus miradas se enfrentan y se convierten en cómplices. Sólo le aparta la mirada unos segundos para echarle otro vistazo al paquete que le quita el sueño.

Entre frases de plié, relevé y puntas transcurre la comida mientras el pie de Irene intenta masturbarle. Se ha descalzado y siente la dureza de la polla en su planta y en sus dedos. Intenta agarrarla con ellos, pero no tiene libertad de movimientos y le es difícil, no obstante lo frota arriba y abajo, e incluso puede calibrar un tamaño que se le antoja muy prometedor.

Guillermo apenas ha comido y cuando considera que no es descortés por su parte ausentarse, se disculpa y se levanta excusándose en que necesita descansar, pero Irene sabe lo que pasa y lo que va a hacer. Sólo lamenta no poder ir con él y ser ella la que lo consuele.

Puede imaginarse la escena. Él está desnudo en la cama masturbándose y pensando en ella. Irene coge su verga y lo reemplaza, primero con movimientos lentos poniéndolo cada vez más caliente, a continuación la mano acelera los meneos y ella ve como se contorsiona y goza con su mano. Guillermo intuye que no es la primera polla que masturba porque se la ve con mucha soltura y sabe lo que hace, pero todo está en su cabeza. La realidad es que Guillermo está corriéndose en ese momento esparciendo su leche en su pecho, lo que no sabe es que Irene también se corre friccionando sus muslos con su pelvis, aderezadas con sus pensamientos. Cierra los ojos por un momento mientras se corre, y un coagulo de flujo mancha su braguita. La escena pasa inadvertida por su amiga y por su madre que siguen dando el tostón con la danza.

Cuando se recompone del liviano orgasmo, ya se encuentra en mejores condiciones para retomar la charla sobre danza, aunque el tema le es indiferente en esos momentos. Hubiese preferido dirigirse a la habitación y acompañar en su calentón al secuestrador de sus sueños.

Irene está tumbada en la cama con Yolanda y le pide su teléfono con la excusa de ver una configuración, sin embargo la finalidad no es otra que averiguar el número de su padre en su agenda, y con su treta logra su objetivo. Lo memoriza y lo añade a su lista de contactos.

La joven revoltosa sabe que estando la esposa y la hija en la casa tiene pocas posibilidades de llevar a cabo ninguna maniobra que le permita una cercanía, y en el caso de que se le presentase sería algo muy fugaz, y las intenciones de Irene son más ambiciosas que una paja rápida. Ella quiere perder su virginidad con su príncipe azul. Quiere que la haga vibrar de placer como en sus sueños más húmedos, pero para eso tiene que esperar, no le queda más remedio. Mientras tanto, las pajas de ambos se suceden una tras otra. Irene apacigua su ardor con la ayuda de sus dedos y Guillermo parece un adolescente con las hormonas revueltas haciéndose pajas por doquier y a cualquier hora del día. También quiere encontrar el momento idóneo para abordarla, pero entiende que allí va a ser imposible.

En una de sus gayolas, cuando está haciendo uso de sus fantasías, a Guillermo le salta un mensaje en su teléfono. No piensa cogerlo, ya que su prioridad en ese momento es otra, pero vuelve a saltarle otro mensaje y decide hacerlo por si es algo importante. El corazón le da un vuelco cuando lee el primer mensaje: “Te deseo”. Con el mensaje se adjunta una foto de Irene en ropa interior. En el segundo mensaje aparece la frase: “Quiero que me desvirgues” con otra imagen de ella mientras se acaricia. Guillermo le contesta diciéndole que es lo que más desea en este mundo y a continuación le escribe que al día siguiente puede ser un buen día. Le propone ir a su casa y follar hasta desfallecer. Irene le contesta que lo está deseando y ahí acaba la conversación, por lo que Guillermo retoma su paja mirando las fotos de Irene, y en pocos segundos la leche se estrella en el espejo del baño una y otra vez hasta que pierde su propiedad como tal. Seguidamente las piernas le flaquean y el semen se desliza por la superficie hasta caer en la pila. Al mismo tiempo, como si estuviesen sincronizados, Irene alcanza su orgasmo en una sucesión de jadeos imaginándose la polla que dos días antes había sobado con su pie.

Ha llegado el día de la verdad. El que tantas veces ha invocado en sus sueños una y otra vez. Se da una ducha y se acicala, pero no demasiado. No le gusta. Tan sólo se maquilla en cuanto apenas y realza un poco el contorno de sus ojos. A continuación se coloca unos vaqueros y un suéter ancho en el que apenas se le insinúan los pechos, pero evidenciando unos pezones completamente erectos. Sale de casa y se dirige a la de su amiga en la que tantas veces ha estado. Llama al timbre y no es necesario que pregunte quien es. La puerta se abre y entra decidida para coger el ascensor. Cuando sube, Guillermo la espera impaciente y advierte que lleva el pelo completamente suelto, luciendo su melena rubia y se queda prendido de su belleza. La hace pasar y cierra la puerta con llave. Después acceden al salón y ambos se miran sin encontrar palabras que decirse, si bien, Guillermo piensa que no hace falta hablar. La coge de la cintura y la acerca hacia él dándole un tierno beso que pronto deja de serlo para convertirse en un morreo desenfrenado, a la vez que las cuatro manos se afanan en desnudarse el uno al otro.

Irene se queda únicamente con sus diminutas braguitas y Guillermo exclama un -“Joder”- fascinado al ver la exquisitez de la seductora visión que tiene delante.

La vuelve a coger de la cintura y la acerca hacia él fundiéndose de nuevo en otro prolongado y apasionado beso. Sus manos se pasean por la espalda y una de ellas desciende buscando sus curvas.

—Me gustas mucho —se sincera.

—Tú a mí también —le responde ella sin un atisbo de timidez.

Guillermo la hace un poco hacia atrás y admira sus pechos erguidos, los coge y los lame, primero uno, después el otro. Una mano furtiva se desliza hasta su entrepierna, deteniéndose en ella y apretándosela a través de las braguitas, mientras Irene disfruta de sus caricias a la espera de que se las quite, y Guillermo no se hace de esperar. Se deshace de la diminuta prenda. Su vista se detiene en la tira de pelillos que adorna su pubis, deleitándose ante la octava maravilla.

Su ansiedad le impide ser paciente. Se quita la camisa e Irene puede observar su canon de hombre ideal.

Guillermo la recuesta en el sofá y se coloca encima de ella y ambos restriegan sus cuerpos desnudos. Las manos de él colisionan con las de ella en su ruta de exploración por ambas fisionomías. Las de Irene aferran su culo y lo aprieta, mientras Guillermo la besa y explora su boca, luego sigue su camino hacia el cuello y el lóbulo de la oreja. Entretanto, otra mano transita por su estómago y circunvala el monte de venus para reptar por la pierna. Su lengua repasa sus pezones, luego desciende por la barriga dando repetidos giros por el ombligo en busca de la humedad de sus pliegues y ella ahoga la respiración cuando la lengua encuentra su humedad. Él le aparta las piernas y degusta por vez primera su sal penetrante. Huele, lame y se embelesa con la ambrosía de la joven. Las manos de Irene cogen su cabeza y la aproxima hacia ella, buscando con los movimientos de pelvis, su lengua. Su amante se aplica en la tarea de devorar la gustosa almeja, a la vez que soba los turgentes pechos. A continuación, baja la mano por la planicie de su abdomen, acariciando cada resquicio de su tersa y suave piel. Ella se incorpora y tumba a su amado en la cama, ensambla su coño en la boca de Guillermo, y del mismo modo, se pone a la altura de su polla para engullirla, acoplándose en un perfecto sesenta y nueve. Sus flujos resbalan directamente en la boca de Guillermo, mientras Irene repasa con su lengua cada centímetro de la polla de su amado, deleitándose y excitándose cada vez más hasta que abraza el anhelante momento en el que su maduro amante la penetre y la rompa por dentro.

Piensa por un momento que podría estar ovulando y le pregunta si tiene condones, obteniendo una respuesta negativa, pero ella está demasiado excitada para ser sensata, de hecho, hace meses que la sensatez ha desaparecido de su vida, a pesar de ello, le pide que no eyacule en su interior.

Guillermo la recuesta de nuevo y se coloca encima intentando ser delicado. Ha llegado el momento, piensa Irene, se apodera del miembro para acompañarlo a su abertura y posa el glande en la raja sintiendo el placer de la cercanía de los dos sexos. Guillermo presiona despacio y el glande se hunde en su cavidad y se oye un pequeño gemido de dolor mitigado por las tiernas palabras de su amado en el oído. Poco a poco nota como la polla la va abriendo en canal y piensa que la va a desgarrar, pero no quiere que se detenga, y su humedad ayuda a que desaparezca por completo la verga en su interior. Después inicia un movimiento repetitivo de menos a más y ella empieza a gozar de la cópula. Tanto el ritmo como los jadeos son constantes y cada vez más rápidos. Ella retuerce y contorsiona sus caderas, a la par que siente su hombría como la llena por completo, y en pocos minutos el orgasmo de Irene invade su ser transitando por cada una de sus terminaciones nerviosas, mientras sus jadeos se intensifican. Los espasmos de su coño llevan a Guillermo a no poder contenerse y extrae el miembro de su interior para eyacular sobre ella, al tiempo que el semen golpea su pecho y se estrella en su cuello una y otra vez con virulencia hasta que poco a poco remiten los latigazos y Guillermo se deja caer encima de Irene.

Ambos amantes están henchidos de gozo. El sueño de Irene se ha materializado e incluso ha sido mejor de lo que esperaba, y sonríe satisfecha. Guillermo le limpia con pañuelos de papel todo el semen que ha desparramado por su bello cuerpo. Después la llena de besos y sus manos inician un recorrido por su anatomía, dibujando sus contornos como tantas veces ha pensado que lo hacía. Las caricias le son devueltas y también ella rememora la de veces que ha sido objeto de sus masturbaciones. La polla de Guillermo empieza a ganar tamaño e Irene se apodera de ella moviéndola lentamente. Al mismo tiempo nota como unos dedos recorren su raja y se adentran hacia las profundidades. Abre la boca y cierra los ojos exhalando un suspiro de gozo. La excitación por parte de los dos vuelve a alcanzar el punto de ebullición y ella se coloca encima para cabalgar sobre él. Le coge la polla, la dirige a su gruta y se sienta lentamente mientras su coño se abre en canal abrazando la polla y absorbiéndola hasta que hace tope. A continuación empieza a saltar sobre el padre de su amiga, e intenta abofetearle la cara con sus pequeñas tetas, aunque sin éxito. Sus manos van y vienen repasando todo su cuerpo. Ella salta alegremente sobre la verga, entretanto Guillermo se agarra a su pequeño y perfecto culo. Le faltan manos para magreárselo. Es un culo duro, sin un vestigio de grasa. Simultáneamente le dedica las palabras más complacientes que pueda escuchar acerca de su trasero.

Las nalgas son atendidas con gran ímpetu, los pechos son abordados con pasión y su cintura es dibujada con el perfil que van trazando sus manos al descender. Irene se apoya en su torso mientras salta una y otra vez como una amazona sobre un potro desbocado. Después de un cuarto de hora brincando, acelera el ritmo ante la inminencia de otro orgasmo que la alcanza, recibiéndolo con una explosión de placer.

El clímax la deja extenuada. Se queda quieta encima de él. No puede moverse, pero le gusta notar sus palpitaciones en el interior, aunque ya haya culminado su placer. Él desea continuar e intenta moverse dentro de ella, pero Irene no responde a sus movimientos, lo que hace es descabalgarlo y apoderarse del enhiesto miembro para empezar a masturbarlo, entretanto él la contempla, admirándola como la mujer que es, y mientras le masturba, le dice las frases más ardientes que ninguna otra mujer le ha dicho jamás.

Irene se desliza hacia abajo y encierra en su boca la cabeza palpitante, logrando en pocos segundos que eyacule dentro de su boca. Pese a ello, no quiere abandonar el falo, de ese modo no desperdicia nada de su esencia. Cuando lo retiene todo, se lo traga y se relame los labios sin que él pierda detalle.

Irene le dice que ha sido la mejor experiencia de su vida y él no miente cuando le confirma que por parte de él también lo ha sido, pese a su dilatada trayectoria sexual.

No sólo ha sido la mejor vivencia para ambos, sino que cupido ha atravesado sus corazones con su ponzoña, reforzando un sentimiento inviable, a la par que peligroso.

Irene está dispuesta a todo con tal de seguir al lado de Guillermo. Si tiene que enfrentarse a sus padres lo hará, si tiene que dar la cara ante su amiga y ante su madre también, y así se lo hace saber a él, sin embargo Guillermo no lo tiene tan claro, pese a que es posible que sus sentimientos sean más sinceros, dada su madurez. Él es consciente de eso, y también sabe que para ella, él es ahora como un juguete nuevo, pero que con el tiempo perderá su interés, dejará de lado, y con toda certeza será sustituido por otro más nuevo.

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