El edificio en el que vivía Carlos estaba dotado de todos los servicios adicionales de una residencia de alto nivel. Portero permanente, sistema electrónico de vigilancia, amplio hall con sillones para esperar las visitas que por cualquier razón no acceden a las viviendas.
Tras saludar al conserje de turno, Carlos le franqueó la puerta del ascensor y marcó la planta Ático. Solo había dos puertas. Carlos mediante llave electrónica a distancia abrió una de ellas, la situada a la izquierda. Inmediatamente se encendieron las luces. Rosalía tuvo la sensación de entrar en un palacete. Un amplio salón cuya continuidad enlazaba con una terraza decorada con exquisitez con plantas que preservaban la intimidad de las miradas de los edificios colindantes, en uno de los extremos de la terraza había una pequeña piscina rodeada de parasoles y dos tumbonas. Como le había explicado Carlos, desde la terraza se divisaba toda Barcelona, el mar, y por el lateral la cercana montaña del Tibidabo. Una visión privilegiada.
Carlos le ofreció asiento cómodo bajo un toldo que protegía del sol, todavía incipiente, pero que se adivinaba aumentaría sus rayos en días venideros. "Que deseas tomar, un gin tónic, seguimos con cava, o prefieres champan auténtico, aquí guardo unas botellas de Dom Pérignon para las buenas ocasiones y ´hoy es una de ellas".
Rosalía quedó deslumbrada por el lujo reinante en el piso. En el salón comedor, colgaba un Miró auténtico y dos Casas. Probablemente estos tesoros justificaban el sofisticado entramado de cámaras de seguridad que estaban repartidas por todas las estancias.
Ante la invitación, y puesto que no había bebido nunca, se inclinó por el Dom Pérignon. Carlos, salió un momento y reapareció con una cubitera, dos copas y la consiguiente botella. Además, colocó encima de la mesita unas trufas heladas.
"Si me dispensas un momento, y puesto que estoy en mi casa, me voy a poner más cómodo. Si lo deseas, puedo ofrecerte alguna bata y zapatillas para que te encuentres más a gusto".
A medida que trascurría el tiempo, la mujer aquilataba la situación, pero, en verdad, no tenía ni remota idea de lo que le esperaba. A modo de ejemplo desconocía que su teléfono móvil había quedado anulado desde el momento en que cruzaron el umbral de la puerta, mediante unos sensores, a la manera con que se aíslan las salas de reuniones de algunas grandes empresas o despachos de políticos.
Dudaba en cambiarse de ropa. Sus cálculos de seducción los tenía estudiados en la abertura de su falda mostrando generosamente sus piernas bien torneadas y el ligero escote que asomaba por su camisa desabrochada, pero, Carlos casi decidió por ella. Acababa de regresar con un batín corto que le dejaba al descubierto medio cuerpo y zapatillas. En la mano llevaba una bata rojo fucsia y unas pantuflas del mismo color, que ofreció a su amiga. "Te lo dejo aquí, por si te apetece cambiarte… en la puerta de la izquierda hay un baño".
Inmediatamente Carlos puso en marcha un equipo de música cuyos altavoces situados en la terraza desgranaban una melodía suave de piano., mientras él se arrellenaba perezosamente en una comoda silla con cojines, dispuesta a saborear el champan y otras cosas…
Rosalía se sentía trémula, entre el deseo y el temor de lo que se acercaba. Sentía deseo de ser amada por Carlos, pero, algo dentro de si le decía que se avecinaba una tormenta, aunque nada, en aquel escenario lo hiciera presagiar.
Se decidió al fin a cambiarse… se sacó la blusa y la falda y se puso la bata que le llegaba hasta las rodillas. Ya que estaba en el juego, jugaría, se repasó los labios, y apareció contoneándose al ritmo de la música, mientras maliciosamente dejaba que se le entreabriera la bata, para mostrar el tanga que llevaba. Al llegar a la altura de Carlos, hizo un mohín de niña buena y se abrió toda la bata. "Te gusto, toda tuya".
Su amigo, se levantó ceremonioso y le ofreció una copa que había sido escanciada minutos antes. Lo que desconocía Rosalía es que la bebida llevaba disuelta una pastilla que haría sus efectos en el momento oportuno. Brindaron, bebieron un sorbo, y Carlos acarició suavemente a su compañera, que, había vuelto a cubrir su cuerpo con la bata, pero con una insinuación en su rostro, de que estaba dispuesta a quitársela del todo.
Bebieron una copa, y otra. Carlos esperaba que el fármaco hiciera sus primeros efectos. Así que se acercó a Rosalía y la cameló con voz queda, "Si me acompañas experimentarás las mejores sensaciones de tu vida". Dicho esto le dio la mano y la condujo hacia el interior del piso, hacia una estancia que la mujer intuyó que sería el dormitorio donde ambos gozarían de las mieles de Venus.
Cuán errada estaba Rosalía. En cuanto hubo traspasado el umbral quedó atónita. En la habitación había ciertamente una cama, pero redonda, y estaba iluminada de rojo, con un sistema de luces que iban variando de intensidad y reflejos, en la pared, sujetos, látigos, y bridas y otros artilugios que le descubrieron que en aquella estancia se practicaba el sado y otras perversiones sexuales, no una cópula común entre una mujer y un hombre.
Carlos la agarró con suavidad, pero con firmeza, ante el paso dubitativo de Rosalía para acabar de entrar en la habitación, le quitó con delicadeza la bata, y la chica quedó en sujetador y tanga recibiendo las caricias de su anfitrión. La besó en los labios, ella, había quedado como inerte, el fármaco comenzaba a surtir sus efectos, y la mujer sin oponer resistencia alguna se tendió en la cama y vio como Carlos le colocaba unas esposas que la inmovilizaban con las manos atrás…
Un escalofrío recorrió todo su cuerpo. "¿Dónde me he metido?" Pensó. Un sudor frio le embargó pensando lo peor, y como iba a resolverse la situación. Intentó sobreponerse, decidió que lo mejor sería no oponer ningún tipo de resistencia a las acciones de Carlos, cuyo rostro se había trasmutado.
El hombre se había despedido de su indumentaria y había quedado solo con un slip en el que se marcaba un prometedor paquete, pero, su rostro había perdido el tono solícito y se asemejaba a un monstruo que desea devorar a su víctima.
Se acercó y tomando un látigo, lo pasó, si herirle por parte del torso, "Serás una niña buena ¿verdad? Obedecerás a tu amo" Luego, la levantó y la ató a la pared.
Carlos salió de la habitación, algo le había salido mal. La cabeza le daba vueltas, cada vez se encontraba más mareado. Una sensación extraña que jamás había sentido. Se recostó en el sofá y allí le sorprendieron unas convulsiones y un fuerte dolor en el pecho. Hizo ademán para incorporarse y buscar su teléfono, y no llegó a tiempo, cayó fulminado al suelo. En pocos minutos su corazón habrá dejado de latir.
Rosalía entretanto luchaba por deshacerse de las esposas que la mantenían asida a la pared. Por fortuna, al cabo de una hora y pico, pudo deshacerse del artilugio corriendo al baño. Fue entonces cuando se apercibió que Carlos estaba en el suelo, inerte, con un extraño rictus en su cara y los ojos entreabiertos.
Lo miró con horror y no supo que hacer. Se vistió en un santiamén. Quiso huir del escenario, pero pensó en las cámaras y en el conserje que la había visto entrar con Carlos.
Bebió agua en abundancia y un café, poco a poco los efectos de la pastilla que le había suministrado su amigo se iban desvaneciendo. Fue consciente de la realidad y llamó al 112. En realidad, no sabía la dirección exacta. Su móvil no funcionaba porque estaba anulado, entonces se vistió y salió a la puerta del piso pidiendo socorro con un grito desgarrado.
Acudió el conserje, que fue quien llamó a la Policía.
Tras un primer interrogatorio, pidió ir a un centro hospitalario, allí, fue reconocida por los médicos y en la analítica dio positivo de las sustancias que le había colocado Carlos en la bebida.
La dejaron que se fuera a casa. Ya la llamarían.
Al día siguiente, fue a declarar. Le atendieron dos mujeres policías, que, con un aire empático, escucharon otra vez toda la narración de la secuencia. "Has tenido mucha suerte.” le dijeron. Tenemos la certeza de que no habrías salido con vida. Hemos encontrado en la casa el ADN de mujeres que han aparecido muertas por los alrededores de Barcelona, en carreteras secundarias."
Carlos, era un enfermo mental. Sus desviaciones le llevaban a cometer torturas con mujeres, que luego, de ser abusadas de la peor manera eran asesinadas.
Rosalía estuvo unos días de baja. Volvió al trabajo, donde no explicó nada de lo ocurrido. Pero debió seguir una terapia psicológica durante seis meses. Jamás permitió, desde esta fecha, que un hombre se le acercara.