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La curiosidad de Chat Noir (V)
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Tiempo de lectura: 9 minutos

El joven Agreste no deja de pensar en aquel momento de intimidad con su compañera y amiga Alya. Una mezcla de emociones lo atormentan al día siguiente en la escuela; donde alguien se da cuenta de su cambio de actitud, y le dará un momento muy agradable sin proponérselo.

Capítulo V

Luego de esa noche en la habitación de Alya, Adrien quedó con más preguntas que respuestas. Por un lado, era incapaz de pensar en otra cosa que no fuera lo erótico, prohibido y satisfactorio que fue tener sexo con su compañera estando bajo el antifaz de Chat Noir. Por el otro, un remordimiento de culpa y traición hacia Ladybug le remordía por dentro. Sin embargo, las palabras de Alya siguen resonando en su cabeza. “De mi cuenta corre que Ladybug te dé una oportunidad en todo sentido… ¿Quién dice? Tal vez hasta logremos animarla a que hagamos algo… entre los tres”. Lo cual le genera más dudas; al igual que nuevas fantasías.

El muchacho trataba de concentrarse en la lección de la señorita Bustier, pero todas esas ideas seguían resonando en su cabeza. Por lo mismo, había tratado de no establecer contacto visual con Alya en el transcurso de la mañana. Le avergonzaba en sobremanera afrontarla cara a cara sin su antifaz. Sabía que su temor no tenía fundamento lógico. A final de cuentas, quien había tenido sexo con ella fue Chat Noir, no él.

– Vamos, sólo fue una noche y ya. Es más, ni siquiera la noche entera; un par de horas cuando mucho, y sólo fue eso. Ambos nos dejamos llevar por las circunstancias; ambos queríamos hacerlo… pero nada más. Además, Ladybug te ha dicho que tiene a un chico especial en su vida, ¿no? De seguro ha hecho ese tipo de cosas con tan afortunado sujeto y… –

Adrien rumiaba esas ideas en su mente, y entre más lo pensaba, más conflictuado se sentía. La idea de que otro chico disfrutara el afecto de Ladybug en la intimidad le arrancaba una punzada de coraje. El imaginar que ella, su Lady, estuviera en brazos de alguien incapaz de quererla como él.

– Adrien, ¿te sientes bien? – le dijo la señorita Bustier al pasar al lado de su banca, con un dejo de preocupación en su voz. – Pareciera que tienes un dolor increíble de cabeza – En ese momento, el muchacho advirtió que estaba apretando con demasiada fuerza la pluma con que escribía, y que su brazo le dolía de estar en la misma posición mucho tiempo, apoyado el codo en la mesa y masajeando sus sienes. – Em… disculpe señorita Bustier. Es solo que no he podido dormir bien y… desayuné muy poco esta ocasión. Ahora me doy cuenta que fue una mala idea – respondió el muchacho frotándose los ojos. – Ay mi niño, descuida. Voy a acompañarte con la enfermera para que te dé algo para ese dolor de cabeza – amablemente le respondió la profesora mientras lo invitaba a levantarse y salir del salón.

– ¡Maestra! Si quiere, para que pueda seguir con su clase, yo me ofrezco para llevar a Adrien a la enfermería – dijo Marinette saltando su banca y enfilándose a la puerta, casi tropezando al salir de su lugar. – Muchas gracias Marinette, es un gesto muy noble de tu parte. Pero como representante de la clase, puedes quedarte unos minutos al pendiente de tus compañeros. Ya tienen su actividad; nada más deben terminarla, y creo pueden hacer eso sin que yo esté presente. Así que, te dejo a cargo en lo que Adrien y yo volvemos. ¿De acuerdo? – contestó la profesora con una sonrisa amable mientras salían del salón, ante un evidente gesto de decepción por parte de Marinette.

Adrien y su maestra iban caminando por los pasillos de la escuela mientras ella le recomendaba algunas técnicas de relajación para poder dormir mejor. – También si un muchacho de tu edad se ve sometido a mucha presión y muchas responsabilidades sin tener el tiempo suficiente para descansar y hacer actividades de su agrado, pueden presentarse problemas de salud a largo plazo Adrien. Y por lo que me has contado, cumples muchos deberes todos los días – le hacía plática su profesora mientras él prestaba atención. Y vaya que tenía razón. Todos los compromisos que debía cumplir para complacer a su padre, más el trabajo que hacía con Ladybug para mantener Paris a salvo…

Definitivamente, lo ocurrido con Alya le había sentado muy bien. En ese momento a solas con ella, no estaba pensando en otra cosa que no fuera su compañera y el placer que estaban sintiendo. Ambos se entregaron a sus deseos y no se preocuparon por nada más. Quizá el cambio tan súbito de actividad nocturna le había caído de peso y por eso se sentía así. Aunado a todo lo que estaba pensando de más desde que empezó el día.

– Señorita Monet, hola. Aquí tengo a un chico con cefalea que necesito revise de favor – decía la señorita Bustier mientras tocaba la puerta de la enfermería. Insistió por un minuto sin recibir respuesta. – Parece ser que no se presentó hoy. Ya es tarde como para que vaya a llegar. A ver… ¡ah! ¡Monsieur Haprèle! Disculpe, ¿tendrá de casualidad la llave de la enfermería? Tengo a uno de mis alumnos con dolor de cabeza y la señorita Monet no vino. Queremos ver si nos puede dejar pasar, darle algo para el dolor y que repose unos minutos en un lugar más tranquilo que el salón – la profesora se dirigió al padre de Mylène, otra compañera de clase, que también laboraba en la escuela como asistente. Amablemente, sacó de su bolsillo el llavero de los salones y les facilitó el acceso a la enfermería. – Mil gracias monsieur Haprèle – le dijo la señorita Bustier mientras pasaban a la enfermería.

La profesora le pidió a Adrien que tomara asiento en lo que ella buscaba el instrumental para medir los biométricos del muchacho y algún analgésico. Estando en una habitación con menos ruido y sintiendo el agradable ambiente fresco del lugar, Adrien comenzó a relajarse. Empezaba a agradecer que su maestra lo hubiera llevado a la enfermería… cuando vio algo que definitivamente no pensaba ver; y menos en ese instante. Unos pasos al frente de él, de espaldas, se encontraba su profesora rebuscando en los cajones y gavetas de la enfermera. Hubo un punto en el que se inclinó para alcanzar un cajón notablemente más abajo. Ella murmuraba sobre cómo la señorita Monet tenía organizado el lugar, mientras le ofrecía accidentalmente al muchacho un espectacular primer plano de su trasero.

Adrien trataba de enfocarse en otra cosa, pero la imagen de los glúteos tan firmes y bien moldeados de su maestra, lo torneado de sus piernas y cómo los pantalones que usaba le ajustaban tan bien en esa posición, sencillamente lo tenía hipnotizado. Sin poder impedirlo, su entrepierna comenzó a entrar en calor y su erección creciente a apretarle bajo los pantalones. Dejó de evadir el contacto visual con las posaderas de su maestra y decidió deleitarse con la vista mientras ella seguía ocupada. Quería grabar en su memoria lo mejor posible esa escena. No podía creer que la señorita Bustier fuera una mujer tan sexy.

– Em, Adrien… ¿ves de casualidad dónde podría estar… el estetoscopio y… el manómetro? Es el aparato que sirve para medir la presión – dijo la profesora desde su posición, sin hacer amago de levantarse o moverse. El muchacho salió de golpe de su ilusión erótica. Desvió la mirada a toda prisa, paseando la vista en toda la habitación buscando lo que le había pedido la señorita Bustier. Se le había acelerado un poco el pulso y estaba un tanto nervioso. Por un momento le pareció entrever a su maestra mirándolo en silencio mientras él estaba embobado apreciando sus majestuosas posaderas.

– Ahh… no profesora. No los veo por ningún… Espere, ahí están. Colgados en el perchero junto a la puerta – súbitamente, el joven se levantó de su silla y se acercó a donde estaba el instrumental. Por poco choca con el culo de su maestra de lo mismo atrabancado de sus movimientos. Dando traspiés, llegó al perchero y extendió su brazo para alcanzar las herramientas; cuando sintió detrás suyo cómo se pegaba a su espalda la señorita Bustier. – Muchas gracias Adrien. Permite los tomo desde aquí – le dijo calmadamente mientras ella estiraba el mismo brazo que el muchacho para sujetar lo que necesitaba. Adrien sentía el contorno del cuerpo de su profesora; el relieve de sus pechos firmemente contenidos bajo el blazer que traía puesto; el roce de sus caderas y una de sus piernas. Podía oler su perfume, y percibía su respiración muy cerca de su cuello; la conjunción de todos esos estímulos, estaban por hacer estallar su entrepierna de lo duro que se había puesto. Solo esperaba que su maestra no se diera cuenta de lo sonrojado que estaba.

– Muy bien. Creo que ya tenemos lo necesario y, dado que no está la señorita Monet, lo más parecido a una enfermera en este momento soy yo – dijo ella mientras se subía las mangas de su blazer. – Adrien, te voy a pedir que descubras tu brazo para que te tome la presión. Voy a checar también tu temperatura y a darte algo para el dolor – sentenció la profesora a la vez que el muchacho, obediente, se quitaba su chaqueta y tomaba asiento, agradecido de poder disimular su erección. Se sentía apenado por la forma en que se había quedado viendo a la señorita Bustier, y no tenía forma de saber si sus mejillas ya no estaban rojas.

La maestra palpó suavemente el brazo del chico hasta encontrar el punto dónde colocar el manómetro. Adrien sintió esa exploración un poco más lenta y agradable a lo que estaba acostumbrado en un consultorio. En ese momento, se le ocurrió establecer contacto visual con su profesora; ella le devolvió una mirada amable con una sonrisa. Justo cuando ella volvió a atender el ajuste del aparato de la presión, el muchacho alcanzó a ver el escote de la señorita Bustier. La posición en la que se encontraba le permitía apreciar en todo su esplendor, la apetitosa separación entre los pechos de la profesora. Ciertamente no era un escote provocativo, no revelaba demasiado; pero lo que alcanzaba a ver, Adrien lo encontraba irresistible.

La señorita Bustier comenzó a tomarle la presión estando en la misma posición, absorta en la medición del instrumento. Adrien seguía embobado en los pechos de su maestra. Podía sentir cómo se ponía más duro bajo sus pantalones. Empezó a incomodarle la forma en que se había sentado; le apretaba su miembro entre los pliegues de tela. Quería moverse para reacomodarse, pero sencillamente no podía. Buscaba evadir el contacto con el escote de la señorita Bustier, pero era demasiado tentador para sus hormonas.

– Estás un poco agitado. ¿Sientes algo más, Adrien? – le preguntó ella mientras le quitaba el manómetro. – Um… no profesora. El dolor de cabeza ya pasó -. La señorita Bustier anotó la medición del aparato en una libreta y tomó un termómetro de pistola con el que apuntó a la frente del muchacho. – Mmm… afortunadamente no hay fiebre – a pesar de eso, Adrien se sentía en llamas al ver disimuladamente la figura de su maestra.

Necesitaba salir de ahí; ya no pensaba con claridad. – Se… señorita Bustier, creo que ya me siento mejor. Nada más necesitaba que me diera un poco de aire. Dentro del salón me estaba sintiendo agobiado – dijo, a la vez que se levantaba abruptamente del asiento; advirtió entonces la tremenda erección que tenía bajo sus pantalones. Rápidamente, tomó su chaqueta y la amarró como pudo a la cintura, antes que la profesora lo viera.

– De… acuerdo. Si ya te sientes mejor, volvamos al salón y hagamos como que aquí no pasó nada. ¿Te parece? – habló dulcemente la señorita Bustier – Solamente deja guardo lo que ocupamos en su lugar. No quiero abusar de la confianza de la señorita Monet -. Acto seguido, la profesora se volvió a inclinar para poner el manómetro donde lo encontró, asumiendo la misma posición que hace unos instantes, exponiendo sus pompas en primer plano hacia el joven.

Adrien sentía a su maestra muy cerca. Estaba de pie, y su entrepierna a un palmo de distancia del culo de su maestra. Si se inclinaba apenas hacia adelante, podía rozar sus nalgas con el bulto que guardaba bajo los pantalones. Sintió la tentación de hacerlo; extender sus manos hasta sujetar firmemente esas posaderas tan suculentas, y entonces, restregar su erección contra la retaguardia de la señorita Bustier. Sabía que no debía, que no estaba bien hacer eso… pero su lado más primitivo ansiaba satisfacer el deseo.

Finalmente, ganó su lado racional. – Voy rápido al baño señorita Bustier y ya de ahí me subo al salón. Muchas gracias, nos vemos – dijo de golpe, sonrojadas sus mejillas como tomate y abandonando la enfermería cual vendaval. Salió corriendo directo al baño, ignorando a todos sus compañeros que se encontraban en el patio disfrutando el descanso. "Por favor que no haya nadie. Por favor que no haya nadie" decía para sus adentros mientras acortaba distancias con el vestidor común de la escuela que conducía a los baños.

Abrió la puerta y, para su suerte, estaba solo. Sin demorar más tiempo, entró al baño de chicos y corroboró que no hubiera ningún privado ocupado. Afortunadamente no había nadie en el baño más que él, así que entró en uno y, de forma apresurada, se bajó los pantalones para sentarse en el escusado, exhibiendo una tremenda erección palpitante de casi veinte centímetros. Entonces, sin reparo alguno, comenzó a pajearse mientras por su mente desfilaban imágenes de su profesora, de cómo sus pantalones acentuaban la forma de su trasero, y del canalillo de sus tetas a través de su escote.

– Ahh… señorita Bustier, mmm… qué cuerpo tan rico tiene usted, ahh… – repetía Adrien en su mente sin cesar, a la vez que satisfacía su libido a dos manos sobre su verga, subiendo y bajando a lo largo de su viril miembro, sudando de las sienes y exhalando de forma agitada ocasionalmente. Imaginaba a su profesora actuando de forma seductora, como si posara para una sesión de fotos subida de tono, presumiendo sus atributos y despojándose lentamente de su ropa, revelando sus encantos cubiertos tan solo por un juego de lencería. Entonces ella se acercaba al muchacho y lo tomaba sensualmente del rostro, mirándolo a los ojos con una chispa de lujuria en ellos, hasta posar sus labios en los suyos, entregándose los dos a un beso apasionado, estando ambos en poco más que ropa interior.

El joven no podía más; su imaginación era demasiado poderosa. Su miembro apretado en sus manos, palpitaba anunciando su próxima corrida. Había subido un poco el volumen de sus jadeos, cerrando los ojos y sentándose de una forma más cómoda en el excusado, pero manteniéndose alerta de cualquier ruido que le indicara que alguien entraba al baño. Sentía que estaba por alcanzar el orgasmo; aumentó la velocidad con la que se masturbaba, subiendo y bajando inmisericorde ambas manos sobre su pene. Casi llegaba, casi lograba correrse pensando en la señorita Bustier; el estar tocándose con su profesora como protagonista de su fantasía le parecía tan obsceno…

– Emm… ¿Adrien? ¿Todo en orden? Soy Marinette. Te vi que saliste corriendo de la enfermería y quiero saber que tú estás muy bien… ¡DIGO! Si estás bien – se oyó la voz de su compañera desde la puerta exterior del baño de chicos. Adrien se sobresaltó por el ruido tan repentino, pero ya estaba en el punto sin retorno de su sesión de autosatisfacción. – Ahh… si Marinette. Ahh… todo en orden. Gracias por preocuparte. Voy… ahh, en un minuto. ¡Ngh! – Jadeó apenas más alto, mientras elevaba un poco sus caderas y se corría, disparando varios chorros de semen directo a la puerta del privado. Una vez acabó, se desplomó sobre el excusado, jadeando lo más silenciosamente que podía.

– Ya… ya todo está bien Marinette. Gracias por preocuparte… así por mí – No es nada Adrien, eres muy importante para mi… ¡ES DECIR! Eres parte del grupo y mi amigo, y me preocupa que todos ustedes… – aún escuchaba la voz de su amiga tras la puerta. Tomó un trozo de papel para limpiar el desastre que acababa de hacer con su corrida y poder subirse los pantalones. Al quitar el semen embarrado en la pared, recordó el momento justo en el que se corrió, y una parte de su memoria le aseguraba que, en el último instante, justo cuando alcanzó el orgasmo, pasó la imagen de Marinette contra la puerta del baño. Sentía que, a pesar de haberse masturbado con la fantasía de la señorita Bustier, en realidad, se había corrido pensando en su amiga; en Marinette.

Sonrió contento mientras abrochaba su pantalón y salía del privado. – Gracias Marinette; eres la mejor. Descuida; ya solo me lavo las manos y nos vemos en el salón para la siguiente clase – abrió la llave para lavarse las manos y comenzó a caer el agua, resonando en todo el baño – Ok Adrien, entonces nos vemos arriba. Te dejo que te laves las manos, te peines, te arregles y quedes tan guapo como siempre… ¡ESTOOO! Si, que termines de hacer lo que estás haciendo y nos vemos al rato. ¡Adios! – se escuchó su caminar apresurado hacia el patio, seguido de la puerta de los vestidores al cerrarse tras ella. Adrien se secó las manos y, notablemente más tranquilo, salió del baño.

Volvió a pensar en lo que acababa de pasar; el haberse corrido justo con la imagen de Marinette. Tenía sentimientos cruzados. Pero ya no pudo pensar más en ello, debido a que iba a empezar la siguiente clase.

Ha pasado un largo tiempo desde el último episodio; sin embargo, ya tienen aquí la quinta parte de esta historia.

Ahora que se viene fin de año, contaré con más tiempo para seguir actualizando esta serie de relatos.

Los invito a que me compartan sus opiniones y que me sigan en Twitter donde los mantendré al pendiente de las novedades respecto a los relatos. Pueden encontrarlo en mi perfil, al cual le agregaré foto próximamente.

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