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La chica de mis sueños
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Tiempo de lectura: 18 minutos

Siempre tuve una mente viajera. A pesar de haber vivido toda mi vida en Madrid, soñaba con vivir en el extranjero, lo más lejos posible. Me atraía la distancia.

A los 22 años, me fui con la beca Erasmus a Copenhague, ciudad que me encantó. Volví a Madrid a terminar la carrera, y tras unos años trabajando, me tomé unos meses sabáticos para ir a vivir a Nueva Zelanda. Allí, quizá por casualidad, o quizá no, conocí a una danesa, Aneka, que estaba viajando por el país. Me enamoré y dejé todo para irme a vivir, otra vez, a Copenhague. A pesar de chapurrear el idioma, no me costó encontrar trabajo, dado mi buen perfil. Aneka era de mi edad, la mayor de tres. Tenía dos hermanos, uno 2 años menor, y el otro 5. El menor, Soren, llevaba un tiempo saliendo con una chica, Dana, que había conocido en su universidad. Ella tenía 2 años más que él, 3 menos que yo, y ya estaba integrada en la familia como una más.

Tras unos meses en la ciudad, Aneka decidió que era momento de presentarme a su familia. Hasta ese momento había vivido de alquiler en un piso, pero la idea era irnos a vivir juntos lo antes posible. Había ido todo muy rápido. La reunión sería en casa de los padres de Aneka. Estarían también sus dos hermanos, y Dana. Llegamos los primeros, recibiéndonos con cariño sus padres. Unos minutos más tarde llegó el hermano mediano, Karl. Finalmente aparecieron Soren y Dana. Ya la había visto en fotos, pero en directo me dejó sin palabras. Alta, aunque más baja que yo, rubia de melena casi hasta la mitad de la espalda, potentes ojos azules claros, muy claros, claros como el océano en las Maldivas, de nariz y labios finos, tenía una expresión muy sensual. Sus increíbles ojos marcaban la cara, era lo primero que veías. Tenía buen cuerpo, claramente ejercitado. Esto no era raro en los daneses, pueblo muy atleta y deportista. La bici es un medio de transporte habitual en el día a día. Dana llevaba puestos unos pantalones vaqueros, con unas botas altas. La figura de sus piernas y culo era espectacular. Durante la reunión se veía a Soren y Dana jugar tontamente, bromear, se les veía en sintonía. El encuentro fue bien, caí en gracia en la familia, y pasé a ser uno más.

Los años siguientes fueron buenos. Progresé en el trabajo, me acomodé a la vida en la ciudad, la relación con Aneka iba bien. Organizábamos salidas y excursiones con la familia una vez al mes. En verano, íbamos al barco que tenían los padres de Aneka y navegábamos por las islas. Por aquel entonces, mi mente estaba fielmente concentrada en Aneka, pero la visión de Dana en bikini era distractora. Dana vestía elegante, con gusto, pero nunca de forma provocativa, era bastante tímida para ello, y por ejemplo nunca mostraba escote. Por tanto, estas ocasiones eran una delicia, a pesar de usar bikini conservador que cubría todo lo que un bikini podía cubrir. Tenía unas piernas tonificadas, fruto de ejercicio habitual y de usar la bici a diario. La parte de abajo del bikini cubría todo el culo, pero se notaba que estaba en forma. Una tripa plana ligeramente marcada. El top era también conservador, y no dejaba mucho que ver, pero daba para intuir que de tetas iba bien. Estaba muy buena, pero no iba de diva. Yo intentaba concentrarme en Aneka, que por otro lado no estaba nada mal, me daba pena por ella cuando mi mente se fijaba en Dana.

Dana no solo era una chica bonita. Era bastante inteligente, se le notaba en la cara, en la forma en que miraba. Trabajaba para una consultora tecnológica, y estaba ascendiendo con rapidez. Sin ser muy extrovertida, más bien tranquila y discreta, era bastante atenta. Siempre preguntaba en las reuniones cómo iban las cosas, recordaba cualquier evento, examen, entrevista, visita, cumpleaños, etc. de cualquiera, y mostraba interés. Me llevaba bien con ella, las conversaciones siempre eran interesantes. No me extrañaba que le fuesen bien las cosas en el trabajo.

Pasé los 30, llevaba ya bastante tiempo en Dinamarca, con Aneka. La vida nos iba bien, y claro, las preguntas sobre descendencia empezaron a llegar. Aneka estaba lista, pero yo no tenía prisa. No es que dudase de mi relación, pero muy en el fondo, dentro de mí, algo no iba bien. Poco a poco, con los años, había tratado de enterrar este sentimiento que empezaba a florecer. Más que desaparecer, se estaba haciendo más grande. Ya no me sentía culpable de mirar a otras mujeres, y con el tiempo, de fantasear con ellas. Seguía queriendo a Aneka, pero ya no era lo mismo.

El tan ansiado nieto para los padres de Aneka llegó sin embargo por un lado inesperado. En una de nuestras reuniones familiares, Soren y Dana, por aquel entonces ya de 27 y 29 años respectivamente, anunciaron que iban a tener un hijo. Por un lado, esto me quitó algo de presión, pero por otro, el humor de Aneka decayó. No me reprochaba nada, pero se lo notaba en la mirada y comportamiento, quería un hijo. La relación empezó a deteriorarse, y mi humor empezó a ensombrecerse. No sabía qué hacer. La quería, pero al mismo tiempo ya no la quería.

Con el embarazo, Dana se puso aún más bonita. En este caso, era cierto que las embarazadas se ponían más guapas. Aunque seguía vistiendo de la misma forma, nunca escote, se notaba que las tetas adquirieron más volumen. Mi mente ya calenturienta empezó a fijarse más de lo normal en ella. Hasta entonces había sido un pasatiempo, una chica en la que me fijaba, pero nada más allá. Me empezaba a preocupar que mi mente pensase habitualmente en ella. Cuando tuvieron el niño, Soren y Dana anunciaron que ella iba a dejar de trabajar a tiempo completo. Es más, iba a pedir una reducción de jornada para trabajar solo 2 días a la semana. Esto era bastante habitual en Dinamarca, país que ayuda bastante en la conciliación familiar. Sin embargo, en la práctica, especialmente para Dana que no había cumplido todavía los 30 años, supondría un parón en su carrera. Parecía convencida de ello y no preocuparle. En mi opinión, para una chica tan brillante y ambiciosa, era un error del que quizá no se estaba dando cuenta todavía.

Pasó un año. En la celebración del cumpleaños del niño, noté que Dana estaba más callada de lo normal, algo más sombría. La verdad, llevaba un tiempo sin ser la misma. Seguía estando preciosa, pero tenía un aire más triste. Aneka me contó que Dana tenía el ánimo más decaído desde el parto. Soren viajaba a menudo entre semana por el país, y estaba ella sola para cuidar al niño. Se estaba planteando volver a trabajar a tiempo completo, aunque Soren no estaba del todo de acuerdo ya que él viajaba y consideraba que el niño debía estar con uno de los padres. En cuanto a mi relación con Aneka, seguía igual. No estábamos mal, pero tampoco bien. Nos queríamos, pero había algo que nos estaba separando.

Mi trabajo también se convirtió en mi distracción. Los martes me había acostumbrado a ir a comer a un bar que estaba relativamente cerca. Era el único día que me permitía el lujo de tomarme tiempo de más para comer. No era casualidad que el bar estuviese también relativamente cerca de la casa de Dana y Soren. La había visto una vez mientras comía, hacía un mes paseando con el cochecito del niño. No sé muy bien qué estaba haciendo. Estaba peleando conmigo mismo. Cada martes iba al bar, me sentaba, y esperaba mirando por la ventana ver otra vez a Dana. Y ese día llegó. El día estaba desapacible, y presagiaba lluvia. Estábamos en primavera, por lo que a pesar del día, la gente ya había dejado el abrigo en casa y vestía más ligero. Estando sentado en la mesa, comiendo, observé que el cielo se cubrió completamente, y oscureció. Se esperaba lluvia, pero esto parecía que iba a ser una tormenta grande. Empezó a llover, primero de forma normal, para pasar a llover de forma muy fuerte. El viento se intensificó, la fuerza de la tormenta era inesperada. Las calles se vaciaron. Estaba ensimismado en mis pensamientos, cuando vi una mujer con un cochecito de bebé corriendo lo más que podía, y con una mano sujetando un paraguas que pronto rompió el viento. Era Dana, la había pillado la tormenta en medio del paseo. Estaba diluviando como no había visto nunca en los años que llevaba allí. Pagué rápidamente y salí en su ayuda. Crucé la calle y llegué hasta ella, ya prácticamente empapado en un par de segundos. Ella, que llevaba ya un rato debajo de la lluvia, estaba como si hubiese saltado a una piscina. Me miró sorprendida de encontrarme ahí, y sin decir nada, cogí el cochecito y empecé a empujar corriendo hacia su casa, mientras ella me siguió detrás. Llegamos a su casa, abrió la puerta y subimos a su piso por unas escaleras. Iba con un vestido blanco hasta las rodillas, de tela algo gruesa, sin mangas, sin escote como habitualmente. Ella iba delante y yo detrás con el cochecito a cuestas. El niño estaba algo mojado, aunque se había salvado de lo peor al llevar la capota puesta. Ella sin embargo estaba tan empapada que, a pesar de no ser un vestido de tela fina, y gracias también a que era blanco, intuí desde atrás el contorno de un tanga. Me puso a mil. Llegamos a su piso, y abrió la puerta rápidamente. Se dio la vuelta, tenía la cara algo manchada con el maquillaje de los ojos que se había corrido por la lluvia. Más allá de estar preocupada por su apariencia o por lo que yo pudiese ver o no, estaba preocupada y centrada, como buena madre primeriza, en calentar lo más rápido al niño.

– Voy a meterle en la bañera en agua caliente! – dijo apresuradamente.

Su cuerpo chorreaba agua en el suelo. Entonces, sin importarle lo más mínimo mi presencia ni prestarme atención, y para no mojar el suelo, se quitó los zapatos primero, y estando de espaldas a mí, bajó las manos a la parte inferior del vestido, lo agarró y empezó a subirlo. Me quedé paralizado. Estaba parado en el descansillo, agarrando con ambas manos el cochecito con el niño dentro, mi boca abierta por completo y mis ojos como platos. Delante de mí, y de espaldas, Dana levantaba con dificultad el vestido, ya que estaba pegado a su cuerpo por la humedad. Cuando llegó a la altura de la cintura, me recorrió un escalofrío por el pecho, oprimiéndolo. Al levantar el vestido dejó ver un tanga blanco, los extremos de unos 5 centímetros que al llegar al centro bajaba, disminuyendo en grosor y perdiéndose a medio camino entre sus nalgas. Qué culazo, ni un defecto, fuerte, tonificado por el continuo deporte que había comenzado al poco de dar a luz, me entraron ganas de follármelo ahí mismo. Siguió subiéndose el vestido, dejando a la vista la parte de atrás del sujetador. Al pasárselo por la cabeza, y por lo mojada que estaba, se quedó atascado, y ahí estaba intentando quitarse el vestido mientras yo observaba sin ningún rubor su increíble culo, moviéndose de un lado a otro para sacarse la ropa. Finalmente se lo consiguió quitar, y aceleradamente sin mirarme dijo que trajese al niño al baño. Desperté del trance, cogí al niño y lo llevé. Allí otra vez me quedé embobado. La bañera se estaba llenando, y Dana se acercó a coger al niño. Ahora la vi de frente. El sujetador enseñaba más que los bikinis que solía llevar, y pude ver más de lo que jamás había visto. Era un sujetador también blanco, ajustado, sus tetas lo llenaban completamente y lo rebosaban, y dejaba a la vista el canalillo entre ellas. Además al estar empapada, tenía agua por toda la piel, incluido sus tetas, parecía una película de adultos. Cogió al niño a toda velocidad para desvestirlo y meterlo en la bañera de agua caliente. Con el movimiento sus tetas botaban visiblemente en el sujetador. Yo no podía más. Nunca me había pasado, pero esto era de película. Me dio la sensación de que me iba a correr ahí mismo. Qué espectáculo. Metió al niño en la bañera, y por primera vez me miró para decirme que se iba a bañar con él, y yo podía usar el otro baño y coger ropa de Soren. Claramente era una invitación a irme. Reaccioné, salí, me sequé, me vestí, y dije desde fuera que me iba. No esperé a escuchar su respuesta. No sé si se había dado cuenta de cómo la miraba pero tenía que irme de allí lo antes posible. Sentí vergüenza. Llamé a mi trabajo y dije que me iba a casa, ya que me había pillado la tormenta en la calle.

Los días siguientes no escuché nada de ella, ni un mensaje de gracias, o de cualquier otro tipo. Me acojoné, pensé que la había cagado, se había dado cuenta seguro del repaso que la di con la mirada. El fin de semana fuimos a casa de los padres de Aneka, para la típica reunión familiar. La ocasión esta vez era hablar de la boda de Karl, el hermano mediano, que se casaba en 2 semanas con una chica con la que salía desde hacía un par de años. Estaba nervioso por cómo me recibiría Dana, o peor, por si le hubiese contado algo a Soren. Por fortuna nada ocurrió, es más, Dana, dentro del estado de ánimo algo más decaído que tenía, charló amigablemente conmigo y se disculpó por no darme las gracias antes por haberla ayudado el día de la tormenta. Sin embargo, parece ser que no se lo había contado a nadie, lo que me resultó raro.

La boda se celebró a mediodía, y por la tarde cenamos en un restaurante que tenía un club en el piso de debajo. Como es tradicional allí, a la cena y fiesta acudimos un grupo pequeño de los familiares más cercanos, unas 30 personas en total. El alcohol fluyó durante la cena, y después en la pista de baile. Tanto Aneka como Dana, necesitadas anímicamente de ello, iban bastante contentas. Dana vestía un elegante vestido rojo pasión por encima de las rodillas, sensual para lo habitual en ella. Era la fotógrafa oficiosa de la boda, por lo que iba con su móvil haciendo fotos. Se la veía animada, por fin después de tanto tiempo, aunque fuese fruto del alcohol. Era ya tarde, y no me había prestado especial atención hasta ese momento. Aneka estaba en un sillón, medio borracha, hablando con sus primos, y yo estaba de pie con mi copa apoyado en una mesa, cuando vi que Dana finalmente se me acercaba, sonriendo y caminando con cierto desequilibrio. Sin dejar de sonreír y a un metro de mí, dijo:

– Una sonrisa del chico más guapo de la fiesta!

Sorprendido por la espontaneidad, miré alrededor, y vi que Soren seguía en el club, hablando con algún familiar. Me pregunto qué hubiese pensado de esta afirmación. Se puso detrás de mí, alargó el brazo con el móvil en la mano para hacernos una foto. Entonces se acercó más para salir los dos, y noté que apoyaba su cuerpo en mi espalda. No se apoyó fuertemente contra mí, pero tampoco fue un ligero roce. Sentía claramente sus tetas, y estoy seguro de que ella se estaba dando cuenta de que estaba apoyándose con ellas en mi espalda. Puso su cara a unos centímetros de la mía, y sacó la foto. Un relámpago recorrió mi cuerpo, presionando mi pecho, los pocos segundos que estuvo apoyada contra mí. Me vinieron a la cabeza las imágenes de ella empapada, en tanga y sujetador, sus tetas apretadas dentro, botando, esas mismas tetas que ahora estaban apoyadas contra mi cuerpo. Mi polla empezó a dar saltos, mis piernas a flojear. Una vez hizo la foto, se alejó como si nada buscando alguien con quien hacerse más fotos. Yo por mi parte quedé hecho un flan, mi corazón latiendo fuertemente. Tenía que salir de allí. Dejé la copa en la mesa y me fui al baño. Eran los últimos momentos de la fiesta, y ya quedábamos pocos, por lo que el baño estaba vacío. Abrí el grifo, me mojé la cara y me quedé mirándome al espejo. Qué coño estaba pasando con mi vida. Entonces, en el espejo vi que la puerta del baño, detrás de mí se abrió. Me quedé de piedra. Dana estaba entrando. Me di la vuelta rápidamente del susto. Se acercó hacia mí sin titubear, mientras yo me quedaba hipnotizado por esos preciosos ojos azules que me miraban fijamente. Se abrazó a mi cuello, volvió a apoyar sus tetas contra mí, esta vez contra mi pecho, y enterró su cabeza sobre mi hombro. Esta vez se apretó fuertemente, sentía completamente sus tetas, y arrimó su cintura contra la mía. No supe cómo reaccionar, me quedé inmóvil. Mi única preocupación en ese momento era que alguien entrase y nos viese.

– Qué haces! – conseguí decir finalmente

– Por qué me mirabas así el otro día? – me dijo al oído

Me quedé helado. Entonces sí se había dado cuenta. Sin dejarme responder, Dana levantó su cabeza de mi hombro, y tras medio segundo en la que su cara quedó a unos centímetros de la mía, me besó. Estaba borracha, aun así no pude resistirme. Me encantaba la delicadeza de sus labios, no me podía creer que me estuviese besando con ella. Por un momento me olvidé de lo peligroso de la situación, y me dejé llevar. Tras unos segundos en los que ella estaba besando mis inmóviles labios, empecé a mover los míos también. Cerré los ojos, puse mis manos alrededor de su cintura, mientras ella seguía agarrándose a mi cuello, besándome cada vez más apasionadamente. Sus tetas presionando mi pecho, noté su entrepierna contra mi polla. Esto era demasiado, había fantaseado con este momento muchas veces, pero nunca imaginé que ocurriría. Mi polla no tardó en ponerse dura. Dana lo notó. Dejó de besarme, abrí los ojos. Me estaba mirando con esos preciosos ojos fijamente, mordiéndose el labio inferior sensualmente, estaba calentísima, y borracha, no tenía ya control sobre sí misma. Bajó su mano y me tocó la polla ya bien dura por encima del pantalón. Yo estaba alucinando, conocía a Dana desde hacía años, nunca me dio la impresión de que fuese tan atrevida. En ese momento, mi conciencia volvió a despertar, y asustado, la separé de mí. Qué estaba haciendo. Me estaba liando con la novia del hermano de mi novia, madre de un niño. Me dirigí a la puerta y salí apresuradamente. Por suerte, a los baños se accedía por un pasillo, por lo que la poca gente que quedaba en la fiesta, la mayoría pasada de alcohol, no nos vio entrar ni salir del mismo baño. Me dirigí a Aneka, que seguía en el sillón, la dije que me quería ir que estaba cansado, y que la esperaba fuera.

Desperté el día siguiente, domingo, con dolor de cabeza. Aneka se pasó el día en la cama, se había pillado una buena borrachera. Salí a caminar, mientras me comía la cabeza sobre lo que había pasado la noche anterior. A parte del remordimiento, había otra pregunta, egoísta, que no podía quitarme de la cabeza. Fue lo ocurrido consecuencia del día de la tormenta y del alcohol? O se había fijado ya antes en mí? No me atreví a escribirla, pero necesitábamos aclarar las cosas. No había sido un desliz con una desconocida. Éramos en cierto modo familia, y nos íbamos a seguir viendo sí o sí. Tenía que hablar con ella, tenía que mirarla a los ojos y asegurarme de que había sido un error, por mucho que hubiese fantaseado en el pasado con ella.

Soren iba a estar un par de días fuera esa semana. Dana trabajaba miércoles y jueves, por lo que el lunes estaría en casa. Y yo no podía esperar. Tomé una decisión impulsiva, quizá no muy reflexionada, estaba en un momento muy confuso. El lunes por la mañana me despedí de Aneka como si fuese a trabajar. Llamé a mi trabajo para decir que estaba enfermo, y me fui directo a casa de Dana. Esperé al otro lado de la calle hasta que vi marcharse a Soren. Entones crucé, y llamé al timbre. Solo esperaba que Dana no le hubiese confesado nada. No tenía ni idea de cómo iba a responder. Quizá no me quisiese ver. Me había convencido a mí mismo de que tenía que verla para aclarar las cosas. Pero era esto cierto? Era esta la única razón por la que necesitaba verla? En mi mente repetía una y otra vez el momento en el baño, la sensación que sus labios me habían provocado al tocar los míos, la sensación al sentir sus tetas, su mano tocando mi polla. Vivía una lucha interna.

De repente sonó el aparato y la puerta se abrió automáticamente, sin mediar ninguna palabra. Quizá Dana se pensó que Soren se había olvidado algo y abrió sin preguntar. Subí las escaleras, lentamente, mi corazón martilleando contra mi pecho. Llegué a la puerta, dudé un momento, y llamé. La puerta se abrió, y apareció Dana. Llevaba puestos unos leggings ajustados, y una camiseta sin mangas. Qué preciosidad de mujer. Se quedó muda. Esos increíbles ojos azules sorprendidos al verme. Yo tampoco sabía qué decir. Las palabras se atropellaban en mi mente. Finalmente habló ella.

– Qué haces aquí – dijo con voz temblorosa

– Tenemos que hablar de lo que pasó. Tenemos que arreglar esto lo antes posible, antes de volver a vernos con toda la familia delante – respondí

Se retiró, cabizbaja, quedando apoyada contra la pared. Entré cerrando la puerta, quedé enfrente de ella. Viéndola apoyada contra la pared, con la cabeza agachada, indefensa, derrotada, se me olvidó cualquier razón por la que había venido, y la abracé. Tras un segundo, subió los brazos para rodearme el cuello, y me devolvió el abrazo, mientras la oía sollozar. Nos quedamos un rato abrazados hasta que me separé ligeramente. Dana levantó la cabeza, y se me quedó mirando con esos ojos azules claros, llorosos ahora. Me miraban de una forma especial, me tenían atrapado.

– El niño está durmiendo – dijo

No entendí qué quiso decir, pero no hizo falta. Inmediatamente después, se acercó a mí para besarme, otra vez. Esta vez no había alcohol de por medio, sabía perfectamente lo que estaba haciendo. Estaba rendido a ella. No podía rechazarla, Aneka no era ya un elemento de fuerza suficiente para sentir culpa. Dana me tenía loco, esos ojos, esa bonita cara, esa cuidada melena rubia, esa figura atlética, esas tetas perfectas, ese culo increíble. El tiempo de remordimiento y cautela había pasado. La rodeé con los brazos y bajé las manos hasta su culo, agarrándolo. Qué culazo, que sensación al tocarlo. Nos besamos, la empujé contra la pared mientras la sujetaba del culo, ella me abrazaba fuertemente del cuello. Sentí sus tetas contra mí, y me pareció que no llevaba sujetador. Me gustaban sus suaves labios, tocaba su lengua con la mía. Tras un rato, me apartó para mirarme. Su expresión había cambiado. Volvía a ver en sus ojos la lujuria que vi en el baño. Me cogió de la mano y me llevó a su cuarto. Mientras caminábamos, iba mirando su culo de forma perfecta en esos leggings ajustados. Entramos y me empujó a su cama, todavía deshecha. Quedé tumbado bocarriba. Se quedó delante de mí, de pie. Bajó sus manos para agarrarse la parte inferior de la camiseta. Se quedó un momento así, con la mirada perdida, quizá dudando, quizá pensando en Soren, que había sido con bastante probabilidad su primer novio serio. Si daba este paso, ya no había vuelta atrás para ella. Salió de su pequeño trance, me miró y esbozó una pequeña sonrisa. Que Dana me sonriese así me hizo sentir especial, ya no me veía simplemente como uno más de la familia. Empezó a subir su camiseta de forma lenta. No creo que fuese su intención hacerlo de forma tan provocativa, más bien sus nervios no la dejaban ir más rápido. Noté que las manos le temblaban. Yo respiraba con rapidez, estaba a punto de ver lo que había soñado durante años. Descubrió su tripa plana, como la recordaba. Siguió subiendo la camiseta, y a continuación se produjo la imagen más sexy que hubiese visto nunca. Vi el contorno inferior de sus tetas, sin sujetador, como había pensado, lo que ya me provocó un sentimiento frío en el pecho. Iba a explotar, mi corazón acelerado como nunca, mi mente iba a la velocidad de la luz. Dana era un monumento de mujer. Al seguir subiendo la camiseta lentamente, las tetas se elevaron también, arrastradas por ella. Subió más, y finalmente las tetas se liberaron de la camiseta, bajando botando a su posición normal, mientras se terminó de quitar la camiseta por completo y la dejó en el suelo.

No se podía ser más sensual. No se podía estar más buena. Qué tetas tenía. Voluminosas, pero no grandes, bien sujetas en su sitio, con los pezones pequeños pero sexys. Dana, la novia del hermano de mi novia, madre de un niño, a la que conocía desde hacía años, con la que había hablado normalmente, parte de la familia, a la que lo máximo que había visto era en un bikini conservador, y a la que nunca me había siquiera imaginado que podría ver desnuda, estaba de pie, enfrente de mí, vistiendo solo unos leggings ajustados.

Me incorporé y la arrastré de la mano para tumbarse encima de mí. La agarré del culo, y la besé. Yo estaba nervioso, y ella también, pero la atracción mutua era grande, y la calentura empezó a vencer al miedo. Cogí los leggings del elástico y tiré hacia abajo, hasta dejarlos a la altura de sus muslos. Volví a subir las manos para ponerlas en su culo. Llevaba un tanga parecido al de la otra vez. El tacto de su culo era brutal, lo agarré con fuerza, dando Dana un suspiro al que acompañó con una pequeña sonrisa. Se levantó, se quitó completamente los leggings, y quedó de rodillas sobre mi cintura. Levanté las manos para tocar sus tetas. Suaves, las cubrí con mis manos, apretándolas, luego pasé a tocar sus pezones con mis dedos, excitándolos. Ella mientras desabrochaba los botones de mi camisa, quitándomela. Pasó entonces sus manos hacia abajo, centrándose en el botón del pantalón. Un escalofrío me recorrió el vientre, desde hacía años las únicas manos que habían estado por esa zona eran las de Aneka, a parte de la misma mano de Dana el otro día en el baño. Me desabrochó el pantalón y cremallera, mientras yo seguía disfrutando de sus preciosas tetas con mis manos. Se incorporó un momento para quitarme el pantalón y demás, dejándome únicamente con mi bóxer puesto, bajo el que se notaba ya una incipiente erección. Según volvía a ponerse de rodillas sobre mí, sus tetas se movían acordemente, libres. Me excitaban muchísimo. Se quedó mirando el bulto debajo de mi bóxer antes de ponerse encima de mí, para posteriormente mirarme a los ojos echándome una traviesa sonrisa. Esa mirada con esos ojos y esa sonrisa podrían parar guerras. Solo la tela de mi bóxer y de su tanga separaba mi polla de su coño, pero podía sentir el enorme calor que desprendía su entrepierna. Dana estaba cachonda como una mula. Se empezó a mover, restregando su entrepierna contra mi polla, mientras se agachaba para besarme, agarrándome la cabeza. Yo no desaproveché el momento para poner las manos en ese culo que tanto me gustaba. No iba a esperar más. Cogí el tanga de los lados y tiré para abajo. Ella me ayudó despegándose de mí, para que pudiese quitárselo del todo. Parece que ella tampoco quería esperar más, porque dejó de besarme, se incorporó y cogiendo el bóxer del elástico, empezó a bajarlo. Fue en este momento cuando pude verla por fin completamente desnuda. Tenía un coño tremendo, depilado y tan solo dejando una pequeña tira de pelo. Como había notado, estaba cachondísima. El coño estaba ya bastante mojado, se veía lubricado, más de a lo que estaba acostumbrado con Aneka. Entonces vi dos pequeñas gotas saliendo de su coño, deslizándose por su pierna. Estaba chorreando. Madre mía, pensé. Esto no lo había visto nunca. Qué follada me va a pegar.

Me quitó el bóxer y sin esperar un segundo se lanzó a por mi polla, metiéndosela en la boca por completo. Mi polla estaba dura, pero no completamente erecta. En cualquier caso, tardó solo unos segundos en llegar a su máximo dentro de la boca de Dana. Recorría el largo de mi polla despacio, pero sin descanso, con los ojos cerrados, se la veía disfrutar. Se sujetaba el pelo para que no le cayese en la cara, así también podía yo ver perfectamente su boca rodeando mi polla. Sus tetas colgando me ponían cachondísimo, me incliné un poco y alargué las manos para poder sujetarlas, sintiendo sus excitados pezones en las palmas de mis manos. Con una mano se sujetaba el pelo, con la otra sujetaba mi polla, o se apoyaba en mi muslo, momento en el que quedaba su boca como única sujeción. Levantó la mirada hacia mí, abriendo los ojos, con mi polla dentro de su boca. Me temblaron las manos, que estaban sujetando sus tetas. Era demasiado para mí, yo no podía con semejante mujer. Esos ojos azul claro brillante del mar, esa preciosa cara conocida durante años, familiar, prohibida, imposible, esa delicada boca de sensuales labios, que llevaba años viendo, y ahora estaban rodeando mi polla. Tenía que recomponerme o me iba a correr en segundos.

La atraje hacia mí, ella comprendió al instante. Se sacó mi polla de la boca, y se puso otra vez de rodillas sobre mí. Por sus muslos se deslizaban gotas. Cogió mi polla con la mano y se la acercó a la entrada de su coño. Se me pasó por la cabeza preguntar por un condón, pero estaba tan caliente que no dije nada, quería follármela a pelo. Ella tampoco lo mencionó. Mientras me miraba fijamente, mi polla empezó a entrar lentamente dentro, dándome un placer indescriptible. Tenía un coño estrecho a pesar de haber tenido ya un hijo, notaba perfectamente como la piel de mi polla se iba retirando según entraba más profundo. Pero gracias a lo mucho que estaba lubricando, entraba sin dificultad. Dentro la sentía caliente, el coño de Dana era un horno. Vi cómo apretaba los labios fuertemente de placer, una pequeña lágrima salió de sus ojos mientras me miraba. Mi polla entró por completo dentro. La cogí con las manos del culo y empecé a moverme. Ella me siguió, y pronto estábamos cabalgando a buen ritmo. Entraba y salía de su lubricado coño una y otra vez. Mi entrepierna chocaba contra su culo, el cual yo sujetaba con fuerza. Sus tetas botaban al ritmo de la follada, su melena se movía como una cortina con el viento. Dana jadeaba, gemía, suspiraba. Ya no era la novia de Soren, ni parte de mi familia, ni la cuñada y nuera perfecta de Aneka y sus padres, ni una amiga, ni una persona a la que conocía desde hacía años. Era mi mujer, entregada totalmente a mí.

Me iba a correr casi ya, pero quería seguir disfrutando del momento. La levanté y eché a un lado, indicándola que se pusiese a cuatro patas. Al lado de la cama, colgado en la pared, había un espejo estrecho, pero largo, y tuve una idea. La moví de tal forma que su cara quedó de frente al espejo, por lo que podía follármela a cuatro patas, viendo y sintiendo su magnífico culo, mientras en el espejo podía ver su bonita cara y tetas. No sé si se dio cuenta de que la quería ver en el espejo, Dana estaba solo concentrada en la follada que la estaba dando. En esa posición, con todo el culo de Dana delante de mí, acerqué mi polla a la entrada de su coño, y la metí sin ninguna dificultad. Empecé un movimiento cada vez más rápido de mete y saca, golpeaba con fuerza contra su culo con mi cadera, estrujándolo con fuerza con una mano mientras con la otra me sujetaba de su cintura. Sentía mis huevos balancearse cada vez que su culo detenía mi embestida una y otra vez. Su jadeo dio paso a un gemido cada vez más alto, hasta convertirse en gritos de placer cada vez que mi polla salía y entraba en su coño, entrecortados e interrumpidos por el fuerte golpe de mi cuerpo contra su culo. Esperaba por nuestro bien que a esas tempranas horas del día los vecinos no estuviesen en casa, si no Dana tendría un problema en explicar esos gritos de placer mientras su novio estaba de viaje.

Me iba a correr de un momento a otro. Levanté la mirada hacia el espejo. Dana estaba con las palmas de las manos apoyadas en la cama, sus tetas bailaban con cada arremetida, y su cara, esa preciosa cara, era la descripción literal del placer absoluto. Cerraba y abría los ojos, la boca medio abierta gimiendo y gritando, miraba hacia un lado, hacia el otro, hacia abajo, no se dio cuenta de que la estaba mirando por el espejo. Esta imagen fue la más morbosa de todas, la buena de Dana, cariñosa y atenta novia de Soren, madre de su hijo, disfrutando como una poseída de la follada que yo la estaba pegando. No aguantaba más, quería correrme dentro de ella, quería llenarla con mi semen, quería vaciar dentro de ella hasta la última gota que mis huevos almacenaban. Mi mente no pensaba racionalmente y no pregunté si podía correrme dentro. Ella tampoco dijo nada. Faltaba muy poco, sentí el cosquilleo típico que precede a la descarga. Embestí con todas mis fuerzas, más aún que antes, la estaba follando con rabia. Sentí presión en mis huevos, que seguían balanceándose con cada golpe. Un cosquilleo frío, la presión se trasladó a mi polla, y finalmente un sentimiento de descarga tremendo por toda la base hasta llegar a la punta, desde donde sentí cómo el semen salió con violencia, dentro del coño de Dana. Mientras me corría, la miré en el espejo, sus ojos cerrados con fuerza, cara desencajada y boca completamente abierta emitiendo unos entrecortados gritos de placer enormes que se tuvieron que oír hasta en la calle. Al mismo tiempo que Dana gritaba fuertemente y yo me empezaba a correr dentro de ella, sentí líquido descendiendo por mi polla, bajando por mis huevos y deslizándose por mi entrepierna y muslos. Pensé que era mi propio semen, dada la potencia de una corrida como no recordaba nunca. La sensación del semen cargándose en la base, el movimiento de espasmo en el tronco y la descarga por la punta se repitió unas veces más, cada vez con menos intensidad, haciéndome desfallecer al final por la brutal corrida. Mi ritmo también deceleró, quedando en una simple embestida brusca contra su culo en las últimas descargas. Al terminar de correrme, me dejé caer sobre la espalda de Dana, ella se dejó caer sobre la cama, y me tumbé a su lado. Me miré los muslos, el líquido que había descendido por ellos no era mi semen, Dana se había corrido al mismo tiempo que yo. Nunca había estado con una mujer que se corriese así. Dana quedó tumbada bocabajo, con su cabeza girada hacia mí. Sus bonitos ojos azules mirándome, con una pequeña dulce sonrisa. Por primera vez en mucho tiempo, vi un atisbo de felicidad real en ella.

 

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