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La casa de la playa (parte 6 y final)
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Tiempo de lectura: 13 minutos

A diferencia de Pedro y Pablo, quienes desde el amanecer habían estado haciendo algún tipo de actividad física, no necesariamente relacionada con sus oficios de carpinteros, mi novio había estado bebiendo sin realizar el más mínimo esfuerzo; por lo que era lógico que el alcohol hubiese hecho efecto en él mucho antes que nosotros.

Salí de la ducha sujetando a ambos chicos por el brazo, caminando alegremente hacia la recámara con actitud desenfadada; tambaleándonos un poco, pero sin dejar de bailar, deseosa de que esa noche nunca terminara.

—Disfruta el espectáculo amor —dije a mi novio al pasar a su lado, lanzando un beso con actitud de niña traviesa y mujer fatal simultáneamente, dejando en claro que lo que yo estaba por hacer era únicamente en su honor.

Como si fuera una actriz de películas para adultos en la audiencia para conseguir mi primer protagónico, yo estaba dispuesta a dar todo de mí con tal de que esa noche fuera inolvidable para todos. Aunque al parecer por el estado actual de mi novio, no tendría mucha audiencia en mi debut.

—Claro que sí… —respondió él sin poder concluir la frase, luchando por subir sus pantaloncillos y trastabillar al buscar donde sentarse.

Al haber alcanzado el clímax tan sólo un par de minutos antes, la estamina de mi novio había desaparecido de su torrente sanguíneo, por lo que la fuerza de gravedad lo atrajo hacia un sofá detrás de él, cayendo pesadamente. Y conociéndolo, como yo lo conocía, supe que en un par de segundos caería en los brazos de Morfeo. ¡Pendejo!

Yo preocupada por fornicar con aquel par de chicos, como si fuera una especie de tributo, y él se lo iba perder por no ser capaz de mantenerse despierto un poco más. ¡Definitivamente era un pendejo!

Aunque, por otro lado el que mi novio no estuviera en sus cinco sentidos, me daba carta abierta para disfrutar con Pedro y Pablo sin limitarme por el hecho de que él me estuviera observando. Hacía casi tres meses que yo no había estado con otro hombre, quizás menos no lo recuerdo con exactitud, por lo que era mejor que aprovechara la oportunidad. ¿Quién podía saber cuando volvería a agarrarlo tan borracho?

—Ésto es por ti amor —dije estirando la mano para alcanzar la cabeza de mi novio, simulando querer despeinarlo con actitud juguetona.

Ese aparentemente inocente gesto de mi parte no tenía otro objetivo que hacerlo perder el conocimiento al zarandear un par de veces su cabeza, lo que por lo visto funcionó al notar como cerró los ojos, cediendo ante una habitación que giraba a su alrededor, perdiendo la consciencia. ¡Perfecto!

Inmediatamente me arrodillé en medio de los dos chicos, pasando mi mano izquierda por debajo de la entrepierna de Pedro y la derecha por la de Pablo, para agarrarlos por los testículos. Apretando, suave pero firme, esos dos pares de albóndigas cubiertas de gruesos pelos despeinados.

—¡Pendeja! —exclamó Pedro en el momento que cerré mis dedos un poco más, jalándolos hacia abajo por sus partes nobles de manera que las puntas de sus glandes golpearon en mis mejillas.

Como había sido durante todo el día Pablo prefería guardar silencio ante mis perversas caricias, aun cuando su rostro reflejaba lo mucho que lo disfrutaba. Sonreí con malicia.

Mis labios saltaron de un miembro a otro sin poder decidirme por cual de los dos degustar primero. Deslizando mi lengua por toda su extensión, olfateando cada centímetro de aquellos dos enormes pedazos de carne. Sus olores eran rancios y agrios, picantes e inmundos, penetrantes e hediondos, pero me encantaban.

Todo aquel arduo trabajo físico que mi novio despreciaba se reflejaba en aquellas dos entrepiernas e ingles, al haberlas cubierto de sudor, arena y sal creando una mezcla de olores y sabores que curiosamente me tenían fascinada o intoxicada, ¡no importaba!, el resultado era el mismo, yo deseaba tener esos dos enormes miembros viriles en mi boca. ¿A caso mi pequeña cavidad en medio de mi rostro sería capaz de engullirlos? Yo contaba con eso o moriría en el intento, hablando en sentido figurado.

Primero probé el de Pedro, después de todo de los dos chicos era el que más me agradaba, abriendo la boca al máximo para poder introducir todo su glande y un poco más. Me encantaba como su miembro abarcaba cada centímetro del diámetro de mi cavidad bucal. ¡Delicioso!

—¡Qué rico! —exclamó Pedro al sentir como mis labios avanzaron y retrocedieron sobre su apéndice un par de veces.

Luego probé el de Pablo, el chico había resultado el ganador de la competencia de fotografía después de todo. Metí todo lo que pude de su anatomía hasta conseguir que su glande golpeara en la campanilla de mi paladar, provocandome temblar de emoción. La sensación fue grandiosa.

Tuve que abrir los ojos para percibir una fugaz y sutil sonrisa posarse sobre los labios del silencioso chico. Sino fuera por ese involuntario gesto hubiera pensado que yo no era buena practicando sexo oral. Afortunadamente su miembro fue más expresivo, tornándose rígido como una barra de hierro, sino yo podría haber terminado traumada por sentirme despreciada.

Extraje el pene de mi boca produciendo un gracioso sonido, al romper el efecto de succión de mis mejillas, que bien podría compararse con el de una ventosa pegada al vidrio por medio de un efecto de vacío, solo para inmediatamente volver a ocupar mi cavidad bucal con el miembro de mi otro amante.

De pronto, fui poseída por una inexplicable necesidad de pasar mis labios de un pene a otro, introduciéndoles cada vez más profundo en mi garganta, cada vez por más tiempo, cada vez más hambrienta, cada vez más voraz. Inundando mi paladar con una mezcla pegajosa de saliva y semen que burbujeaba de forma efervescente, al ascender por mis fosas nasales con un delicioso cosquilleo; en lo que un par de hilillos de un color blanco comenzaron a escurrir por las comisuras de mis labios. ¡Me sentía como una niña en una confitería!

“¡Diantres! ¿Cómo haré para tragarme todo ésto?”, pensé mientras degustaba el que, a mi juicio, parecía ser el más grande de aquellos dos miembros viriles; aunque no por mucho. En la posición actual, de rodillas con mi rostro a la altura de la cadera de los chicos, me era imposible alcanzar con mis labios los testículos de cualquiera de ellos al momento de engullirlos, ya que la cabeza de sus penes chocaba en la parte posterior de mi garganta.

“Algo se me ocurrirá”, me respondí a mí misma al conjurar que tendría que alinear el paladar con mi tráquea, al igual que un ‘traga sables’ circense, si quería comerme sin masticar ese suculento par de ‘chorizos’.

—¡Qué rico chupa la verga ésta puta! —exclamó Pedro al poner sus ojos en blanco. Era obvio que lo estaba disfrutando como loco. No lo culpo.

—Así es… —respondió Pablo en voz baja entre graves y ahogados quejidos, mientras mis manos jugaban con sus testículos al tomarlos por un par de pelotas anti estrés.

Sin poder contenerme más, extraje un lubricado pene de mi boca y tirando hacia arriba por su glande me lancé contra el primer par de albóndigas. ¡Las más gordas y carnosas que había probado en mi vida! Aunque podría equivocarme, recuerden que estaba muy borracha.

—¡Mierda, que delicia! —exclamó el afortunado dueño de ese órgano sexual.

Provoqué un vacío en mi boca para que el par de bolas de carne entrara sin esfuerzo, eso y el que la base del pene se encontrara obstruyendo mi nariz me hicieron perder el aliento por un segundo. ¡Ni siquiera cuando ambos chicos me mantuvieron bajo el agua de la piscina, sentí que me faltó el aire como en ese momento! Juro que casi me desmayo.

Pero haciendo gala de mi excelente condición física, aspiré fuerte para llenar mis pulmones con la pesada fragancia que se desprendía de aquella pestilente ingle. Con grandes lengüetazos comencé a peinar los gruesos cabellos púbicos que cubrían, casi en su totalidad, la superficie rugosa y áspera de aquellas deliciosas albóndigas. Estaba en el paraíso.

A regañadientas me desprendí del que consideraba el platillo principal en aquel ‘banquete’, sólo para prenderme ahora de las partes bajas del otro chico y rendirle la misma cortesía, mientras que con la mano masajeaba frenéticamente un bien lubricado pene.

Estuve así un par de minutos más, cambiando el miembro viril enfrente de mi rostro hasta que Pedro tuvo ganas de explorar otro de mis orificios.

—Arriba perra —ordenó de manera enérgica.

Pedro me puso en pie y empujó mi torso hacia al frente, de manera que mi tronco superior quedó a 90 grados con mis piernas.

“Gracias”, pensé en mi interior agradeciendo al universo, al reconocer que en esa posición, con mi paladar en línea recta con la garganta, cualquiera de los dos miembros pasaría limpiamente por mi boca hasta perderse dentro de mi cuerpo.

Pedro dirigió la cabeza en forma de hongo de su pene hacia mi vagina, en lo que Pablo se preparaba para fornicarme por la boca sin misericordia. Definitivamente tendría mucho que agradecer aquella noche.

Cual si fuera una serpiente, el enorme miembro de Pedro pasó por entre mis muslos para colocarse justo a la entrada de mi vagina, siendo ayudado por un par de mis dedos para facilitarle dar en el blanco.

—Así me gusta, flojita y cooperando —dijo el chico al notar mi mano en la cabeza de su pene.

Por su parte, Pablo me sujetó por el cabello en lo que colocaba su glande justo al frente de mi boca

De pronto mi cuerpo fue embestido por dos fuerzas opuestas, de casi igual magnitud, provocando que mi columna se doblara cual una acordeón en cada ocasión en que los chicos embestían, penetrándome coordinadamente, contra el delicado y hermoso objeto de deseo entre ellos.

Pedro embestía mi trasero con su pelvis, sujetándose a mi cadera con ambas manos. En lo que el miembro de Pablo golpeaba en lo profundo de mi garganta, frotando la punta de su glande contra mi amígdala de manera tan enérgica que llegué a pensar que terminaría por extirpármela. ¡Estaba completamente segura que mi otorrinolaringólogo no había llegado tan profundo en mi último examen médico!

Estuvimos así por varios minutos, con los chicos intercambiando posiciones en mi rostro y mi trasero, hasta que Pedro decidió que era momento de ir a la cama, por lo que bruscamente interrumpió nuestra coreografía.

—Ahora si te vamos a coger hasta por las orejas de manera que no te vas a sentar en una semana, puta de mierda —amenazó Pedro, ¿quién más si no él?

Ambos chicos extrajeron sus completamente lubricados miembros de mi cuerpo, en lo que Pedro, el macho alfa que se había hecho con el liderazgo esa noche, me jalaba por el cabello para ponerme en pie bruscamente, amenazando con penetrar todos mis orificios con el poderoso taladro que tenía bajo su cadera. Pobre ingenuo.

Si tan sólo él supiera, de cuantos hombres había escuchado esa misma promesa vacía no se sentiría tan confiado.

—¡No me amenacen cabrones, sólo háganlo! —exigí dejando claro que ansiaba tener esas enormes trancas dentro de mí, preferentemente al mismo tiempo.

Una sonrisa maliciosa se dibujó en los labios de Pedro al escuchar mi desafío, complacido por mi actitud altanera y soberbia, que impedía dejarme amedrentar por sus amenazas, aunque realmente lo estuviera.

El chico me empujó de espaldas sobre la cama, coloco mis piernas sobre sus hombros y en esa posición volvió a colocar su pene en la entrada de mi vagina; y utilizando todo su peso, unos 85 kilos aproximadamente, comenzó a penetrarme brutalmente. Prácticamente en la primera estocada consiguió llegar hasta lo más profundo de mi alma.

—¡Ay, así cabrón! —exclamé al no poder contener el enorme placer que experimenté al ser invadida con su enorme miembro—. ¡Cógeme más duro!

—Pablo, tápale la boca a ésta puta de mierda, que estoy harto de sus ‘mamadas’ —ordenó Pedro al referirse a mi actitud soberbia y altanera, no a mi habilidad para practicar sexo oral, de ésta nunca he recibido quejas.

Pablo saltó sobre la cama, cayendo con las rodillas justo a mi lado, y montándose sobre mi rostro consiguió hundir su pene justo en mi boca, de manera que sus testículos golpeaban en mi nariz y mi visión era tapada por su esfínter; y en esa posición comenzó a cabalgarme con pequeños saltos. ¡Era como si estuviera clavando una estaca en medio de mi rostro! Me encantaba.

Los chicos estuvieron penetrándome brutalmente hasta que de nueva cuenta el director de la ‘orquesta’ decidió que era momento de cumplir una promesa.

—¡Vamos, pinche puta de mierda, ponte en cuatro para darte verga! —exclamó Pedro al citar su frase final de conquista, la que había invocado en conjunto con Pablo más temprano ese mismo día, cuando los tres estuvimos jugando en medio del mar. Yo sonreí por el ‘romántico’ detalle.

Con una sola mano Pedro hizo girar mi cuerpo de manera que yo terminé encima de la cama apoyada en mis cuatro extremidades. No me importaba cual de los chicos se colocaba en cada uno de mis extremos; para ese momento a mi juicio los dos eran igual de viriles e imponentes. Quizás sólo uno de ellos contaba con alguna minúscula ventaja física sobre el otro en sus partes nobles; pero al final su gran amistad les había llevado a compartir todo. ¡Hasta las putas! ¿Quién era yo para romper esa amistad?

Pedro se colocó frente a mi rostro en lo que Pablo daba cuenta de mi trasero y de inmediato reanudaron su labor, embistiendo con energía contra mi frágil anatomía.

Ya me era imposible contener dentro de mis cavidades, la abundante mezcla de fluidos corporales de aquellos dos bien dotados machos y los míos propios.

Mi vagina hacía tiempo que segregaba una gran cantidad de mis propios jugos, que en combinación con el presemen de los chicos saturaron el ambiente con un olor rancio y visceral que quedaría impregnado en las sábanas por varios días, yo no pensaba lavarlas.

Mientras que por enfrente, los hilillos del liquido blanco que hacía un momento salían por las comisuras de mi boca, fueron remplazados por borbotones de una espuma espesa y pegajosa, la cual era expulsada a gran velocidad, como por una especie de volcán en erupción, en cada ocasión que el intruso atorado en mi garganta avanzaba y retrocedía frenéticamente; rasgando en el proceso mis cuerdas vocales.

“Quizás pueda quedar afónica una semana, pero valdrá la pena”, pensé aceptando los pro y contras de la salvaje faena sexual en que me encontraba.

El murmullo de las olas rompiendo en la costa que debería entrar por la ventana, el que había seducido al futuro propietario de la casa, fue remplazado por un rítmico jadeo de tres perfectos cuerpos fundidos en un sólo ente, vibrando sobre la cama, y los graves ronquidos de mi novio durmiendo en un pequeño sofá justo a lado.

De vez en cuando, los chicos tenían a bien intercambiar posiciones sólo para degustar el orificio en mi cuerpo que el otro poseía. A veces caminando de rodillas sobre la cama hasta su nueva posición, otras veces haciendo girar mi cuerpo con relativa facilidad.

Había perdido la cuenta de orgasmos que alcancé hasta ese momento, por lo que estaba agradecida por el esfuerzo sobre humano que ambos chicos estaban haciendo para evitar eyacular; pues en mi manera egoísta de pensar, aprendida de mi novio, esa noche sólo importaba mi placer y nada más.

—¡Prepárate pendeja, que vamos a darte el especial! —exclamó Pedro, sin poder ocultar el esfuerzo físico que le costaba evitar eyacular para mantener la erección, al extraer su miembro de mi vagina, cubierto con una sustancia babosa y traslúcida.

¿De que podría tratarse el ‘especial’ al que se refirió Pedro? No lo sabía, pero me moría de ganas por averiguarlo.

Casi de inmediato, un cosquilleo se apoderó de otro de mis orificios, uno que tenía reservado para utilizar sólo en ocasiones muy especiales, como si de una fina champagne se tratara: mi ano.

Era el miembro de Pedro que haciendo círculos alrededor de el que en otro momento debería ser un orificio de salida, se aprestaba a entrar sin invitación, como el macho que tanto me gustaba que fuera.

—¡Sufre cabrona, sufre! —exclamó orgulloso al momento en que, utilizando todas sus fuerzas, me empaló sin contemplación.

Por supuesto que la practica del sexo anal era parte de mi repertorio sexual, y no con miembros de tamaño promedio como el de mi novio dormido a un costado, sino de penes de hombres de verdad, de machos reales, grandes y gruesos, de buen calibre y longitud considerable, de esos con los que es una delicia fornicar por horas, aún así no pude evitar sentir un fuerte dolor punzante que hizo estremecer todo mi cuerpo, desde mi coxis hasta la nuca. Casi lloré.

Por fortuna el miembro de Pablo en mi boca ahogó mis gritos, de lo contrario quizás hubiera terminado por mostrarme débil ante ese chico al sentir ese enorme intruso perforar mis intestinos. No lo permitiría, disfrutaría de su virilidad y vitalidad al mismo tiempo que les dejaría claro que nunca volverían a estar con una mujer como yo, esa sería mi venganza final; aunque a decir verdad, ya no recordaba porque quería vengarme de esos humildes chicos en primer lugar.

—¿Querías verga? ¡Pues, come verga! —sentenció Pedro, bien convencido de que me estaba dando el mejor sexo de mi vida. Hasta ese día, eso era parcialmente cierto.

Los chicos detenían sus embestidas sólo para intercambiar lugares como se estaba haciendo habitual. Durante los pocos segundos en que mis cavidades se encontraban vacías aprovechaba para tomar ‘un segundo aire’, e incitarlos a continuar.

—¿Es lo mejor que tienen? —pregunté en tono de burla, obligándolos a retomar su afrenta sexual con excelente resultado.

—¡Ahora prueba tu propia mierda, pinche puta! —sentenció una vez más Pedro, después de haber cambiado lugar con Pablo.

No estaba en posición de negarme a nada, además de no querer hacerlo. Era un milagro que yo no me hubiera ahogado en la extraña mezcolanza que inundaba mi boca; la que ya no sólo sabía a semen y saliva, sino también tenía un ligero sabor amargo que debería deberse a mi propio material fecal, raspado de mi colon por ese par de penes con cabeza de hongo que luego introducían en mi boca para limpiarlos con mi lengua.

—¿Ves como si te gusta la mierda? —preguntó Pedro haciendo mofa de lo que él pensaba debería ser una humillación. No podía estar más equivocado

Yo sólo podía gemir de placer al sentir como ambos monstruos marinos, similares a las anguilas en tamaño y forma, intentaban encontrarse en medio de mi sistema digestivo al arremeter contra mí sin piedad; uno cavando por el orificio de entrada, el otro por el de salida. ¡Sublime!

Debo reconocer que ambos chicos tenían excelente condición física; de no ser así, hace mucho que ambos se hubieran ‘venido’ expulsando su semen dentro de mí. Seguimos así por un par de minutos más hasta que uno de ellos tuvo una brillante idea.

—Vamos a empalarla… —propuso Pablo en voz baja entre jadeos y gemidos.

¡Qué cosa! ¿A caso era posible lo que acababa de pasar? ¿Después de un día completo siendo el patiño de Pedro, finalmente Pablo, habiéndose emancipado, había tenido el valor para tomar la iniciativa y proponer como deberían ellos continuar gozando con mi cuerpo? Si ésto en realidad había pasado quiero pensar que fue gracias a mí. A la inspiración que una chica tan linda y elegante como yo, le había otorgado a su patética y mediocre personalidad.

—¡Vamos a empalar a ésta puta de mierda, para que nunca se le olvide quienes somos! —repitió con una clase de firmeza y autoridad que nunca había visto en ningún hombre, incluyendo a mi orgulloso novio. Estaba impresionada.

Ambos chicos detuvieron intempestivamente su labor extrayendo de mi cuerpo sus miembros, aun duros, cubiertos con una película blanca de nuestros fluidos corporales. Se pusieron de pie sobre la cama y jalándome por el cabello me pusieron en medio de ellos sin darme oportunidad a limpiar la espuma blanca que escurría por mi cuello.

Pedro se colocó frente a mí, en lo que Pablo, sujetándome por la cintura, me levantó para que su amigo colocara mis piernas en sus hombros y así mi cuerpo formara una “V” en medio de ellos; y en esa posición me clavaron sus duros miembros a la primera estocada. Pedro se apoderó de mi vagina y Pablo hizo lo mismo con mi ano, preparándose a sodomizarme.

—Ahora si vas a saber lo que es bueno —comentó Pedro, con mis piernas en sus hombros.

Era obvio lo que los chicos planeaban. ¡Me iban a dar una doble penetración estando yo en el aire! ¡Excelente!

Una vez que sus miembros estuvieron en posición prácticamente me dejaron caer sobre éstos, penetrándome tan violentamente que tuve que morderme los labios para evitar gritar. ¡Sentí que me moría! Pero valiente, contuve mis gritos y colocando mi mano derecha en el cuello de Pedro y la izquierda en el brazo de Pablo los incité a darme más duro.

—¿Ésto es todo lo que tienen, o quieren que despierte a mi novio para que les enseñe a coger como un verdadero macho?

¡Nunca los hubiera retado de esa manera! Ofendidos, y poseídos por una rabia demoníaca, comenzaron ha hacerme saltar sobre sus duros penes, aumentando la frecuencia de los saltos, impulsando mi cuerpo hacia arriba, lo suficiente para tomar impulso, pero no tanto como para abandonar mis orificios, para después dejarme caer nuevamente, utilizando la fuerza de gravedad a su favor para llegar más profundo en mi interior. ¡Cielos santo, juro que sentí las cabezas de sus penes ascendiendo por mi garganta! Estaba completamente fascinada.

—¿En serio crees que tu novio pueda cogerte mejor que nosotros? —preguntó Pedro con sarcasmo.

Mi silencio respondió por mí en lo que una sonrisa traviesa se dibujó en mis labios y la primera lagrima de alegría y placer escurrió desde mi ojo izquierdo; había sido atrapada en mi propia mentira en conjunto con los ronquidos de mi novio.

Estuvimos así un par de minutos más hasta que los chicos presa de su enorme excitación ya les fue imposible contenerse.

—Ya no aguanto Pablo —comentó Pedro frunciendo el ceño, indicándole a su amigo que ya estaba listo a descargar el contenido de su entrepierna.

Como su mejor amigo Pablo entendió el mensaje, por lo que sin previo aviso me dejaron caer de rodillas sobre la cama en medio de ellos y colocando las cabezas hinchadas de sus penes en frente de mi rostro, ordenaron con un par de golpecitos en mis mejillas que abriera la boca para recibir todo el fluido seminal que permanecía dentro de esas enormes bolas. Yo obedecí.

Y de pronto, como si estuvieran conectados telepáticamente, ambos chicos eyacularon casi al mismo tiempo, trazando dos sendos chorros de liquido blanco sobre mi rostro, inundando mi boca y mis fosas nasales con una cantidad impresionante de su ‘leche’, tibia y espesa. Al parecer, esos enormes pares de testículos no sólo eran ornamentales, sino perfectamente funcionales. Delicioso.

Totalmente fatigados, pesadamente se dejaron caer sobre la cama, en lo que yo, como si fuera una linda gatita sumisa y obediente, me dediqué a limpiar con mi lengua los residuos de esa tibia y rica ‘lechita’ que continuaba impregnada en los ahora languidecidos miembros de los chicos y sus marchitas bolas.

No estaba segura cuando exactamente había sido la última ocasión que había bebido tal cantidad de semen, pero de lo que si estaba segura es que esa no sería la última, pues la noche era larga y mis ganas de continuar fornicando aún más grandes.

Me sería posible describir con lujo de detalle toda la actividad nocturna que experimenté con aquellos dos bellos y bien dotados chicos hasta antes del amanecer, ya que en más de una ocasión las remembranzas de esa noche de sexo salvaje han asaltado mi memoria y la zona baja de mi abdomen; pero creo que caería en lo repetitivo. Sólo digamos que terminé con una fuerte jaqueca y un más fuerte ardor en la entrepierna y el trasero.

Al día siguiente, casi al mediodía, los chicos se despertaron para retirarse; mi novio se levantó con ellos para despedirlos, mientras yo fingía dormir para evitar tener que hacer lo mismo; al final de cuentas, en mis clases de Educación Sexual durante mi etapa de colegiala me enseñaron muchas cosas, pero ‘dar las gracias’ no fue una de ellas.

Cuando Pedro y Pablo finalmente se marcharon, me puse de pie rápidamente ignorando el dolor que invadía mi cuerpo. Salí de la habitación buscando a mi novio desesperada por saltar a sus brazos; agradecida por el excitante fin de semana que me había regalado. Él sorprendido se dejó consentir en silencio.

—¡Gracias amor! —agradecí genuinamente con voz dulce, deseando comérmelo a besos.

—No, gracias a ti preciosa —respondió él con una pícara sonrisa en su rostro—. ¡Ese par de pendejos ni siquiera me cobraron!

Ambos soltamos una fuerte carcajada al unísono con el comentario de mi novio. Definitivamente les habíamos hecho el día a aquel par de chicos, mi novio había conseguido ahorrar un poco de dinero y yo por mi parte había disfrutado de un excitante fin de semana, ¡cómo nunca hubiese podido imaginar! Todos habíamos salido ganando de una u otra manera.

Toda ésta singular experiencia me había hecho amar a mi novio aún más y confirmar lo afortunada que era al tener un hombre como él; dominante y completamente seguro de sí mismo, incapaz de sentir celos de otros hombres. Aunque claro está, siempre podría presentarse la oportunidad de terminar en la cama con uno que otro bien dotado chico; sólo para reafirmar lo acertado de mi decisión. Besos.

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