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La casa de la playa (parte 5)
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Tiempo de lectura: 9 minutos

En lo que Pablo se dirigió abrir la puerta yo bajé de la cama rápidamente ya sin preocuparme por cubrir mis encantos. Sin encender la luz, entré al tocador para meterme en la ducha a esperar por el veredicto de mi novio; quien como habíamos acordado, tendría la última palabra respecto a quién sería el ganador.

Razón por la que me pareció que lo más prudente era mantenerme alejada; mientras mi novio juzgaba las imágenes y de esa forma no interferir con su decisión. Además, así no llegaría a pensar ninguno de los chicos que yo tenía un favorito entre ellos dos; el cual si tenía de hecho.

El tocador era bastante lujoso, tenía una amplia tina de baño de mármol blanco, y una ducha con puertas de cristal templado, con una regadera empotrada en el techo que permitía al agua caer en forma de lluvia. Aun siendo lujosa la ducha no estaba pensada para dos personas; por lo que deduje acertadamente que habría bastante contacto físico, sin importar cuál de los chicos resultara ser el ganador.

Con la ducha siendo sólo iluminada por la lejana luz de la recámara, abrí la llave del agua para refrescarme un poco y calmar mis ansias en lo que mi novio tomaba su decisión. ¡Cielos, estaba súper excitada y mojada!

La fría agua que caía del techo escurrió por todo mi cuerpo despabilándome abruptamente, y eliminando cualquier rastro de embriaguez que quedaba en mi ser. A lo lejos, en la recámara, sólo se escuchaban las risas y obscenidades del juez y los concursantes.

—¡Miren bien la cara de puta con la que mi novia salió en esta foto! —exclamó entre risas una voz, posiblemente la de mi novio presumiendo orgulloso, alguna de las imágenes capturadas durante mi sesión de modelaje.

—¡No patrón, mire ésta otra foto, en ella su novia salió mucho más puta! —protestó alguno de los chicos, intentando influir en el veredicto de mi novio.

—¡Nada que ver, en esta foto sí que salió reputísima la muy cabrona! —refutó el otro competidor, tratando igualmente de inclinar la balanza a su favor.

—Cuánta razón tienes amigo —asintió momentáneamente mi novio—, ¡en ésta sí que salió reputísima la muy puta! —agregó siendo más que redundante.

Yo estaba que me moría de risa escuchando a los chicos discutiendo tan acaloradamente entre ellos por quien debería ser el ganador absoluto. Cada uno de ellos defendía su punto de vista con parciales argumentos; mientras mi novio reía nervioso, sin poder encontrar valor para tomar una decisión lo más justa posible. Supongo que nunca imaginó la clase de debate en la que habría de degenerarse nuestro inocente y erótico juego, ¡cielo santo, sólo faltaba que Pedro y Pablo intentaran sobornarlo!

A decir verdad, el que ese par de varoniles y atléticos chicos estuvieran, por todos los medios posibles, tratando de persuadir a mi novio de manera tan vehemente me hacía sentir de una forma muy especial; mucho más que una mujer que se sabe deseada… me sentía idolatrada.

—La verdad, yo pienso que en esta foto ella no pudo salir más puta… —dijo mi novio a modo de broma, manteniendo por unos segundos el suspenso de su irrevocable decisión—. ¡Por puta! —remató finalmente, provocando que todos estallaran en una sonora carcajada que hizo estremecer todo mi cuerpo; mientras el agua fría escurría inclemente por mi piel hasta caer al piso.

Independientemente de quien resultara ganador en la inusual competencia de fotografía, una cosa era más que segura: mi novio y los chicos habían quedado fascinados con las imágenes que Pedro y Pablo habían conseguido capturar de mi hermoso y sensual cuerpo. Sus gritos de júbilo y morbo no me dejaban ninguna duda de este hecho.

Comentarios en doble sentido y bromas subidas de tono conmigo como exclusiva protagonista, llegaron a ser la moneda de cambio con que los chicos intentaban pagar la predilección de mi novio al momento de tomar su decisión. Aún en mi prudente autoexilio podía escuchar perfectamente la gran mayoría de estas bromas, consiguiendo algunas incluso colocar una espontánea sonrisa en mis labios.

Toda esa algarabía en la habitación de junto me tenía sumamente ansiosa, y quizás un poco celosa, de la genuina camaradería que ellos como un grupo compuesto por hombres maduros y poseedores de una libido sana, ¡compartían a mis costillas!

Después de todo siendo yo la única mujer en kilómetros a la redonda, no tenía una compañera fémina con quien compartir ésta intensa sensación de adrenalina y excitación, la cual había mantenido mi cuerpo en un permanente estado de éxtasis durante todo ese grandioso día. Sin embargo, esa soledad de género en la que estaba completamente inmersa tenía otros beneficios, como el recibir la absoluta atención de tres hombres y sus duros miembros.

“Puta”, la piel se me ponía de gallina cada vez que escuchaba a mi novio o los chicos del otro lado de la puerta utilizar ese adjetivo para describirme. A la par que una descarga eléctrica corría por mi espalda desde mi nuca hasta mi coxis haciéndome temblar de emoción, pues me había colocado a mí misma justo en la posición que deseaba, en la de convertirme en la “puta” de todos ellos esa misma noche.

La fría agua que escurría por en medio de mis senos, chocaba con el horno en que se había convertido mi vientre inferior, sintiéndose tibia al terminar bajando por mis piernas. Mientras acariciaba desesperadamente con mis dedos el exterior de mi vagina, conteniéndome de introducirlos dentro de ella, porque en ese momento no quería tres dedos dentro de mí sino algo un poco más grande… bastante más grande y gordo de preferencia.

Mi excitación era tal que, no capté el momento en que las risas y murmullos afuera de la habitación fueron silenciados. Si no hubiese sido por la blanca luz artificial que iluminó repentinamente el lujoso cuarto de baño, no me hubiese percatado que el ganador, de la inusual competencia de fotografía erótica, estaba a punto de hacerme compañía en la intimidad de la ducha; subiendo mi temperatura corporal al máximo.

Me mordía los labios con ansiedad dando la espalda a las pisadas que se acercaban del otro lado del cristal, cuando escuché como la puerta de entrada al cuarto de baño era cerrada desde adentro.

“Gracias amor”, pensé en mi interior dibujando una espontánea sonrisa en mis labios, agradeciendo la privacidad que tan gentilmente mi novio nos otorgaba. Ahora era libre para hacer y dejarme hacer todo lo que quisiera; sólo faltaba averiguar quién había sido mi afortunado compañero de ‘ducha’.

Estaba desesperada por girar la cabeza para averiguar de una vez por todas con cual de los dos chicos tendría la oportunidad de saciar todos mis instintos. Los segundos en los que imaginaba que mi misterioso acompañante se desnudaba se volvieron eternos. Junté fuerte mis piernas tratando de contener mi voraz vagina que con silenciosos gritos solicitaba ser alimentara.

Y de repente, el más sublime sonido que había escuchado en toda la noche me hizo sonreír una vez más calmando mis ansias. Fue un ligero crujido, producto de la fricción del metal y el vidrio, que me indicaba que la puerta de cristal de la ducha había sido abierta; permitiendo que una ligera brisa envolviera mi cuerpo desnudo refrescando mi piel.

—¡Hola! —saludé sonriendo coquetamente, mirando sobre mi hombro el atlético cuerpo de mi compañero, fingiendo no parecer impresionada por esa magnifica anatomía.

—¡Hola! —respondió a mi saludo.

Él abrió los ojos grandes, como un par de platos, deleitándose con la perfección de mi cuerpo desnudo; mirándome de arriba abajo, mientras se mordía los labios con lujuria y sobaba su erecto miembro sin molestarse en ocultar su cara de alegría. Perfecto, yo había ganado la primera ronda.

—¿Puedo pasar? —preguntó el tímido Pablo, rompiendo con la erótica situación.

¡Cielos, era de esperarse! ¡Qué pregunta más idiota! Estábamos los dos desnudos en la ducha, ¡sólo un retrasado mental era capaz de hacer esa clase de pregunta! ¿Por qué no ganó Pedro?, pregunté al cielo buscando respuestas.

A estas alturas, esperaba que la anécdota que había escuchado momentos antes, en la que ambos chicos habían intercambiado entre sí a sus novias fuera realmente cierta, y no tuviera que verme en la necesidad de enseñarle a Pablo como fornicar. Porque 'servicio social' hace años que no hago.

—Tú sabes que sí cariño —respondí amablemente con un pícaro guiño de ojo, tratando de arreglar la situación.

Me recargué en la pared de la ducha para hacer espacio al fornido chico. Pablo entró sonriendo al pequeño cubículo de aseo individual; con su erecto miembro por delante, ¡se veía imponente! Rojinegro, largo y ancho; cubierto por abundantes cabellos ásperos y despeinados en su tallo. Y detrás de esa maraña, las dos enormes bolas de sus testículos que, hasta ese momento, sólo había tenido el gusto de conocer por el sentido del tacto; cuando previamente impactaron en la suave piel de mi rostro. ¡Tendría que inspeccionarlas más de cerca!

Definitivamente, en cuestión de sexo, mi novio y Pablo eran polos totalmente opuestos. Por una parte, tenía a mi novio, con un ego mucho más grande que sus partes nobles, pero que siempre tomaba la iniciativa en la cama sin dudar; un hombre que no desaprovechaba la menor oportunidad para fornicar o humillarme sexualmente. Tener sexo con él era placer garantizado de una u otra manera.

Y por el otro lado estaba Pablo, quien había sido generosamente bien dotado por la madre naturaleza. Pero que como una especie de broma cruel contaba con una bajísima autoestima, que lo hacía incapaz de colocar sus necesidades carnales por encima de sus absurdos complejos de inferioridad.

Suspiré resignada, ¿acaso era mucho pedir un hombre con lo mejor de ambos?, imploré al cielo nuevamente por su ayuda. Casi como si mi ‘hada madrina’ o ‘ángel de la guarda’ estuviesen esperando a que solicitara formalmente su ayuda, mis súplicas fueron contestadas cuando la puerta del tocador se abrió nuevamente.

—¡Abran paso al ganador! —gritó fuertemente Pedro con su burlona y blanca sonrisa al aparecer bailando en la puerta.

—¡Sí! —exclamé, iluminando mi rostro de alegría.

La respuesta a mis oraciones entró al cuarto de baño sin camisa, bailando graciosamente, doblando las rodillas al avanzar con pequeños pasos con actitud divertida; mientras desabotonaba sus pantaloncillos sensualmente para dejarlos caer hasta el piso quedando completamente desnudo.

Me mordí los labios viendo como su enorme miembro, colgando entre sus dos muslos, se movía de un lado a otro al ritmo de su sensual baile. Su pene no sólo era grandioso, tenía mucho mejor ‘actitud’ que el de Pablo; es decir, si fuera posible que un pene tuviera personalidad.

Estaba tan emocionada por la imagen del hermoso y atlético chico que bailaba desnudo del otro lado del cristal que me olvidé por completó de Pablo, que estaba igualmente desnudo, ¡justo a mi lado! Mucho menos pude percibir a mi novio, quien sonreía perversamente en el marco de la puerta de entrada sujetando su entre pierna poseído por el morbo que le debería provocar la escena frente a él. ¡Pobre, esto apenas comenzaba!

Sin dejar de bailar, Pedro hizo un giro, marcando el ritmo con un par de nalgadas en su glúteo derecho, provocando que me doblara de risa frente a Pablo, al grado que mis glúteos tocaron su duro miembro sin que él pareciera reaccionara. Supongo que también estaba hipnotizado por el baile de su amigo.

Marcando ahora el ritmo con sus brazos, Pedro se dirigió hasta la puerta de cristal; mientras yo trataba de conjugar, como haríamos para poder entrar todos en tan reducido espacio. Quizás mi novio, debió haberse detenido un minuto más para pensar mejor en las dimensiones reales del premio de su improvisada competencia de fotografía.

—Éramos muchos y pareó la abuela —dijo Pedro en tono de broma abriendo la puerta, refiriéndose al reducido espacio de la ducha en la que se disponía a entrar.

—Entra ya, que si hay espacio para uno más —dije yo, recargando mi cuerpo contra el de Pablo, de tal forma que mis senos chocaron con su pecho, y su duro miembro terminó pasando entre mis muslos.

Aunque, por otro lado, el hecho de estar apretujada en medio de dos hermosos chicos totalmente desnudos, no me molestaba en absoluto. Gracias al cielo, mi novio era muy malo cuando de dimensiones espaciales se trataba; “después de todo, sólo es un abogado”, pensé excusándolo.

—¿Dónde está mi premio? —preguntó Pedro en forma retórica, pues sabía perfectamente cuál era su premio.

—¡Aquí está! —respondí innecesariamente, moviendo mi cadera contagiada por el sensual baile.

—¡Cielos! —exclamó Pablo excitado, al momento que su miembro hacía círculos al ser frotado por mis muslos ‘accidentalmente’.

“¿Qué, acaso había otro chico ahí?”, pensé. Pablo debería sentirse en deuda de por vida con su amigo; si no fuera por Pedro, quien que con su actitud alegre venía al rescate, esta situación probablemente hubiese terminado en un fiasco.

Al igual que Pablo, Pedro entro en el pequeño cubículo con su erecto y duro miembro por delante. El espacio era tan reducido, que su pene hizo contacto con mis glúteos antes de que él terminara de entrar en la ducha. Un escalofrió invadió mi cuerpo provocándome un espasmo en el vientre que me hizo sujetarme a Pablo espontáneamente.

—¡Ay cabrón! —grité aferrada a Pablo.

—Tranquila putita —dijo Pedro en voz baja en tono de broma, sujetándome por la cintura con ambas manos.

El cabello de mi piel se erizó, al sentir deslizar la cabeza del pene de Pedro por la raja de mi trasero. Mi cuerpo quedo prensado en medio de los dos chicos, mientras sus duros miembros se reunían en medio de mis muslos.

—¿Eres tú Pablo? —dijo Pedro en tono de broma, refiriéndose al contacto entre sus penes bajo mi vulva.

Solté una carcajada al escuchar la oportuna broma de Pedro; nunca en la vida hubiese imaginado encontrarme en una situación tan singular como esa. Por supuesto que ya antes había compartido una ducha con dos chicos; pero enfrente de mi novio, ¡jamás!

Pedro cerró la puerta de cristal, quedando los tres tan apretujados que sentíamos como nuestros abdómenes se expandían y contraían al respirar. Imposible que el agua fría que caía del techo llegara hasta el piso sin antes evaporarse la mayor cantidad de ésta; a causa de la alta temperatura de nuestros cuerpos desnudos que se frotaban lujuriosamente entre sí con el más pequeño movimiento.

¡No daba crédito a la inverosímil situación! Una vez más, mi respiración comenzó a acelerarse al tiempo que mi vientre se hundía en mis costillas. Junté las piernas para sujetar firmemente los miembros de ambos chicos entre ellas, provocándoles un espasmo ahora yo a ellos; mientras trataba de masajearlos con un gracioso baile como si tuviera ganas de orinar, lo cual era cierto.

—¡Mierda! —gritaron ambos chicos, o quizás sólo uno, al sentir mis ingeniosas caricias.

—¡Vamos a darle! —exclamé animosamente, invitando a los chicos a que siguieran el paso de mi baile.

Nuestras caderas se sincronizaron casi de inmediato al ritmo de la sensual y húmeda coreografía. Con mi mano izquierda limpié el agua del muro de cristal, para poder echar un vistazo hacia afuera, hacia donde estaba mi novio parado en el marco de la puerta; masturbándose enérgicamente.

Yo me mordía los labios traviesamente, al tiempo que nuestras miradas se cruzaban. Él me sonrió al verse sorprendido estimulando su pene; era obvio que estaba disfrutando el espectáculo, quizás más que cualquiera de nosotros.

“Disfrútalo princesa”, dijo mi novio sin pronunciar palabra; olvidándose de acariciar su miembro por unos segundos para poder levantar ambos pulgares como señal de aprobación.

Ahora todo estaba claro. Al haber quedado mi novio complacido, con las fotografías que ambos chicos habían conseguido de su hermosa y sensual novia, salomónicamente había decidido declarar un empate otorgando a Pedro y Pablo el derecho a recibir ambos el premio prometido. ¡Esto no podía haber salido mejor!… o ¿tal vez sí?

Repentinamente mi novio cerró la puerta tras de sí, quedando él dentro del tocador. Por un segundo consiguió capturar mi atención, al preguntarme a mí misma con que nuevo jueguito seguiría ahora. Y antes de que otra cosa pasara, mi novio alcanzó el interruptor de la iluminación para apagarla y terminar completamente a oscuras.

—¡Sí! —gritamos eufóricas las tres personas adentro de la ducha.

En total oscuridad, teníamos carta libre para hacer algo más que sólo ducharnos enfrente de mi novio; por supuesto que no desaprovecharíamos la oportunidad que se nos presentaba. De repente mi cuerpo fue invadido por dos pares de manos, que ávidas competían entre ellas por acariciar cada uno de mis encantos. Mis senos y mi vulva fueron los más solicitadas, sin olvidar, claro está mi apretadito ano.

De vez en cuando, uno o varios dedos llegaban hasta mis labios, sólo después de haber visitado algún otro de mis orificios; permitiéndoles introducirse por mi boca para degustar el sabor de mis propios fluidos corporales, combinado con la savia de aquel par de bellos chicos. ¡Sabía exquisito!

Cada cierto tiempo mi novio encendía la luz por sólo unos segundos, logrando atrapar a ambos chicos infraganti, acariciándome con ambas manos o frotando su miembro contra mi cuerpo. Sólo para él terminar señalándonos con su dedo acusador, fingiendo estar reprendiéndonos antes de volver a apagar la iluminación.

Estuvimos en esa morbosa situación por unos minutos más hasta que mi novio finalmente eyaculó, dejando la luz encendida. Esto me pareció injusto pues yo ni siquiera había tenido el placer de sentir uno de esos hermosos y duros penes dentro de mí. Pero antes de que pudiera protestar, mi novio abrió la puerta del tocador, indicándonos que era hora de ir a la recámara para continuar con nuestra pequeña orgía.

—¿Se van a quedar ahí? —preguntó mi novio en forma retórica en evidente estado de ebriedad.

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