Era un soleado viernes de verano cuando mi novio y yo estábamos por llegar a una remota playa; donde se encontraba nuestra futura residencia de descanso, al menos por ese fin de semana. Somos de la ciudad de México y ambos tenemos 24 años. Mi novio es abogado, especializado en la compra y venta de inmuebles; yo soy arquitecta. Tuvimos la dicha de conocernos hace casi 2 años cuando trabajábamos en un proyecto en común para una constructora y de inmediato comenzamos a salir como pareja.
Mi novio tiene muy buen ojo para los bienes raíces, por lo que le va muy bien económicamente hablando. En ese día íbamos a revisar los últimos detalles de la remodelación de una casa de playa antes de entregarla a su nuevo dueño. Siendo una de las ventajas de dedicarse a este negocio, la oportunidad de poder utilizar la propiedad en cuestión durante el tiempo que se realiza la transacción de compra-venta.
Como la casa estaba ubicada a un par de horas de la zona urbana más cercana, la habíamos conseguido a muy buen precio de su antiguo dueño a quien le resultaba incómodo los traslados.
Pero por ésta misma razón, al encontrarse tan retirada contaba con una playa prácticamente de forma exclusiva para quien valorara su privacidad. Por lo que no se necesitó mucho tiempo para encontrar quien estuviera interesado, sólo era necesario realizar una remodelación la cual ya estaba en su fase final.
El plan era llegar ese día a la casa antes de mediodía, comprobar que se finalizaran los últimos retoques de la remodelación, pagar a los obreros y despacharlos para después poder disfrutar de un fin de semana en pareja antes de entregar la casa el siguiente lunes. Por esta razón llevábamos exclusivamente ropa de playa y algunas provisiones, licor principalmente, para esos tres días.
La casa original tenía un diseño clásico, por no decir anticuado, por lo que la mayoría de las remodelaciones habían sido con el propósito de modernizarla, favoreciendo la convivencia en las áreas comunes. Se había derribado el muro de la sala principal para unirla a la piscina, que se encontraba en la parte posterior, justo sobre la playa; por lo que tenía una vista maravillosa desde prácticamente cualquier habitación.
Al entrar a la casa nos encontramos con dos carpinteros, a quienes mi novio había contratado para instalar los armarios y canceles de las habitaciones. Ellos eran Pedro y Pablo, dos chicos de un poblado cercano que realizaban trabajos de carpintería y construcción en general por su cuenta. Ambos eran morenos altos y fuertes, de musculosa anatomía, como de 20 años aproximadamente. Debido al calor y la humedad del día, se encontraban trabajando sin camisa, cubiertos de sudor y arena por sus musculosos torsos; por lo que pude percibir su fuerte olor de hombre cuando nos acercamos a saludar cortésmente.
Yo vestía algo cómoda, nada glamorosa, sólo una blusa blanca de botones, unos pantaloncillos tipo safari y un par de sandalias de playa; sin una gota de maquillaje en mi rostro, previniendo que este se corriera a causa del calor y humedad del ambiente. Aun así, los chicos no dejaban de mirarme con interés; lo que al principio me incomodó un poco, pues yo no los conocía muy bien. Pero luego razoné que esto era lógico, dado que llevaban ahí varios días y no había otra mujer presente en kilómetros.
Mi novio había contratado directamente a los dos chicos para evitar utilizar un contratista; ya que él tiene la idea que estos suelen elevar los costos de la obra. Esto conlleva a que frecuentemente se le pasen algunos detalles por no conocer los tecnicismos de la industria de la construcción. Ese mismo día, había ocurrido un incidente con las puertas de los armarios de algunas de las habitaciones que estaba retrasando los trabajos.
Al parecer el proveedor de éstas había entregado unos días antes unas puertas que no embonaban en el espacio destinado a los armarios; por lo que los chicos no habían podido instalarlas. Mi novio estaba furioso, sin poder desquitarse con nadie ya que el error había sido totalmente de él; al no considerar las dimensiones reales de los empotrados de las puertas.
Habló por teléfono con el proveedor buscando una solución; pero ésta no resultaba práctica, ya que demoraría 2 días más en lo que venía a recoger las puertas para llevarlas a su taller y poder corregir el excedente. Lo que era inaceptable tomando en cuenta nuestro plazo de entrega para la casa; ya que, al haber solicitado un préstamo para adquirir la propiedad, cualquier retraso en finiquitar el mismo causaba el cobro de intereses que desvanecerían nuestra utilidad en un ‘dos por tres’.
Al final, Pedro y Pablo ofrecieron realizar ellos mismos los ajustes a las puertas para poder instalarlas, lo cual implicaba que no terminarían las remodelaciones hasta el siguiente día temprano por la mañana.
Sin ninguna otra opción, mi novio aceptó la oferta, no sin antes negociar la tarifa que exigían los chicos por efectuar ese trabajo extra. Evidentemente ésto cancelaba nuestros planes para un fin de semana romántico solo nosotros dos, pero no había nada más que pudiéramos hacer, la casa se tenía que entregar en la fecha acordada.
Ambos chicos se pusieron a trabajar en una de las habitaciones de huéspedes; en lo que nosotros bajábamos nuestras cosas del coche para llevarlas a la recámara principal. Después de instalarnos, mi novio se sentó en el sofá frente a la piscina y comenzó a beber una cerveza tratando de desestresarse. De igual manera yo, en el papel de su novia, lo acompañé sentándome a su lado para confortarlo con mis caricias intentando hacerlo olvidar ese mal rato. Unas cuantas cervezas después su estado de ánimo mejoró un poco.
—Preciosa, ¿por qué no vas y te cambias para que disfrutes un rato de la piscina? —sugirió cariñosamente, alegre por el alcohol.
—¿Enfrente de los chicos amor? —pregunté preocupada, por tener que vestir uno de mis diminutos trajes de baño ante la vista de dos desconocidos.
—No te preocupes por esos pendejos, ellos están trabajando en la habitación del fondo de la casa —respondió mi novio despectivamente—. Además, les alegrarías el día, porque es seguro que nunca volverán a ver una mujer tan hermosa como tú en su vida —agregó en tono de broma, burlándose del origen humilde de sus empleados.
Para quien no lo conocía, ciertamente mi novio podría ser algo altanero y pedante. El tipo de persona que siempre buscaba sacar provecho de los demás y que cuando se presentaba una oportunidad, no dudaba en humillarte sólo por diversión. Sin embargo, era muy trabajador, con una gran determinación y ambición que me habían hecho enamorarme de él desde que lo conocí; pues sabía bien que llegaría muy lejos profesionalmente. Un hombre habituado a luchar por lo que quiere y restregártelo en la cara.
Yo sonreí con su manera tan particular de halagarme y accedí a su petición sólo para complacerlo; después de todo a que mujer no le gusta sentirse deseada. Además, “¿qué objeto tiene tener una novia tan hermosa como yo, si no la puedes presumir a otros hombres?”, razoné contagiada por su soberbia.
Y la verdad, es que sí me considero muy atractiva. Mido 1.75 metros de estatura, con un lindo rostro, piel blanca, hermosos ojos color miel, cabello castaño claro; una hermosa silueta muy bien proporcionada, dos redondos y voluptuosos senos al frente, vientre plano y un trasero firme y respingado. Atributos físicos que no dudo en utilizar para persuadir a mi novio, o cualquier otro hombre, a que cumpla mis caprichos.
Fui a la recamará principal, para ponerme un traje de baño con que meterme a nadar en la piscina. Escogí uno con estampado en verde, que sabía que a mi novio le encantaba y regresé a su lado para terminar de beber mi cerveza.
—¡Te ves buenísima! —exclamó mi novio tan pronto me vio, jalándome del brazo para sentarme en su regazo.
Yo sonreí indiferente, en lo que él se daba gusto besándome vorazmente en el cuello y manoseaba con lujuria mi cuerpo. Su entusiasmo duró poco a causa del alcohol en su sangre por lo que procedí a dejarlo por el momento, despidiéndome con un tierno beso para ir a refrescarme un poco nadando en la piscina frente a él.
Debido al calor de la tarde, el agua se sentía deliciosa; por lo que no batallé en dejarme llevar, enajenada completamente, flotando libremente de lado a lado por toda la piscina. Cerré los ojos para poner mi mente totalmente en blanco, ajena a lo que ocurría a mi alrededor; ayudada también en gran medida por el alcohol. Razón por la que no pude percibir la invasión a mi privacidad de la que estaba siendo objeto.
Llevaba varios minutos deslizándome sobre la superficie del agua apaciblemente, cuando un pequeño ruido a lo lejos llamó mi atención. Salí de mi trance sólo para encontrarme hurgada por las miradas morbosas de los obreros; que en forma furtiva me espiaban desde la ventana de una de las habitaciones.
Traviesos e indiscretos, murmurando entre ellos; seguramente acerca del hermoso y escultural cuerpo que se exhibía frente a sus ojos, tan cercano e inaccesible a la vez. No pude evitar sentir pena por ellos al reconocer que jamás tendrían la oportunidad de estar con una mujer como yo; pero imitando la actitud soberbia de mí pareja decidí ignorarlos con desprecio.
Después de un rato de estar bajo el escrutinio de aquellos chicos; mi novio, bastante ebrio, se acercó a la piscina para traerme amablemente algo que beber. Al darse cuenta del atrevimiento de sus empleados no pudo ocultar su molestia; por lo que comenzó a increpar a los pobres chicos con palabras altisonantes y algunas bromas de muy mal gusto.
—¡Pónganse a jalar si quieren tener una vieja igual de buena, par de huevones pervertidos! —gritó un poco en broma, un poco en serio bajo los influjos del alcohol.
Los chicos sonrieron ignorando las soeces palabras de mi novio. Se suponía que se habían comprometido a terminar de instalar los armarios en ese mismo día; pero con mi perturbadora presencia interrumpiendo su concentración, no paraban de regresar a su posición en la ventana con cualquier excusa ansiosos por continuar apreciando mi cuerpo.
—¡Órale cabrones!… Si tantas ganas tienes de ver a mi vieja … acérquense para que la vean bien —exclamó mi novio tartamudeando por el alcohol.
En lugar de molestarme por la indiscreción de los chicos o las bromas de mi novio, yo lo tomé de buen humor riendo divertida por la situación. Aunque para ser sincera, el hecho de que esos dos jóvenes se sintieran atraídos por mi físico me hacía sentir halagada incrementando mi vanidad en gran manera. Y como mi novio estaba presente no tenía ningún motivo para sentirme vulnerable o en peligro, por lo que continué exhibiéndome delante de aquellos dos extraños.
—¡Ni te rías… que tú vas a ser quién pague el tiempo extra que… se demoren estos pendejos! —amenazó mi novio siguiendo con sus pesadas bromas, antes de beber un poco más de su cerveza.
Pasaron un par de horas con mi novio y yo entrando y saliendo de la piscina para regular nuestra temperatura, según nuestro termostato corporal lo indicara. A estas alturas él ya se comportaba más que sólo cariñoso, aprovechando cualquier oportunidad para echar mano a mis encantos bajo el traje de baño.
—¡Te quiero coger perra! —exclamó vulgarmente en el oído, antes de plantarme un enorme beso en el cuello.
Tan pronto escuché esas sucias palabras comencé a sentirme excitada. Si había alguna cualidad que me había hecho enamorarme de mi novio era su actitud dominante y segura; cualidades de gran utilidad en el mercado inmobiliario pues frecuentemente defender el punto de vista propio, aun cuando uno esté equivocado, puede ser la diferencia entre conseguir una jugosa ganancia o sufrir una desastrosa pérdida.
Como se han de imaginar, es casi imposible que el carácter fuerte de una persona se mantenga confinado al mundo de los negocios solamente. Motivo por el que en la intimidad de la recamara era mi novio quien siempre debería tener la última palabra, o al menos debería parecer que fuese así, por lo cual no era algo habitual que yo le negara sexo.
Sin embargo, la situación actual era un poco diferente. Aunque ya no se escuchaba ningún ruido de los chicos, y la oscuridad cubría casi todo alrededor de la piscina, al principio dudé en acceder a su petición pues sabía que no estábamos completamente solos aquella noche.
—¿Quieres ir a la habitación amor? —pregunté tímidamente, preocupada por tener más de un par de ojos sobre mí cuerpo desnudo mientras hiciéramos el amor.
Mi novio sin embargo me miró con un gesto de desdén, decepcionado por mi aparente genuina modestia. Sus ojos se dirigieron por un segundo hacia la última habitación, donde momentos antes habían estado trabajando aquel par de chicos; sólo para clavarlos nuevamente en mí de manera inquisidora.
—¡No seas tonta! —reprendió mi novio—. ¿Para qué quieres una casa en la playa, sino puedes coger al aire libre cuando se te antoje? ¿O acaso crees que los futuros dueños dejarían de coger sólo porque sus sirvientes se encuentren en la casa? —preguntó obscenamente en forma retórica, con una sonrisa de lujuria en su rostro—. Así que ve acostumbrándote chiquita, porque cuando tengamos nuestra propia casa de playa también tendremos muchos sirvientes a nuestro alrededor —concluyó en tono de broma.
Su argumento me dejó sin palabras, pues aún con los estragos del alcohol la lógica de mi novio era perfectamente válida. Habíamos llegado hasta ese remoto lugar, en aquel caluroso día, con el único objetivo de disfrutar de un poco de intimidad al aire libre. No existía razón alguna para que un par de simples obreros, nos privaran de algo por lo que ambos habíamos trabajado tanto; que nosotros merecíamos por derecho.
Por otro lado, el morbo que me provocaba saber qué tan sólo unas horas antes había sido observada con deseo por aquellos dos desconocidos; había dejado en mí un extraño cosquilleo difícil de explicar. Definitivamente estaba muy excitada y con ganas de fornicar. Sonreí sin tener nada más que objetar frente al razonamiento de mi novio (después de todo era un gran abogado), dispuesta y ansiosa por la oportunidad de tener sexo al aire libre.
Condescendientemente, me dejé caer en sus brazos, premiándolo con apasionados besos, que viajaron lentamente desde sus labios hasta su velludo pecho.
Aun cuando mi lengua se encontraba levemente adormecida, pude saborear sobre su piel, el salado sabor que la cerveza y el sudor habían dejado. Como un reflejo apreté suavemente mis labios, procurando sujetar varios de sus gruesos cabellos pectorales con el fin de tirar de ellos levemente con malicia.
—¡Pendeja! —exclamó mi novio, con un gesto de dolor al sentir mis perversas caricias sobre su torso.
Pero sus protestas no me harían desistir, sino todo lo contrario, me alentaban aún más. Por lo que siguiendo con mi jugueteo me concentré en la sensible área de sus pezones; mordisqueándolos repetidamente provocando que sus graves quejidos se incrementaran aún más en frecuencia e intensidad, rompiendo el monótono silencio de la noche.
—Sigue así —suplicó fingiéndose valiente; tolerando un poco más el dolor.
Ciertamente la anatomía de mi novio distaba mucho de ser una con la que toda mujer sueña en un hombre. Un cuerpo un poco obeso, algo flácido y con una abultada barriga lo descalificaban de cualquier competencia de físico culturismo. De igual manera, su miembro viril no le hacía justicia a su enorme ego; siendo este apenas de un tamaño 'promedio', en el mejor de los casos.
En lo personal, siendo yo una chica tan bella y ‘social’ que gustaba de divertirse desenfrenadamente, había tenido la oportunidad de gozar fornicando salvajemente con hombres realmente muy bien dotados, con miembros mucho más grandes y gruesos que el de mi novio (algunos incluso después de haber formalizado mi relación con él). Pero aquellos encuentros habían sido fortuitos, resultados de alguna noche de copas, instinto animal principalmente; a mi novio lo amaba con todo mi corazón.
Mis sentimientos por él eran tan sinceros y genuinos que me había sentido obligada a confesarle todo acerca de esas carnales aventuras. Quizás un poco amparada en el hecho de que su gran ego, le impedían sentir celos de cualquier otro hombre con el que yo hubiese estado en el pasado… o en el futuro.
Continué con mis caricias bajando por su cuerpo, mordisqueando con mis suaves labios su abultado vientre; sujetándome por su cintura, hasta casi sumergirme en el agua. Él indiferente, recargó su cuerpo en el borde de la piscina y alargó su brazo alcanzando nuevamente su cerveza para darle un gran trago. Como si se tratase de un sediento camello que, recién terminando un largo viaje, bebía de su botella ignorando completamente mis caricias; como si en ese momento para él no fueran suficientes o carecieran de valor.
Molesta por su actitud, con un rápido movimiento de mis manos aflojé la cinta elástica de su bañador, jalándolo hacia abajo con violencia para desnudarlo; suponiendo correctamente que su pene debería ser más participativo.
Mi plan funcionó, pues su excitación se hizo presente casi de inmediato, clavando su duro miembro en medio de mis senos, como una filosa y letal daga que trataba de perforar mi corazón. Sonriente, levanté la mirada buscando reflejarme en sus ojos, pero él totalmente ajeno a mis lúdicas acciones se limitaba a seguir bebiendo embruteciendo sus neuronas con alcohol.
Decidida a llamar su atención, jalé suavemente su miembro hacia arriba manteniéndolo sobre el nivel del agua, colocándolo justo bajo mi nariz. Su olor era rancio y agrio, como debe oler el miembro de un verdadero hombre. Respiré profundo para dejar que ese picante aroma bajara por mi garganta llenando mis pulmones.
Intoxicada, di una rápida caricia con la punta de mi lengua para saborear aquel erecto falo frente a mí. Sirviendo esto de preludio solamente para los largos lengüetazos que le seguiría regalando, intentando maximizar su erección. Sabía delicioso, como si se tratase de una suculenta paleta de hielo durante el más ardiente día del verano; al menos lo segundo era cierto.
Me detuve por un momento en el tallo de su miembro, donde dos peludas bolas colgaban campaneando, golpeándose entre ellas; el punto preciso donde decidí colocarle otro provocativo beso. Era imposible evitar el cosquilleo que aquellos gruesos y ásperos cabellos púbicos provocaban en mi rostro. Apreté mis labios tratando nuevamente de retener la mayor cantidad de ellos; sólo para liberarlos uno a uno con un pequeño pellizco que se reflejaba en el rostro de mi novio con dolor.
Una vez que todos esos cabellos fueron liberados, procedí a colocar mis labios alrededor de la cabeza de su pene; y siendo este de un tamaño 'promedio', no tuve problemas para introducirlo completamente dentro de mi boca. Lenta y suavemente masajeaba con mi lengua cada centímetro de aquel suculento miembro viril. Deteniéndome únicamente para levantar la mirada buscando ver el rostro de mi amado.
Él sonrió satisfecho con la imagen de su novia arrodillada frente a él, devorando su miembro vorazmente; “¿qué otra cosa podía él desear en ese momento?”, me apresuré a pensar.
Y en medio de un extraño gesto, mi novio levantó su brazo derecho sosteniendo en la mano su botella de cerveza dejándome intrigada. Daba la impresión de que él estuviera dirigiendo un saludo a alguien que se encontraba distante; o, mejor dicho, que estuviese realizando un solitario brindis con algún imaginario compañero de juerga.
Un extraño escalofrío recorrió todo mi cuerpo quedando totalmente paralizada, al tiempo que mis ojos se abrían como un par de enormes platos que reflejaban el terror en mi interior. “¿Sería posible que aquel par de sucios obreros nos estuvieran observando en ese preciso momento?”.
Sentí pavor de ponerme en pie y verme obligada a voltear hacia el mismo lugar donde mi novio había dirigido su brindis. Cerré los ojos presa del pánico, aferrándome a aquel pedazo de carne frente a mí, desesperada por introducirlo en mi boca y concentrarme en seguir degustándolo. Incluso llegué a pensar, que mí única esperanza para evitar la humillación que imaginaba, era conseguir que esa sesión de sexo oral nunca terminara.
Irónicamente mi novio podía haber ignorado todas mis caricias previas; pero el terror que me invadió en ese momento junto con la oportunidad de humillar a su novia sólo por diversión, eso definitivamente no lo podía dejar pasar.
—¡Levántate perra! —ordenó jalando bruscamente mi cabello para ponerme en pie, olvidándose de la sesión de sexo oral que tan gentilmente yo le estaba regalando.
Con el nivel del agua a la altura de mi cintura y sin poder presentar resistencia quedé en frente de mi novio inmóvil, resignada a sufrir sus humillaciones. Y en una muestra de perversidad digna de él, con un fuerte jalón arrancó el top que cubría mi pecho para lanzarlo lejos, dejando mis hermosos senos al descubierto. Me sentía perdida.
Intenté reaccionar besándolo para sentarme en sus piernas y quedar con nuestros rostros frente a frente, evitando de esta manera, tener que mirar hacia la habitación donde se encontraban sus empleados; pero eso hubiera sido demasiado fácil. Adivinando mis intenciones me sujetó fuertemente por la cintura para hacerme girar bruscamente.
—¿No te gustaba exhibirte perra? —preguntó en forma retórica haciendo referencia a lo que horas antes había estado ocurriendo en la piscina, cuando los chicos se divertían observándome nadar frente a ellos—. Deja que esos pendejos se diviertan —sentenció.
Mi pesadilla se había vuelto real; así me lo confirmaban las groseras palabras que mi novio recién había pronunciado. Inmovilizada por el pánico no pude resistirme a sus perversas intenciones, obedeciendo sumisamente sus órdenes.
Apreté fuerte mis ojos, evitando mirar por error hacia el sitio donde suponía que se ocultaban mi par de acechadores. Con un rápido movimiento de manos, mi novio desató ambos nudos de mi tanga; dejándola escapar flotando libremente en el agua. Mi mayor temor de aquel día había ocurrido, ¡me encontraba de pie en la piscina completamente desnuda frente a unos desconocidos! Esto sólo podía empeorar.
Asiéndome por la cintura mi novio acercó mi cuerpo al suyo; deslizó su mano derecha por debajo de mi pierna, para levantarla y obligarme a sentar sobre su pene aún erecto. Sin preparación previa, su duro miembro entró bruscamente por mi vagina, provocándome lanzar un agudo gemido de dolor.
—¡Mierda! —grité agradeciendo por primera vez en la vida, el tamaño menor al 'promedio' de su pene.
—¡Silencio puta! —ordenó mi novio—, que esto apenas empieza.
Y era verdad, el espectáculo recién iniciaba. Mi novio bajó del borde de la piscina para sumergir su cadera por debajo del nivel del agua; y en esa posición comenzar a empujar hacia arriba con un torpe movimiento de cadera, clavando su duro miembro en mi vagina un poco más con cada salto que me obligaba a efectuar.
—Sonríe puta, que los chicos están viendo —ordenó mientras yo aún mantenía los ojos fuertemente cerrados.
“¡Cielo santo, que clase de humillación! ¡Yo nunca había fornicado en público! Pero bueno, siempre hay una primera vez para todo”, pensé tontamente, tratando de afrontar mi destino o resignándome a él. Después de todo no había nada que yo pudiera hacer, si mi novio deseaba poseerme a la vista de sus empleados era seguro que así sería.
—¡Sabes que te gusta, pinche puta! —exclamó groseramente, como si realmente pensara que me estaba dando el mejor sexo de mi vida.
Sin embargo, el saber que aquellos dos desconocidos se encontraban observándome mientras fornicábamos al aire libre, despertó en mí una extraña sensación que nunca antes había experimentado. Casi podía imaginar a ambos chicos de pie al otro lado de la piscina, frotando frenéticamente sus enormes y gruesos miembros para masturbarse obscenamente; disfrutando con la escena que les estábamos regalando.
Desde el punto de vista de efectividad física, el sexo que estaba recibiendo en ese momento dejaba mucho que desear; pero desde el punto de vista erótico, mi excitación estaba a punto de hacerme explotar. Por lo que después de escuchar las soeces palabras de mi novio comencé a gozar sin ningún tipo de vergüenza.
Instintivamente eché mi cabeza hacia atrás, inclinando mi cuerpo para poder apoyar mis manos en el borde de la piscina; y sujetándome firmemente, poder realizar pequeños saltos en el agua con el propósito de corregir el torpe ritmo de las embestidas de mi novio.
—¡Así cabrón, cógeme fuerte! —exclamé, indicando a mi novio como quería que me penetrara.
—¡Sabía que te iba gustar, pinche puta! —respondió mi novio groseramente, tomando todo el crédito de mi placer; algo habitual en él.
En ese momento no me importó la falta de honestidad de mi novio, yo sólo quería seguir gozando con su miembro en mi interior. Incluso hasta me había olvidado del par de obreros que suponía se encontraban espiándonos furtivamente desde una de las habitaciones.
Después de unos minutos de estar gozando como locos, mi novio y yo alcanzamos el clímax casi al mismo tiempo; el cual para ser sincera, si no fuera por el morbo extra de voyerismo en el ambiente a nuestro alrededor, hubiese sido toda una decepción.
—¡Oh, mierda! —exclamamos casi al mismo tiempo al haber alcanzado nuestro objetivo.
Satisfechos por haber ambos conseguido un orgasmo nos recostamos abrazados a lado de la piscina, tan sólo por unos minutos para recuperarnos después del esfuerzo físico realizado antes de dirigirnos a dormir a nuestra habitación. Totalmente desnudos, caminamos por toda la casa, cubiertos sólo por la oscuridad de la noche; sin saber a ciencia cierta si aquellos dos obreros nos seguían observando.
Tan pronto mi novio se recostó en la cama se quedó dormido como un tronco. En cambio yo, mi excitación era tal que, aún bajo los estragos del alcohol, me mantuve despierta por unos minutos más; minutos que aproveché para dar rienda suelta a mi imaginación libre de cualquier atadura moral.
Fantaseaba con que aquellos dos atléticos y hermosos chicos, tuvieran suficiente valor para atreverse a entrar a mi habitación y, sin ninguna consideración, fuera sometida vilmente para obligarme a fornicar con ellos.
Mi lascivia fue mi martirio. En el silencio de la noche el más pequeño y leve ruido aceleraba mi corazón junto con mi respiración; deseando que aquel crujido, por más insignificante que fuera, hubiese sido provocada por los pasos de alguno de los chicos afuera de la habitación. Con mi vagina completamente húmeda, me sujetaba fuertemente a las sábanas arañándolas con ambas manos, al tiempo que estiraba mis piernas temblorosas preparándome para ser penetrada violentamente justo al lado de mi novio.
Después de todo, mi novio se había quedado profundamente dormido; y conociéndolo yo muy bien, sabía que esa noche ni un terremoto lo sacaría de los brazos de Morfeo. ¡Cielos, como deseaba que mi fantasía se volviera real! Razón por la que premeditadamente había decidido dejar la puerta abierta por esa única ocasión. Sin embargo, para mi desdicha mi plan no prosperó.