Nota: Esta historia ficticia contiene un poco de todo. Puede haber gente que encuentre la disciplina y el trato humillante inapropiado. Si las flatulencias y cierta dosis de disciplina y sadomasoquismo no son lo tuyo, no sigas leyendo.
Sandra es una chica de diecinueve años menuda. Ojos negros, pelo corto del mismo color y cejas pobladas.
La mañana en la que la detuvieron en la tienda por hurtar perfumes vestía una camiseta de manga corta negra con un slogan en blanco a la altura de sus tetas que decía “¿qué miras idiota?” y pantalones vaqueros que marcaban un culito firme. Complementaban su atuendo un grueso cinturón de cuero con hebilla plateada, pendientes discretos en las orejas y varias pulseras de tela en su muñeca izquierda. Llevaba puestos calcetines blancos y zapatillas de deporte del mismo color.
Pensó que la dejarían libre, pero la pareja de policías que la esposó, una mujer madura y un hombre más joven, tenían otros planes y le anunciaron que pasaría la noche en una celda.
-Eso te lo crees tu pringado. -contestó al varón que la detuvo.
El insulto, para el vocabulario que manejaba habitualmente, era muy poca cosa y sin embargo, para su sorpresa, el agente sonrió y respondió con unas palabras que sonaban a amenaza.
Sandra, en su interior, sintió algo parecido al miedo. No tanto por las palabras en sí, si no por el tono de voz y la sonrisa. Aquella sonrisa no era normal y lo peor de todo es que la mujer, la policía madura, también sonrió y además de eso la miró de arriba a abajo de una manera que… bueno, una manera que hizo que saltasen todas las alarmas en su cabeza.
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Sandra se sentó, cabizbaja, en el retrete de su celda. Era de noche y la escasa luz de la estancia provenía de algún lugar en el pasillo. Había dos catres, uno, el suyo, el otro, el de su compañera, una mujer regordeta de cara redonda y rostro duro que se encontraba tumbada de lado en ese momento.
Tras dejar escapar un sonoro pedo, el sonido del pis contra la taza resonó en aquel lugar.
Su compañera dormía, o se hacía la dormida. Eso importaba poco ahora. Quizás antes de esa mañana, que parecía tan lejana ahora, toda aquella situación le hubiese dado vergüenza. Ahora no, no después de lo que pasó.
De vuelta a la cama, los recuerdos volvieron y con ellos las sensaciones.
Después de contestar mal, la condujeron, siguiendo el protocolo, a una sala donde entraron ella y la mujer policía. El hombre se quedó fuera.
En la sala había una silla, una mesa y ropa.
-Vamos a llevar a cabo un examen… y también te cambiarás de ropa. -Informó la mujer.
-Pero esto, esto no es una cárcel. -contestó la detenida.
La policía la ignoró y tras advertirle que no hiciese ninguna tontería le quitó las esposas.
-¡Desnúdate!
Sandra tragó saliva. Aquella mujer la miraba con ojos de deseo, apostaría cualquier cosa a que era lesbiana, y no una cualquiera, si no una que goza humillando a otros.
Sin darse prisa, se quitó la camiseta y a continuación, desabrochándose el cinturón, se bajó los pantalones, luego, sentándose en la silla, se quitó las zapatillas. Dejó la ropa sobre la cama.
La mujer que había practicado la detención tomó la camiseta y la dobló, luego, tras sacar el cinturón, hizo lo propio con los pantalones.
-Inclínate sobre la mesa.
Sandra obedeció.
-Bájate las bragas.
La chica no reaccionó a la orden.
-¡He dicho que te bajes las bragas! -gritó la que mandaba.
La detenida bajó sus bragas exponiendo “medio” culo.
Un segundo después el azote la pilló por sorpresa e instintivamente se llevó ambas manos al trasero protegiéndose e intentando comprender que había ocurrido.
La policía, viendo que sus órdenes no se llevaban a cabo, había agarrado el cinturón y había azotado las nalgas a medio cubrir de la joven.
-Fuera las manos y bájate las bragas hasta los tobillos, piernas separadas, culo fuera y que sea la última vez que me desobedeces o te pego con el cinturón hasta que te arda el culo. ¿Entendido?
Sandra se quitó las bragas rápidamente y expuso su trasero y parte de su peludo coño a la vista de aquella mujer, tenía las mejillas de la cara totalmente rojas con la humillación pero ni por un instante pensó en contradecir a aquella loca.
Por su lado, la policía se enfundó unos guantes de goma, embadurno el dedo índice de su mano derecha en vaselina y pidiendo a la “paciente” que se relajara, le metió el dedo en el ano sin contemplaciones de ningún tipo. Sandra apretó el esfínter cuando su cuerpo notó la desleal invasión de su agujero. La agente de la autoridad le dió una nalgada con la mano izquierda y le ordenó que se relajase.
Objetivamente el dedo estuvo dentro no más de un minuto, pero a la chica le parecieron horas.
Después, acostada boca arriba en la mesa, abierta de piernas, le tocó el turno a su vagina. Por último, tras quitarse el sujetador, la guardia le sobó las tetas.
-Tienes cinco minutos para limpiarte y vestirte. -Dijo la mujer policía entregándole papel de cocina y abriendo y cerrando a su salida la puerta del cuarto de examen.
El resto del día transcurrió en la celda que le asignaron. Le dieron de comer sopa y pollo con lechuga y por la tarde alguien le comunicó que pasaría la noche allí.
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Serían las dos de la mañana cuando Sandra notó que alguien la cogía por el brazo. Al principio pensó que estaba soñando, pero luego, al ver a su compañera de cuarto junto a su catre y notar un pellizco en el muslo, se despertó.
-Oye, te he estado viendo y me gustas. -dijo su compañera de celda.
Sandra la miró un poco azorada. Las experiencias del día la habían hecho ser más dócil.
-Me das un beso.
Sandra, como si fuese un insecto, se quedó muy quieta. Quizás esa tiparraca perdiese interés en ella.
No funcionó.
La mujer la sujetó la cara y la besó en la boca pasándole la lengua llena de saliva.
-Déjame. -dijo la víctima.
-oye, no grites que nos van a oír… no te gusta mi cara, a lo mejor te gusta más mi culo.
Y con una agilidad que no se esperar encontrar en alguien de su volumen, la mujer se incorporó en el catre de su compañera, se bajó el pantalón y las bragas blancas de reclusa y asentó la raja de su culo sobre la cara de Sandra.
-Saca la lengua guarra…
El olor del trasero era desagradable y Sandra comenzó a toser. Luego, con todas sus fuerzas, empujó a su compañera que cayó al suelo con gran estrépito.
El jaleo alertó al personal y pronto, un par de policías, varones, se presentaron en la celda con linternas. Uno de ellos era el que había detenido a Sandra.
-Esta es la tía problemática de la que te hablé. Se merece una lección.
Sandra protestó, ella no había hecho nada, era todo culpa de la vaca de su compañera.
-Te lo dije, esta tía es problemática, ladrona y además de las que insulta a todo el mundo.
-Yo creo que merece que le demos una lección. -intervino el otro agente.
Entre los dos agarraron a la detenida por los brazos y medio arrastras, medio caminando, la llevaron al cuarto donde aquella misma mañana había sido examinada.
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-Desnúdate. -dijo con tranquilidad el que la había detenido.
Sandra mecánicamente se quitó la ropa. Esta vez no espero a que la dijesen eso de “las braguitas también”. Aquellos tipos, como mínimo, iban a tener sexo con ella.
El sexo no era algo que la asustase, se había enrollado con muchos tíos, incluso algunos que no la molaban nada. Alguno a cambio de favores. Si salir de ahí requería cabalgar ella sería la mejor jinete.
Decidió tomar la iniciativa.
-¿Cómo te llamas? -preguntó al que la había detenido
-Luis.
-Y yo me llamo Alfonso. -respondió el otro.
-Me gusta más tu compañero. El pringao. -respondió la joven, posando insinuante en bolas, mientras miraba a Luis.
-Eres una descarada, esto no va de follar, va de disciplina. -dijo Luis.
-Ven aquí.
Alfonso sacó un cigarrillo del bolsillo y lo encendió. Luego dando una bocanada se dispuso a contemplar la escena.
La chica se acercó a Luis y este la sujetó por la cintura, y con la mano del brazo libre la dio nalgadas hasta que el trasero femenino tomó un color rojo vivo.
A pesar del escozor, Sandra comenzó a experimentar una oleada de calor en sus partes. Y sin pensar que decía le preguntó al policía que la había azotado.
-¿Te morreas conmigo?
Luis puso cara de disgusto, y Sandra temió que aquel tipo reanudase la zurra, pero debió poder más el deseo y finalmente, tras unos instantes de suspense, la besó con pasión.
Cuando se separaron Alfonso se acercó a la “pareja” y bajándose los pantalones y los calzoncillos, con el pene al aire, ordenó a la chica que se arrodillase y le lamiese el miembro.
Sandra obedeció y el policía, sujetando con una mano el cigarrillo encendido, se dejó hacer. Luego, con la otra mano, retuvo la cabeza de la chica obligándola a mantener todo el falo en su boca y sin contenerse, descargó el semen dentro.
-Bruto. -dijo la mujer mientras tosía.
Luis tomó asiento y habló.
-Te has pasado tío.
-Señor. -respondió Alfonso.
-Ven aquí. A gatas.
El tipo obedeció a su superior y se acercó a gatas con lo que quedaba del cigarrillo en su boca y el trasero al aire.
Luis cogió el cigarrillo y se lo dio a la mujer, que le miró sin comprender.
-La cabeza sobre mis rodillas Alfonso… eso es. Sandra, aplica el cigarrillo en la nalga de este sumiso… no te preocupes, le gusta ser mi esclavo y tiene que pagar.
Sandra “apagó” el cigarrillo en el glúteo del tío que se mordió los labios para no gritar. A continuación, la joven se sentó a horcajadas sobre los muslos de Luis, con su culo sobre el rostro de Alfonso y levantando su trasero, se tiró un pedo. El sumiso tosió soportando el olor mientras su pene empezaba a crecer de nuevo.
Luis se puso un condón, Sandra se levantó y apoyó las palmas de las manos contra la pared y el policía que la detuvo la penetró por detrás haciéndola gemir.
Mientras tanto Alfonso, oyendo como los huevos de su compañero golpeaban a la detenida con cada embestida, viendo el culo peludo de su superior contraerse y recordando a un tiempo la marca del cigarrillo y la inesperada flatulencia de aquella mujer, eyaculó.