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La capital del pecado: Falsa moneda (cap. 13)
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Tiempo de lectura: 14 minutos

Empezaba así una etapa algo rara en mi vida, la relación con Gonzalo iba bien porque ambos nos complementábamos a la vez que nos beneficiábamos el uno del otro. Al día siguiente quedó todo bien claro en una conversación que tuvimos mientras desayunábamos los dos. En resumen no era nada nuevo de lo que ya había pasado, él mandaría a algunos de sus amigos o gente segura, yo recibiría algún por ciento de lo que pagarían, algunos en pesos o en dólares. Yo ya había tenido aquella experiencia con Ramiro y aquella casa de fiesta por lo que no me sentí mal ni nada. Era lo normal. El negrón que había venido a cuidar, pues era uno más del asunto e iba a venir para cuidar que los clientes no se pasaran y que todo estuviera en orden. Se llamaba Nacho, es decir Ignacio, supe que no vendría todos los días y que además no todos los días habría singadas aunque esa mañana sí.

Nacho llegó al rato de irse Gonzalo, me saludó con un beso.

– Veo que ahora estás mejor… ¿todo bien ya?

Me alegró su preocupación, le di las gracias por el apoyo que me había dado el día anterior.

– ¡Bueno, nene, de nada… además me diste una mamada muy rica!

– ¡Tú pídela cuando quieras!

– ¡No me tientes! ¡Qué mira…!

Se acercó y me besó. El teléfono sonó en ese momento. Era Gonzalo, habló con Nacho un rato, después conmigo.

– Mi amor, dentro de un rato va a ir un tipo, un canadiense algo mayor…

– ¿Y…?

– Mira, él no quiere singar…, sólo quiere ver.

– ¿Vaya y con qué tengo que hacer?

– Ya hablé con Nacho, así que aprovecha que el negrón tiene buen trozo.

Cuando colgó miré a Nacho que me sonreía, abrió los brazos para abrazarme.

– Nene, pues ya ves…, te voy a dar pinga así que vas a tener que aguantar.

– Ya sabes que me gustó… – le dije mientras le acariciaba la pinga por encima del pantalón.

A la hora llegó el canadiense, un tipo alto y no viejo como pensaba yo, tendría uso cincuenta años. Lo pasamos al dormitorio para que se sentara en algunas de las sillas o el sofá. Nacho y yo nos desnudamos, el canadiense murmuró algo cuando vio el trozo de pinga del negro, se le querían salir los ojos. Nosotros empezamos sin hacer mucho caso al mirón, nos dedicamos a satisfacer nuestros deseos, comiéndonos a besos, propinándonos caricias. Nacho abrió mis piernas y empezó a comerse mi culo, lo besaba, lo lamía, lo mordía, lo olía y murmuraba que le gustaba, me daba golpecitos con la cabeza de su pinga en el culo, lo rozaba, amenazando con meter su cabezota.

Yo gemía, me revolcaba de placer y lo besaba, le comía los dedos, hasta que me puso delante su pinga para que se la mamara. Me gustaba desde la primera vez, gorda y negra. Empecé a chuparla con avidez, Nacho a gemir y decir que así le gustaba.

– ¡Mami, es tuya! ¡Cométela toda!

Al rato cogió mi cabeza con sus manos y empezó a singarme por la boca, lo hacía sin piedad, yo hacía arqueadas y la baba se me corría por el mentón. Sabía que se iba a venir porque con esa intensidad era lo que se esperaba, así fue se vino. Sentí el chorro caliente de su semen en mi boca, su sabor medio amargo, de consistencia espesa. Su pinga no había cedido en erección, seguía tan dura como al principio. Respiré profundo cuando vi mi boca libre de su pinga, él con mucho vicio tomando su pinga a modo de cuchara, empezó a recoger el semen que me rodeaba la boca para dármelo y que me lo tragara.

– ¡Nene, ponte en cuatro que vas a recibir ahora lo tuyo! – me besó y cogió lubricante de la mesita de noche.

Yo lo obedecí, me puse de rodillas con mi culo al aire esperando recibir su pingón. Nacho mientras se untaba la crema en la pinga empezó a lamer mi culo de nuevo.

– ¡Qué culito más rico! Me da lástima singártelo y deflecártelo todo…

– ¡Métemela, papo…, dame pinga!

– ¿De verdad que quieres pinga?

– ¡Sí, macho, dame por culo!

– ¡Eso me gusta, pide, pídeme pinga, nene!

– ¡Dame pinga, cojones!

– ¿Cómo, mami, qué es lo qué quieres?

– ¡Pinga, pinga…que me llenes el culo de pinga!

– Vas a tener que aguantar que ya me vine… – dijo metiendo sus dedos en mi culo.

– ¡Ah…, así, papo…así!

– ¿Te gusta?

– Sí, sí…

– ¿Sabes que te voy a destrozar el culo?

– ¡Haz lo que quieras pero métemela ya!

De verdad que con aquella conversación estaba yo bien caliente porque el muy cabrón metió la cabeza y no se detuvo hasta que pegó sus huevos a mis nalgas. Yo mordí la almohada, se me aguaron los ojos al sentir aquel dolor que me partía por dentro pero que poco a poco fue transformándose en placer. Empezó a singarme despacio, aumentando sus embestidas a ratos y yo gozando. Ya nos habíamos olvidado del canadiense que seguía allí mirando. De pronto Nacho sacó su pinga provocándome un grito y me metió su lengua en mi culo ya dilatado, después volvió a singarme. Al rato me hizo girarme sobre mí mismo sin sacarme su pinga del culo, cogió mis piernas y las puso sobre sus hombros. Me miraba y miraba como su pinga entraba y salía en mi culo. Volvió a sacarla y a mamarme mi maltratado ojete, lo besaba, metía su lengua y la movía provocando mucho placer, y de nuevo a singarme.

– Nene, si quieres que me venga, pues mámamela…

No lo pensé dos veces y me puse a chupar su pinga. Me dio la impresión que las mandíbulas se me iban a caer hasta que se vino, llenándome de nuevo de leche mi garganta, esta vez no dejé escapar ni una gota.

– Nenecito, si quieres te la meto para que te vengas tú ahora…

– ¿Sí, macho, métemela para pajearme…

Quedé yo con mis piernas arriba y me penetró despacio para que me hiciera la paja. Apretaba yo mi culo para sentir aquel tronco dentro, al rato me vine entre gemidos. Nos besamos con pasión. En ese momento nos dimos cuenta del canadiense que estaba allí en la silla con los ojos grandes y blandiendo en su mano su pinga.

– ¿A ver qué quiere este? – me dijo Nacho – ¿qué quieres hacer?

– Yo querer singar y mamar… – murmuró con voz temblorosa.

Me puse boca abajo para dejar que me singara, por suerte tenía buena pinga también. Entró despacio, aunque sin moverse mucho porque enseguida se dedicó a mamar la pinga de Nacho. Se movía despacio, parecía que gozaba mucho, habla en inglés, estuvo así hasta el punto de venirse. Dejó de mamar la pinga de Nacho y empezó a singarme con fuerza, muy duro, a lo bestia, yo empecé a gemir porque me daba placer y me gustaba. Se vino mugiendo y abrazándome con fuerza. Después se vistió y se fue, yo me fui al baño a lavarme. Nacho llamó a Gonzalo para decirle que además de mirar, también participó.

– ¿Cómo te sientes, nene?- me preguntó cuando entré en la sala y me senté a su lado.

– Uf, tengo el culo adormecido…

– Me imagino con la cantidad de pinga que cogiste… Pero, ¿te gustó?

– Sí y dilo… uf… me dejaste el culo entumecido…

Nacho me atrajo hacia sí, me besó.

– Mira, que si fueras mi gente, ese culo estuviera como un chocho de abierto…

– Y yo contento…

Estuvimos besándonos un rato, me acariciaba, pasaba sus dedos ensalivados por mi culo para aliviarme.

– ¿Te aguantaría yo?

– ¿En qué sentido, papo?

– Pues en el directo, porque te singaría mucho…, muy pocos aguantan tanta pinga. ¿Sabes? No se me baja…, y me gusta mucho un culo para que no se me pare. – me mostró que su pinga seguía igual de dura. Yo la besé.

– ¿Quieres singarme?

– ¿No te va a doler, papo?

– No, no…, lo que deseo es que me singues tú…sentir como me metes tu pinga.

Diciéndole aquello me subí sobre el sofá y en cuclillas puse mi culo sobre su pinga. Mi ojete ya bien dilatado empezó a tragar su pinga, yo lo miraba y él me miraba fijamente. Cuando me senté sobre hasta sentir los pelos de su pelvis, él sonrió y me besó.

– Mi amor, poca gente ha hecho esto que me haces…y mucho menos después de haber singado.

– Se te olvida, mi amor, qué es lo que me gusta a mí…

– Lo sé, lo sé… te gusta que te singuen…

– Te voy a decir algo, el primer bugarrón que me cogió el culo, me dijo algo desde el primer día…

– ¿Qué, nene?

– Me dijo que yo era maricón, que tenía que asumirlo como tal, que lo mío era poner culo y boca para los machos…, él me decía que el culo era para que fuera singado por machos y yo complacerlos.

– Te enseñó bien… ya lo veo.

– ¿Sabes cuál era su frase cuando yo al principio me negaba?

– ¿No?

– Me decía, a ti te gusta dar el culo y a mí cogerlo, pues ¿qué nos impide hacerlo? O me decía; tú eres maricón pa dar el culo, así que dalo bien dado…

– Nene, eso sí lo sé… das el culo como nadie… se ve que te gusta.

Comenzamos a besarnos, yo a moverme despacio y él gozando mucho. Los dos gozando el uno del otro. Cambiamos de posición dos veces pero sin que se saliera de mí. Estuvimos así hasta que sentimos la puerta abrirse. Era Gonzalo que regresaba, entró a la sala y nos vio allí, yo clavado por Nacho.

– ¡Vaya, vaya… ya veo que lo de ustedes va en serio! Ya te decía que tenía un culito de oro… – Nacho quiso levantarse, pero Gonzalo lo atajó. – sigue, sigue singando que se ve que lo pasan bien los dos.

Gonzalo se puso enfrente y se desabrochó el pantalón, se sacó la pinga y me dio a mamar.

– ¡Coge, maricón, mama! – me decía mientras embestía.

– ¡Ven y dale por culo tú y yo le doy de mamar! – dijo Nacho.

Se cambiaron de sitio y seguimos así hasta que Gonzalo me llenó el culo de leche. Nacho se puso a lamer mi ojete para beberse el semen de Gonzalo, después nos besamos y me dio un poco de la leche de su boca. Aquella noche dormí como un tronco, Nacho se fue a su casa y Gonzalo ni me despertó cuando se fue por la mañana, me dejó una nota de que lo llamara al trabajo. No me sentía muy bien por la mañana, descubrí que tenía el culo hinchado o las hemorroides fuera, me dolía, lo sentía como en carne viva. Era lo normal después de esos días de intenso singar. Llamé a Gonzalo y se lo dije.

– ¡Coño, cómo me vas a hacer eso! No ves que me jodes lo que tenía cuadrado para hoy… – me gritó furioso.

Estuvo un rato refunfuñando y al rato me dijo que ya pensaría qué hacer, que le diera un diez. Al rato me llamó para decirme que un amigo que es médico iba a ir a la casa a verme y ver qué podía hacer, esta vez estaba más calmado y de mejor humor. Vino a la hora ese amigo que resultó ser Ramiro, aquel con quien me había ido de singueta por la capital y había hecho el trío con el americano.

– ¡Vaya, vaya, con quién me encuentro! – me dijo con cierta sorpresa. – ¿así que estás de puta en este burdel? – al ver mi contradicción, continuó- ¡Bueno, bueno, nene, ven dame un abrazo aunque sea a modo de saludo…, que tú y yo la pasamos muy bien! – Era cierto, con Ramiro la pasé bien. A veces recordaba aquellas andanzas con él, ya en sus brazos, me besó. – no te pongas bravo conmigo por lo de puta, ya sabes que yo también lo hago. Claro tú y yo trabajamos en lo mismo pero en diferentes “especialidades”… je, je, je…

Nos fuimos al dormitorio, me desnudé y me acosté en la cama para que me viera.

– Hum…lo tienes algo alterado, ya me imagino la cantidad de pinga que te habrán dado para dejarte así… ¡Mira, tú mismo tienes que cuidarte y decir que no, cuando sientas el primer malestar pues para. Ya sabes, nene, que puede terminar mal y complicarse. Esto no es juego. – miró en la mesilla de noche las cremas, había un tubo de lidocaína. – Ya veo, esa crema es un arma de doble filo porque no sientes nada y si ya estás al límite, no te das cuenta. Así que no la uses ni dejes que la usen.

Le conté lo que había pasado, que realmente estuve singando con Nacho y Gonzalo y el turista, que al parecer fue mucho. Me dijo que conocía a Nacho, se mandaba mal el negro pero el asunto no era de tamaños ni grosores sino de tener cordura. Llamó a Gonzalo y le dio un regañón tremendo y que opinaba que como mínimo dos días sin que diera el culo. Al aparecer Gonzalo le dijo algo que Ramiro respondió, “bueno, mamar sí puede”. Supuse lo que me vendría encima entonces. Hablamos algo y se fue, me pidió que pasara por su casa algún día. Gonzalo me pidió por teléfono que fuera a su trabajo dentro de una hora, que me estaría esperando por la parte de atrás.

– ¡Eso te pasa por tragón!- me dijo en cuanto me vio. – ¿para qué tenías que haberte singado al negro dos veces.

– ¡Tú mismo me singaste y fuiste tú el último! ¿O se te olvidó?

No siguió con la cantaleta, me dijo lo que tenía que hacer. Me llevó a su oficina y me dijo que cuando entrara a quien esperaba que me fuera al baño y le sacara la leche de una mamada.

– ¡Ya sabes, nene, depende de ti que el tipo se venga rápido o no! ¡Tú mismo sabrás!

Al rato entró un tipo extranjero, habló en inglés con Gonzalo pero hablaban de mí. Le dejó el dinero en la mesa, después nos metimos en el baño de la oficina. Me senté en la taza del inodoro, el tipo se sacó la pinga y me la puso delante, ya la tenía medio parada. Yo empecé a mamar despacio, mientras le acariciaba el tronco y la barriga. Al rato cogió mi cabeza y empezó a singarme la boca, lo hacía con fuerza, con ganas de venirse pero me provocaba arqueadas y la baba me corría por el mentón. Cuando se vino por poco me ahoga con tanta leche, se limpió la pinga con papel higiénico y salió. Yo me quedé tratando de escupir el semen de mi boca. Ramiro entró cuando se fue el tipo.

– ¡Cojones cómo te dejó! ¿Qué la tenía grande?

– No tanto pero el muy cabrón me singó la boca…

Me miraba en el espejo, tenía los ojos rojos de las lágrimas, la boca rosada. Ni salí del baño porque ya había otro que entró, este era ruso, así me lo dijo Gonzalo.

– ¡Oye, papo, este es un ruso, ya sabes trátalo bien que es buen tipo y bueno, a ver cuándo puede ir por casa!

El ruso era guapetón, tenía el pelo rubio, la piel rojiza por el sol y bueno, la peste a grajo de siempre. Me dijo en español que le sacara la pinga, que en realidad era un pingón grande y rosado. Empecé jugando con la lengua, haciéndolo gozar. Se sentó en la taza y yo me arrodillé frente a él, trataba de tragarme toda la pinga pero no podía, me era difícil. Al poco tiempo me dijo que me pusiera de espaldas sobre la taza con la cabeza para abajo, que me iba a enseñar a tragarla toda. Con dificultad me puse en la posición que me decía y él agachándose me metió su pinga entera hasta la garganta. La metía y la saca con gusto, me decía que me relajara para evitar las arcadas, y seguía. Así estuvimos hasta que se vino, no tuve otra opción que tragar su semen porque se vino en lo profundo de mi garganta, sacó su pinga limpiecita. Claro que se la limpié después con algunas mamadas suaves.

– ¡Quiero gozar de ese culo! – me dijo tocándome el trasero antes de irse. – Nos vemos, ahora estaré aquí unas semanas.

Cuando salí del baño, allí estaban los dos. Gonzalo sonriente me dijo.

– ¡Oye, le has gustado! – sonreí, el ruso me atrajo hacía sí para que me sentara encima de sus rodillas. – Mira y eso que le he explicado que no puedes singar.

– Gonzalo, no pasa nada, yo espero…, pero mamar, pues puede.

– Mijail quiere que te vayas con él a Guanabo. Así que puedes ir recogiendo todo y él te va a recoger a eso de las seis.

No se habló más, me fui a la casa a recoger lo mío. Gonzalo llamó.

– ¡Oye! ¿Qué le hiciste al ruso? ¡Coño que a él no puedo negarle nada y ya ves, se ha metido contigo!

– Hice lo que me pediste…

– ¡Oye, nene, este negocio no se puede caer! Así que ya busco a alguien que te cubra…, mierda, que a Mijail no le puedo decir que no.

Estuvo un rato diciendo cosas, maldiciendo, a mí me daba lo mismo, de todas maneras ya me cansaba aquella historia. A las seis me fui con el ruso en su carro rumbo a la playa. Era un tipo agradable, hablaba y hablaba, me contaba sus cosas, que era ingeniero en la fábrica de aluminio, que venía a pasar algunos días en La Habana. Me dijo que estaba casado, que la mujer se había quedado en Oriente pues así él podía tener sus cositas por ahí.

– Me gustaste, mamas muy rico. Pero seguro que singas mejor…, no me cabe duda.

– Bueno, pero no debo ahora singar…, tuve problemas ayer…

– ¿Cuántos te singaron?

– No, sólo tres…, pero…

– ¡Ya lo sé… ya lo sé… Nacho te dio duro! – dijo sonriente.- No creo que haya sido Nacho. No te preocupes, fue Nacho quien me dijo que Gonzalo tenía un nuevo…, bueno, un nuevo maricón en la casa…y bueno, me dijo que te tenía que sacar de allí. Yo sólo podía pedirte para que Gonzalo no se negara.

– Pero…

– ¡Mira, no te preocupes que vas a tener a tu negro hoy mismo! Él está en la casa de la playa. – yo sonreí, me agradaba lo que me contaba.- ¡Claro, eso sí, yo quiero singarte también, ni Nacho ni tú se van a oponer! ¿Verdad?

Aquello parecía un tema de una película, todo un complot para sacarme de casa de Gonzalo. Mijail era bien simpático, ahora con lo que me decía, pues más. Cuando llegamos a Guanabo, después de un viaje que me pareció largo en el que dormí bastante, nos estaba esperando Nacho, cuando entramos, me abrazó.

– ¡Coño, nene, menos mal! Ya me tenías preocupado.

Me besó, antes de ponerse a contarme que lo había planeado antes, sólo que estaba esperando a que Mijail viniera por la capital, a él le hubiera salido bien caro el trato por lo que prefirió contar con la ayuda del ruso.

– Siento que te hayamos jodido el ojete aquel día…, vaya aguante que tienes porque ni protestaste.

– Bueno, no sé qué pasó…

– Je, pasó que fue mucha la pinga que te dieron.- dijo en tono de risa Mijail.

– Fue Gonzalo el último que te singo, yo lo vi y lo hacía duro… con ganas de joderte, de desfondarte el culo y sabes por qué, pues porque le dio celos que estuviéramos nosotros disfrutando.

Mijail se fue a guardar el carro en un garaje de alquiler, porque si lo dejaba afuera, le iban a robar hasta las llantas. Cuando nos quedamos solos, Nacho me atrajo hacia sí, y empezó a besarme, a acariciarme.

– Nene, mírame…, mírame. – lo miré y me sonrió.- ¿Quieres ser mi gente?

Lo besé, lo besé en respuesta porque me agradaba como persona y como amante. Nos besamos con deseo, yo me arrodillé y empecé a restregar mi cara por su pantalón donde ya se le marcaba la pinga a medio parar.

– Nene, ya sé que no podemos singar…, pero si quieres mamar la pinga de tu marido, hazlo…

Yo obedecí, saqué su pinga y empecé a tragármela, a lamerla, a comérmela como si fuera un ternero que mama la ubre de la madre. Me gustaba el sabor de su pinga y del pre semen que se le salía enseguida. Me gustaba su color negro y lo macho que era.

– Mi vida, a ver, déjame ver ese culito… – me pidió, yo le me volví y me bajé los pantalones.

– Mmm qué culo, lo tienes muy rico, mejor que un chocho… ven, acuéstate aquí en el sofá que al menos quiero comerme ese culito rico, ya que no le puedo meter caña, déjame mamártelo.

Me acosté bocabajo, pero Nacho me hizo ponerme de rodillas en el sofá y comenzó a lamer mi culo, provocando que mis gemidos se escaparan con más intensidad cada vez. Nacho sabía cómo hacer que yo gimiera de goce, su lengua se movía entre mis nalgas, su saliva me aliviaba mi ojete sensible. Al rato me dejó que le mamara la pinga, estuve comiendo su pinga gorda un buen rato aunque hubiera querido que me singara pero no podíamos hacerlo. Cuando se iba a venir me hizo abrir las piernas para echarme el lechazo en el culo. Mugiendo se vino, sentí como su semen golpeaba contra mi culo, caliente, antes de que me lo restregara con su pinga.

– ¡Mi amor, te voy a mantener como una reina!

– ¡Papo, lo que tú quieras!

– Yo no te voy a putear como Gonzalo, ese es un degenerando, yo esa mierda no te la voy a hacer…, si hacemos un trío, pues es cuando haga falta y yo llevo la batuta ¿de acuerdo, mi amor?

– Sí, papo, sí.

Estaba yo de nuevo emparejado con un negro, como aquel con quien estuve en mis inicios y de quien me enamoré, Nacho era diferente y eso me gustaba más. En ese momento pensando en lo que había caído, me resultaba difícil creer cómo había llegado yo a esa situación de ser puta, porque por muy fuerte que fuera la palabra, no había otra que definiera lo que pasaba. Gonzalo se valió de mi deseo de singar, pero en cierto modo se pasó porque en realidad era usado a diestra y siniestra sin otra opción. Me hubiera gustado borrar esa etapa de mi vida, pero sería engañarme, probé ser puta, servir a machos bugarrones y lo hice como se me pedía y gocé como el mejor. Por suerte me había topado con Nacho que no le importaba ese, digamos, detalle de mi biografía, otro hubiera puesto remilgos.

El ruso llegó como a las dos horas, no venía solo, traía un jovenzuelo amanerado al que presentó rápido y se lo llevó a un cuarto para singárselo. El chico al parecer o lo disfrutaba mucho o no aguantaba mucho la pinga del ruso, al rato el espectáculo se acabó. Después de un rato de silencio, salió el chico y se fue.

– Oye, si ligas, pues coño, búscate un maricón que le guste la pinga.- le dijo Nacho a modo de broma.

– Ya ves, lo ligué en el baño cuando fui a mear, lo mejor es que se me prendió para que le diera pinga y mira…, mira que ni podía.

– Tal vez era virgen. – le dije.

– ¡Bah, virgen ese! ¡Sólo es un calienta pinga! Mucho ruido pero ni mamar sabe…

– Entonces nada… ¿no te lo singaste? – le preguntó Nacho.

– Ja…, ja, ni me dejó meterle la cabeza… no escucharon como gritaba, eso era sólo con el dedo, cuando quise meterle de verdad caña, pues no… se rajó.

Cuando Mijail se metió en su cuarto Nacho me atrajo hacia sí y me susurró al oído.

– Oye, nene, ¿por qué no lo ayudas un poco? De todas formas se la debemos.

Mijail al pareció algo sorprendido cuando entramos en su cuarto y Nacho empezó a quitarme la ropa.

– ¡Eh, eh… yo no quiero meterme entre ustedes!

– No te estás metiendo, te metemos nosotros… así que dale, ponte en onda… Eso sí, darle por culo no podemos todavía…, ya habrá tiempo.

En nada estábamos los tres desnudos en la cama, yo tragándome la pinga del ruso y Nacho comiéndose mi culo. Me sentía bien con ellos, eran dos tipos bien armados y bien machos, yo uno más aunque mi rol era el de complacerlos.

– ¡Oye!, ¿por qué no nos lo singamos? – propuso el ruso mientras daba golpecitos con su tranca en mis nalgas.

– No sé…, decide tú, nene, ¿cómo te sientes?

·- Yo quiero pero…, pero no sé, con cuidado…

– Mira, Mijail, cógele el culo tú que yo tendré tiempo bastante…, eso sí con cuidado para que no me le rajes el culo que después me lo dejas fuera de servicio.

Miajil fue a la cocina y trajo aceite vegetal, el que se usa para cocinar. Fue muy cuidadoso, me lubricó bien con los dedos antes de poner la cabeza de su pinga en mi culo para empezar a meterla. Entró bien, sin que me doliera pero si haciéndome sentir como se abría mi esfínter y daba pasó a su tranca, despacio, suave.

– ¿Cómo te sientes? Ya tienes la mitad… ¿quieres toda? – me preguntó.

– ¡Sí, macho, sí, métemela toda!

Así lo hizo pero con suavidad hasta que sentí su cuerpo pegado al mío. Yo quedé arrodillado en la cama, clavado por Mijail que me acariciaba las nalgas.

– ¡Qué culo más rico!- murmuró.

– ¡Ya te lo dije!- le respondió Nacho. – ¡Gózalo ahora!

Al rato me hizo acostarme de lado y alzar una de las piernas mientras él me singaba, Nacho se puso de una manera que su pinga me quedara bien para mamar y él se dedicó a lamer mi culo lleno de la pinga del ruso. El placer era tanto que me vine enseguida pero esto no impidió que ambos siguieran como si nada, al contrario ellos intensificaron lo que hacían para darme más goce. Nacho fue el primero que se vino de los dos, se incorporó y empezó a pajearse, yo abrí mi boca para recibir su semen. A él le encantaba venirse en la boca y yo que lo sabía y ya había tenido aquella relación rara que me convirtió en el “traga-leche”, pues le di el gusto. Le chupé la pinga hasta que largó la última gota, al parecer esto motivo a Mijail que se apuró en terminar y venirse.

– Has cogido leche por los dos lados. – me susurró al oído, después me besó.

Quedamos allí abrazos, Nacho me besaba, me acariciaba y lo mismo hacía el ruso. Dormimos bien los tres, yo el mimado de ellos, estaba feliz con los dos. Vivimos cinco días de locura y sexo, yo terminé siendo de ambos y mi ojete se acostumbró a las pingas de ellos. Cada vez gozábamos más del sexo a trío o por turno con uno de los dos.

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