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La cabrona
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Tiempo de lectura: 8 minutos

Reconozco que fui una cabrona, pero lamentarse ahora tampoco tiene demasiado sentido. Me casé hace 25 años con un divorciado. Roberto era uno de los tipos más populares de mi pequeña ciudad. Atractivo, simpático, carismático y un más que reputado empresario de la noche. Regentaba el mejor bar de copas de la zona. Con 30 años, 5 más que yo, me proponía matrimonio y yo aceptaba. El primero había fracasado estrepitosamente por distintas razones. La juventud de ambos y la vida nocturna de Roberto no casaban nada bien con la vida marital. De esta manera el divorcio fue la única salida y la hija de ambos la principal damnificada.

Nuestros primeros años de vida en común fueron fabulosos. Yo estaba enamoradisima y él se entregaba en cuerpo y alma a nuestro proyecto juntos. Disfrutábamos de la vida a tope, viajábamos por todo el mundo. Nos divertíamos, éramos populares entre nuestros amigos. Todo era idílico en nuestro matrimonio.

Cristina, la hija de mi marido, pasó los primeros años con su madre pero la adolescencia fue una constante guerra entre ellas, lo que provocó que viniera a vivir con nosotros. Roberto sentía adoración por su hija y yo sentía un cariño especial por ella. Aunque nunca me había planteado la maternidad por lo que mentiría si dijera que la quería como a una hija. La cuestión es que nos respetábamos y queríamos al mismo hombre, cada una a su manera.

Pero el paso de los años fue desgastando el matrimonio hasta hacerlo caer en la rutina. Roberto empezó a perder su atractivo físico, alopecia, algún kilo de más, al tiempo que yo me agarraba a mi "juventud" a base de tonificarme en el gym. Llegó un momento en que parecía estar más cercana a la edad de mi hijastra Cristina que a la de mi marido Roberto.

A mis 49 años lucía un cuerpo espectacular. Piernas torneadas y culo duro, lo que en conjunto hacía que rellenase los vaqueros o leggings de manera espectacular. Un vientre plano que solía lucir a menudo con tops y dónde destacaba un piercings en el ombligo. Mis tetas de talla 100 seguían ganando la guerra a la gravedad ayudadas por no haber parido ni amamantado nunca. Todo esto me permitía seguir usando unos escotes de vértigo. Mi melena azabache enmarcaba una cara de rasgos angulosos, ojos negros y labios carnosos. Roberto siempre me decía que tenía un atractivo sexual animal. Desprendía sensualidad a cada paso. Yo lo sabía y me gustaba explotarlo… Era una calienta pollas…

Para entonces Cristina había superado la adolescencia y vivía aún con nosotros. Se había convertido en una chica muy mona. Rubita, delicada y con un cuerpo de gimnasta que la acercaba a lo que se conoce como una Lolita. A los 20 años nos presentó a su novio. Jona era un auténtico monumento. Con 23 años tenía sus 193 centímetros de anatomía cincelados en mármol. Moreno de mirada profunda y perfil griego había hecho sus pinitos como modelo. Desde el primer momento quedé maravillada con aquel adonis. Al punto de fantasear con él en algunas de mis frecuentes pajas y, ya, escasos polvos con Roberto.

Durante meses Jona estuvo entrenado en casa como el novio oficial de Cristina. Meses en los que me sentía cada vez más atraída. Nuestra relación fue muy estrecha desde el primer día y yo me mostraba como una "suegra" entregada a que la relación llegase a buen puerto. Los apoyaba en sus decisiones, a veces ante la oposición de Roberto. Cristina vio en mi a su principal apoyo y nuestro vínculo se estrechó también.

En verano, en nuestra piscina, siempre de manera disimulada tras unas grandes gafas de D&G, me recreaba en el espectacular cuerpo de Jona. Él se dejaba ver, saliendo del agua por el lado más cercano a mi. Era impresionante ver emerger aquel cuerpo perfecto, apoyado sobre sus fuertes brazos, mientras el agua resbalaba por todo él. Quedaba de pie ante mi luciendo un abdomen definido y un generoso paquete atrapado en un bañador ceñido de nadador olímpico. Me miraba con media sonrisa antes de pedirme una toalla. Yo se la entregaba lentamente, sin dejar de escrutarlo y notando como la humedad de mi coño mojaba mi bikini tipo tanga.

Al año, Cristina y Jona anunciaron que se irían a vivir juntos. Lo que reducía bastante las posibilidades de seguir calentándome el coño con la excitante presencia del novio de la hija de mi marido. Pero para mi sorpresa, éste decidió matricularse en el mismo gym al que yo asistía. La cosa ahí fue a peor. Yo hacía coincidir mis horarios con los suyos y así poder verlo en plena acción. Me resultaba irresistible ver a Jona trabajar su físico en aquellas máquinas. Sus brazos levantando pesas, su espalda tensándose en pleno ejercicio, sus piernas marcadas ante el esfuerzo. Me excitaba ver cómo empapaba en sudor su camiseta de tirantes.

Por mi parte, reduje la talla de mis mallas deportivas haciendo que mi coño se marcase de manera provocativa. El top difícilmente podía contener el volumen de mis tetas y mis pezones se marcaban constantemente en la prenda. Además siempre rondaba alrededor de Jona con la excusa de que me aconsejase a la hora de hacer algunos ejercicios.

Aquella mañana me sentía especialmente cachonda. Llevaba casi un mes sin practicar sexo con mi marido y la visión diaria de aquellos cuerpos de gimnasio hacía estragos en mi libido. Cuando Jona se marchó a los vestuarios yo aún me quedé un rato para terminar unos ejercicios. Cuando él salió yo estaba a punto de salir por la puerta. Había decidido ducharme en casa. Yo bebía directamente de una botella de agua cuando el chico me ofreció llevarme. Un poco de agua se escapó por la comisura de mis labios y, a modo de pequeños hilillos, descendieron por mi cuello y se perdieron entre mis tetas. Yo sentía la profunda mirada de Jona en mi escote.

El aroma a fresco y limpio del hombre inundaba el habitáculo de su Seat Leon y contrastaba con mi aspecto de deportista sudada. Sentía como mi coño caliente dejaba un rastro de humedad en mi tanga hasta marcarse perfectamente en mis mallas. Hicimos el recorrido comentando algunas anécdotas del gym y reímos. Al llegar le ofrecí que entrara a beber algo mientras yo me duchaba. Jona pasó a la cocina en busca de una cerveza mientras yo subía a mi dormitorio en busca de aplacar mi calor con una ducha fría.

Bajo la alcachofa, dejaba que el agua relajase mi cuerpo aún en tensión por el ejercicio y mis pensamientos perversos. Mientras mi fantasía me traicionaba con explícitas escenas sexuales en las que Jona era protagonista mi boca repetía que era una locura. En ese momento se abrió la puerta del baño. No me lo podía creer. Era Jona totalmente desnudo. Lo único que me falta por ver de su anatomía era una polla de buen tamaño, en la que se marcaban las venas de manera provocativa y cuyo capullo en forma de bola, de color rojo intenso, apuntaba al cielo pegado a su cuerpo. En una rápida comparación mental, la de mi marido perdía por mucho. Sobre todo en el poder de la erección. Ésta golpeba el cuerpo del hombre, la de mi marido no alcanzaba los 90° con respecto al suelo.

-Te estaba esperando.

Fue lo único que acerté a decir cuando Jona comenzó a caminar hacia mi. Yo de pie, en el plato de ducha recibí encantada el cuerpo del novio de mi hijastra. Se pegó a mí y me besó metiéndome la lengua muy dentro. Sabía a cerveza. Su polla erecta quedó aprisionada entre nuestros cuerpos. Sus manos recorrieron mi cuerpo hasta posarse en mis nalgas y masajearlas. Las mías intentaron abarcar su anchura y recorrí su definida musculatura hasta agarrarme a sus glúteos. Estaban duros como piedras. Subí de nuevo por su zona lumbar antes de acariciar sus pectorales y rodear cada uno de sus abdominales.

Por fin agarré su polla. Era caliente, dura, gorda. Al acariciarla podía notar cada una de las venas que se le marcaban. Comencé a masturbarlo lentamente al tiempo que le miraba y me mordía el labio inferior. En ese momento mi mente no funcionaba con claridad. No me planteé la diferencia de edad, yo le sacaba 26 años, era el prometido de la hija de mi marido, ni siquiera que estaba cometiendo la peor infidelidad posible. Lo único que quería era aquella polla.

Jona tomó las riendas. Manejó mi 164 cm de altura como el que maneja a un juguete. Me giró contra la pared, retiró mi melena y acariciándome el coño desde atrás me susurró al oído:

-Quiero follarte desde el día en que te conocí.

Para entonces mi coño palpitaba deseoso de ser penetrado. Jona acarició mi espalda bajo el agua que caía de la ducha. Luego me cogió las tetas. Sentir las grandes manos de aquel hombre sobar mi pecho, y pellizcar mis pezones gordos, era muy excitante. Después su mano recorrió mi barriga plana y definida hasta posarse en mi coño donde jugó unos segundos antes de abrirlo para colocar su capullo.

El primer puntazo hizo que me estremeciera. Hacía mucho que no follaba y la dureza de aquella polla era desconocida para mi vagina. Un segundo puntazo me obligó a ponerme de puntillas. El empuje de Jona era bestial y conseguía levantarme del suelo. Un tercer puntazo hizo que me estrellara contra la pared. Mis tetas se apretaban contra los azulejos y mis manos apoyadas en la pared impedían que me empotrase contra ella. Jona me estaba follando como un animal en celo. Su polla no pedía permiso para invadir mi sexo y alcanzar una profundidad que no recordaba. Como pude cogí la alcachofa y dirigí el chorro contra mi clítoris mientras era brutalmente follada por aquel chico joven.

Grité cuando el orgasmo se me vino encima. Mis piernas me flaquearon y quedé en pie por el empuje de la polla del novio de mi hijastra Cristina. El tipo tensó su cuerpo antes de salir de mi interior y terminar de correrse en mi espalda y mis nalgas. Perdí la cuenta de los chorros de lefa caliente que impactaron en mi cuerpo. Sentí la fuerza juvenil del semental que me acaba de follar.

Lejos de terminar ahí, la locura continuó. De haber sido mínimamente prudentes no hubiese sido ningún problema pero en ese momento éramos dos fuerzas de la naturaleza atraídos de manera inconscientes por nuestros más primarios instintos. Tras secarnos acabamos en mi cama de matrimonio. Yo sentada a horcajas sobre Jona. De nuevo empalada por el poderoso miembro de él. Con mi melena húmeda cayendo por mi espalda, yo botaba sobre él que me mordía los pezones y me rodeaba con sus brazos.

Yo tenía la cabeza echada hacia atrás sintiendo la saliva caliente del joven recorrer desde mi cuello hasta mis tetas. Sus dientes provocándome un placentero dolor al clavarse en mis pezones. Sus manos me agarraban las tetas, acariciaban mi espalda o azotaban mi culo indistintamente. De repente volvió a salir el animal que era Jona. Sin esfuerzo me volteó. Me colocó boca arriba y se tumbó sobre mí. Yo le recibí con las piernas abiertas. Me penetró de un golpe seco de cadera, arrancándome un profundo gemido de placer. Clavé mis uñas en sus hombros cuando comenzó a bombear como una bestia. Yo gritaba de manera incontrolada al sentirme totalmente ocupada.

Levantó mis piernas para colocarlas sobre sus hombros y no dejó de percutir contra mi coño rasurado. Mis tetas se movían a cada golpe de cadera de Jona. Me estaba destrozando. Sentía su polla clavarse en mi cerviz. Me estaba echando el mejor polvazo de mi vida.

Antes de correrse salió de mi y se colocó a horcajadas sobre mi cuerpo. Comenzó a masturbarse. La visión que tenía era excitante. Un joven de cuerpo escultural se pajeaba la polla a escasos centímetros de mi cara. Me tenía inmovilizada. Me tenía a su merced. Podría haber hecho lo que hubiese querido conmigo. Yo le animaba a que se corrieses sobre mí:

– Hazlo cabrón. Córrete en mis tetas. Échamelo en la cara.

Jona volvió a gritar, como en la ducha, anunciando su orgasmo y su polla empezó a disparar indiscriminadamente contra mi. Sus corridas eran exageradamente abundantes. Varios de sus chorros impactaron en mi morbosa cara. Yo abrí la boca para tragar. La textura viscosa de su lechada quedó en mi lengua. También tuvo reservas para regarme las tetas. Mis grandes aureolas de color marrón claro quedaron totalmente cubiertas de blanco.

Tuve que volver a ducharme. Salí desnuda del baño y me encontré a Jona tumbado en la cama con su brazo izquierdo bajo la cabeza. En esta postura se le marcaba el bíceps y mi coño reaccionó. Me tumbé junto a él y le di un pico en los labios. No me podía creer lo que había pasado. Me acaba de follar al novio de mi hijastra en la misma cama que compartía con mi marido. Era una puta locura…pero era la puta locura más morbosa de mi vida.

Comencé a recorrer con mis dedos su torso y su abdomen. El niño estaba de escándalo. En mi vida había tenido la oportunidad de follarme semejante cuerpo. Jugué con mis dedos delimitando sus abdominales. Rodeé su ombligo y seguí bajando en busca de su polla que se mostraba morcillona y tumbada hacia mi lado. Nos mirábamos y nos besamos levemente. Agarré su polla que pronto comenzó a crecer en mi mano. Me sorprendí de la capacidad de recuperación de un joven de 24 años y con tono físico envidiable. Comencé a masturbarlo al tiempo que le mordía los labios y le comía la boca.

De repente se abrió la puerta del dormitorio. Ante nosotros Cristina, la hija de mi marido, mi hijastra, la novia de Jona. Quedé perpleja apretando la polla de su chico. Él, supongo que en un acto reflejo mitad miedo mitad excitación, soltó otra corrida. Un gran disparo de semen voló por los aires y aterrizó sobre sus propios abdominales. Cristina vociferó:

-Hijos de puta. ¿Qué coño estáis haciendo? -Nos lanzó su móvil, que era lo único que tenía a mano (de haber tenido un arma nos habría liquidado)- Eres un cabrón, podría ser tu madre, asqueroso de mierda. ¿Y tú? puta zorra ¿No te da vergüenza? ¿Ponerle los cuernos a tu marido con el novio de su hija?

La situación era incontrolable por embarazosa y violenta. La niña tenía razón. Yo era una puta zorra que me había encamado con mi propio yerno. Cristina seguía gritándonos e insultándonos mientras Jona y yo intentábamos recordar donde estaba nuestra ropa. La mía estaba en el cesto de la ropa sucia con lo que tuve que buscar un albornoz. Peor era la situación de Jona. La suya había quedado tirada en el salón cuando subió a meterse en la ducha conmigo. Tuvo que pasar, totalmente desnudo, junto a Cristina que no dudó en lanzarle puñetazos y patadas que su novio ni siquiera esquivó. Los aceptó como castigo y despedida.

Desde el dormitorio oímos un portazo cuando se largó del lugar del crimen. En casa quedamos Cristina y yo en una de las peores experiencias que me ha tocado vivir. Estaba claro que aquel era el fin de mi matrimonio. Era imposible salvar la situación. Y es que esto no había sido una infidelidad al uso. Le había puesto los cuernos a mi marido con el novio de su hija. Era muy fuerte. Casi demencial. Me encerré en el baño mientras Cristina me insultaba sin descanso. Mi temor era que llegase Roberto. Yo estaba decidida a largarme de la casa antes de eso pero su hija me tenía "retenida"…

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