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La brujería de doña Ileana
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Tiempo de lectura: 3 minutos

Antes nos parecía fascinante acercarnos a su casa. Ahora las cosas han cambiado. Nosotros hemos cambiado y también ella. Hubo muchos rumores, algunos bastante crueles acerca de su persona, del comportamiento de Ileana. Pero yo siempre supuse que no era tan mala a pesar de que era considerada una bruja maléfica. Según Dolores, una de las mujeres más chismosas del barrio, Ileana se comía a los niños. Les preparaba una poción con una gran cantidad de yerbas, que invocaba a los dioses africanos, que mezclaba la poción con la mermelada y atraía a los muchachos. Después no se les veía salir de su choza.

También decían que, de noche se convertía en un animal inverosímil y se escondía en una cueva donde se entrevistaba con Mandinga que es el diablo en la mitología yoruba. Pero muy pronto comprendí que esas no eran sino patrañas porque si Doña Ileana hubiese obrado de esa manera, ahora estaría pudriéndose en la cárcel. Lo cierto es que la dictadura castrista ha obligado a los ciudadanos en Cuba a convertirse en personas entrometidas, chismosas, desleales, calumniadoras. Por ese motivo inventaban infundios sobre la Ileana quien en verdad era una pobre mujer solitaria. Al menos eso pensaba hasta que un día se me ocurre hacerle la visita. No sabía que artimaña inventar para aparecerme de repente en su puerta y decirle aquí estoy yo, Fernando, su vecino de 23 años para saber en realidad quien es usted, para que no me sigan engañando como a un maldito chino.

Entonces ella me miró de arriba abajo y hubo una sonrisa y luego una especie de mueca dolorosa. Me invitó a pasar, indicándome una silla y puso una taza con café frío. Era una mujer deteriorada por los años y avatares desconocidos por completo para mí. En mi temprana juventud, el mundo femenino aun constituía un enigma maravilloso y alucinante. Pero en el caso de Ileana, se trataba de una verdadera bruja con el pelo teñido de anaranjado, sus ojos eran profundamente violáceos y las manos tenían algo amenazador que no se explicar. Empezó a usar sus artimañas de bruja. Me dijo que no había ningún problema, que si había llegado a la puerta de su casa era por los espíritus. Ellos, añadió, te trajeron porque necesitas de mí… Tienes problemas para encontrar mujeres, para enamorarlas. Y no era mentira pero tampoco había que ser un profeta para descubrir tal cosa. No es que mi aspecto fuera desagradable pero, en aquel tiempo se me hacía muy difícil hablarle de amor a una mujer. Ni siquiera me atrevía a invitar a salir a una compañera de colegio.

Me enfrasqué en una meditación aburrida y sin lógica. Pasaron varios minutos en que ella habló en vano pues yo no prestaba atención a sus palabras. Sólo cuando me dijo, ven acá. Y entramos a una especie de cuarto estrecho donde figuras de distinto tamaño me miraban adonde quiera que me moviese. De modo que una vez más yo estaba confundido con respecto a esta señora y solo atiné a sentarme en una especie de banco. Ella metió las manos en un caldero donde llegué a ver a un cadáver de rana flotando en un bodrio asqueroso. El tufo se propagó alrededor nuestro. Doña Ileana me dijo: A ver la pinga (Así le llaman en Cuba al miembro viril). Al ver que yo no reaccionaba, ella misma abrió la cremallera y extrajo mi verga, untó el menjurje y fue sobándola con lentitud. Aquello no me desagradó en lo absoluto a pesar de la hediondez del lugar. Empezó un rezo y a continuación me bajó el pantalón y el calzoncillo. Mi pene se había puesto tan rígido que los estrujones debían ser más fuertes. Cuando mis gemidos le anunciaron que eyacularía muy pronto, me hizo colocarme frente al caldero y arrojé mi semen en el caldo asqueroso. Después de aquella pajeada tan deliciosa, me hice adicto por un tiempo a las visitas en casa de la bruja.

Hace ya varios años que no la veo y la casa ahora es una choza irreconocible. No puedo dejar de admitir que es una fantasía un poco extraña pero las pajeadas que me dio Doña Ileana no se me olvidarán jamás.

Autor: Larsen

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