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La asesora legal de mi jefe
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Tiempo de lectura: 3 minutos

Hace ya bastantes años, un amigo me “jaló” para trabajar con él en una pequeña institución pública.  Había asumido la presidencia y me llevó como gerente de administración. Era una entidad bastante pequeña, de presupuesto exiguo y condiciones de trabajo bastante deplorables.

Como en cualquier institución pública de mi país, quien asume la dirección de la misma tiene un margen para convocar personas de su confianza. Contrató a dos personas más de su entorno para cargos gerenciales y una abogada para que lo asesore en los temas legales. La abogada que contrató terminó trabajando en una pequeña oficina cerca de la mía. La conocía pues su esposo había trabajado con mi jefe y conmigo en un trabajo previo, pero la habría visto muy rápidamente 2 o 3 veces. Su esposo no era mi amigo, pero si alguien con quien había trabajado un tiempo medianamente largo. Su oficina no tenía un baño privado, sino que debía utilizar el baño común de los trabajadores del área de administración.

Como la conocía algo de antes, a los dos días de estar en la oficina y habiendo conocido ya el asqueroso baño común, me pidió avergonzada si podía usar el que estaba en mi oficina, que no era la gran cosa, pero era amplio y limpio. Le dije que sí, que no habría problema.

Dos o tres semanas, un par de veces al día, obviamente cuando no había nadie reunido conmigo, me pedía el baño, ingresaba, lo usaba y se iba. Me encantaba verla irse pues tenía un culo realmente generoso, que movía muy coquetamente. Siendo abogada, siempre estaba en traje sastre, con pantalones ceñidos, que resaltaban su figura y era excitante verla salir del baño, con la cara lavada y con su coqueto “gracias ingeniero”.

Una tarde, como de costumbre, me pidió el baño. Ingreso como siempre y seguí trabajando, esperando que salga. A los minutos escuche que me llamaba con timidez “Alonso, Alonso”. Me acerqué a la puerta y me preguntó si podía alcanzarle papel higiénico. Había entrado, se había ocupado sin percatarse si había o no. Cogí uno, le toqué la puerta y le dije que listo.

Ella me dijo “pasa por favor”, lo que me sorprendió. Pero entré y la vi sentada sobre el inodoro, roja de vergüenza esperando le alcance el papel higiénico. Me acerqué y le pude ver las piernotas fuertes y apreciar el culo grande sobre el que estaba sentada. Me excité mucho, por verla y por la situación. Ella estaba realmente turbada. Le acerqué el papel y me retiré.

Volví muy perturbado a mi escritorio. Luego de un par de minutos ella salió y me dijo

– Alonso, que vergüenza

– Tranquila, son cosas que pasan

– Es que fue un poco incómodo, sólo mi esposo me ha visto así

– Pues disculpa que te lo diga, pero envidio a tu esposo y mucho.

Ella se sonrojó un poco, me agradeció y se fue. Me corrí dos veces esa noche pensando en ella. A la mañana siguiente volvió a la oficina a pedirme el baño. La hice pasar y seguí trabajando. A los instantes escuche “Alonso, Alonso”. Me acerqué a la puerta y me dijo “pasa”.

Entré y la volví a encontrar sentada, con el pantalón abajo. Fue directa:

– ¿Alonso, me deseas?

– Si Lucía, no he podido dejar de pensar en ti y en tu culo

– ¿Me quieres limpiar?

– Si.

Estaba demasiado excitado, ella igual, luego me lo comentó. Pero en ese momento sólo quise limpiarle el culo y disfrutarla. Pero sólo había meado. Me puse de cuclillas a su lado, cogí papel y le limpié su húmeda vagina. Busque sus labios y nos besamos. Ella con ansiedad, desesperación, me besaba brutalmente.

Con sus manos iba desabrochándome el pantalón. Sacó mi verga y comenzó a chuparla con ansías e igual desesperación como me había besado. Estaba como poseída, su ataque era absoluto, yo sólo me dejaba llevar por su pasión y su deseo animal.

Se puso de pie, se acomodó sobre el inodoro, casi como perra, pero en una posición algo más erguida. Me coloqué detrás, le unté saliva con mis dedos, algo absolutamente innecesario pues estaba chorreando y me la comencé a coger, ella gimió desde el primer instante y se movía afiebradamente.

Un par de minutos así y me dijo dame por el culo. Ya no me preocupé por untarlo de saliva o trabajarlo, se la empuje sin más, y entró como si fuese una amplia vagina. Comencé a darle duro por el culo y empecé a decirle que era demasiado puta, demasiado cachera, que tenía el culo muy fácil, y eso la excitó y llegó y llegué con ella.

Se volteó, me besó. Puso el papel higiénico en la mano y me dijo límpiame. La obedecí, le limpié el culo de semen y su húmeda vagina. Se vistió. Me volvió a besar y se fue a seguir trabajando.

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