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La animalista
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-Un rioja, por favor.

La camarera, una joven morena, no tardó en servirme. Estaba en A coba (la cueva). Aquella noche el pub estaba petado. A mi lado, sentada en otro taburete, estaba una chica de unos 20 años. Era rubia, con media melena, llevaba dos pequeños aros de oro en las orejas, sus labios y sus largas y cuidadas uñas estaban pintadas de rosa, lo mismo que sus ojos. Vestía una falda roja que le daba por debajo de las rodillas, una camiseta negra, una cazadora roja y calzaba unas botas negras de mosquetero que se perdían debajo de su falda. Cruzamos miradas, y le dije:

-Buenas noches.

Con acento andaluz, me respondió:

-Buenas noches.

Me giré y le eché un vistazo al pub. La joven, me dijo:

-No está mal, ¿verdad?

-No. ¿De qué parte de Andalucía eres?

-Málaga.

Al mirarla de nuevo vi que en su camiseta negra rezaba: “Toreros muertos”, le pregunté:

-¿Te gustan los toreros muertos?

-Mejor que vivos. Soy animalista.

Los toreros muertos fueran un grupo musical que me gustara. Jugar con ellos así no era de recibo. La miré con cara de pocos amigos, y le dije:

-Mejor no te digo lo que pienso de las que cómo tú dicen que los gallos violan a las gallinas y otras barbaridades.

-Esos son casos de descerebrados. Los toros es otra cosa. Los animalistas lo que estamos es en contra del maltrato animal. La tauromaquia es maltrato animal.

-Una conversación parecida a esta ya la tuve con una vegetariana… A ver, bonita. ¿Tú te crees que los ganaderos crían los toros para que se mueran de viejos? Si no les quitaran ganancias dejarían de criarlos… No veo a nadie dispuesto a tener un toro de mascota. Resultado: Los toros los verías en los zoos hasta que se extinguieran. Y lo mismo pasaría con vacas, cerdos, cabras, ovejas…

La camarera se metió en la conversación.

-Tiene razón, siempre te dije que está bien querer a los animales, pero de eso a preocuparse…

La interrumpió.

-¡A ti lo único que te preocupa es beber aguas frescas cuando tienes sed, Marga!

-No debías decir esas cosas delante de un extraño.

-El viejo no sabe de lo que hablamos.

-Te apuesto una cerveza a que si.

Me miró y me debió ver cara de tonto, ya que me preguntó:

-¿A ti te gusta beber aguas frescas?

Mi respuesta fue contundente.

-Sí, te comería el coño hasta beberlas.

Sonriendo, exclamó:

-¡Ay va, qué bruto!

La camarera, le preguntó a Lara:

-¿Te lo vas a follar?

Parecía que se conocían bien.

-Si me sale del coño, sí.

-Y te va a salir. Hace años que deseas tirarte a un viejo.

-¿Hacía falta que lo dijeras?

-Te estaba preparando el terreno. Ataca.

Lara siguió su consejo, me miró, y me preguntó:

-¿Dónde me vas a comer el coño, en tu casa o en la mía?

Me tocaba. Nunca me gustaron las tías buenas que van de sobradas, eché un trago de vino, y le dije:

-Antes hay que acordar el precio.

La camarera se tapó la boca con la mano mientras reía. Lara, no sabía que decir, me miraba con cara de sorpresa, al final, dijo:

-¡¿Que?! No cobro por follar. Yo…

-Yo, sí.

La camarera se fue a buscar no sé qué. El caso era no estar presente. Lara, me preguntó.

-¿Y cuánto cobras?

-¿Quieres correrte tres veces con el completo? O sea, oral, vaginal y anal.

-¿Sí, cuánto sería?

-No tienes dinero suficiente.

Me miró de abajo a arriba. Me echó una mirada despectiva, y me dijo:

-No pagaría un céntimo por estar contigo. Te seguía la corriente solo por saber hasta dónde podía llegar la estupidez de un viejo.

-Para estupidez la tuya dando por sentado que puedes follar con quien te salga del coño. Hasta nunca, bonita.

Dejé dos euros sobre la barra y me fui de su lado. Justo cuando iba a salir del pub comenzó a llover con fuerza. Sentí la voz de Lara detrás de mí, me decía:

-¿Tienes coche?

-Tengo.

-¿Me acercas a casa?

-Espera aquí que te recojo.

La recogí y acabamos en un piso que luego supe que compartía con la camarera de la Cueva y otra chica más que también era camarera. Nada más llegar me condujo al salón, encendió la televisión, abrió la puerta del mueble bar, y yéndose, me dijo:

-Ponte cómodo y sírvete algo. Voy a cambiarme.

Quité la chaqueta y la puse en el brazo de un tresillo. Me eché un brandy. Después me senté al lado de la chaqueta y la esperé.

El salón estaba pintado de blanco. Tenía dos tresillos del mismo color que las paredes Y una mesa camilla entre ellas. Una estantería con libros, y delante de la estantería una lámpara de pie, una mesa y una silla. En la otra pared estaba el mueble bar. Tenía unos cuadros de marinas en las paredes, en el piso una alfombra marrón, y al fondo una ventana con cortinas blancas.

Al rato entró Lara en el salón. Traía puesta una bata roja muy corta, que dejaba ver casi la totalidad de sus largas y moldeadas piernas. Cuando se detuvo a mi lado vi que las tenía muy juntas con apenas una pequeña brecha entre ellas que comenzaba en los tobillos y terminaba un poco más arriba de las pantorrillas. Eran unas piernas perfectas. Me preguntó:

-¿Lo de correrme tres veces con un completo iba en serio?

-Puedes apostar tu bonito tu culo a que sí.

Acabé el brandy, posé la copa sobre la mesa camilla. Le abrí la bata y apareció ante mí un coño totalmente depilado y que olía a jabón de La Toja. Le eché las dos manos a sus duras nalgas y, despacito, pasé la punta de mi lengua por su raja hasta llegar al clítoris. Poquito a poco fui lamiendo y metiendo la punta más adentro y poquito a poco sus gemidos se hicieron más dulces. El coño se fue abriendo y al final ya parecía una flor. Lara, dejo caer la bata sobre la alfombra del salón, se agachó un poquitín, y con voz melosa, me dijo:

-Anda, chupa un poquito que se sienten muy solitas.

Eran unas tetas preciosas, medianas, duras y picudas, mamar aquellas areolas que parecían hinchadas y lamer sus gordos pezones me puso a mil, a mí y a ella. Cuando se volvió a incorporar, me puso una pierna sobre el hombro para que le comiese el chocho a gusto. Mi lengua, plana lamió su coño mojado. Con una mano le cogí una nalga y con un dedo de la otra le acaricié el ojete haciendo círculos sobre él

Lamí de abajo arriba el clítoris un par de minutos. Lara ya estaba que echaba por fuera. Sus gemidos anunciaban un inminente orgasmo. Mojé el dedo corazón en sus jugos y se lo metí dentro del ano y después metí mi lengua en su vagina. Lara movió la pelvis haciendo que mi lengua entrase y saliese de su coño al tiempo que rozaba su clítoris. Me agarró la cabeza, sus gemidos subieron de intensidad, sus piernas comenzaron a temblar y explotó:

-¡¡Osú!!

Al terminar, sonriente, me dijo en perfecto andaluz:

-Me he corrío.

Le devolví la sonrisa, y le dije:

-Me late que no es la primera vez que te corres.

-Así, de pie, sí que lo fue.

Se arrodilló delante de mí. Me agarró la hebilla del cinto y tiró con fuerza… Abrió la bragueta, hizo que levantara el culo un poco y me bajó los pantalones y los calzoncillos hasta los tobillos, luego se sentó sobre mi regazo y aplastó mi polla con su coño, restregándolo contra ella y jugando con su lengua en mi boca, me quitó la corbata y la camisa. Luego, se levantó y acabó de desnudarme. Al tenerme en pelotas, se arrodilló, cogió mi polla con su mano derecha y mientras la deslizaba de arriba a abajo y de abajo a arriba su lengua lamió mis pelotas, chupó un huevo, volvió a lamer, chupó el otro y volvió a lamer… No perdía el contacto visual. Quería saber cómo lo estaba haciendo. Comenzó la mamada. Su lengua bajaba apretando la polla hasta encontrarse con su mano derecha. La otra mano acariciaba mis pelotas. Lara no perdía el contacto visual, era como si estuviera tomando nota. Me chupó la punta y después me pajeó la corona con el dedo índice y el pulgar. Acto seguido la cogió por la mitad, metió el glande en la boca y le dio arriba y abajo, abajo y arriba y después la metió toda en la boca. Al rato notó cómo mis pelotas desaparecían y cómo mis piernas se ponían tensas. Aceleró los movimientos de su mano. Me chupó solo el glande, me acarició el ojete, y ya no pude más. Mirándome a los ojos, me dijo:

-Dilo.

Dije lo que me vino a la boca:

-¡Me corro!

Pensé que iba a dejar de mamar, pero siguió mamando y se tragó la leche. Quedé deshecho y con la polla más muerta que la de una momia.

-¿Otro brandy?

-Sí, gracias.

Lara era muy joven, pero tenía mucha escuela. Sabía que debía dejar que descansara, por lo que sentada en un sofá delante de mi con las piernas abiertas y tomándose un brandy, se puso a hablar de cosas personales suyas, cómo que vivía con dos amigas… Que a veces se los montaban las tres, o una con la otra. Me fue contando cómo lo hacían… Me fue calentando. Cuando vio que tenía la polla morcillona, al más puro estilo Torrente, me dijo:

-¿Nos hacemos unas pajillas?

-Empieza.

Cerró los ojos y echó las manos a sus deliciosas tetas. Luego bajó una mano al coño, mojó dos dedos en sus jugos y acarició con ellos el clítoris. Yo meneaba la polla y pensaba para mi mismo en las pajas que iban a caer recordando aquel momento… Coño, es que no todos los días un sexagenario puede estar con una joven, sin pagar. ¿En quién estaría pensando? Pesara en quien pensara, funcionaba, ya que empezó a gemir.

Unos minutos más tarde sus gemidos ya eran de pre orgasmo. Abrió los ojos, me miró para la polla y vio que ya estaba potable. Vino junto a mí, y sin decir palabra, se sentó en mi regazo y metió la polla dentro de su coño. Volvió a cerrar los ojos. Con sus brazos alrededor de mi cuello, comenzó a besarme, a frotar sus tetas contra mi pecho y a follarme. Tenía que preguntárselo,

-¿En quién piensas? ¿Con quién follas?

-Con mi paisano, el Banderas.

Me sentí cómo una mierda, pero una mierda afortunada. Y aún más, poco después, al ver cómo echaba la cabeza hacia atrás, cómo su coño descargaba sobre mi polla, y cómo decía:

-¡Me corro otra vez

Al acabar de correrse me siguió besando. Tenía la polla y los huevos encharcados de sus jugos. La sacó del coño y la puso en la entrada del culo. Empujé y fue entrando, muy apretada, pero no se quejó.

Lara seguía besándome, y mirándome a los ojos cuando entró en el salón su amiga Marga, una chavala de su edad, morena, muy guapa y con un cuerpo de escándalo. Al vernos, le dijo a Lara:

-¡¿Te la está metiendo en el culo?!

-Está.

-¿Y te gusta?

-Si, mucho.

-¡Yo también quiero!

La noche fue larga y disfrutaron de lo lindo, ya que yo después de correrme la primera vez tardo horas en volver a correrme.

Quique.

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