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La amiga de mi madre (Parte I)
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Tiempo de lectura: 6 minutos

Maritza, es una amiga de mí madre desde su infancia. Ronda alrededor de sus 38 años. Es una mujer de 1.65 m de altura, cabello castaño oscuro, no es de complexión muy delgada sin embargo eso no evita que posea una figura muy sensual. Sus pechos de un generoso tamaño se dibujan en su ropa como dos gotas de agua, son firmes para su edad y he notado que no parecen necesitar de sostén para que permanezcan en su sitio.

Su cintura no es tan delgada, pero la anchura de sus glúteos dibuja sus voluminosas curvas haciéndola ver muy sensual y apetecible. Sus piernas son robustas pero bien formadas y no hay signos de flacidez por ninguna parte de su cuerpo. Para su edad está muy bien conservada.

Ella nunca se casó ni tuvo hijos. Intentó llevar una vida de pareja con un sujeto pero el tipo era un irresponsable. Después de dos historias similares decidió optar por la vida de soltera.

Los últimos 2 años han sido un poco complicados para ella en cuestiones laborales y económicas. La terrible situación sanitaria y las medidas de cuarentena habían terminado de complicar su condición.

En busca de una solución a su problemática decidió emprender y convirtió la sala de su casa en un local de venta de ropa americana a precios bajos.

Aun así el negocio no parecía ir del todo bien. En un par de ocasiones le escuché contar a mi madre que las ventas eran muy escasas y que apenas lograba cubrir los gastos de comida y servicios.

El sábado por la mañana me dirigía al supermercado. Pasé frente a su casa, que me queda de camino, pude verla sentada, recostada en el mostrador, su local no tenía cliente alguno. Aburrida ocupaba su tiempo husmeando en su celular mientras esperaba la visita de algún cliente.

Esa escena me pareció triste, de vuelta a casa decidí pasar por su local y comprar alguna prenda para tratar de alegrarle un poco el día.

-¡Hola!, ¡Quiero toda la ropa del local por favor! –entré, bromeando alegremente para animarla.

-Hola muchachón, que gusto verlo, pase, con gusto empacaré todo –respondió mientras reía de mis ocurrencias.

Me acerqué hasta el mostrador donde estaba, la saludé con un beso en la mejilla como era costumbre y posé mi mano suavemente sobre la suya en el mostrador.

-¿Qué tal está Mari, como le ha ido?

-Aquí, haciendo la lucha como siempre, pero el negocio está muerto estos días, a usted ¿qué tal le va?

-Normal, todo tranquilo, ahí viendo qué hacemos.

-¿Qué tal su mamá, están todos bien en casa?

-Si gracias a Dios todos estamos bien, tratamos de no salir mucho por esto del virus –dije mientras comenzaba a husmear entre la ropa que tenía a la venta.

-Me alegra mucho y ¿que cuenta la novia? –me preguntó en son de broma, pues sabía qué hace tiempo que estoy soltero

-¿Novia?, yo no sé qué es eso Mari, es pecado. –le dije riendo.

-Ya va siendo hora de que se consiga una linda muchacha, tengo que conocer a sus hijos aún.

-Jaja no Mari, tranquila, no me apresure que yo estoy bien así, por el momento. Además quien sabe, a lo mejor y me quedo soltero. A usted no le va tan mal.

-¡Ay no! No diga eso, usted tiene que hacer su vida. Si supiera, no siempre es tan bueno estar solo como pudiera parecer. –me respondió con un tono un poco desalentador.

-Ánimo Mari, ya verá que las cosas van a mejorar, usted sabe que cuenta con nuestra familia, en especial conmigo… y para que vea, quiero comprar un par de cosas, ¿tiene donde pueda probarme esto?

-Ay tan lindo, gracias, si claro. Venga por aquí tengo el vestidor.

Yo había escogido un par de playeras, un pantalón y una bermuda. Ella me mostró el vestidor, detrás del mostrador principal. Era un espacio angosto que ella había acondicionado.

Comencé con las playeras, una me quedó bien, la segunda era muy pequeña. Hacía calor, así que decidí quedarme sin camisa mientras me probaba las demás prendas. El pantalón me quedaba, pero era demasiado ajustado para mi gusto.

Cuando me incliné para probarme la bermuda la cortina se abrió levemente, pude ver el enorme trasero de Maritza que se encontraba apoyando sus codos sobre el mostrador mirando su celular.

Llevaba unos leggings grises, una blusa corta de tirantes que se subía fácilmente sobre sus prominentes glúteos. Podía ver su diminuta tanga marcarse por debajo de esos apretados leggings. Sus pechos posaban delicadamente sobre uno de sus antebrazos en el mostrador. Maritza parecía haber subido un par de kilos esa temporada, pero los había ganado exclusivamente en sus glúteos y tetas, lo cual la hacía ver más sensual que de costumbre.

Una intensa erección brotó entre mis piernas. Llevaba rato teniendo deseos de intentar algo con Maritza, y aquel sería el momento perfecto.

-¡Mari! –grité

-Si dígame –dijo mientras se acercaba al vestidor.

-¿No tiene una talla más grande de bermuda? Esta me quedó muy pequeña, mire –le dije riendo.

Abrí la cortina para mostrarle, la bermuda no me cerraba en la cadera, desabrochada, con el zipper abajo y con el enorme bulto de mí erección que sobresalía entre la prenda, le mostré.

Maritza me miró de una manera lasciva que jamás había demostrado. Trató de disimular pero fue inevitable notar que observaba mi paquete mientras fingía ver la bermuda. Me miró sorprendida y en silencio por unos segundos para luego reaccionar.

-Ah, ya veo, si claro, buscaré una más grande y se la traigo.

-¡Gracias Mari! –me quedé dentro del vestidor acariciándome el pene mientras fisgoneaba el trasero de Maritza balanceándose al caminar.

Luego de un rato regresó con lo solicitado.

-Encontré una talla más grande, pero no del mismo color, esta es negra –dijo, acercándose a la cortina del vestidor.

Perfectamente pudo colgar la prenda por arriba de la cortina para que yo la tomase. Pero no, se quedó parada frente a la cortina como esperando que yo saliera a recibirla de sus manos.

-Bueno, no hay problema, lo importante es que me quede –abrí la cortina nuevamente. Esta vez me encontraba casi desnudo. El bóxer era la única prenda que tenía puesta y que cubría la enorme erección que el cuerpo de Maritza me provocaba.

-Sí, déjeme ver cómo le queda esa –me dijo, manteniendo la cortina abierta con una de sus manos.

Maritza me miró de pies a cabeza mientras yo me colocaba lentamente la prenda. Sus ojos brillaban de deseo, su voz estaba temblorosamente nerviosa y una humedad leve podía notarse sobre sus leggings entre sus piernas.

-Mmm, me parece que esa le queda bien, dese la vuelta, déjeme ver –dijo observando mi trasero mientras me giraba.– si definitivamente te queda muy bien, bonito bóxer por cierto, ¿qué marca es?

Su pregunta era inusual, pero la curiosidad y el morbo de la situación hicieron que le siguiera la corriente.

-American Clothes, creo.

-¿Y te gusta usar de esa marca?, creo que tengo un par de esos que podrían interesarte –dijo mientras se giraba agachándose para buscar en el mostrador los dichosos bóxer.

Podía ver como sus glúteos se ensanchaban y abrían cuando se inclinaba. Se puso en cuatro bajando su cabeza lo más posible, hurgando en el mostrador y dejándome su culo como espectáculo para que lo disfrutara. Los labios de su vulva se marcaban en sus leggings apretados y la humedad que dejaban escapar había hecho una mancha oscura en la tela que se expandía lentamente hacia sus muslos.

Mi pene estaba duro y enorme. La humedad en la punta de mi glande había marcado mi ropa interior.

-Aquí están –dijo, levantándose y llevándome las prendas.– Uy mira nada más, creo que si los necesitara después de todo. –dijo mirando mi evidente humedad.

-Supongo que sí me servirán –respondí mientras tomaba las prendas.

Se sentó en un banquillo frente a mí, con las cortinas abiertas y se quedó mirándome.

-Bien, adelante muchachón, quiero ver cómo te quedan esos calzoncillos.

Bajé lentamente mi ropa interior, como dejando que ella disfrutara de lo que veía y parecía gustarle mucho. Un enorme pene de 19 cm salió de entre mi ropa. Estaba totalmente erecto, hinchado fuertemente, las venas recorrían toda su longitud desde el tronco al glande. Una inflamada cabeza brillaba en un extremo y por el otro extremo, debajo, unos testículos colgantes, completamente llenos y urgidos por descargarse.

-Vaya, se ha convertido en todo un hombre. –dijo Maritza con un tono de excitación y lujuria.

-¿Le parece?

-Claro, no había visto un pene de semejante tamaño jamás. No entiendo como sigues soltero. Con semejante herramienta ha de volver locas a las chicas.

Los pezones erectos de Maritza resaltaban de su ajustada blusa, sus pechos se asomaban levemente fuera de sus tirantes. Deslizó sus manos al medio de sus piernas, apretujando y levantando sus pechos con sus bíceps. Sus manos comenzaron a acariciar su sexo delicadamente. Sus fluidos habían escurrido en el banquillo que ya se notaba húmedo.

Me acerqué a ella, me incliné buscando su boca con la mía y la besé apasionadamente mientras una de mis manos hurgaba entre sus sostén apretando sus exquisitas tetas. Su boca estaba ardiendo, su agitada respiración mostraba su desenfrenado deseo alimentado por la larga abstinencia de la soltería.

Me incorporé frente a ella y acomodé su cabello atrás de su cabeza y la sujeté. Acaricié su mejilla y suavemente bajé su barbilla abriendo su boca la cual ya estaba salivando viscosamente. Asomé mi glande a su boca y de forma hambrienta Maritza comenzó a devorar mi verga con fuertes succiones. Masturbaba mi pene desde la raíz mientras se comía el otro extremo. La calidez de su boca era exquisita. Sus pechos colgaban balanceándose libres luego de haberlos sacado con mis manos.

Estaba cumpliendo una maravillosa fantasía que hace tiempos deseaba. Lo que lo hacía más excitante era el hecho de que la entrada del su casa seguía abierta, veía a la gente en la calle pasar frente al su puerta mientras Maritza engullía mi verga deliciosamente. En cualquier momento podría entrar alguien y pillarnos en el acto.

Saqué mi verga de la boca de Maritza, me arrodillé frente a ella que seguía sentada en el banquillo, sus tetas quedaban a la altura de mi boca y comencé a degustarlas con ansias.

Lamí la periferia de sus pezones para luego mamar como un recién nacido aquellas tetas, succionaba fuertemente mientras jugueteaba su pezón con mi lengua. Mientras tanto una de mis manos apretaba su otro pecho y la otra mano masajeaba su vulva que destilaba jugos lubricantes en sus leggings.

-Oh! Ah! Que delicia, uf! No puedo creerlo, esto no está bien Donni, ah! –me decía Maritza.

-Acaso ¿no era esto lo que querías?, eres una zorra y ahora por fin serás mía –le decía descortés.

El decoro entre nosotros había bajado a nivel de iguales. Ya no había más “usted” respetuoso. Ahora éramos amantes.

Llevé a Maritza hasta el piso y una vez tumbada sobre su espalda, le arranque sus mojados leggings junto con su ropa interior. Su sexo era impresionante, ella llevó sus rodillas a sus pechos sujetando sus piernas y yo me lancé a devorar su hermosa vulva a placer.

Sus labios eran carnosos, rosáceos, estaba totalmente depilada, sus fluidos vaginales escurrían por su ano. Bajé hasta su vagina, abrí su vulva con mis dedos y un clítoris endurecido emergió entre ellos. Inmediatamente comencé a lamerlo, lo lamía como un niño lame su paleta, endurecía mi lengua para meterla cuanto pudiese en su vagina.

Ella gemía incesantemente de placer, se estremecía, sus piernas temblaban y su abdomen se contraía con cada lengüetazo. Introduje dos dedos y comencé a moverlos estimulando su punto G. Ella gozaba, apretaba mi cabello con su mano y acariciaba mi cabeza mientras yo devoraba aquel festín.

De repente, escuchamos unos pasos entrar, era Jazmín, una amiga de Maritza…

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