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La abuela de mi novia me pone a prueba
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Tiempo de lectura: 6 minutos

Otro almuerzo familiar se terminaba. Al principio recuerdo que me gustaban, aunque luego de un tiempo, me daba demasiada pereza ir y almorzar en lo de mi suegra. Lo único que me convocaba es que me sentía el hombre de esa mesa. La madre de mi novia era viuda, su hermanita de dieciocho y su abuela. Admito que me gustaba contemplar la belleza genealógica de las mujeres con las cuales compartía largas jornadas.

Recuerdo también sentirme como un rey. Ellas me atendían, me ponían el plato, me lo retiraban, me preparaban el café. Hacían de todo. Hasta la hermanita de mi mujer, la rebelde adolescente, no dudaba en acomodarme el cuello de la camisa si me notaba transpirado.

Una tarde, luego de unas pastas de la abuela de mi novia, todas quedaron dormidas. Yo me quedé en el patio, leyendo un libro al tiempo que la brisa primaveral jugaba con mi pelo. Sentado sobre la reposera y de espaldas al salón, siento en un momento una mano, pequeña y repleta de anillos sobre mi nuca. Al voltearme, observe que era Beatriz, más conocida como “la abu”.

-Qué haces acá sólito? –me dijo.

-Leyendo un poco, abuela –le conteste.

-Ay no me hagas reír –dijo haciendo un gesto con la mano- que tu abuela no soy.

-¡Pero si me conoces hace diez años! Hasta tu marido me decía que era como un nieto más.

-Roberto…-dijo con la mirada perdida- lo extraño tanto.

-Imagino… los paseos, las charlas…

-y las caricias –arremetió ella.

-bueno. Si también, la ternura es muy importante –respondí nervioso.

Ella otra vez se volvió a reír, al tiempo que se sacaba la remera, quedando solamente en corpiño con mi mirada clavada en sus dos enormes pechos, exageradamente caídos, pero enormes al fin y muy arrugados.

-Espero que no te moleste –dijo mientras se acomodaba los pechos, dejando lucir dos enormes pezones de los cuales había tomado mi suegra en algún momento.

-Para nada, esta impecable. Creo que voy a dejar de decirle abuela –dije saliendo rápido, y a la vez tirando una leve munición.

Solamente se rió, mientras se recostó en la silla contigua. Dejando lugar para que el sol invadiera su piel gruesa, arrugada y por cierto bronceada, tanto que le quedaba bien con su pelo rubio tenido y siempre alisado. Ella era una señora bien, fina.

Los minutos transcurrieron y el sol aumento su intensidad.

-¿Cuántos grados hacen nene? –soltó de repente.

Mire el celular.

-33 y contando…

-Déjame de joder –dijo mientras se paraba.

Enojada, llevo sus manos hacia la cintura. Yo la veía desde atrás, pero en seguida me ilusione con que suceda un milagro que jamás había pedido pero que ahora lo necesitaba. De a poco se fue bajando los pantalones, quedando solo con una pequeña bombacha rosa que hacía un muy buen juego con su corpiño blanco. Sorprendido por el culo erecto, aunque arrugado y gordo, tuve una erección que se hizo imposible ocultar.

Al voltearse para pedirme disculpas por haberse puesto en ropa interior, fijo sus ojos a la altura de mi pene. Yo estaba sin remera, así que se notaba aún más.

-Ah bueno! –dijo sonriendo -me das una buena noticia, todavía sigo calentando jaja.

-No, Beatriz –respondí completamente avergonzado mientras me la intentaba bajar -perdón. Es que las cosas con Luli están más o…

-Sh, tranquilo –dijo interrumpiéndome -la erección de un hombre es el mejor regalo hacía una dama, y más si es de mi edad.

Se quedó unos segundos parada mirándome y me ordeno:

-Párate y no te la agarres.

Lo hice de inmediato. Quedamos frente a frente. Ella era mucho más baja, cuanto mucho me llegaba a la altura de los pectorales. Me miraba desde abajo con sus ojos color miel y su boca inyectada en bótox.

-¿Qué pasa? –me reí.

-Te gustaría casarte algún día con mi nieta.

-¿Qué? –respondí ante la insólita pregunta

-Responde lo que te pregunte –replico.

-Si –afirme.

-Entonces vas a tener que pasar la prueba, mi vida –dijo al tiempo que metía su mano adentro de mi pantalón y de a poquito me la empezaba a jalar.

Yo tenía una mezcla de placer y nervios. En cualquier momento pedía despertarse alguna y arruinarnos.

-Tranquilo que soy la jefa en esta familia –dijo al verme nervioso- Seguime.

La seguí por la casa, ambos en silencio como de ladrones. Atravesamos todo el patio y nos fuimos a un cuarto de huéspedes, abandonado prácticamente hace años. Ella entro y me señalo la cama, mientras que en una caja buscaba una llave por medio de la cual trabo la puerta.

-En esta cama, mi marido me hizo sentir mujer decenas de veces. A ver si tenes la pasta necesaria para hacerle sentir eso a mi nieta.

Yo embobado no emitía palabra, solamente unas estúpidas muecas. El cielo se me había abierto de par en par, encontrándome cumpliendo una fantasía que jamás me había imaginado ni en mis mejores pajas.

Ella se desabrocho el corpiño, haciendo caer unos enormes pechos. Me paré y los toque, los levante hasta la altura de mi boca y hundí mi lengua sobre esos pezones arrugados y gastados.

-mordémelos –me pidió con los ojos cerrados y la cabeza hacía atrás -ya casi no tengo sensibilidad.

Eso hice, se los mordí y se los succioné, una mezcla entre un bebe recién nacido y un amante feroz. De a poco me iba soltando.

-¿Me voy a tener que bajar yo la bombacha? –me apuro- ¿no quedan más caballeros? –decía burlándome.

Yo con mi pija caliente y con sus tetas apretadas ya estaba a punto. La vieja me provocaba y me iba a encontrar.

Me arrodille y baje esa bombacha rosa. Detrás de ella se encontraba una selva, no pude contemplarla más de dos segundos, porque la vieja jalo con fuerza mi cabeza hacía ella. Hundiéndome la boca y la nariz en los hedores de su vulva arrugada. Orina, transpiración y vaya a saber cuántos sabores más hicieron que me vuelva adicto a estar ahí abajo. La vieja no me soltaba. Comete la entera si sos hombre, me decía desde arriba mientras apoyaba su pie en la cama para que yo quede desde abajo en mejor posición.

Al cabo de unos minutos, su conchita estaba llena de mi saliva y algo de flujo que aún liberaba. La vieja seguía dominándome y yo con mi verga dure decidí arremeter. Fue entonces que me pare y la tomé del mentón, llevándola contra una pared y metiéndole bien mi lengua hasta el fondo.

-Te gusta el olorcito que tengo en la boca? –le dije amenazante al oído.

-Sí, me contesto –casi que pidiendo piedad.

-De quién es? –replique.

-Mío –dijo ella mientras trababa la saliva que yo le escupía.

-Sí, tuyo y de la conchita de tu nieta. Recordá que acá el hombre de la casa soy yo –culminé, mientras en una maniobra casi de judo la puse de rodillas haciéndola ahogar con mi verga, no sin antes cachetearla un poquito en la cara.

-Para un poco, Manuel, que soy…

-Sh, usted se hizo la picante y ahora va a comer verga –repetía mientras empujaba su cabeza hacía mi tronco, no dejándola respirar.

Hubo solo un momento donde me preocupe. Sus ojitos se pusieron en blanco y comenzó a toser. La separé de mi pija y la senté en la cama. Le dí un besito en la boca al tiempo que terminaba de toser.

-Tranquilo mi amor –me dijo- sos un hombre, se nota. Haces tu trabajo y muy bien.

-Ya estoy aprobado –bromeé mientras me acariciaba la pija.

-Todavía falta –contestó, mientras sobre la cama que se garchaba a su marido ahora se ponía en cuatro para mí.

Recuerdo aún esa imagen. La concha bien peluda y en el medio un agujero enorme, se notaba que por ahí había pasado de todo, pero para mi sorpresa, lo de arriba era aún más increíble. El culo totalmente abierto y a penas marroncito, fruto de alguna entrada el baño que seguramente hizo minutos antes.

-Por donde te vas a meter –me dijo de espaldas.

No conteste y entre por el orto. Lo escupí, lo chupé y entré. Bombeé tanto que me termino doliendo la pija. La vieja era sutil en sus gemidos, no exageraba y te trataba mal para que le des más duro. Era una experta.

-Acábame adentro mi amor, si queres.

Ahí me acorde. Yo la estaba cogiendo por el culo, pero no quería perderme la oportunidad de eyacular en el mismo lugar donde el abuelo de mi novia lo había hecho para crear a su madre. La saque rápido y le acabe todo ahí.

-como extrañaba esto –escuche que susurraba mientras mi leche se metía y mi cabeza explotaba.

Acabé y mi desplome en la cama. Ella puso su cabeza en mi pecho y sus manos llenas de anillos y pulsera, ahora acariciaba mi pija que lentamente se dormía, al igual que yo.

Unos golpes en la puerta nos despertaron. Era su hija y mi suegra que preguntaba si ahí estaba ella.

-Ma, estas ahí!

-Si hija –contestaba su madre al tiempo que se iba parando- me vine a dormir una siestita. Ahora salgo, déjame que me cambio.

-Nos vas a asustar a todos! –respondieron del otro lado de la puerta- ¿De Manuel sabes algo?

Nos miramos en silencio.

-Se debe haber ido a comprar unas masitas a la panadería. Es un gordo ese –dijo mientras me guiñaba el ojo y del otro lado su hija comía la mentira.

-Te espero en la cocina y tomamos mate, ma.

La abuela se vistió rápido y antes de salir se volvió hacía mí. Me beso con lengua y yo a ella. Nos besamos ya no como desconocidos calientes, sino como una pareja. Le acaricie su cabello y sus orejas, al tiempo que ella hizo lo mismo con mi nuca.

-Esta no fue la última vez, mi amor –me dijo.

-Claro que no Abu.

Ella se rio.

-En público, Abu.. Y en privado tu señora –me dijo cálidamente al oído- mientras pasaba mi mano por su mejilla aún roja de la cachetada que le había metido.

Salió del cuarto y a los minutos salí yo, teniendo que saltar la cerca para no ser visto y obligado a comprar facturas para cumplir con la cuartada.

Al volver, todas mis mujeres me estaban esperando (así las sentía) me senté en la cabecera, y coloqué el paquete en la mesa. Mientras mi novia me servía un jugo, mi suegra volcaba la leche en el café, mi cuñada me separaba mis facturas preferidas y la abuela mi acariciaba la rodilla por debajo de la mesa.

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Narrador de cuentos sobre la vida cotidiana. Si les gustó o creen que podría mejorarlo, por favor comenten. Gracias por leer.

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