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Jugando al strip-poker con cuatro sumisos
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Tiempo de lectura: 29 minutos

Llevaba varios días con ello en la cabeza, y un jueves, después de comer, y mientras charlábamos tomando el café, te dije:

“Ama, me gustaría organizar una partida de poker. De hecho, sería un strip-poker. Había pensado en conseguirte cuatro sumisos para que juegues con ellos al poker. El último en quedarse desnudo será el ganador. Será tu premio. ¿Te parece?”

“Mmm… pero qué puta eres cariño”, me dijiste.

E inmediatamente después, ya con fuego en tu mirada, matizaste:

“Me apetece, y tenemos tiempo para definir las reglas, mi amor… pero también querré una sumisa sirviendo a tu lado. Os vestiré a las dos de sirvientas. Las dos medio desnudas y con ropa interior sexy. Las dos en tacones y con sendos plugs en vuestros culitos. Querré que os metáis debajo de la mesa a lamer a quién vaya perdiendo prendas… Sé que podrías tú solita con cuatro pollas y mi coño, pero quiero que tengas ayuda para lamer y chupar, porque querré que estés muy pendiente de mí”.

Durante las próximas semanas, mi cometido fue claro. Tenía que buscar a cuatro sumisos para la partida y también a una sumisa que me acompañara. Me pediste gente que supiera jugar al poker suficientemente bien. Te encanta el poker, y no te valía simplemente tener a cuatro sumisos echando cartas sin ser rivales para ti, así que el proceso de selección fue bastante arduo, pero un día, al llegar del trabajo, y después de darte uno de esos besos de bienvenida que llevábamos regalándonos desde hace meses, te dije:

“Ya lo tengo, mi amor. Tengo a los cuatro sumisos listos, y también he hablado con María, que estará encantada de acompañarme. Le he comentado el concepto por encima y está entusiasmada de que contemos con ella”.

Sonreíste y sentí que estabas feliz.

“Qué bien, cariño. Tengo muchas ganas de esa partida, pero tenemos que definir bien las reglas para que todo esté claro. Tengo ganas de pasar una buena noche de poker y pienso follarme al ganador en tu cara y disfrutar mientras aprietas la mandíbula”.

Agaché la mirada, y un escalofrío recorrió tu espalda. Adoras el nivel de sumisión y entrega al que eres capaz de llevarme. Ambos disfrutamos tanto, que parece un sueño.

Haciendo un esfuerzo para no ponerme a tus pies y someterme allí mismo, me pediste que cogiera un boli y un cuaderno, para anotar las reglas de la partida, así como el detalle de premios, castigos y comportamientos en general.

Estuvimos un buen rato fijando las normas e incluso dejándolas en un documento word que tenías pensado compartir con los jugadores. Al terminar de preparar los entresijos de esa madrugada de juegos (nunca mejor dicho), estabas radiante de felicidad… y también muy excitada. Me pediste que fuera a la habitación a por el arnés con el dildo morado. Querías follarme allí mismo, en la cocina. Me desnudé e hice lo que ordenaste. Al minuto entré a cuatro patas con el dildo cogido con los dientes, y te lo coloqué en el regazo. Te quitaste las mallas negras que llevabas puesta y abriendo las piernas me dijiste:

“Ven cariño. Lame como la perra que eres. Cómeme el coño hasta que me corra unas cuantas veces. No quiero que pares hasta que yo te diga. Pase lo que pase no dejes de lamer y de masturbarme a la vez con tus dedos”.

Sin pensármelo dos veces, metí mi cabeza entre tus piernas y comencé a lamer tu precioso coño depilado. Estabas muy mojada, y enseguida mi boca se empapó de tu sabor. Estás tan rica… puff. Mientras pasaba mi lengua por tus labios vaginales, mis dedos entraban y salían de ti. Primero dos, y después tres dedos, incrementando el ritmo, mientras tu respiración se iba acelerando y tus gemidos subían de intensidad y de volumen.

Enseguida sentí tu primer orgasmo. Me explotó en la cara, pero antes de dudar si limpiar o no, te escuché decir con la voz ronca:

“No se te ocurra parar hasta que te lo ordene, puta. Sigue”.

Mis dudas se disiparon por completo, y continué lamiendo, jugando con tu clítoris y entrando y saliendo de ti. No pasó ni un minuto y tu segundo orgasmo hizo que todo tu cuerpo de contrajera, mientras susurrabas:

“Ohhh… sii. Sigue, puta, no pares de comer. Es tu trabajo, zorra”

Seguí masturbándote y lamiendo. Me agarraste la cabeza y la apretaste fuerte contra tu coño, dificultándome respirar. Ya no sabía si estaba lamiendo o frotándome contra tu coño. Mis ojos, mi nariz, mi mentón y por supuesto mi lengua, luchaban por darte placer mientras agarrabas fuerte mi cabeza y el movimiento de tus caderas hacía el resto. Ni dos minutos después, sentí tu tercer orgasmo consecutivo. No lo sentí llegar, y tu squirt me empapó el pelo, los ojos y la cara. Traté de lamer para tragármelo todo, pero volviste a ordenarme que siguiera masturbándote.

“Más fuerte, puta. Más rápido. ¿Te cansas, mi amor? ¿Quieres que pida que venga otro a hacer tu trabajo mientras te quedas mirando?”.

Con fuerzas renovadas, mis dedos entraron y salieron de ti a toda velocidad, y mientras tanto, mi lengua jugaba con tu clítoris. Agarraste mi cabeza y empezaste a pegarme. Eran tortazos sin puntería, fruto de tu excitación. Me pegabas en la frente, en la oreja, en el ojo o en el papo de forma consecutiva, mientras volviste a correrte. Entonces, me dijiste:

“Ven aquí puta. Quiero tu pequeña pollita en mi culo, y la quiero ahora”.

Y bajando de la encimera, te colocaste encima de la silla, ofreciéndome tu increíble culo. Sin pensarlo, dirigí mi pollita a tu entrada. Sin apenas resistencia, mis escasos 12 cm desaparecieron dentro de ti, y me dijiste:

“Fóllame fuerte, preciosa. No te preocupes, porque con esa pollita no me dolerá… pero quiero que empujes con fuerza aunque te corras en un minuto. Vamos, zorra, obedece”.

Y así fue. Empecé a follar tu precioso culo mientras te agarraba de las caderas. Tus gemidos iban en aumento, y eso me excitaba todavía más, y no pasó ni un minuto y después de pedirte permiso, me vacié dentro de ti.

Te giraste y me agarraste del pelo. Sin decir una palabra, pero con fuego en tus ojos, me tumbaste en el suelo boca arriba, y en cuclillas acercaste tu coño a mi boca. Entonces, con una pequeña rotación de tus caderas, fue tu culo el que se pegó a mi cara. Y haciendo algo de presión, mi leche empezó a salir de ti.

“Come puta. Esto es tuyo”.

Me tragué toda mi leche e inmediatamente después, comencé a limpiar los fluidos de tu culo, tus piernas y tu coño. Apoyaste las rodillas cerca de mis codos y te dejaste caer sobre mi cara, asfixiándome. Mi lengua trataba de buscar oxígeno para respirar, pero ejercías tanta presión sobre mí, que apenas conseguí meter aire en mis pulmones. Empecé a retorcer mi cuerpo para conseguir respirar, pero tus piernas seguían apretando más y más conforme seguías excitándote. Por fin, cuando estaba a punto de rendirme, levantaste tus caderas y dijiste:

“A cuatro patas, zorra. Voy a follarte como merece una puta como tú. Cerda viciosa”.

Mientras te colocabas el strapon en la cadera, me coloqué a cuatro patas y estando de espaldas, con mi culo ofrecido a ti para ser follado, sentí un golpe en la entrepierna que me hizo caer al suelo rabiando de dolor. Me habías dado con el pie en los huevos. No lo esperaba, y el dolor se apoderó de mí.

“¿Duele, mi amor? ¿No eras tú el que me entregaba tu placer y tu dolor? ¿No me decías que querías llorar de rabia, impotencia, humillación y dolor? Pues no te quejes, y ponte de rodillas, con el pecho erguido. Ahora”.

Recuperando el resuello me incorporé, con la mirada baja y todavía bastante dolor. Sin decir una sola palabra acercaste el dildo de tu strapon perfectamente colocado en tu cadera a mi boca. Abrí la boca y, mirándote a los ojos, comencé a chupar. Quería provocarte con la mirada, pero no me diste tiempo. Agarrando mi cabeza de nuevo, comenzaste a follarte mi boca. Al principio con movimientos suaves y acompasados, pero enseguida aumentaste la profundidad y velocidad de tus embestidas, de forma que el dildo entraba en mi garganta provocándome arcadas.

En una de ellas, me pediste que levantara la mano derecha y que “con mis deditos” contara hasta 5. Yo no entendía muy bien a qué te referías, hasta que sentí que empujabas mi cabeza contra tu vientre, haciendo que mis labios llegaran hasta el cuero del arnés, y haciendo que el dildo desapareciera completamente en mi garganta. Mantuviste mi cabeza pegada a ti apretando con fuerza y me dijiste:

– “Vamos, cuenta hasta cinco, puta”

Levanté la mano derecha y me puse a contar con los dedos. 1, 2, 3… y entonces te escuché:

“Demasiado rápido, zorra. Empezamos otra vez”

Liberaste algo de presión para dejarme respirar, mientras mis babas se derramaban por la barbilla y dijiste:

“Venga puta, demuéstrame lo que te gusta comer pollas. Considéralo un entrenamiento para cuando uno de mis nadies te folle la boca a mi orden”.

Recuperando la respiración, fui metiéndome el dildo en la boca, pero no dejaste que hubiera ternura en mi mamada, y volviste a presionar fuerte mi cabeza contra ti. Luchaba por respirar. Luchaba por no vomitar. Sentía la arcada subir desde mi estómago, y entonces me relajé, levanté mi mano derecha y comencé a contar con los dedos.

Al llegar a cinco, sacaste el dildo de mi boca y, mirándome empezaste a pegarme. Consecutivamente. Primero en el lado derecho, y luego en el izquierdo. Cada vez más fuerte. Con la mano abierta sentía que iba a caerme. Tienes una fuerza increíble cuando estás excitada. Te daba las gracias y te miraba con fuego en los ojos. En un momento dado, me dijiste:

“¿Cuántas llevo, bonita? Las has contado, ¿verdad?”.

Agaché la mirada furioso, y te dije que no las había contado. Reíste y comenzaste de nuevo. Tus bofetadas llegaban, pero ya no eran consecutivas, con lo que tuve que prestar mucha atención. Pasados unos minutos, me preguntaste otra vez si había contado bien. Contesté que sí, que me habías pegado 56 veces. Y tu mirada cambió.

“Zorra estúpida. No sabes ni contar. Luego arreglaremos cuentas. Ahora ponte a cuatro. Voy a destrozarte el culo”.

Lo que empezó siendo un “juego” de excitación, se estaba convirtiendo en un callejón sin salida. Me di la vuelta, coloqué la cabeza sobre mis manos y levanté el culo como me pides que haga cuando me follas tu o me follan tus nadies. Sentí el arnés entrar en mí sin miramientos. La primera embestida me hizo gritar de dolor. No esperaba que me follaras así. Te diste cuenta, exclamando:

“La próxima vez, aprenderás a lubricar bien cada polla que te comas, zorra”.

Y me follaste. Me follaste duro. Fuerte. Rápido. Profundo. Y pude sentir perfectamente tu excitación en cada una de tus embestidas. En cada uno de tus orgasmos mientras me sodomizabas insultándome, pegándome, hasta que con la respiración agitada, saliste de mí y agarrándome del pelo, me llevaste hasta el salón. Te tumbaste en la alfombra y no dijiste nada. Yo comencé a lamer todo tu cuerpo, limpiando con mi lengua tus propios fluidos, mientras sentía mi culo arder.

Cuando estuviste lista te levantaste y me dijiste con otra voz:

“Ven, mi amor. Quiero besarte”.

Nos besamos, y el mundo dejó de girar. El tiempo se paró y los dos subimos al cielo. Al cielo de nuestro amor. De mi entrega, de tu dominación sobre mi cuerpo y mi mente. Nos estuvimos besando tranquilos, pausados… recuperando la respiración, hasta que dijiste:

“Vamos, cariño. A la habitación. Quiero que me prepares un baño. Te has ganado poder enjabonarme, lavarme el pelo, echarme las cremas y que nos acostamos juntos y abrazados. Mañana tenemos una larga noche con la partida de poker y alguna cosita más. Tenemos que dormir”.

Por la mañana nos despertamos tarde. Bueno, en honor a la verdad, yo me desperté a las 8.30, pero por la noche me dijiste que no se me ocurriera salir de la cama hasta que tu te despertaras, así que estaba cacharreando con el teléfono mientras tú estabas pegada a mi como un koala, y profundamente dormida.

Sobre las 11.30 empezaste a moverte bastante, e interpreté que había llegado el momento de despertarte. Con cuidado retiré el brazo que tenías sobre mi pecho y salí por mi lado de la cama. Me coloqué en los pies de la misma, levanté las sábanas con cuidado y comencé a lamer tus pies. Es tu rutina de despertarte, y mi obligación. Cada mañana he de lamer tus pies hasta que vas despertándome. Todos los días. Muchos de ellos me agarras de la oreja o del labio tirando de mí hacia tu coño, para proporcionarte los primeros orgasmos del día y “empezar el día con energía”, como sueles decirme.

Después de estar un buen rato lamiendo tus pies, sentí que abrías tus piernas. No dijiste ni una palabra, pero no fue necesario. Seguí lamiendo tu entrepierna hasta llegar a tu coño. Nada más colocar mi lengua sobre tus labios vaginales sentí tu humedad. Confirmado. Estabas despertándote. Comencé a comerte el coño con ternura, con suavidad. Muy lentamente subía y bajaba por tus labios, y me quedaba jugando con tu clítoris. Tienes un coño espectacular, y adoro darte placer con mi boca. No pasaron ni cinco minutos y sentí cómo tus piernas presionaban mi cabeza. Supe que había llegado el momento de tu primer orgasmo, y comencé a meter y sacar dos dedos a toda velocidad, hasta que algo después sentí cómo te corrías en mi boca.

Me puse a limpiar tu coño, tus piernas, tu culo y las sábanas porque es otra de mis rutinas. A veces la interrumpes para que siga lamiendo para provocarte otro orgasmo, pero esta vez te quedaste quieta dejándome hacer. Al terminar, subí hasta ti y nos abrazamos. Estuvimos planificando la mañana y finalmente decidimos ducharnos, vestirnos y salir a dar una vuelta por el centro. Comeríamos en un japonés que hay en la calle Almirante, lo que me dejó claro que tenías idea de pasarte por el sex shop del que Andrea es dependienta.

A la hora estábamos aparcando en el parking de Chueca. Dimos un paseo y pasamos por el sex shop. Te gustaba que entráramos juntos para humillarme un poco con el personal del sex shop, pero en esa ocasión, me dijiste que me quedara fuera esperando, que tenías que comprar algún juguete, y que sería una sorpresa. Esperé fuera, y a la media hora saliste con una bolsa llena de cosas, que -por supuesto- no me dejaste fisgar.

Comimos, nos tomamos un café charlando de nuestras cosas y a las 5:30 de la tarde estábamos de camino a Boadilla. Hicimos el amor en el sofá, dormimos casi una hora de siesta y a las 7 nos fuimos juntos a comprar cosas para cenar y para picotear durante la partida. Estabas radiante de felicidad y me dijiste:

“No sabes las ganas que tengo de jugar al poker, mi amor. Pero ya, jugar con cuatro sumisos que se irán desnudando mientras vayan perdiendo manos y saber que tú estarás sirviéndome y apretando la mandíbula con cada uno de mis pestañeos… puff… me excita muchísimo pensarlo. Y de premio, pienso follarme al ganador delante de ti. No veo el momento de que empiece la partida, cariño”.

Al entrar en casa me ordenaste prepararte un baño. Subí al piso de arriba y lo preparé todo como a ti te gusta. Agua muy caliente, espuma, sales de baño y velas alrededor. También llevé un altavoz con Boyce Avenue sonando. Llegaste al baño y te desnudé. Te ayudé a entrar en la bañera y entonces, me dijiste que me fuera a preparar lo que habíamos comprado de picoteo y cuando lo tuviera todo listo, subiera a ducharme y vestirte. Cenaríamos tú y yo con María a las 10, mientras que los invitados habían sido citados a las 11.30 para empezar la partida.

Bajé a la cocina con una mezcla de excitación, ganas y esa mezcla previa a la humillación que sé que voy a vivir, y que tanto nos excita a los dos. Preparé la cena, puse la mesa para ti y mirando el reloj, me di cuenta de que eran las 9. Con prisa en el cuerpo, subí y pidiéndote permiso para pasar al baño, te pregunté si podía ducharme. Me dijiste que sí, que fuera al baño de invitados a darme una ducha y que volviera desnudo para enjabonarte, lavarte el pelo, secarte y comenzar el proceso para que estuvieras perfecta.

Inmediatamente salí de la habitación, me di una ducha rápida y, desnudo volví al baño. Estabas con los ojos cerrados cuando entré, y sin decir nada me puse de rodillas y te besé en los labios. Te sorprendió. Creo que no me sentiste llegar, pero sonriendo me devolviste el beso mientras decías: “Venga, cariño… que se nos va a hacer tarde. Haz tu trabajo”.

Sin dudar un segundo aclaré tu pelo con agua caliente y te lo lavé con tu champú favorito. Mientras dejé que el champú hiciera su magia, eché gel de baño en tu esponja y cuidadosamente comencé a enjabonarte. Adoro ese momento. Me encanta pasar la esponja por tu pequeño pero precioso cuerpo. Ese cuerpo que disfruto cada día desde hace años, y que de vez en cuando, ofrecemos para que también lo disfrute algún “nadie”. Esa noche serían cuatro nadies y una sumisa los que disfrutarían de tu cuerpo, pero solo uno de ellos tendría el privilegio de follar contigo (al menos en un principio, que nos conocemos bien).

Después de aclarar tu pelo y de terminar de retirar el jabón de tu cuerpo, te sequé bien y apliqué tu crema hidratante por cada rincón de ese 1,58 que me vuelve loco. Mientras te echaba la crema con mis manos notaste mi erección, e inmediatamente me dijiste que fuera a por el CB, diciendo:

“Trae la jaula de castidad de metal, cariño. El pequeño es más que suficiente para tu ridícula polla. Hoy no vas a necesitarla, así que mejor la guardamos para que nadie tenga tentaciones, ¿vale?”.

Afirmé en silencio y fui a por el CB metálico. Me lo pusiste, de manera que mi pollita quedó aprisionada, y tan cual estaba, me pediste que me pusiera a cuatro patas. Querías usar mi espalda como silla, para seguir maquillándote, de momento completamente desnuda. Mantenía mi mirada en el suelo, mientras decías lo excitada que estabas y me preguntabas por los nadies que había elegido para ti. Conocías a José ,a Javi y a Olibert, porque les habías usado en otras ocasiones, pero había un jugador nuevo, y eso te excitó aún más.

“¿Me has traído un juguetito nuevo, mi amor? Eres una delicia. ¡Qué ganas! Y dime, ¿está bien dotado o solo pusiste atención en que supiera jugar al poker?”.

Mirando al suelo contesté tu pregunta:

“Siempre procuro que estén bien dotados, mi amor. Y desde luego sabe jugar al poker, tal y como me habías pedido cuando comencé la búsqueda”

Me diste un azote en el culo mientras deslizabas un “buena chica”, que me llenó de orgullo. Me quedé pensando en la ilusión que se reflejaba en tu voz. Te encanta jugar al poker, y hacía tiempo que no jugabas… pero si eso lo combinabas con una buena noche de sexo, de humillaciones y excitación, aquello se planteaba como un planazo en toda regla.

Cuando terminaste de maquillarte, te levantaste de mi espalda y me dijiste que, de rodillas, incorporara mi torso. Agachándote acercaste tus labios pintados a mi boca, y cuando la abrí para besarte, dejaste resbalar saliva dentro de mi boca, diciendo.

“Te quiero a tope hoy, preciosa. Voy a abusar mucho de ti, y te voy a llevar muy abajo. Muchísimo. Pero quiero que estés a la altura, porque estoy muy excitada y pienso disfrutar hasta que no pueda más. ¿Estás lista, bonita?”

Sonreí mirándote a los ojos y te dije que estaba lista. Que hicieras conmigo lo que quisieras. Te mordiste los labios, y como respuesta me diste un bofetón que me cogió por sorpresa. Después otro. Agarraste mi cabeza y la llevaste a tu entrepierna. Saqué mi lengua para lamer tu incipiente humedad, pero sujetándome la cabeza, susurraste:

“Tranquila puta. No seas ansiosa por lamer. Guarda energías, que hoy te vas a hartar de lamer y de chupar”.

Me dijiste que te trajera la falda de cuero negro, unas medias con liga negras, y una camisa blanca semitransparente y tus zapatos negros de tacón de aguja. No querías llevar ropa interior, y para provocarme, comentaste:

“Total, para lo que me va a durar puesta, cuanto menos ropa lleve, mejor. ¿No te parece, puta? ¿Te gustará verme jugar desnuda mientras los demás me devoran con la mirada?”.

Te dije que me apetecía muchísimo sentirte excitada y jugar semidesnuda, mientras el resto de jugadores no podían prestar atención a sus cartas… y ver cómo poco a poco ibas excitándote para follarte al ganador.

Te reíste y me pediste que te vistiera. Cuando lo hice me quedé mirándote en la distancia. Puff. Eres preciosa y estabas tan sexy… Sacándome del estado de ensimismamiento en el que había entrado me ordenaste ir a por mi ropa y vestirme. Querías que me pusiera simplemente una falda corta, un tanga, medias de rejilla y zapatos de tacón. Ni María ni yo llevaríamos nada en la parte de arriba. Cuando me vestí, me acerqué a ti moviendo las caderas exageradamente y te pregunté si te gustaría maquillarme.

Mirándome, contestaste que no. Que esa noche me maquillaría yo solito, y matizaste:

“Una buena puta tiene que saber maquillarse. Y tú eres la mejor. Ah, y por cierto, mi amor, quiero que te pongas el pintalabios que no queda fijado. Me apetece ver las marcas de tus labios en los condones de mis juguetes”.

Y sin mirarme, te diste la vuelta y saliste de la habitación, rumbo al salón. Yo seguí maquillándome como tantas veces me habías enseñado, pero no soy muy hábil con las manos y la verdad es que parecía una zorra barata más que el putón de lujo en el que te gustaba convertirme. Me eché tu perfume y bajé al salón a tu encuentro.

Al verme llegar silbaste y dijiste:

“Ohhh… menuda zorra estás hecha, cariño. Me encanta que lleves la falda, las medias y los zapatos de tacón, pero mantengas tu torso accesible para mí y para los demás. Seguro que sabremos qué hacer contigo”.

E inmediatamente, sonó el timbre de la puerta. Miré el reloj del salón y comprobé que eran las diez en punto, así que solo podía ser María. Mientras te sentabas en el sofá del salón, me ordenaste abrir la puerta. Nada más abrirla, encontré a María vestida con una falda negra, medias negras de rejilla y unos zapatos de tacón. Nos miramos y nos reímos. Era evidente que tú habías hablado con ella, porque nada más cerrarse la puerta, se quitó la parte de arriba y se puso a mi lado.

Sonreiste y te mordiste el labio. Nos pediste acercarnos a ti cogidos de la mano, y fue lo que hicimos. Al llegar al sofá, nos ordenaste colocarnos a cuatro patas. Sentí como me dilatabas un poco y cómo clavabas un plug en mi culo de zorra. También sentí el momento en el que hacías lo mismo con María, que dejó escapar un suspiro cuando sintió el plug desaparecer en su precioso culo.

“Mucho mejor así, ¿no? Quiero que tengáis el culo listo para quién quiera follaros. Y ahora, venga, poned algo de música y preparadme la cena. Traed también vuestros bol de perro, que vais a comer a mis pies”.

María y yo hicimos lo que ordenaste. Te preparamos la cena, pusimos la mesa y servimos tu comida. Cuando empezaste a comer, nos ordenaste que nos pusiéramos a tus pies. Uno a cada lado, de rodillas. Eso hicimos, pero durante los primeros diez o quince minutos no pasó nada. De pronto sentí que te agachabas hacia el lado donde estaba arrodillada María y, tras beber agua, lo arrojaste en su bol. Después escupiste dentro, y con desdén arrojaste un taco de queso dentro. María se dispuso a beber con las manos al lado del bol, y tú ni siquiera le prestaste atención. Yo te miraba, pero en mi bol de perro no cayó ni agua, ni queso, ni tu saliva, así que me quedé observando cómo María se esforzaba en beber y comer lo que le habías servido para cenar.

Cuando terminaste de cenar acercaste tu pie a mi boca y me miraste. No dijiste una palabra, pero yo, de rodillas aún, comencé a lamer el charol de tu zapato para dejarlo brillante. Lamía el zapato por completo, y después de jugar con mi lengua en el tacón, lo metía en mi boca. Al verlo, me dijiste:

“Vete practicando, mi amor. Hoy te vas a hartar de comer pollas”.

Yo te miré desde mi posición original, y con una mirada provocadora seguí lamiendo tus zapatos sin parar. Inmediatamente cruzaste tus piernas y colocaste tu pie derecho a mi alcance, y repetí la operación. Me miraste y sonreíste. Estabas feliz. Radiante… y sabía que también estabas excitada por la noche que se planteaba por delante. Apartándome con un movimiento de tu pie, te levantaste y nos dijiste a María y a mí que recogiéramos todo y preparásemos la zona de juego. Pusimos el tapete, preparamos las sillas, y sacamos las botellas que habíamos comprado, los vasos bajos, los refrescos y la cubitera con los hielos Había de todo, pero querías que todo estuviera perfecto.

María colocó las sillas. Puso el tapete en la mesa redonda para cinco jugadores, y delante de cada silla, colocaste un folio impreso que había preparado para ti con las reglas escritas del strip-poker, unas mínimas normas de comportamiento durante la partida, y sobre todo las condiciones para quién llegara a la mano final contigo. Tu premio. También quisiste dejar claro qué podían hacer y no conmigo y con María quien, al leerlo mientras lo dejaba encima de cada sitio, me miró algo más relajada y sonrió con ojos de complicidad.

Cinco minutos antes de la hora acordada, sonó el timbre y aparecieron los cuatro nadies juntos, pues así lo habías establecido. Unos días atrás abriste un grupo de Skype con los cuatro nadies, María, tú y yo, para remarcar los detalles, insistir en las reglas y poder debatirlas y, también, para dejarles claro cuál era el código de vestimenta y el de conducta.

María y yo nos dirigimos a la puerta. Tú nos esperaste unos metros detrás. Al abrir y ver a ambos vestidos de mujer, ambos con nuestro torso al descubierto, los ojos de todos los nadies se fueron a las tetas de María, e inmediatamente a mis pintas. Alguna sonrisa. Saludos y miradas furtivas a ti. María y yo teníamos sendas bandejas con copas de champagne, que todos fueron cogiendo mientras entraban en casa y se dirigían en manada hacia ti.

Iban en traje, pues así se lo habías exigido, y enseguida empezaron a flirtear contigo, alabando lo impresionante que estabas. Te miré y lo pensé. Tienes un estilo, una clase y una elegancia fuera de lo normal. Pero combinado con ese aura de sensualidad que no he visto en mi vida, hace que todos los hombres que te ven en ese estado de excitación contenida, caigan rendidos a tus pies. José se acercó a tu oído para decirte que estabas preciosa, y sus labios se acercaron demasiado a tu oreja. Yo observé tu caída de ojos, y como tu mano recibió su halago colocándose en su entrepierna y diciéndole algo al oído mientras me mirabas a mí y te mordías los labios.

Mi pollita luchaba contra el metal de la jaula de castidad. Me excita tanto verte tontear con los nadies… y me humilla de una forma increíble. María me miró y después se quedó mirando a José, que cogiéndote de la cintura descaradamente me miraba provocador. Odio que se apropien de lo que es mío, pero también tengo claro que eres tú la que quiere y fomenta esos excesos de confianza, porque sabes que me duelen y que nos excita a ambos.

En un momento dado, y mientras miraba fíjamente a José, llamaste a María, que se acercó. Uno de los jugadores nuevos, que se llamaba Dani, y que no tenía experiencia apenas, se había acercado para ligar contigo, pero al ver que estabas ocupada con José, te comentó algo de María. Cuando esta llegó a vuestra altura le agarraste del pelo y, llevándola hacia ti, lamiste su cuello. Después, pellizcaste sus pezones. María respondió con un gemido que llamó la atención del resto de jugadores. Al estar desnuda de cintura para arriba, fue evidente su excitación, pues sus pezones se pusieron duros respondiendo a la presión de tus dedos. Dani te dijo algo y tú afirmaste con un gesto de cabeza. Entonces se acercó a María y lamió y mordió sus pezones, a la vez que empezaba a meterla mano por debajo de la falda.

Yo seguía observando a distancia y temí que aquello se nos fuera de las manos. José seguía pegado a ti, y en tu mirada y tus gestos, notaba tus ganas de follártelo. María empezaba a ser magreada por Dani y por Javi. Notaba sus pollas duras debajo del pantalón del traje, y pensé que aquello sería cualquier cosa menos una partida de poker. Tosí y traté de llamar tu atención, pero entonces me di cuenta de que tenías tu mano dentro de los pantalones de José, y agaché la cabeza.

Nuestras miradas se cruzaron, y emitiste un insonoro “gracias, mi amor…te quiero”, al que te respondí con una sonrisa clara y sincera, y un “yo también, princesa”. Entonces, sacando la mano de la entrepierna de José, dijiste:

“Chicos, empecemos la partida, que se nos está yendo un poco de las manos la copa de bienvenida”.

Cuando diste el toque de atención para comenzar la partida, Dani y Javi estaban siendo masturbados por María que a su vez era magreada por Olibert, que estaba situado a su espalda. Cada polla en una mano, y ella en medio. José se colocó el pantalón, tratando de disimular su excitación. Todos fuisteis conscientes de que tenías razón, y entre risas nerviosas y miradas tensas, os sentasteis en la mesa poco a poco.

Antes de repartir la primera mano, volviste a recordar las normas. Todos estuvieron de acuerdo y repartiste la primera mano. Mientras tanto, María y yo, semidesnudos servimos las copas a los jugadores. Casi todos pidieron Whisky, excepto tú, que preferiste una Pepsi Max. Te conozco bien. Querías ganar la partida y desplumarlos. Ya lo habíamos hablado hacía un par de días. A ninguno le iba a salir gratis el privilegio de jugar un stip-poker contigo, ni la posibilidad de poder follar con una mujer como tú. De algún modo, querías cobrárselo.

Pasada la media hora de juego me llamaste:

“Ven aquí, puta. Llevo dos manos perdidas y no tengo zapatos. Mis pies necesitan una lengua, y estos cuatro sumisos están jugando al poker y tienen un premio mayor esperándoles”.

Sin dudar un segundo, me metí debajo de la mesa y, de rodillas, comencé a lamer tus bonitos pies. Con calma, con mimo… con amor. Entonces recibí una patadita en un costado, e imaginé que alguno de tus nadies estaría colocando sus piernas. Pero enseguida noté otra, un poco más fuerte. Era José, y no entendía por qué me estaba dando patadas, pero no le hice caso y seguí con mi obligación. Al rato, escuché que José te decía:

“Señora, me gustaría que Pedro lamiera mis pies también. Quiero humillar a esa puta tan obediente que tienes”.

A lo que tú, respondiste con cierta contundencia:

“Dedícate a jugar a las cartas y te recomiendo que mejores, porque si no, te vas a ir a tu casa con 300€ menos y un buen calentón. Yo decido lo que hace mi puta, y como has escuchado, acabo de darle una orden. Pero ya que quieres atenciones, las tendrás. Me gusta agasajar a mis invitados. María, métete debajo de la mesa y lame los pies de José”

María se colocó a mi lado y empezó a lamer sus pies. En un momento dado, metiste una mano en tu entrepierna y colocaste los dedos cerca de tus rodillas. Al verlo, subí como un loco para meterlos en mi boca y disfrutar de tu sabor. En un susurro, te dije un “gracias Ama” al que correspondiste acariciando mi pelo. Me encanta sentir que siempre me proteges. Que siempre me cuidas, incluso cuando me humillas más, aunque en esta noche, ese momento ni siquiera había asomado.

La partida seguía mientras María y yo estábamos debajo de la mesa. Yo no me separé de tus pies, mientras que María fue siendo demandada por unos y otros. En un momento dado escuché que había una mano bastante tensa que terminaste perdiendo. Todos estaban emocionados del resultado, especialmente Dani, el ganador de aquella mano. Comprobé por qué cuando vi tu camisa blanca transparente caer al suelo. Sabía que no llevabas sujetador, y pude sentir la excitación de todos los jugadores, pues hubo una especie de silencio tenso que tú misma te encargaste de apagar.

“¿Qué os pasa? ¿Nunca habíais visto las tetas de una mujer? De hecho, en esta mesa José, Javi y Olibert ya las han probado. El único que queda es Dani, así que no seáis niñatos, tratad que vuestra sangre se dirija otra vez al cerebro o me va a resultar muy fácil ganaros esta noche. Y no me gustan las cosas fáciles”.

Me llamaste y ordenaste que sirviera otra ronda de bebidas. También nos amenazaste a los dos sobre algo que nos habías dicho antes de empezar la partida. Siempre tenía que haber bebida en las copas, pero no querías que ningún nadie se emborrachara. Querías disfrutar del ganador, y por nada del mundo se te pasaba por la cabeza que estuviera tan borracho como para no saber follarte como es debido.

Salí de la mesa, me acerqué al mueble de las bebidas y, con una bandeja serví las bebidas a todos los jugadores. Entonces le pediste a María que se dedicara a tus pies. Me quedé inmovil en medio del salón. La partida seguía su curso, María lamía tus pies y los jugadores empezaron a perder manos poco a poco. Dani acababa de perder sus pantalones y sus calzoncillos en dos manos desastrosas, y me pediste que me metiera debajo de la mesa y comenzara a masturbarle. El efecto en los demás fue inmediato. Mientras yo masturbaba con la mano a Dani, el resto de la mesa comprobaron lo difícil que es concentrarse en jugar al poker mientras recibían placer. Dani perdió otras dos manos consecutivas, y a tenor de tus comentarios, solo le quedaba un calcetín puesto.

En un momento dado, nos ordenaste a María y a mí salir de debajo de la mesa. María se acercó a ti y susurraste algo en su oído. Ella se acercó a mí y en medio del salón y a la vista de todos se desnudó. Yo hice lo mismo y todos los nadies comenzaron a reírse al ver mi ridícula polla reducida a su mínima expresión y atrapada en la jaula de castidad de aluminio. Estábamos los dos completamente desnudos, y María se sentó en el sofá, con las piernas abiertas. Yo me acerqué a cuatro patas y comencé a comerle el coño, tal y como me habías ordenado hacer. En esa postura, todos se dieron cuenta de que ambos teníamos un plug, y se escucharon risas, pero yo sabía que a todos les estaba sobrando la partida de poker y entendí tu estrategia. Querías mover un poco el árbol para que cayeran las nueces. Mientras le comía el coño a María y después de un par de intensos orgasmos por su parte, te escuché decir:

“¿Qué os pasa chicos? Acabo de ganar cuatro manos seguidas. Parece que tenéis ganas de terminar la partida, pero os recuerdo que solo el último que quede follará conmigo. El resto os marcharéis a vuestra casa sin dinero y sin follar. Más vale que espabileis”

El primero en perder y levantarse de la mesa fue Dani. Al levantarse de la mesa, completamente desnudo se acercó al sofá donde María y tú habíais ido recogiendo cada una de sus prendas y las habíais dejado convenientemente dobladas, pero tú, sin retirar los ojos de las cartas, dijiste:

“Pedro, cariño… hazle una mamada a Dani. Quiero que se lleve un buen recuerdo de esta noche, y ya que no me va a poner una mano encima, que se vaya con el premio de consolación”.

Dejé de comerle el coño a María y me acerqué a Dani. Él no sabía qué hacer, así que le dije que si quería, podía sentarse en el sofá, al lado de María, y aceptó. Tenía un buen cuerpo. Era un chaval joven, de unos 27 años, con una polla bastante grande que él mismo comenzaba a agitar para que fuera ganando tamaño. Retiré su mano y le masturbé un poco hasta que cogió la firmeza suficiente. Le puse un condón y comencé a chupársela. Era bastante más grande de lo que pensaba, y enseguida sentía mi garganta invadida. Además era ancha y apenas podía respirar. Debiste darte cuenta de que no estaba poniendo todo mi empeño, y le pediste a María que me ayudara. En un principio me alegró. Imaginé que María me ayudaría a comerle la polla, pero debiste hacerle algún gesto, porque lo que hizo, fue empujar mi cabeza con sus manos. Al principio de una forma suave, pero después rítmica y profundamente, de modo que Dani empezó a gemir y a respirar cada vez más aceleradamente. Incluso el propio jugador agarró con sus dos manos mi nuca y empujó fuerte mi cabeza contra su vientre, momento que aprovechó para, moviendo sus caderas, follarme la boca con movimientos bastante violentos que me estaban provocando arcadas.

Pasaron varios minutos y a pesar de mis esfuerzos en que se corriera, el tipo aguantaba como un campeón. Te diste cuenta de que estaba aguantando para humillarte más, y decidiste intervenir, diciéndole:

“Dani, quita el plug que tiene mi sumiso en el culo y fóllatelo. Tienes exactamente 5 minutos para correrte. Si no lo haces, el propio Pedro te dará la ropa y te acompañará a la puerta”.

Al escuchar tus palabras, dejé de comerle la polla y me coloqué a cuatro patas, ofreciéndole el culo a Dani. Enseguida sentí como me sacaba el plug y sin pasar ni dos segundos, volví a sentirme lleno otra vez. Me agarraba de la cadera y empujaba fuerte, entre gemidos y jadeos por ambas partes. Sabía que no tenía mucho tiempo y por la intensidad de sus embestidas, no quería marcharse de nuestra casa sin haberse corrido… aunque seguro que eras tú quién estaba en sus planes, y no yo.

Pasado un buen rato te escuché arrancar una cuenta atrás: “10, 9, 8, 7, 6…”. Y entonces sentí que Dani se estaba corriendo, porque sus gemidos y la fuerza con la que agarraba mis caderas fueron palpables. Finalmente apoyó su pecho en mi espalda y se quedó quieto recuperando la respiración. Yo no me moví, esperando y notando el calor de su leche comprimida entre el condón y mi culo. Al rato salió de mí y me levanté para darle su ropa. Al levantarme todos pudieron observar lo zorra que soy, ya que un hilo de líquido preseminal colgaba desde mi polla enjaulada hasta el suelo. Tú también te diste cuenta y dijiste:

“Pedro, cuando se vaya Dani tienes trabajo. Estás dejando el parqué lleno de tus babas de puta. Le acompañas y lo recoges”.

Cuando Dani se vistió se acercó para despedirse, pero ninguno le hicisteis demasiado caso. Levantando la mirada, indiferente, le dijiste adiós, y yo me acerqué y coloqué mi mano en su codo para acompañarle a la puerta. Cuando llegamos allí, me dijo:

“Dale las gracias a tu Ama por la invitación. Siento haber perdido tan pronto, pero no soy un gran jugador de poker. Espero saber pronto de vosotros y que volváis a contar conmigo”.

Yo le dije que te trasladaría el mensaje y le di las buenas noches. Al marcharse y cerrar la puerta miré el reloj de Alexa, y me di cuenta que eran las 2:45 de la madrugada. Me dio la sensación de estar cansado, pero también era muy consciente de que tu excitación sólo aumentaba y tu hambre te mantenía despierta. Adoras trasnochar, pero si hacerlo significa una noche de juegos como la que estábamos viviendo, mucho más.

Al llegar a la mesa te pregunté si necesitabas algo, y sin levantar la mirada de las cartas, dijiste que sí… que Olivert estaba a punto de desplumarte, y que quizás te vendría bien algo de ayuda. Te observé y pude ver que tan solo llevabas tu tanga negro de encaje, y me di cuenta de que la situación era límite. Aunque tendrías tu premio en el ganador, significaba que estabas a punto de quedarte fuera de la partida, y eso no te iba a gustar.

Sin dudarlo, me metí debajo de la mesa y comencé a masturbar a Olibert. Debía tener un gran poder de concentración, porque no conseguí que se empalmara… o no significativamente, así que decidí dar un paso al frente y mientras seguía masturbándole con la mano derecha, con la izquierda exploré su culo, y comencé a jugar en su entrada. Algo cambió, porque noté que se movió en la silla echándose hacia adelante, en una clara señal de que quería más. Seguí masturbándole cada vez más rápido mientras ya tenía dos dedos entrando y saliendo de su culo. Escuchaba sus “uffff”, sus “joder”, y sus “qué puta es su sumiso, Señora”, y supe que le tenía donde tú querías tenerle.

Me dediqué a mantener mi estrategia mientras en la mesa había una apuesta gorda, y solo quedabais Olibert y tú. Era evidente que la situación era límite. Si él ganaba la mano, te quedabas fuera de la partida. Pero perdió. Lo perdió todo. El dinero y toda su ropa. Dando un grito de alegría me dijiste:

“¡¡Tengo mucha suerte de tener algo de ayuda entre bambalinas!!. Sal de ahí cariño. Olibert está contrariado y habrá que complacerle para que no se vaya a casa de vacío y enfadado, ¿no crees?”.

Contesté con un “Sí, Ama” y salí de debajo de la mesa. Me ordenaste ponerme a cuatro patas y de forma despectiva le dijiste a Olibert:

“Follátelo. Está dilatado y deseando recibir más polla. Quiero que aguantes hasta que pierda el próximo jugador”.

Olibert afirmó y se le encendieron los ojos. No era la primera vez que me follaba el culo, ni tampoco la primera vez que follaba contigo. Y en todas las situaciones que ocurrió, fueron “combates” de larga duración, así que me coloqué a cuatro patas esperando su polla, mientras escuché que le decías a María:

“María, cariño. Ponle el condón a Olibert y cuando lo hayas hecho siéntate delante de Pedro. Como se le va a hacer largo, será bueno que se entretenga comiéndote el coño… así no se aburre”.

María obedeció, porque pasados unos segundos se sentó en el suelo, abriendo sus piernas y ofreciéndome su coño empapado. Casi a la vez que mi cabeza llegaba a ella, sentí la polla de Olibert entrando en mí. Puff… su primera embestida no dejó lugar a dudas. Pensaba follarme duro. Mientras lo hacía, yo gemía de dolor y de placer por ofrecerme a ti, Por estar humillándome para ti mientras uno de tus juguetes me follaba. Pero al menos me habías dado con qué entretenerme, y procuré dejar a un lado el dolor de sus embestidas para concentrarme en darle placer a María.

En eso estaba cuando te escuché decir:

“Pufff. Qué suerte he tenido. ¡¡Pensaba que perdía la mano!! Bueno chicos, pues ya tenemos ganador. José, ponte a la cola para follarte a Pedro, que yo terminaré esta mano con Javi y después me cobraré mi premio con creces. ¡No sabes las ganas que tengo de follarte, guapito!”

Sin levantar la cabeza del coño de María, esas palabras me hicieron sentir un calor tremendo que me subía desde el estómago hasta la cabeza. Es el calor de la humillación extrema. De escuchar a la mujer de tu vida verbalizar las ganas que tiene de follarse a otro, y de saber que lo hará delante de ti. Pero a pesar de la humillación y del dolor de mi culo por sentir a Olibert, me concentré en mi obligación, y seguí comiéndole el coño a María, que se estaba corriendo en mi boca, aunque no de la forma que lo haces tú, empapándome completamente, sino de una forma mucho más silenciosa y sin squirt.

Al verlo, y darte cuenta que a Olibert le quedaba un buen rato, le dijiste a María que se colocara pegada a mí, y que le ofreciera su culo a José para que no estuviera esperando sin hacer nada. Este no se lo pensó dos veces y, cogiendo un condón de una pecera donde los guardamos, comenzó a follarle el culo a María. Me alegré de que no me estuviera follando a mí, porque tiene actitud chulesca y a veces se extralimita humillándome de más, así que, girando la cabeza y mirándole a los ojos le dije:

“¿Te apetecía follarme, José? ¿Querías humillarme follándome duro, verdad? Pues hoy te vas sin follarme a mí y sin follar con mi Ama. Pero no te preocupes… un mal día lo tiene cualquiera. A lo mejor volvemos a llamarte alguna vez”.

En la mesa escuché tu carcajada, mientras decías:

“Pero mira que eres puta, cariño. Te mereces que les diga a los nadies que cambien de objetivo… pero me has hecho reír. Seguid disfrutando, chicos… nosotros estamos ya en la última mano y enseguida nos unimos a la fiesta”.

Te miré y te guiñé un ojo. Me tiraste un beso, y volviendo a concentrarte en tu mano de cartas y en la apuesta que acababa de hacer Javi, dijiste:

“Las veo. Poker de ases. Baja tus cartas Javi… y creo que puedes ir bajándote los calzoncillos también, porque acabo de ganarte”.

Mientras Olibert seguía follándome, observé la cara de Javi. Acababa de perder todo lo que les había ido ganando a Dani y a José. Habías conseguido ganarles a todos. Delante de ti estaban todas las fichas, lo que significaba que tenías la mitad de tu objetivo conseguido. Estaban desplumados. Ahora te tocaba cobrar la otra mitad. Javi.

Pero no tenías prisa por cobrarte a tu presa. En tanga te sentaste en el sofá, y le pediste a Javi que te acompañara a disfrutar del espectáculo. Se sentó a tu lado y os quedásteis mirando cómo José le follaba el culo a María mientras Olibert hacía lo mismo conmigo. Te conozco y sé que no querías follarte a Javi habiendo demasiada gente alrededor, pero sentí perfectamente tu excitación y segundos después, tu mano se deslizó por debajo de tu tanga y comenzaste a acariciarte.

José se corrió escandalosamente, y le pediste que siguiera bombeando hasta que Olibert terminara conmigo, pero por si acaso le dijiste:

“Olibert, tienes un minuto para correrte mientras te follas a mi sumiso. Si no lo haces en ese tiempo te irás a casa igual que has venido, pero sin tus 300€”.

Miraste tu reloj y el nadie aumentó su velocidad. Me estaba destrozando por dentro pues no solo me follaba más rápido, sino también mucho más fuerte. Me agarraba por la cadera y me atraía con sus brazos mientras su polla empujaba dentro de mí. Yo le suplicaba que se corriera dentro de mí. Que me hiciera sentir lo zorra que soy, que me hiciera disfrutar como un hombre… y no pasaron diez segundos de estas palabras y se corrió entre gemidos que yo acompañé como buena puta.

“Chicos, que Pedro os quite los condones y os de la ropa. Vestiros y marcharos a casa. Mi chico, ¿puedes ser tan amable y servicial como hasta ahora y acompañarlos a la puerta?. María, acércate y cómeme el coño, por favor… Estoy muy cachonda y tengo muchísimas ganas de correrme”.

Les quité el condón a José y a Olibert. Estaba humillado y dolorido, pues llevaban follándome más de 20 minutos sin parar, pero estaba contento de haber aguantado y de ver lo excitada que estabas. Además habías ganado la partida, te habías llevado más de 1.000€ y, aunque no me habías dicho nada, sentía que tu objetivo real era Javi, así que estaba seguro que estabas feliz.

Cuando ambos se vistieron se despidieron de ti, pero apenas contestaste. Estabas desnuda, con las piernas abiertas y María comiéndote el coño. A tu lado, Javi estaba completamente desnudo y le estabas masturbando mientras tanto. Tu pequeña mano apenas conseguía tapar un 20% de su polla. Era enorme, y recordé que me hablaste de lo grande que era cuando te lo follaste 2 o 3 meses atrás. Yo no pude verlo, porque me mantuviste las 3h que estuvo en casa con los ojos cerrados, pero lo sentí perfectamente cuando le ordenaste follarme. Me pasé dos días recordándole cada vez que me tenía que sentar.

Acompañé a los nadies a la puerta y les di las buenas noches. Eran más de las 4 de la madrugada, y conociéndote, todavía quedaba un rato de fiesta y estaba seguro que pensabas aprovechar tu premio. Pasé por la cocina para beber agua y después fui al baño a limpiarme un poco. A los tres minutos volví al salón y te encontré cabalgando encima de Javi. La imagen era increíble. Estabas dándole la espalda, subiendo y bajando sobre su polla. Tenías los ojos casi en blanco y tus gemidos eran super intensos. Mirándome fijamente apenas podías articular palabra, y solo decías:

“Puta, puta, puta… eres una puta mi amor. Ohhhh Dios… qué polla. Es increíble. Agghhhh. Sigue Javi. No pares, voy a correrme”.

María estaba lamiendo tus pies, y cuando sentí que tu orgasmo estaba cerca coloqué mi boca pegada a tu coño. Tenía la polla de Javi rozándome la nariz, y me aseguraba de que mi lengua llegara a tu clítoris, a pesar de que apoyaba mi barbilla en sus pelotas y que cada vez que subías y bajabas sobre él, su polla llegaba a mi lengua. Pero tenía claro lo que quería hacer, y seguí empujando con fuerza para comerte el coño mientras tu orgasmo llegaba. ¡Y vaya si llegó! Te corriste de una forma increíble, y empapaste mi cara completamente. No sabía si le pedirías a Javi que parase un segundo para dejar que te limpiara bien, así que comencé a pasar mi lengua por tus piernas, tu coño, sus pelotas, hasta que, sin preguntar agarré su polla y me la metí en la boca.

Comencé a hacerle una mamada mientras tú seguías masturbándote. Así llegó tu tercer orgasmo casi consecutivo, pues te habías corrido también en la boca de María. Cambié boca por mano y, mientras mantenía la polla de Javi en su máximo esplendor, limpié con la boca tu corrida, hasta que me dijiste:

“Cariño, mete su polla en mi coño. Quiero correrme con él. Se lo está ganando, ¿no te parece, puta?”.

Metiendo su gran polla en tu coño, te dije que por supuesto que se lo estaba ganando. Me miraste fíjamente mientras tu boca se abría, y tu cuerpo volvía a subir y bajar encima de Javi. Entonces me pediste que te besara. Me incorporé y nos besamos. Nos besamos intensamente. Salvajemente. Nuestras lenguas se movían a toda velocidad y parecía que nos íbamos a arrancar los labios. Entonces te separaste un poco de mí y me escupiste en los ojos. Después otra vez. Y comenzaste a pegarme mientras no parabas de follárselo. Y entonces ocurrió. Con una voz grave, me dijiste:

“Suplícamelo, zorra. Suplícame que me corra. Pídele al juguete que se corra conmigo. Quiero disfrutar de una polla de verdad por una vez. ¡Vamos!. ¿A qué esperas?”

Y mientras seguías pegándome, te supliqué que te corrieras con el juguete. Le supliqué que aguantara hasta tu orgasmo. Le dije que yo le avisaría, pero que por favor aguantara hasta el final. Y tus golpes cada vez eran más fuertes, y tus movimientos más violentos… hasta que echaste el cuello hacia atrás y lo sentí llegar.

“Por favor, Ama. Córrete para mí. Córrete follando con otro. Soy tu puta, y disfruto de compartirte con otros. Te lo ruego mi amor. Dame tu orgasmo. Javi, ¡atento!”

Y sentí un escalofrío recorrer tu cuerpo. Una especie de descarga eléctrica en el instante en que te vino un orgasmo increíble, y le dije a Javi: “Ahora, Javi. Por favor. Córrete con Ella”.

Y así fue. Me quedé observando dos cuerpos moverse en perfecta sincronía. Tu pequeño cuerpo insertado en su polla. Tus bonitos ojos inyectados en sangre. El placer rebosando por todos los poros de tu piel Tus pezones duros, la piel de los dos brillante por el sudor.

Y entonces, la pausa. Los jadeos, igual que los de un maratoniano después de terminar sus 42km. Te dejaste caer, colocando tu espalda sobre su pecho y ambos tratabais de recuperar el resuello. Yo, sin dudar un instante comencé a limpiar tu orgasmo, y cuando lo hice, sujeté el condón en la base de su polla y, haciéndole un nudo te lo enseñé y lo metí en mi boca. Sentía su leche caliente en mi lengua. Sabía que te excitaba sobremanera que tuviera el sabor del látex mezclado con tu sabor, y la textura del semen del juguete, y dijiste:

“Muy bien cariño. Por respeto a nuestro amigo, no se te ocurra sacarlo de tu boca hasta que se vaya, zorra”

E inmediatamente le dijiste a María:

“María, preciosa. Ponte mi arnés y fóllate a mi puta. Creo que se ha quedado con ganas de más, y mi amante acaba de correrse. Necesitará un descanso. Nos lo preparas, bonita?”

María sonrío y te dijo que lo haría encantada, así que se acercó a la mesa del salón repleta de juguetes y se colocó el arnés con el dildo rosa, que le quedaba increíble. Me dijiste que me colocara a cuatro patas a escasos centímetros de tus pies, y mirándote. Seguías tumbada encima de Javi, cuya polla relajada era bastante más grande que la mía en su máxima erección. Él besaba tu cuello y tu espalda mientras sus manos disfrutaban de tus preciosas tetas. Bajé la mirada, porque no soporto que otros labios recorran tu piel, pero al darte cuenta, me dijiste:

“No retires tu mirada de nosotros, mi amor. Quiero que veas cómo su boca recorre mi piel, como sus manos me hacen suya y cómo vuelve a excitarme, y voy a enseñarte a comerse una polla así de grande, para cuando volvamos a verle otra vez. Porque pienso repetir, y no voy a tardar mucho en hacerlo, pero los tres solos. ¿Te parece bien, mi amor?”

Manteniéndote la mirada, y mientras apretaba los dientes, contesté que sí. Que me parecía perfecto, y que tenía muchas ganas de que volvieras a follártelo. Sonreíste y dijiste:

“Y dime, puta. ¿Tienes ganas de que me vuelva a excitar y follemos otra vez después de comérsela? ¿Quieres verlo de cerca, bonita?”

Contesté un “Sí, Ama” que apenas salía de mi. Humillado mientras él no paraba de besar tu cuerpo y manosearte. Ahora tenía una mano en tu coño y otra seguía en tus tetas. Estaba siendo follado por cuarta o quinta vez en la noche (había perdido la cuenta), en esta ocasión por María, que respiraba cada vez más agitadamente, fruto de su excitación y de ver el primera persona que la polla de Javier estaba volviendo a la vida gracias a tus caricias y a las suyas.

Entonces te retiraste de su espalda, te arrodillaste en el suelo y me besaste. Mientras María seguía follándome, el tiempo se detuvo durante unos segundos. Y me sentí volar. Tus besos son pura gasolina para mi cansancio… para mi motivación. Pero en el momento que dejaste de besarme, dijiste:

“Mira y aprende cómo se come una polla de verdad, zorra”.

Y después de ponerle un condón, sentía que hacías magia cuando su polla desaparecía en tu boca. No podía creer lo que estaba viendo. Yo apenas era capaz de meterme la mitad, y tú estabas llegando con tus labios hasta su base, de forma que no veía más que la última vuelta del condón. Enseguida su polla fue enorme otra vez, y sin mirarme siquiera, esta vez mirándole a los ojos, comenzaste a follártelo de nuevo. La imagen era espectacular. Sentía cada cm de Javi entrando y saliendo de ti, apenas a 30cm de mi cara. En un segundo, el salón se inundó de gemidos. Los vuestros eran los que se clavaban en mi cerebro, pero también me descubrí gimiendo como una puta… como tu puta, e inmediatamente sentí que María se estaba corriendo de tanta excitación acumulada.

Cuando se corrió te escuché ordenarme limpiar a María como lo hacía contigo, así que retiré cuidadosamente el strap de sus caderas para comerle el coño en el suelo, cuando la ordenaste sentarse al lado de Javi. Allí estaba yo, lamiendo el coño de María mientras te veía montar a Javi y gemir de una forma que no te había visto antes. También María emitía ruiditos cada vez que mi lengua rozaba su clítoris, sensible después de su orgasmo. Javi, por su parte te agarraba del pelo y te follaba de un modo animal. Estrujaba tus tetas con sus grandes manos y te agarraba de la cadera para entrar bien dentro de ti. En pleno polvo, te dirigiste a mí:

“Puta, siéntate en el respaldo del sofá. Coloca tus piernas a ambos lados de la cabeza de Javi y bésame. Quiero correrme mientras nos besamos”.

Obedecí inmediatamente y nos besamos. En medio de nuestros besos y nuestros te quieros, te corriste. Un orgasmo larguísimo que quizás fueron dos seguidos, pues Javi siguió follándote un buen rato más, hasta que comenzó a gritar:

“Joooder, siiiiiii. Me corro, me corro… me corro”

Y efectivamente, se corrió dentro de ti a la vez que tu segundo orgasmo consecutivo llegaba a su fin. No dejamos de besarnos ni un momento. Javi seguía dentro de ti y ambos recuperábais la respiración. Pasados unos minutos me dijiste que hiciera mi trabajo. Saliste de Javi y lo primero que hice fue hacer otro nudo a su condón y meterlo en la boca, junto al anterior, que ya estaba frío. Con ambos condones en la boca, agaché mi cabeza y me acerqué al lado del sofá en el que te habías sentado. Te limpié durante un buen rato y después te incorporaste y me dijiste:

“Chicos, tenéis que iros. Quiero descansar y abrazar a mi chico. Hoy se ha portado como un campeón. Vamos cariño, ayúdales a vestirse y les despides”.

Te acercaste a María y le diste un beso. Al acercarte a Javi, este te agarró de la cintura y te pegó contra él, y le dijiste:

“Tu turno ha terminado. Ahora eres transparente para mi, vete con Pedro y ya volverás a tener noticias nuestras… o no. Gracias por ser el vehículo de nuestro placer. Hasta otra”

Y sin mirar atrás, te diste la vuelta y desnuda subiste a la habitación. Tenía claro que ibas directa a la ducha, así que me apresuré en despedir a Javi y a María y subí contigo a la ducha. Nos besamos abrazados durante 5 minutos. Nos besábamos y nos mirábamos a los ojos. Nos decíamos sinceros “te quiero” y volvíamos a besarnos, hasta que al salir de la ducha, retiraste mi jaula de castidad y abriéndome la cama me dijiste:

“Vamos mi amor. Hoy quiero que duermas desnudo para mí. Mañana te despertaré con una mamada que no olvidarás en mucho tiempo. Me has hecho disfrutar muchísimo hoy. Te quiero”

Y me metí en la cama con una sonrisa y el cuerpo destrozado. Me dolía todo, pero estaba feliz.

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