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Juan el asador de carne
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Tiempo de lectura: 5 minutos

Mi nombre es Bárbara, vivo en Buenos Aires, tengo 42 años, soy casada y tengo dos hijos. Mi principal virtud es la constancia y la tenacidad con la que encaro cualquier proyecto en mi vida tanto familiar como laboral.

Mi más gran atributo hablando de lo físico, son mis senos. Salen de la normalidad, son realmente grandes. Talle 105 cm (40 en EE. UU.) para una persona de 1,65 m y 65 kg es demasiado. Desde mi juventud cargué con esta situación y con el mote de ser una petisa tetona. Entendiendo con los años que como toda cosa en la vida tiene sus ventajas y desventajas.

Una de mis principales debilidades es que suelo ser un poco celosa, digo un poco para ser leve, pero siendo realistas también soy controladora.

Controlo casi en su totalidad la vida de mi marido, a tal punto que tengo la clave de acceso a su teléfono móvil. Claro está, sin que él lo sepa. Monitoreo todas sus redes sociales. Me entero con quién habla, qué páginas de internet mira y a qué publicaciones pone me gusta.

Este poder sobre el teléfono de mi esposo hace que me entere de cosas que nunca jamás imaginé de su círculo de amigos.

Desde cumpleaños y cargadas a amigos hasta divorcios e infidelidades. Más otros chimentos de los más graciosos. Sé cuál es el amigo cornudo, sé cuál es el amigo pobre y cuál el agrandado.

Pero también sé cuál de todos tiene, como ellos le dicen “una tercera pierna”. Refiriéndose al tamaño de su pene.

El famoso hombre de la tercera pierna es Juan, también conocido como “el burrito”. Y no por ser terco o ignorante, sino por la descomunal longitud de su miembro.

Desde que supe esta condición, quise conocer a Juan a como de lugar. Debo confesar que muchas noches imaginé como debía ser su famoso pene. También en esas fantasías coqueteaba con la idea de realizarle sexo oral, algo que me volvía completamente loca.

Luego de unos meses, mi marido y nuestra familia fuimos invitados a pasar el día con otras familias y amigos para festejar un cumpleaños en una casa de campo. Habría parrillada, pileta, sol, juegos inflables para los niños, música y todo el resto. Pero, ¿Quién sería el anfitrión?

Sí, Juan sería el anfitrión. Debo reconocer que cuando mi esposo me comentó de esta invitación, un calor recorrió mi cuerpo y humedeció levemente mi entrepierna.

Obviamente, asistimos en familia, mi marido y mis 2 hijos. Yo me ocupé de los niños con otras madres, mientras nuestros esposos tomaban cerveza y reían en una mesa.

Mi outfit para pasar un día de campo en familia era muy simple. Una blusa que marcaba todo el contorno de mis pechos. Una pollera por debajo de la rodilla y sandalias bajas.

Juan era quien estaba en la parrilla, solo. Mientras asaba la carne. Un pequeño short marcaba el poderoso calibre que portaba entre sus piernas.

Fue allí que lentamente me acerqué a este, luego de haber observado fijamente su entrepierna en varias ocasiones sin ningún tipo de reparo.

— ¿cómo va la parrillada, señor Juan? Pregunté cómplice con una sonrisa.

— ¡va muy bien, bárbara! En 10 minutos está listo, respondió alegremente

— ¡Sabes mi nombre!, espero que te hayan hablado bien de mí.

Comenté en forma de chiste.

— ¡Hay dos grandes razones por la que la gente suele hablar bien de vos, bárbara y las estoy viendo!

Me dijo el muy atrevido, mientras me miraba las tetas como un degenerado.

— me muero por comerme ese gran pedazo de carne. Comenté con doble sentido. Señalando la parrilla.

—¡sí, es pura carne sin hueso la que tengo! Contraatacó rápidamente.

Mis pezones explotaron saliendo de sus órbitas hasta ponerse tiesos como si fueran de mármol. La fina tela de mi blusa me dejaba en evidencia, marcando en gran manera estás dos puntas salientes sobre la circunferencia de mis senos.

Sin disimular este espectáculo, Juan me dijo: que lindo día para entrar a casa y jugar con esos timbres (claramente haciendo alusión a mis erectas ubres).

Hizo que me sonrojara mientras sonreía de forma cómplice, imaginando todas las cosas que él me haría con ese sable.

— espérame en 5 minutos en el cuartito de la jardinería. Dijo mientras me señalaba una pequeña edificación a unos metros. A lo cual asentí con mi cabeza. Mientras un fuego recorría mi útero.

Amparada en las sombras del disimulo, me fui acercando a este cuarto hecho de madera y chapas, al tiempo que veía como mi esposo contaba las mismas historias de siempre a sus amigos.

Una vez dentro del lugar señalado, bastaron unos instantes para que Juan entre en escena. Rápidamente, se acercó a mí y comenzó a besarme como un animal. Su lengua entró varias veces en mi boca mientras yo permanecía inmóvil.

— Rápido que tenemos poco tiempo me dijo.

Tomándome del cuello, guio mi rostro hasta su entre pierna, mostrándome que había algo enorme, ya erecto, que casi no cabía en ese pequeño short.

De rodillas frente a él bajé su traje de baño muy lentamente.

Fue ese el momento que comprendí que la fama que este tenía era completamente real. Su pene descomunalmente largo me dejaba completamente atónita. Las magnitudes de esta no cabían ni siquiera en mis fantasías más sucias. Comenzando a lamer sus testículos confirmé que el largo tronco llegaba pasando mi frente.

Tomando su pene con una mano comenzó a golpearlo en mi rostro una y otra vez hasta llegar a la dureza correcta.

Mi lengua rápidamente saboreo la verga del amigo de mi esposo e identificó un suave gusto ácido. Mientras esté falo emanaba un olor fuerte, típico de un verdadero semental.

Desesperadamente, degusté unas cuantas gotas de líquido pre seminal que brotaron de su glande. Masajeándolo con ambas manos, tiraba su pellejo de atrás hacia adelante. Realmente me excitaba de sobre manera chuparle la verga como una puta.

Su pene era increíblemente largo, el cuero de su prepucio abundante. Sus testículos parecían dos bolas de Villar de color rojizo envueltas en un abundante vello púbico.

Sin más contemplaciones comenzó a meterlo dentro de mi boca, ayudándose con sus manos, las cuales hacían presión sobre mi nuca. Obligándome a tragarlo más allá de los límites de mi garganta. No podía tragar tan largo falo, sentía que me ahogaba y todavía faltaba la mitad de su longitud. Mis ojos se llenaron de lágrimas dejándome al borde del colapso. En unos de mis movimientos logré liberar mis dos enormes pechos de la cárcel de esa pequeña blusa que llevaba. Rápidamente, Juan saco su verga de mi boca y la puso entre mis tetas. Parecía estar gozando con la terrible rusa que le estaba realizando. Envolví la larga verga de este con mis tetas y las moví de arriba a abajo masturbándolo.

Ambos estábamos en llamas y casi sin tiempo.

Agarrándome del brazo me puso en pie. De un empujón me ubicó de espaldas a él y de frente a una de las paredes de madera de ese oscuro cuarto lleno de cajas y herramientas de jardín.

Sus caricias empezaron a recorrer mi cuerpo sin pudor, sus manos invadieron mi entrepierna y sus dedos de a uno entraron en mí hasta dejarme mojada por completo. Pude sentir como levantó mi falda y corrió mi ropa interior a un costado.

Solo deseaba que me hiciera suya.

Bastaron segundos para que Juan se acomodara por mi retaguardia y mande toda su masculinidad.

Comenzó a penetrarme, mientras le suplicaba que lo hiciera de forma suave. Rápidamente, empecé a quedarme sin aire mientras sentía como este avanzaba por dentro de mí.

Su tieso mástil se abría paso fuertemente. Sentía Como si un martillo taladrara mi cuerpo haciéndome sentir que me iba a partir en dos.

Sus movimientos eran rudos y de alta frecuencia, haciéndome gritar como hacía mucho, no lo hacía.

Mis manos se apoyaban en la pared completamente entregada y mis senos rebotaban sin control mientras esté se sacudía descargando toda su furia.

Juancito me hacía gemir de placer, pero mi marido no me podía oír, ya que el volumen de la música que había en el ambiente era muy alto.

Con una mano me jalaba del cabello, con la otra me tomaba de los senos, mientras todo su pene calzaba por completo ensanchando mi canal vaginal.

Por la ventana podía ver a mi esposo hablar con sus amigos mientras Juan detrás de mí me pegaba una cogida bestial.

Sus manos como dos riendas se encadenaron a mi cintura, monopolizando el poder de mis movimientos. Suave y lentamente cuando me sacudía hacia adelante, pero duro y rápido cuando retrocedía. Rápidamente, llegué a tener un profundo orgasmo que me hizo pedirle que no se detenga. Algo que se repitió en varias ocasiones. El amigo de mi esposo demolía con cada uno de sus movimientos mi estrecha vagina.

Juan coronó los 12 minutos del acto donde me sometió como si fuese una callejera, con una terrible corrida que impacto de lleno en mi útero, escupiendo varias oleadas de denso esperma que rebalsaron de mi interior.

Nota: A los 38 y luego de haber sido madre por segunda vez, con mi esposo decidimos no tener más hijos. Por tanto, me realicé un procedimiento quirúrgico anticonceptivo llamado ataduras de trompas. De no ser por esto, esa tarde habría quedado embarazada sin dudarlo, ya que siempre fui muy fértil. Él no usó condón y acabó una sola vez, pero una cantidad exorbitante de espermas dentro de mí.

Luego de hacer cornudo a mi marido, Juan salió rápidamente de ese cuarto y volvió a la parrilla. Mientras yo me tomé unos minutos para limpiarme la crema batida que este me había dejado y recuperar el aliento. Me ardía mucho la vagina de tanto que esté la había frotado en seco. Me acomodé el pelo, la ropa y volví a la fiesta donde fui a sentarme con mi esposo.

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