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José Carlos (Parte III)
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Tiempo de lectura: 6 minutos

Salió del auto y rodeó para abrirme la puerta, me extendió la mano, lo tomé de ella e inmediatamente sentí como me rodeaba la cintura con el otro brazo. Mi blusa ya era un desastre, estaba deslucida, arrugada y la mitad estaba fuera de la falda, pero en ese momento era lo que menos me importaba. Estaba disfrutando la inquietud de sus dedos de sentirme la piel. Aunque la transparencia de mi blusa le permitía perfectamente percibirme, no le bastaba eso y buscaba incesantemente la forma de abrirse paso hasta sentirme en contacto directo.

Me guiaba con una mano hacia la escalera y con la otra me acariciaba. Esos dedos gordos me estaban poniendo hincada a su disposición y lo estaba gozando. Subí las escaleras y sentí como su mano se alejó de mi cadera por un breve instante, pero casi de inmediato percibí como subía mi falda descaradamente y me manoseaba los muslos. Como pude continué subiendo y faltando un par de escalones para llegar a la puerta, me tomó de la cadera con ambas manos y me jaló discretamente… me dio una mordida en una nalga y después me nalgueó la otra. Mis ojos cerraron las puertas, me apoyé con ambas manos en el último escalón y me dejé hacer.

Me desabrochó la falda que cayó sobre los escalones, me tomó de las nalgas, me las mordía y me las chupaba. Volvía a advertir sus dientes en ellas, más nalgadas que solo aumentaban el flujo que ya sentía como si me escurriera entre las piernas. Me rompió la tanga y me metió la lengua entre mis glúteos, cosa que me estremeció por completo. Perdí la consciencia del momento, ya no sabía si mi respiración era lo que escuchaba, si eran mis gemidos o sus ruidos disfrutando de mi cuerpo.

Me separó las nalgas, me lubricó por completo, su lengua iba y venía colmándome de sensaciones que emborrachaban mi mente. Deseaba que me penetrara y él lo sabía. Mi cadera estaba totalmente levantada y entregada a esa técnica que veía había depurado con la experiencia. Estaba en el éxtasis del momento cuando su pie se deslizó por dentro del compás de mis piernas y las abrió en un solo movimiento.

“Ahora verás a quién le vuelves a faltar al respeto llegando tarde” –me advirtió.

Reaccioné con violencia y me incorporé. Como pude, casi a gatas, ingresé a la habitación esculcando en mi bolso con desesperación, tratando de hallar un condón. La ansiedad me hizo vaciar el bolso en la credenza del cuarto y ahí estaba llamándome con ese color llamativo. Me volteé y por primera vez lo vi desnudarse para mí. Lo recuerdo casi en cámara lenta desabotonándose la camisa y mostrándome ese pecho monumental al que le guardo religiosamente pleitesía desde aquel momento. Sus brazos estaban marcados, aunque nada exagerados como otros, admiré cómo se retiraba el pantalón mientras me mordía los labios y lo miraba descaradamente. Conscientemente reconocía que no era El David, pero algo le emanaba de su ser que me hacía sentirme profundamente atraída hacia él.

Cuando se quedó solo con sus interiores caminé hacia la cama y me senté en la orilla, tenía todas las ganas comérmelo así tal cual, al natural, pero en algún resquicio de mi consciencia se encontraba la última amazona que me mandaba cubrirle ese bendito pene con un preservativo.

Lo llamé con la mirada y se acercó, tenía ese tronco mirándome directo a la cara y sentí claramente como salivaba de excitación. Justo lo iba a tomar cuando él se agachó y me tomó de los tobillos, se levantó rápidamente y fui a dar hasta las almohadas. Quedé con las piernas abiertas y en un santiamén se lanzó a mi entrepierna.

¡Fue algo glorioso! Me comía con un hambre que provocaba que me siguiera mojando. Jugaba con su lengua en mi clítoris, me metía los dedos… dos, tres y los rotaba dentro de mí, sentí como los movía en partes de mi cuerpo que desconocía que percibían sensaciones. Entraba y salía de mi con su lengua y, a punto de venirme, lo tomé del cabello como si quisiera meter su cabeza entre mis piernas hasta que no pude contenerme más y me dejé ir hasta vaciar mi orgasmo en su boca.

Me quedé pasmada en la cama, tratando de recuperar el aliento. Nunca me había topado con un hombre que lo hiciera con tal devoción y para mí fue como encontrar el tesoro al final del arcoíris. El pecho me estallaba en emociones, no podía calmarme y comenzaba a resultar vergonzoso.

José Carlos se acostó al lado mío y me besó tiernamente, cosa que no me agradó. No quería que ni por asomo se le ocurriera hacerme cucharita y quedarme sin probarlo.

Mi celular empezó a sonar y tuve que levantarme a tropezones para hacerlo silenciar. Me miré al espejo y me di cuenta de la cara de polvo que tenía. ¡Lo peor del caso es que aún no empezaba! Me pasé los dedos entre el cabello para intentar mitigar el desastre y lo vi, desde el reflejo del espejo, acostado en la cama sosteniéndose la cabeza con la mano derecha viéndome como un niño que observa a la niña que le gusta.

“¿Qué miras?” –le pregunté

“Estoy disfrutando la paja mental que tienes tratando de entender lo que te acaba de suceder” –me respondió.

“No te confundas, esto es lo mínimo a lo que estoy acostumbrada” –le contesté.

“OK, subámosle el volumen entonces, porque entenderás con rapidez, que de mi no te olvidarás” –JC

“Pero ¿quién carajos se habrá creído este idiota?” –pensé sin esbozarle más que una mueca.

Se levantó de la cama y se aceró a mí mientras lo veía por el espejo de la credenza. Me tomó del cuello y me giró; sus brazos me cargaron con facilidad y me depositó encima de la credenza con las piernas abiertas. El olor de mis fluidos le resultó evidente

“¡Qué rico hueles!” –exclamó

“Eres un asco” –le comenté

“El sexo solo es asqueroso cuando se hace adecuadamente” –sentenció contundentemente.

Me acercó ese pedazo de ariete a mi intimidad y mi vulva mostró felicidad inmediatamente. Lo besé con las mismas intenciones de un ladrón. Quería demostrarle, reagrupada de mi voluntad, quién era yo. El tiempo empezó su marcha nuevamente y nuestros cuerpos iniciaron el juego. Con cada toque de sus dedos en mi piel, iba dejando rastros visibles de que disfrutaba plenamente su contacto. Como un pintor en un lienzo en blanco, se erizaba dibujando trazos de deleite.

Sentir sus besos en mi cuello fue electrizante, me producía pequeños calambres en la mitad de mi cuerpo, mientras la otra mitad le demandaba la misma atención. Impacientemente me quité la blusa al tiempo que él se entretenía con mis piernas, pero cuando decidí quitarme el sostén lo alejé con mi pierna para que me viera.

Muy despacio me llevé las manos a la espalda buscando desabrochar el brassiere mientras lo veía directo a los ojos. Quería que me comiera con ellos y que experimentara la misma ansiedad que me provocaba su cuerpo. Cuando su atención se posó absortamente en mí, el sostén cayó por gravedad y le mostré mis senos, le quité el pie del abdomen y lo dejé caer sobre ellos.

Me apretaba y me acariciaba con agitación e inquietud, se los llevaba a la boca y los mamaba deliciosamente, pinchaba mis pezones entre sus dedos y los estimulaba a ambos sin preferencia. Yo cerraba los ojos y lo gozaba cada vez más, sentía cómo su pene se acercaba y yo procuraba masturbarme con él. El juego siguió y siguió, cada minuto me excitaba más y comencé a sentir esa acumulación de energía que presagiaba otro orgasmo solo con frotarme con él. Estaba al borde de llegar cuando súbitamente paró y me tomó la cara con ambas manos.

“¿Te quieres venir otra vez?” –JC

“¡Si!” –C

“Entonces… ¡ruégame!” –JC

Apenas escuché estas palabras y traté de parar, pero ya estaba a más de la mitad del camino, mi cadera se movía casi por instinto tratando de alcanzar su miembro que alejaba de mí para evitar el contacto.

“¡Estás enfermo si piensas que voy a rogar!” –C

Pero mañosamente me volvía a acercar ese pedazo del hombre que deseaba con desdén. Volvía a masturbarme con él y cuando me acercaba a mi orgasmo lo volvía a alejar. Estuvo haciendo eso por espacios de tiempo que ya no me pertenecían, yo solo deseaba sentirlo. Lo último que me quedaba de voluntad me abandonó para ese momento.

“Si lo quieres, ya sabes qué tienes que hacer” –JC

Lo tomé con ambas manos del cuello para acercarlo a mis labios, lo besé con una emoción que sentí desconocida para mí hasta ese momento y le susurré entre besos…

“¡Cógeme!, te ruego por favor que me hagas tuya, que me tomes en posesión hasta que sacies tus ganas de mi cuerpo, que lo uses tanto como te parezca hasta que explotes en él… ¡úsame!” –C

¡No daba crédito a haber dicho tal cosa!, me sentía totalmente emputecida de deseo. Me arrebató el condón con la mano y se lo colocó. No tuve que esperar mucho para que me volteara con furia, me empujara contra el mueble y colocara mi cara contra la pared. Separó mis piernas con su pie y me separó las nalgas con sus manos. Sentía claramente como gotas escurrían por mis piernas, que distinguía si era saliva en un inicio, sudor o rastros de su lubricación, hasta que me penetró de un solo movimiento.

No pude contener el grito mezcla de dolor y de un placer bestial que me cimbró el alma. ¡No podía creer como se deslizaba dentro de mí empujando las paredes de mi vagina con violencia! Me llenaba como no había sentido hasta ese instante, sentía un dolor incontrolable, pero también una avalancha de placer que me inmovilizaba.

Me tomó de las caderas y me nalgueó muy fuerte, no podía verlo, pero eran tan fuertes que, sin lugar a duda, me había dejado sus manos marcadas en ellas. Sin embargo, ese ardor me excitaba más y se lo pedía a gritos, cosa que lo encendió.

Me recargué como pude en la credenza y me icé de las orillas para aguantar los empujones que me estaba dando, paré tanto la cadera que estaba de puntitas. Sentía no un golpeteo sino verdaderas embestidas que me intoxicaban el cerebro. Hacía rato que había dejado de ser dueña de mi cuerpo y mientras él se daba vuelo con mi anatomía, a mí me invadían corrientazos eléctricos, convulsiones y contracciones desde adentro, las piernas me temblaban con desfachatez. Los orgasmos arribaron uno detrás del otro y en ningún momento dejé de gritar, de gemir y de pedirle más.

Cuando noté que se empezó a agitar, procuré hacer uso de la última reserva de fuerza que quedaba en mí para acompañar sus movimientos con mi cadera hasta que sentí como su pene palpitaba y se vaciaba dentro de mí. No podía más, pero esperé hasta su última contracción antes de desparramarme en el suelo.

Se dejó caer a mi lado mientras escuchábamos nuestra respiración perturbada y reíamos de forma incontrolada. No me quedaron más ganas de seguir pretendiendo.

“¡Cabrón, eres el mejor polvo que me han dado en toda mi vida, y eso es mucho!” –C

El solo atinó a sonreír mientras me veía fijamente a los ojos. Por un momento pensé que iba a ser un momento incómodo, pero se acercó a mí y me besó como si tuviera la misma hambre de hacía unos minutos.

“Esto es solo el inicio” -JC

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