Deslizaba mi mano por encima de su camisa, un manoseo lento pero contundente que exploraba la firmeza de su cuerpo, bajando poco a poco hasta el cinturón que desabroché con la experiencia que me caracteriza. Le desabroché el pantalón y con ansiedad le sentí ese pedazo de virilidad…
¡Dios!, qué cosa tan deliciosa sentir ese calor a través del bóxer y esa sensación que me empuja a transformarme en un animal en celo. Metí mis dedos en la ventana de sus interiores y lo palpé por primera vez… ardiendo, palpitando, venoso, rígido y muy grueso.
Mis labios humectados se rozaban entre sí con el jugueteo de mis piernas, mi boca entreabierta y mi mirada clavada en la suya eran el marco ideal para dejarle una imagen de lo que le esperaba en la habitación. Mientras le masturbaba, noté su impaciencia y su deseo de tocarme, de sentir lo que se iba a comer en breves momentos. Su mano derecha buscaba hacerse camino entre la falda y mis piernas. Le abrí camino lo suficiente para que sintiera el calor de mis muslos y percibiera mis ligueros.
Me lanzó una sonrisita cómplice mientras le miraba fijamente. No viene a mi memoria la primera vez que disfruté observando a un hombre retorcerse del placer que le proveo yo, pero es algo que he patentado en mi juego previo y sé de sobra cómo lo disfrutan mis amantes.
Continuaba manejando, pero era evidente que cada vez le costaba más trabajo concentrarse. Sus ojos se abrían y cerraban continuamente al tiempo que me iba deshaciendo de sus pantalones y su bóxer. ¡Ese objeto viril me estaba exigiendo libertad!
Le acariciaba el tronco con la palma de mi mano mientras mi dedo pulgar y el índice le estimulaban el glande. Le miraba con ojos de lujuria mientras lubricaba mis labios con mi lengua frente a él. Deseaba pasear mi lengua por su cara, pero había algo que por hacer primero. Dirigí su mano hacia mi entrepierna, hizo a un lado mi tanga y sintió lo mojada que estaba…
“Méteme los dedos” – le ordené
El obedientemente lo hizo y lo forcé a que se llevara los dedos empapados de mí hacia su cara. Tomé su mano y se la froté por todo su rostro especialmente en la nariz. Deseaba que me respirara, que sintiera que ya era mío y que fuera asimilando su nueva pertenencia.
Gocé enormemente de cada una de sus reacciones, de su mirada embriagada por el placer que le daba, de la inquietud de sus manos y la torpeza de sus movimientos. Casi podía ver su ansiedad agolparse en su pecho, luchando por contener a la bestia que vi en su interior y fue ahí donde sentí la necesidad de lanzarme.
Me aseguré de que mirara cómo abría mi boca con hambre, y bajé a saborear ese pene que me miraba atento desde hacía minutos. Mis dedos definitivamente cerraban menos, la palma de mi mano se sentía más caliente en más puntos, muestras inequívocas del diámetro de ese delicioso apéndice. Imaginaba ¿cómo me iba a abrir por dentro?, ¿cómo sentiría la primera penetración, expandiéndome las entrañas? ¿Cómo me miraría al darse cuenta que la cabrona que conoce se convierte en víctima de sus propios deseos?
Pasé mi lengua alrededor de su glande mientras mis labios rodeaban la punta. Poco a poco iba descendiendo y sintiendo la forma en que tenía que ir abriendo más y más el maxilar para darle cabida en mí. Escuchaba sus ruidos de excitación y más me prendía. Ya estaba empapada, me sentía toda una zorra hambrienta consumida por el deseo y presa de la ansiedad de sentirme poseída.
Lo masturbaba de arriba hacia abajo con la lubricación de mi saliva que se derramaba desde el glande. Mi lengua patinaba por todo el tronco y hacía escalas breves en la boca de su pene, deseando ingresar para degustarlo todo. El trataba de controlarse, pero sentía claramente como la base empezaba a convulsionarse, así que lo apreté fuerte y detuve la felación. Me incorporé aun sosteniéndolo con fuerza.
“No se te vaya a ocurrir venirte antes que yo” –le advertí.
“¡No mames, tienes unas formas que lo hacen complicado!” –JC
“Ese es tu problema, si te vienes antes que yo no me vuelves a ver en tu vida y te garantizo que vas a perder muchísimo si eso sucede” –C
Cuando sentí que dejaba de estremecerse, aflojé para volverlo a estimular y ahí fue cuando me di cuenta de que estábamos frente a la entrada de un motel. En mi interior agradecí el hecho porque si continuábamos con el juego en el auto, sin duda alguna haría que se corriera.
Continué acariciándolo, aunque más que entusiasmarlo, pretendía únicamente seguirlo sintiendo. Honestamente estaba maravillada con el grosor de su herramienta. Nunca me han gustado los que son muy largos. El golpeteo en el fondo de mi vagina me distrae y no me permite estimularme. Esta pieza es diferente, perfectamente rasurada, lo que me hace pensar si daba por sentado que me llevaría a la cama o si es exclusivamente su higiene personal. Si bien me encanta la seguridad en un hombre, este particular detalle me dejaba inquieta.
Apagó el vehículo dentro del garaje y escuché la cortina eléctrica del portón descender mientras el interior del espacio se iba oscureciendo. Sentí sus dedos gordos tomarme de la nuca y acercarme a él. Percibí el olor de su loción que penetraba de a poco en mi sentido e iba aflojando mis extremidades… era como una ola que rompe en la playa cubriendo de forma masiva los primeros metros de arena, inundándolos violentamente y sobrecogiendo cualquier vestigio del pasado.
Literalmente me encontré a mí misma transformada en una perra fogosa y hambrienta de sexo, anhelando ser tomada con violencia, con fuerza y ser sometida. No podía parar de imaginar cómo me sentiría partida a la mitad mientras lubricaba profusamente.
Sentí sus labios carnosos jugar con los míos de forma inteligente, su lengua no se abalanzó como lo hacen la mayoría, no. La suya me estudiaba, me tentaba usando carnadas. Buscaba la mía y al primer contacto se retiraba, me hacía sentir la necesidad de ir a por ella y abrazarla, morderla despacio y cubrirme con su humedad.
Mi respiración era agitada ya y en cuanto sentí su mano desabotonar mi blusa y tomarme un seno, no pude contener la sensación de ansiedad y exploté en un gemido que ahogué en el beso. Provoqué que su deseo se desencadenara y liberara sus ganas de sentirme suya.
Lo que sucedió a continuación es difícil de relatar, tantas emociones acumuladas, tanto manoseo en todo mi cuerpo y esos besos me hacían perder el control. Mi cuerpo ya no me pertenecía. En unos segundos abandonó el comando de mi voluntad para rendirse a la voluntad de mi amante. Se dobló sin aviso y sin consideraciones. Lo único que deseaba era exactamente lo mismo que yo… ser poseída de forma brutal.
Me estimulaba los pezones de forma conocedora, me los mordisqueaba, me los pellizcaba ligeramente y después se los comía con maestría. Sus dedos ya habían hecho a un lado mi ropa interior y se daban vuelo embalsamándose en mi interior, jugaba con mi clítoris, se introducía en mí y regresaba a masturbarme una y otra vez. Estoy segura de que mis gemidos se escuchaban hasta afuera del estacionamiento. Evidentemente en ese momento nada me importaba, solo quería que continuara.
Cuando más excitada estaba, me tomó del cuello con fuerza y me alejó.
“No te imaginé tan caliente” –JC
“No has visto nada” –C
“Tus fluidos hablan más que tus palabras” –JC
“Mis fluidos se van a quedar en tu cerebro intoxicándote de ahora en adelante para que seas mío cuando se me pegue la gana” –C
José Carlos solo atinó a hacer una mueca que demostraba incredulidad. No podía entender en qué momento él había tomado el control de la situación, pero me agradaba bastante este cambio de rol. Estaba cansada de decidir todo y me resultaba genuinamente interesante sentirme pasajera de este nuevo papel.