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Jon me funde las pilas
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Conocí a Jon (Jonathan en su DNI, Johnny para algunos y Jon para mi) hace ya un tiempo, en una quedada con un montón de parejas swingers. La verdad es que, a pesar de haber mucha gente, la fiesta no se levantaba como una hubiera previsto. Las parejas coqueteaban con otras parejas, había tocamientos, alguna felación tímida y breve… pero poco más.

Vi a mi marido charlando con una pareja: la mujer había agarrado la mano de Luis y la estaba acariciando, aunque el marido se estaba fijando en otra señora y deduje que no habría intercambio. Un hombre me pasó por detrás y me rozó los riñones, y luego volvió regresó para decirme, en plan gracioso, que tenía un mosquito en el pezón y me lo pellizcó. No tenía gracia alguna y además no me gustaba para nada. Me estaba intuyendo una fiesta muy floja.

Así que le sugerí a Sofía, la anfitriona de la juerga, que quizás nos faltaba alcohol y música más cañera.

-Si lo que quieres es más caña te presentaré a un amigo. Hoy no tengo ganas de estar con él, así que te lo puedo prestar.

-¿Y eso? -le pregunté, extrañada, ya que yo sabía de sobras que Sofía se guarda los mejores para ella.

-Jonathan es… ¿cómo te lo diría? Demasiado intenso para mi.

Berta me llevó al baño, y me señaló al hombre que se estaba duchando tras la mampara la cristal. Vi a un tipo alto, fornido y muy bien dotado, todo enjabonado.

-No te quejes, me dijo Berta, ya ves que te lo presto bien limpito.

Berta salió y yo me quedé en el baño. Ni corta ni perezosa me despojé de la poca ropa que llevaba y me metí bajo la ducha.

-Necesito un bañito urgente -le solté mientras me pegaba a su pecho.

Sus manos calientes me agarraron el cuello y me besó con fuerza. Solo con ese gesto comprendí que la recomendación de mi amiga era la oportuna. Mientras mantenía su lengua dentro de mi boca, Jon me hizo sentir su pene, frotándose contra mis muslos. Con movimiento brusco y certero me volteó, apretó mi cara contra la pared y empezó a penetrarme sin previo aviso. Me ensartó hasta el fondo de una sola estocada. Sus movimientos pasaron del cero al cien en dos segundos, y sin darme yo cuenta ya me tenía gimiendo como una posesa.

No puedo precisar cuanto tiempo me tuvo en la ducha, pero en algún momento pensé que Jonathan iba demasiado lanzado y que se iba a correr en un minuto. Iba muy equivocada. Tras ese tiempo impreciso, salimos de la ducha y me condujo de la mano hacia un saloncito en donde había dos tresillos, uno enfrente del otro. En uno de ellos había dos parejas brindando con champán pero sin muchas ganas. Jon me tumbó en el otro sofá, que estaba libre, me sentó en su regazo y me puso mirando a las dos parejas de enfrente mientras de nuevo me penetraba y dirigía los movimientos de mis caderas con sus manos fuertes. No tardé nada en gemir otra vez.

Mis chillidos debieron de alertar a todo el mundo, porqué cuando me fijé había un montón de gente en el salón y todos pendientes de Jon y de mi. Entre las caras que miraban descubrí la de mi marido, que no perdía detalle de la escena. Jon me cambió de postura varias veces y sin perder el ritmo. Nos convertimos en el centro de la fiesta.

Hubo un momento en el que, cuando ya quizás me había corrido dos veces y empezaba a faltarme el aire, él se detuvo, me trajo una botellita de agua y tras esperar a que me la bebiera, volvió a las andadas. Creí que me iba a dar un infarto pero, a la vez, yo tampoco podía parar. Un rato más tarde le pedí a mi amante que me dejara tomar el aire. Y Jonathan, atento y educado, me levantó del sofá y me llevó en volandas al jardín. Una vez allí me tumbó en el césped fresquito, me puso en cuatro y siguió dándome. Yo ya casi no podía creer ese aguante, porque sentía que a mi se me estaban terminando las pilas. Y él parecía estar como al principio, inmune al cansancio. A pesar de estar fundida, me di cuenta por el murmullo de fondo que la gente de la fiesta nos había seguido hasta el jardín y nos estaban rodeando, sin dejar de mirarnos.

Vi que la gente seguía a nuestro alrededor, pero que algunos iban y venían, como perdiendo el interés. Una mujer, sentada cerca de mi, estaba sorbiendo su gin tonic y charlando con el hombre que a su lado le acariciaba los muslos mientras ella le masturbaba despacio. Ambos nos miraban de reojo.

Cuando yo ya había perdido el sentido del tiempo y mis piernas se negaban a moverse, me di cuenta de que Jon estaba a punto de llegar al final. Él me avisó: quédate quieta, cariño. Le obedecí porque lo que me resultaba más fácil era, justamente, quedarme quieta. Jon salió de mi vagina, se arrodilló delante de mi cara y entonces me dijo:

-Vamos a darle a nuestros espectadores lo que están esperando.

Conté uno, dos, tres, cuatro chorros de esperma denso. Luego siguió, pero yo perdí la cuenta. Solo sentía como su leche brotaba una y otra vez en mis ojos, mis mofletes, mi nariz, mis orejas, mi frente y mi pelo.

Cuando estaba totalmente cegada todavía pude ver, a medias, como se acercaba un hombre para sacarme fotos de mi cara en primer plano. No podía ser otro que mi marido. Solo Luis es capaz de esas cosas. Cuando Jon terminó me contó al oído:

-Lo siento, guapa. Como puedes ver, llevo muchos días reservándome para hoy.

Al día siguiente, en casa, Luis y yo estuvimos mirando las fotos y terminamos con un polvete apresurado, muy excitados los dos. En medio del polvo, Luis me dijo:

-Lo que más me pone cuando veo tu cara con la corrida es que parece que se te hayan corrido tres tíos.

Algunas veces he quedado con Jon, pero solo cuando me siento muy descansada y capaz de darle todo el tiempo que necesita. Eso no es posible siempre. Cuando quedamos, me reservo tres o cuatro horas por lo menos. Lo bueno es que Luis se muestra comprensivo.

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