Un mes después de mi primer encuentro con Andrés, mi esposo volvió a irse de viaje por unos días. En las últimas semanas los problemas entre él y su jefe parecían haber escalado y yo me sentía culpable pensando que tal vez aquello se debía a mi negativa de volver a acostarme con Andrés, que últimamente había dejado de llamar. Así que esta vez tomé la iniciativa y lo llamé yo. Le dije que teníamos que hablar y me contestó que podía pasar por casa el viernes por la noche.
Llegó el viernes y Andrés llegó a las 7pm, con una botella de un vino francés muy caro. La verdad es que estaba muy elegante y se veía guapísimo, y mi coño se humedeció cuando lo vi, recordando la noche que pasamos juntos. Lo hice pasar a la sala y nos sentamos a conversar. Al principio solo hablamos sobre cosas triviales y sin importancia, pero rápidamente desvié la conversación hacia los problemas que estaba teniendo con mi marido en el trabajo, y le pregunté si ello tenía que ver con el hecho de que no nos habíamos vuelto a acostar.
Andrés fue muy amable al responder y me aseguró que aquello no tenía nada que ver con el asunto, que los problemas entre mi esposo y él se limitaban al aspecto profesional y eran discusiones que esperaba que pudiera resolver muy pronto. Aquello me tranquilizó bastante y me quitó un gran peso de encima. Hizo el ademán de marcharse y le pedí que se quedara. Lo menos que podía hacer era invitarle una copa del vino que él mismo había llevado.
Bebimos una copa, luego dos, e inevitablemente nos relajamos y fuimos abandonando nuestras inhibiciones. Por fin Andrés habló de la noche que pasamos juntos y de cómo había estado esperando que volviéramos a vernos. Le contesté que yo también había estado pensando en él, pese a que había intentado quitármelo de la cabeza. La suerte estaba echada.
Muy pronto, ya estábamos besándonos apasionadamente y acariciándonos por todas partes. Nos desnudamos mutuamente y Andrés se acercó a mí y me besó intensamente. Lo abracé agarrándole la espalda y clavé mis uñas en ella. El me agarró con fuerza de las nalgas, separándolas y haciéndome gemir de placer. Le dije lo mucho que necesitaba que me follara y subimos a la habitación principal cogidos de la mano.
Pronto ya estábamos en la cama, acariciándonos y metiéndonos manos por todas partes. Luego de tragarme su verga entera y lamerle las bolas un buen rato, cogí una cajita de bombones de la mesita de noche (un regalo de mi marido) y me metí tres o cuatro a la boca. Empecé a masticarlos y luego volví a succionar la tranca de Andrés con desesperación. Mi saliva mezclada con los trozos de chocolate le lubricaba el nabo de forma increíble, a la vez que estimulaban mi doble glotonería. Al principio, estuvo contenido y me dejaba hacer todo el trabajo, pero después de cinco minutos de mamársela a un ritmo brutal, empezó a empujar sus caderas hacia mi rostro con la intención de aumentar aún más el ritmo de la mamada. No necesitó animarme más. Aumenté ansiosamente la velocidad a la que estaba sorbiendo su soberbia tranca. Más y más rápido mi cabeza iba hacia delante y hacia atrás, tragando más de la mitad de la rígida verga de Andrés en cada pasada.
Agarrándome del cabello, Andrés sacó mi boca babeante su polla, y luego se levantó de la cama y, sin dejar de tirar de mi cabello, me puso de cuclillas frente a él. De pie frente a mí, tiró de mi cabeza hacia adelante y empujó su polla goteante entre mis labios entreabiertos. Pronto, estaba una vez más se meneando la cabeza hacia adelante y atrás a un ritmo vivo, mientras Paolo bombeaba enérgicamente su tranca en mi hambrienta boca.
Gimiendo contenidamente, empecé a tragar más y más del durísimo miembro del jefe de mi esposo. La parte superior de mi cuerpo se movía tambaleante de atrás hacia adelante y otra vez hacia atrás, provocando que mis tetazas bambolearan erráticamente al tiempo que enterraba mi cabeza una y otra vez en la entrepierna de Andrés para sorber su caliente tranca. Relajé mi cavidad bucal y dejé que en la siguiente embestida su pollón se clavara hasta el fondo de mi garganta.
“¡Ogggh!” gritó con admiración mientras sentía la cabeza de su verga empujando a un lado mis amígdalas y deslizándose hasta el fondo de mi garganta. “¡Eso es, Liliana, hasta el fondo! ¡Trágatela hasta el fondo!”
"Unngh! Unnng!" gemí ininteligiblemente mientras seguía con su tranca palpitante enterrada en mi ondulante garganta por más de medio minuto. Con una tos suave, y un sonido como si tuviera náuseas, finalmente expulsé su polla de los profundos confines de mi garganta y, con las manos aún presionando en su culo, utilice sólo la lengua y los labios para lamer y sorber la baba pegajosa que se había acumulado en la herramienta de Andrés.
Como esperaba, el verme limpiando su verga de mi chorreante saliva provocó que la enorme verga de Andrés saltara y tambaleara en el aire en frente de mí. Para provocarlo aún más, lamí ligeramente y succioné con suavidad la parte inferior de su furiosa erección que se balanceaba y sacudía intermitentemente.
– “¡Métela entera en tu boca!” – bramó Andrés completamente enardecido.
Con un gemido lastimero, obedecí al jefe de Julián. Durante cuatro o cinco minutos, Andrés clavó su polla de ida y vuelta en mi garganta, manteniendo al mismo tiempo un férreo control sobre mi cabello. Pronto, largos hilos de saliva cubrieron la parte superior de mis bamboleantes tetas y la parte inferior de la cara. Él se agachó para esparcir la saliva sobre mis tetas y se maravilló al ver mi torso cubierto de saliva y baba. Sabía lo erótico que resultaba aquella vista, así que lo miré con ojos vidriosos y lascivos mientras dejaba que usara mi cara y mi garganta como un coño. Más y más rápido taladró mi apretada garganta, hasta que pensé que alcanzaría el punto de no retorno.
Podía sentir la pollaza de Andrés más gorda que nunca, con las venas que parecían a punto de estallar. Seguramente que no podía retrasar más el momento de llenarme la boca con la leche que tenía acumulada en los huevos y luchaba por salir del pene. Estaba dispuesta a tragarme su semen sin desperdiciar una gota, pero él pensó que merecía una recompensa mayor.
Me hizo cabalgar de espaldas a él sobre su endurecida verga, todavía cubierta por mi saliva y los restos de chocolate de los bombones. Literalmente, me hizo saltar sobre su verga una y otra vez, penetrando por completo en mi coño chorreante y abriéndolo al máximo, cada vez más rápido, hasta llegar a una perfecta soldadura entre mi coño y su polla. Andrés es bastante atlético y no tuvo problemas en mantener el powerfuck. Perdí la cuenta de cuántos orgasmos tuve mientras el jefe de mi marido me empalaba con furia. Al final, volví a correrme una vez más justo en el momento en que él eyaculaba copiosamente en mi interior. Podía sentir los chorros de semen golpeando con fuerza en mi interior. Me desplomé sobre él y permanecimos en esa posición, con su polla todavía enterrada en mi concha.
Estuvimos así por algunos minutos y luego lo desmonté y me senté a su lado. Nos empezamos a besar y acariciar, nuestras lenguas se enroscaban una con otra mientras nos metíamos mano. Comencé nuevamente a acariciar y tirar de su verga; estaba dispuesta a continuar con la faena. Después de un momento, dejé de besar a Andrés y me dirigí a su verga, tomándola entera en la boca. Luego de algunos minutos mamándosela, su polla empezó a endurecerse. Andrés me obligó a tumbarme sobre la espalda y me montó en la posición de misionero. Mientras su verga entraba y salía de mi coño con potencia, Andrés me dijo que era una zorra y que me iba a reventar la concha y llenarla de su leche.
Yo gemí aprobando su intención y nos mirábamos directamente mientras él seguía entrando y saliendo de mi concha. Andrés la sacaba casi por completo y luego me clavaba su enorme verga hasta el fondo, haciéndome casi desmayar de placer. Yo me retorcía y gemía debajo de él y no pasó mucho tiempo hasta que volviera a coger buen ritmo y me follara muy duro, tan duro que pensé que íbamos a romper la cama. Mi esposo jamás me había cogido así, ni cuando éramos más jóvenes. Completamente desatada, empecé a gritarle:
– ¡Andrés, tú sí que sabes cogerte a una hembra, cabrón! – ¿Te gusta, cabrón, te gusta follarte a la mujer de tu empleado?
Andrés no contestó, pero me miró con furia y seguía follándome a toda máquina. El polvo duró mucho más esta vez, ya que se había corrido previamente; iba a tomar más tiempo llevarlo otra vez al límite. Esto permitió que yo experimentara varios orgasmos durante los siguientes cuarenta minutos en que follamos en todas las posiciones imaginables. Si hubiera sabido el placer que me proporcionaría aquel pistolón, no hubiera esperado tanto tiempo y hace mucho que me habría follado a Andrés.
Seguimos follando como animales, cuando, en cierto momento, me sorprendió cuando Andrés me sacó su verga de la vagina y la presionó contra la entrada de mi ano. Mi esposo no es un entusiasta del sexo anal y rara vez lo hemos practicado. Sin embargo, a mí me encanta, aunque estaba un poco preocupada por el tamaño de la polla de Andrés. Pronto, todos mis temores estarían disipados. Estábamos follando al estilo perrito cuando sentí la enorme cabeza de su verga en la entrada de mi ano. Estiré el brazo para ayudarlo a guiarse mejor.
Nos tomó un poco de tiempo, pero al cabo de un rato Andrés logró introducir la cabeza de su polla en mi ano. Yo tenía el cuerpo tenso mientras sentía como me penetraba, sintiendo como si fuera la primera vez que me tomaban por el culo. “Despacio, despacio” le dije a Andrés, que lentamente, centímetro a centímetro, enterró su verga hasta lo más profundo de mi ano. Fue una sensación poderosa, mezcla de mucho dolor y también de mucho placer.
Gradualmente, con tenacidad, cogimos buen ritmo y el “despacio, despacio” que le había estado diciendo a Andrés se convirtió en gritos desaforados de placer:
– “!Oh sí, Andrés, fóllame más duro! ¡Me partes papi, me rompes toda! -“
Andrés parecía poseído. Su cuerpo musculoso le permitía embestir con fuerza. Era como la perfecta máquina de follar. Cogió mis tetas para sujetarme al tiempo que tomaba distancia. Me dijo que rogara que me la clavara, y eso hice. Y luego me dijo que le dijera que mi esposo era un cornudo.
Bajé mi cabeza a la cama. Podrían decir que sólo de un juego, pero no quería decirlo. Andrés no iba a rendirse. Con cada embestida (y estaba embistiendo a una velocidad increíble) me ordenaba decirlo. “¡Dilo!” “¡Dilo!” “¡Dilo!”. Sentí que la poca voluntad que quedaba en mi cuerpo estaba abandonándome. Dejé escapar un largo gemido. Y entonces lo dije. “Mi esposo es un cornudo.” Inmediatamente, me alcanzó el orgasmo más grande de mi vida. Por unos momentos me fui del mundo. Cuando recobré el sentido, todavía estaba siendo penetrada por la máquina sexual. Sin que me lo pidiera le dije a Andrés, “Mi esposo es un cornudo de mierda, comparado contigo es nada. Tú eres mi dueño.”
A esas alturas, estaba disfrutando al máximo de aquella terrible cogida por el culo y Andrés también, cosa que probó follándome lo más duro que podía. Era increíble la sensación de tener aquella gigantesca verga clavada hasta el fondo, abriendo mi esfínter de manera increíble, rompiendo todo a su paso. Un nuevo orgasmo me alcanzó y perdí el mundo de vista, mientras me retorcía y gritaba, con la tranca de Andrés taladrándome el ano sin cesar. Para entonces, ya llevábamos follando con esa intensidad varios minutos y Andrés no pudo resistir más y se corrió con fuerza, inundando esta vez mi culo con varios chorros de leche caliente y espesa. Una vez que ambos abandonamos la cima del orgasmo, nos separamos y nos tumbamos en la cama, para tomar un merecido descanso.
Aquella noche, Andrés y yo no paramos de follar. Cabalgué sobre su polla hasta el amanecer, le pedí que me destrozara el culo y mamé su verga humeante hasta tragarme la última gota de semen que sus gordos testículos podían contener. Fue una noche de lo más estimulante. No tengo idea que excusa le daría a su esposa, pero recién se marchó por la mañana, después de follarme una última vez. A partir de entonces, las cosas empezarían a cambiar por completo…